3
Nathan abrazaba con pasión a Olimpia. Tardaría mucho en volver a verla y le dolía en el alma tener que dejarla marchar; pero aquello era lo correcto, sabía que estaba bloqueada y necesitaba esa desconexión. Cuando volviera sería su renacer, de eso estaba seguro. La miró de nuevo a los ojos henchido de amor y le sonrió dulce.
─ Te quiero mi vida. Llámame en cuanto llegues ¿de acuerdo? Tus cosas llegarán en unos días y...
Olimpia selló los labios de su marido con un beso rápido.
─ Nate, te llamaré en cuanto aterrice el avión, y sé cuándo llegarán las cosas, recuerda que fuimos los dos a la agencia de transporte a dejarlas.
─ ¿Estás segura de que no quieres que te acompañe? Podría cogerme unos días todos los meses, y trabajar desde allí.
─ Ya te lo he dicho, necesito hacer esto sola.
Nathan suspiró cansado, tenía que intentarlo una última vez, pero de antemano sabía que no conseguiría que ella aceptara que la acompañara. Por megafonía la voz robotizada de una señorita anunciaba la salida del vuelo a Atlanta.
***
El sol brillaba y el calor hacía que Olimpia sintiera caer las gotas de sudor por su espalda. Estaba cansada del viaje; tenía entumecidos todos los músculos y le dolían partes del cuerpo que ni sabía que tenía hasta ese momento. Pero todo se olvidó en el momento en que el taxi paró frente a su casa.
Salió del coche sin poder apartar los ojos de aquel que una vez fue su hogar; deseaba que una sonrisa le naciera en los labios, pero no era así. Su casa, aquella que recordaba había cambiado. Dónde antes estaba el acceso al patio trasero, había un garaje, y encima de él parecía haber una nueva habitación. Suspiró y tragó saliva, aunque sabía de la existencia del nuevo anexo a la casa, no pudo reprimir el dolor y la tristeza por el cambio. Desvió la mirada al jardín delantero, ahora protegido por una preciosa valla de madera blanca a juego con las molduras de la casa.
Abrió la verja de entrada, y paseó la mirada, justo en el centro del jardín una pequeña piscina de colores chillones destacaba entre el verde del césped. Una cabecita rubia sobresalía y unos ojos verdes la miraban con curiosidad. Olimpia pagó al taxista y esperó a que se marchara para avanzar hasta aquellos ojos curiosos. Era la primera vez que lo veía desde que Diana lo llevara a la presentación de su trabajo en Nueva York, y en aquel momento el pequeño sólo contaba con un año y medio de edad.
Se arrodilló a su lado y le sonrió. El pequeño de apenas cuatro años la observaba en silencio, en su rostro se podía ver que hacía un esfuerzo por averiguar dónde había visto antes a esa mujer que, con el pelo recogido de mala forma, y enormes tatuajes le sonreía feliz
─¿No te acuerdas de mí, cucuruchito?
Los ojos verdes del pequeño se abrieron de par en par, y sus manitas se cerraron fuerte, mostrando lo asustado que estaba. El pequeño negó con la cabeza y los ojos fuertemente cerrados─. Soy tu tía. Me has visto por el ordenador muchas veces.
El pequeño la miraba serio, con cada respiración que el niño daba, el corazón de Olimpia se encogía un poco más. La lógica le decía que aquello tenía que pasar, siempre había visto a su sobrino a través de la web cam, era de esperar que no la reconociera al verla; pero a pesar de lo que la razón le pudiera decir, la pena no la abandonaba.
─¿Tía Oli? ¿No eres una desconocida? ─el corazón de Olimpia se relajó al ver como una pequeña sonrisita se colaba entre los labios sonrosados del niño. Asintió antes de sorber y barrer las lágrimas que amenazaban con salir─. Mami dice que no hable con desconocidos.
─Pero yo no soy una desconocida, ¿verdad?
La pequeña sonrisa se fue haciendo más y más grande.
─No, tú eres la tía Oli, del ordenador.
Sin poder reprimir el impulso, Olimpia abrazó con fuerza a su sobrino; quien, para su tranquilidad, correspondió a su abrazo. Tras un rato, sintió como el pequeño trataba de apartarse, así que, a regañadientes, lo soltó en el suelo de nuevo.
─ Vamos tía Oli, vamos con mamá.
El pequeño tiraba de su mano con fuerza. Olimpia lo miró con dulzura, su pelo rubio goteaba sobre sus hombritos, su bañador de peces de colores resaltaba sobre su piel bronceada por las horas en la piscina, sus ojos verdes llenos de vida y su voz aguda, atravesaron el corazón de Olimpia como si de una flecha se tratara; cuánto se había perdido desde que se marchara. Pero ahora estaba en casa de nuevo, ya no volvería a perderse nada más. Miró la puerta de la casa, allí donde señalaba Noha, pero una sonrisa traviesa y una idea perversa se coló en la mente de Olimpia en cuanto se dio cuenta de la manguera que atravesaba el jardín.
─ ¿Por qué no le dices a mamá que venga aquí? Vamos a darle una sorpresa ¿vale?
Olimpia agarró la manguera y se colocó en un rincón desde dónde no pudiera ser vista. Asintió a su sobrino y este se rio nervioso antes de gritar y llamar a su madre.
─ ¡Mami! ¡Corre mami, ven! ¡Mami!
Diana apareció por el umbral de la puerta asustada ante el jaleo que su pequeño estaba armando. Corrió hacia él para ver si estaba bien. Olimpia observó a su hermana mayor, estaba estupenda. Alta y delgada, como siempre, el pelo corto justo por debajo de las orejas le sentaba muy bien. Sonrió malévola antes de accionar la pistola de la manguera y rociar a su hermana y con ella a su sobrino.
Diana asustada miraba si su pequeño había sufrido algún daño, pero antes de poder regañarlo por el jaleo, un chorro de agua helada le golpeaba en la espalda. Unas carcajadas rompían el silencio; se giró rápida para buscar a la persona causante de todo aquello. Sus ojos se abrieron y su cuerpo se paralizó. Aquellos tatuajes, las carcajadas y los ojos verdes que la miraban eran inconfundibles.
─¿Olimpia?
Las lágrimas inundaron los ojos de Diana. Se acercó temerosa de que lo que estaba viendo no fuera más que una ilusión. Olimpia se lanzó a los brazos de su hermana mayor.
─Estoy en casa Didi, he vuelto.
Diana rompió en llanto cuando sintió el calor del cuerpo de su hermana. Su olor almizcleño a colonia fresca y barnices se introdujeron hasta el fondo de sus pulmones.
Olimpia sonreía a su sobrino mientras éste se tomaba tranquilo un vaso de leche bien fría sentado en una de las sillas del comedor. Didi se sentó al lado del pequeño y miró a su hermana de nuevo. Aún le costaba creer que la tenía delante. Le tendió un café y se puso azúcar en el suyo.
─¿Y cómo es que estás aquí? ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? Papá va a alucinar cuando te vea. Llegará después sobre las ocho, como siempre. ¿Y Max? Max tampoco se lo va a creer. ¿Sabes? Tenemos que llamar a todos y que vengan a verte... y...
─Didi, tranquilízate. Voy a quedarme mucho tiempo, así que no hay prisa.
─Tia Oli... ¿vas a llevarme a la playa? Mamá no quiere llevarme porque siempre tiene que trabajar.
Noha miró a su tía con la esperanza de que cumpliera su sueño de ir a la playa ese verano.
─Por supuesto, cucuruchito. Iremos a la playa, al cine y dónde tú quieras. Incluso al cole.
─¡No! Al cole no. No me gusta ir al cole.
Olimpia y Diana se rieron sin dejar de mirar encandiladas al pequeño de rizos rubios que tanto se parecía a Max.
─Noha, ¿por qué no vas a terminar la merienda al jardín? La tía Oli y mamá tienen que hablar. ─ El pequeño asintió y sin despedirse se llevó el vaso de leche pegado al pecho para evitar que se le derramara. Diana suspiró al ver al pequeño que alegraba sus días desde hacía cuatro años ─. Vamos Oli, cuéntamelo ¿qué ha pasado?
La mirada de Diana ahora era seria y preocupada. Aunque hacía dos años que no veía a su hermana salvo por las videoconferencias y las llamadas telefónicas, aún creía conocerla un poco. Olimpia suspiró y dejó caer sus hombros.
─No ha pasado nada, Didi. ¿Es que no puedo volver a pasar una temporada con mi familia?
Diana asintió no muy convencida de la explicación que Olimpia le estaba dando, pero conocía bien a su hermana. Todo a su tiempo, se dijo, sabía que cuando Oli estuviera preparada terminaría contándoselo.
***
Roger presidía la mesa del comedor con una sonrisa orgullosa. Miraba feliz a su familia, que pro primera vez tenía sentados en su casa. Olimpia sentada a su izquierda jugueteaba con Noha que no quería separarse del regazo de su tía recién llegada. A su derecha Diana abrazada a Max. El rubio de ojos azules que tan feliz hacía a su hija desde que lo conociera hacía ya doce años. En aquel verano en que Olimpia se marchó. Sonrió ante los recuerdos de aquel lejano pasado.
─Y dinos Oli, ¿cuánto tiempo pasarás con nosotros?
Max le preguntaba con una sonrisa franca mientras removía su café. Olimpia miró a los ojos a su sobrino; era increíble el parecido con su padre. Sonriéndole respondió:
─Pues no lo sé, depende de lo que quiera Noha... ¿Quieres que me quede con vosotros a dormir una temporada o prefieres que vuelva a Londres?
Noha, con los ojos cansados pero conservando la sonrisa en los labios se abrazó fuerte al pecho de su tía.
─Quiero que te quedes y no te vayas...Puedes dormir conmigo en mi cuarto, mami dice que era el tuyo antes. ─Mientras hablaba, el niño miraba los tatuajes que Olimpia tenía en el brazo, ara acto seguido tirar de la cadena que pendía de su cuello, liberando así el viejo colgante violeta─. ¡Que bonito! ¿qué es tía Oli?
Max y Didi miraron el colgante de la mujer, y luego se miraron entre ellos cómplices y sabedores de una verdad que sólo ellos y Olimpia conocían.
─No es nada, tesoro. Sólo un viejo colgante ─se apresuró a responder.
El niño miraba el círculo de amatista violeta y trataba de discernir el símbolo que había labrado en plata en su centro, luego miró el pecho de la mujer.
─Mira mami, es el mismo dibujo que el colgante.
Olimpia quitó el colgante de las manos de Noha, y lo guardó bajo la camiseta, para acto seguido subirla y tratar de ocultar el tatuaje que el niño le había descubierto.
─Bueno tesoro, creo que ya es hora de irnos a dormir. ¿Dime dónde está esa cama que tú y yo vamos a compartir?
Olimpia se levantó con el pequeño entre sus brazos. Seguidamente el resto de los comensales se fueron levantando para continuar con sus quehaceres de todos los días. Roger se marchó a su sofá para terminar de ver las noticas, Max comenzó a recoger la mesa y fregar los cacharros, Diana por su parte, llevó a Oli y Noha hasta la vieja habitación de Olimpia.
Ahora estaba completamente reformada, el color de las paredes era ahora celeste con unas preciosas molduras blanca, sus viejos muebles habían sido cambiados por otros blancos más infantiles.
─¡Esta es mi camita! ─Noha saltó a su cama y se tumbó en ella─. Dormirás aquí, conmigo.
Olimpia le sonrió y se acercó a la ventana. Pero lo que vio a través de ella le borró la sonrisa.
─Didi, ¿y la casita del jardín?
─La tuvimos que tirar para poder hacer el garaje y el cuarto de invitados. Si la hubiésemos dejado apenas tendríamos espacio en el jardín.
La naturalidad con la que Diana habló la desoló. Allí estaban todas sus cosas, sus recuerdos y sus pinturas; y sin decirle nada, su hermana lo había borrado para hacer obras en la casa.
─Pero... ¿y mis cosas?
─Tranquila, están en el garaje. No he tirado nada, si es a eso a lo que te refieres ─respondió su hermana con un ademán para restar importancia a la conversación, justo antes de comenzar a ponerle el pijama al pequeño.
─Vamos tía Oli, ponte ya el pijama, que es hora de dormir.
Olimpia le volvió a sonreír triste mientras le acariciaba el pelo suave.
─ La tía Oli dormirá en el dormitorio de invitados ─respondió Diana a su hijo mientras le empujaba para volver a la cama.
─Pero yo quiero que duerma conmigo ─los ojos de Noha se desviaron tristes hacia su tía. A pesar de no haberla reconocido al principio, el niño se había encariñado rápidamente con ella.
─Tranquilo cucuruchito, dormiré en la otra habitación.
Una vez hubieron acostado al pequeño, Diana mostró la habitación de invitados que caía sobre el nuevo garaje. Era una habitación amplia, con las paredes en color beige, y los muebles en madera natural; estaba decorada con mucho gusto. Olimpia soltó la bolsa con su ropa a los pies de la cama, mientras miraba entretenida a todas partes.
─Deja que lo vea ─exigió Diana mientras cerraba la puerta tras de sí.
─Diana, es sólo un tatuaje más. No tiene importancia.
─Olimpia, no has vuelto en cinco años por culpa de lo que ese colgante significa. Y ahora que has vuelto, lo haces con ese tatuaje ¿de verdad esperas que crea que no tiene importancia?
La mirada de Olimpia se endureció, su respiración se aceleró y cerró los puños. Trató de relajarse, no quería discutir.
─Diana, acabo de llegar, estoy cansada. Y es mi vida, y si digo que no tiene importancia es porque no la tiene. Todo acabó y el pasado se ha quedado allí. ¿Entendido?
Didi asintió no muy convencida, antes de salir y dejar sola a su hermana para que descansara.
─Estoy en casa ─susurró.
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