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28


Olimpia aparcó el Chevrolet viejo de su padre a unos metros de la entrada del estudio. Garfield bostezó sonoramente mientras se desperezaba en el asiento delantero, sacándole una sonrisa a su dueña. Cogió su bolso, y se restregó los ojos cansados; era muy temprano y aún sentía los efectos del alcohol consumido esa noche.

Odiaba dejarse engatusar por Olga. Aquella noche había bebido hasta terminar arrastrándose por el suelo enmoquetado de la habitación que ésta tenía en el hotel dónde había decidido alojarse. Suspiró ante la lamentable imagen que tanto ella, como Oliver y Olga, habían dado. Aunque no podía negar que se había divertido, y sobretodo, Oliver había logrado olvidar sus problemas durante unas horas, su actuación y comportamiento dejaba mucho que desear. Se sintió mayor de pronto.

Cogió a Garfield con la mano izquierda, apoyándolo contra su pecho para evitar que cayera; mientras, con la derecha revisaba los mensajes y mails recibidos de Nathan. En un par le hablaba sobre la exposición, la galería y como iba todo el trabajo, mientras, en otros, le contaba cuanto la extrañaba. Olimpia torció el gesto.

─¡Por fin llegas! ─la voz de Olga la sacó de su ensimismamiento, haciendo que levantara la cabeza para mirarla.

─¿Qué demonios haces aquí? Es muy temprano. Te hacía durmiendo la borrachera en el hotel.

Olga se encogió de hombros mientras le ofrecía un cigarro que Olimpia aceptó y colocó tras su oreja derecha. Sin soltar a Garfield, abrió la puerta que daba a la parte baja del estudio. Olga la siguió, observando curiosa todo lo que había allí dentro.

─Cariño ─dijo mientras pasaba la yema de sus dedos por una de las estanterías vacías─ ¿Cuánto haces que no limpias aquí?

Olimpia puso los ojos en blanco. Sólo a su amiga se le ocurrían aquellos comentarios que siempre estaban fuera de lugar. Parpadeó y sonrío al percatarse cuanto se parecía su amiga a Oliver. Aunque, al pasear la mirada por la estancia, no podía negar que tenía razón; debía bajar y limpiar aquello. Zarandeó la cabeza, ya tendría tiempo de hacerlo. Se acercó a la pequeña puerta que daba a las escaleras de subida, y sin soltar a Garfield, abrió el candado y llamó a su invitada.

─Vamos, sube. Te enseñaré el resto.

Olimpia se encaminó escaleras arriba seguida por su amiga, quien gruñía a cada paso por el estado tan deplorable que presentaban esas escaleras.

Al acceder a la parte alta, la pintora dejó al pequeño animal en el suelo, que se dirigió alegre en busca de uno de sus juguetes, mientras ella se acercaba a la encimara de la cocina para dejar el bolso. De reojo observó a Olga moverse por la estancia, prestando atención a todos los detalles.

Tras unos segundos, Olga se paró frente al enorme ventanal por el que entraba la luz de la mañana, bañando su rostro y su figura.

─¡Oli, este lugar es increíble! ─exclamó, mientras observaba fascinada la gran terraza a través del cristal.

─Lo sé, la iluminación es perfecta ─coincidió con una sonrisa mientras se acercaba a su amiga.

─¿Iluminación? ¿Quién está hablando de iluminación? ─Olimpia la miró extrañada y esta le sonrió malévola antes de continuar hablando─. Yo me refería a la terraza, cariño. ¿Sabes las fiestas que podemos dar aquí?

La pintora suspiró a la par que ponía de nuevo los ojos en blanco y dejaba caer los hombros exasperada. En ese momento, el Smartphone sonó, reclamando su atención y obligándola a dejar a su amiga campar a sus anchas.

─Hola Nate... ¿Cómo estás?

Olga la agarró por los hombros y trató de gritar al auricular del teléfono para hacerse oír.

─Tranquilo Nathan, no vamos a hacer nada raro... ¡Oli, por favor, vístete y saca a ese maromo de aquí!

Olimpia la empujó entre risas y continuó hablando con su marido.

─Será mejor que llames en otro momento. ─Colgó con una sonrisa triste en los labios y buscó con la mirada a su amiga, que le sonreía socarrona.

─¿Y bien? ¿Cuándo vas a enseñarme esas obras de arte que tan famosas te han hecho? ─preguntó Olga mientras atravesaba el umbral hacia la terraza.

El rostro de Olimpia cambió, y desvió la mirada seria hasta el rincón dónde se encontraba el primer y único cuadro que había pintado hasta ese momento. Se mordió el labio mientras se acercaba a él. Estaba tapado con una vieja sábana blanca para evitar que se ensuciara. No estaba segura si debía mostrárselo o no; pues su amiga sabía lo que había sucedido justo antes de la presentación en Nueva York; ya que terminó llamándola desde el taxi que tomó al dejar a Travis roto de dolor en aquella cafetería. Suspiró de nuevo; poner pies en polvorosa y alejarse de aquel hombre era la mejor decisión que podía haber tomado, le había dicho su amiga reconfortándola y prometiéndole después, que aquello no llegaría nunca a oídos de Nathan. Olimpia cerró los ojos, dejando que el pellizco que se había ido formando en su estómago se evaporase. Olga nunca la había juzgado por sus cuadros y sabía que aquella vez no sería diferente, de forma que, se armó de valor, cogió el cuadro con la sábana aun cubriéndolo y se dirigió a la terraza con él.

Al cruzar la puerta, y dejar con cuidado el lienzo sobre el caballete una voz conocida la obligó a levantar la vista y buscar a Olga y la recién llegada.

─Buenos días, soy Rachel, es un placer.

Olimpia observó desde detrás del caballete cómo Rachel sonreía a Olga y le tendía una mano, mientras ésta la estrechaba algo sorprendida.

─Encantada ─respondió Olga, su sonrisa parecía confusa y rápidamente la buscó con su mirada marrón, obligando a Olimpia a salir de su escondite y enfrentarse a la recién llegada.

─Buenos días, Rachel ─trató de sonar serena mientras se acercaba a las dos mujeres─. Ésta es Olga, una amiga de la universidad.

Rachel volvió a mirar a Olga, para acto seguido redirigir sus ojos a la pintora. Y en ellos, durante un segundo, Olimpia creyó ver malicia, pero aquella sensación desapareció en cuanto en la comisura de Rachel dibujó una sonrisa dulce.

─Así que sois amigas, supongo que has venido de Londres ─se dirigió de nuevo a Olga─. ¿Cómo está Nathan?

─Mi marido está muy bien, gracias por preguntar ─la interrumpió Olimpia, más seca de lo que deseaba sonar.

─¿Has dicho que te llamas Rachel? ─Olga la miró con una ceja en alto y una sonrisa perversa en los labios, mostrándole a Olimpia que ya había recuperado la compostura y la seguridad en ella misma─ Creo que Nate te mencionó, eres la esposa de Travis ¿no?

Olimpia tragó saliva, esperando que Olga no le causara más problemas de los que ya tenía con aquella mujer. Rachel asintió sonriendo con orgullo.

─Sí, soy su mujer ─respondió poniendo mucho énfasis en la última palabra y centrando de nuevo su atención en Olimpia─, y de él es de quien he venido a hablar.

Olimpia sintió como el pellizco que ya casi se había deshecho volvía a anudarse fuerte en su pecho, generando a su vez un nudo en la garganta que ahogaba las palabras que deseaba hacer salir de ella. Sentía un sudor frío recorrerle la espalda de principio a fin; su respiración se agitó y su corazón se aceleró.

─¿Qué es lo que quieres hablar, Rachel? ─tartamudeó. Aunque deseaba aparentar serenidad, sabía que no lo estaba consiguiendo. Tragó saliva para tratar de bajar el nudo de la garganta. Sentía la mirada seria de Olga en ella, pues su amiga se estaba percatando que había algo que no le había contado; Olga la conocía muy bien. Sería muy difícil engañar a su amiga, y en aquel momento, las fuerzas la empezaban a abandonar.

─La verdad es que quería disculparme por mi comportamiento del otro día ─respondió Rachel encogiéndose de hombros y mirando avergonzada la punta de sus zapatos. Parecía una niña que sabía que se había comportado mal y a Olimpia le parecía realmente arrepentida de aquello─. No sé cómo pude pensar que tú querías... bueno... ya sabes...

─Tranquila ─se apresuró a responder Olimpia, antes de que continuara su discurso. Los ojos marrones de Olga la taladraban molesta y necesitaba sacar a Rachel de allí antes de que prosiguiera─. No te preocupes, no pasa nada.

─Claro que pasa, Olimpia. No está bien. Mi comportamiento ha sido de vergüenza. Pero, necesito que lo entiendas; Travis te quiso mucho en el pasado ─prosiguió remarcando la última palabra─. Y yo pensaba que habías vuelto para tratar de recuperarlo. Pero ahora sé que no es así ─. Olimpia no podía mirar a los ojos a su amiga, sabía que, tras aquello, debía responder muchas preguntas. Negó restando importancia a todo para tratar de hacer que Rachel se callase─. Anoche hablé con mi marido y me demostró que es a mí a quien pertenece su corazón. Que lo vuestro es sólo pasado.

Olimpia sintió como cada una de las palabras de aquella mujer se le clavaban en el corazón como si de agujas al rojo vivo se trataran. El tono que Rachel usaba no dejaba lugar a dudas de cuál era su intención oculta tras aquella disculpa. La pintora trató de recomponerse carraspeando, irguiéndose y mostrando con seguridad una falsa sonrisa de suficiencia que esperaba le ayudase a zanjar el asunto. Pues, sentía que, si aquello no terminaba pronto, se dejaría llevar por el llanto y la frustración de saber que Travis aun seguía entregándose a ella.

─Cierto, Rachel. Aquello murió el día que conocí a mi marido. Me alegro que por fin te hayas concienciado. Travis sólo te ama a ti. ─El corazón de Olimpia se resquebrajó con aquellas palabras, pues sentía que todo se tambaleaba. Tal vez, Travis no la quería tanto como le había prometido. Tragó saliva y se forzó a mantener la compostura. En ese momento, la mano suave la reconfortaba agarrándola en el hombro.

─Buenos días ─la vos dulce pero autoritaria de Anne la consoló.

─Buenos días, Anne ─sonrió Rachel, mostrando sus dientes alineados y blancos.

─Rachel ─la mirada de la pelirroja se cruzó con la de aquella mujer, y luego la desvió a la tercera mujer que se mantenía en silencio y seria desde hacía un rato─. He traído café, ¿Me acompañas Olimpia? ¿Olga, vamos?

Olga asintió mirando aliviada a Olimpia, quién bajo las atenciones de sus amigas, se dejó guiar casi como un autómata hasta la pequeña cocina, dejando a Rachel en la terraza.

─En ese caso, me marcho. Que tengan un buen día, chicas ─sonrió antes de marcharse por la puerta metálica que daba al taller.

Olimpia se sentó en la orilla de la cama con la mirada perdida, mientras Anne le tendía una taza de café caliente y se sentaba a su lado. Olga se sentó en un taburete frente a ambas.

La pintora no podía dejar de imaginarse a Travis enredado en el cuerpo de Rachel, regalándole las caricias que tanto le prometía deseaba regalarle a ella. La imagen del motero disfrutando del cuerpo de aquella mujer la irritaban y la entristecía a la vez. No se había parado a pensar que aquello ocurriese y debía ocurrir, pues aún estaba casado con ella. Se sentía estúpida por pensar que Travis lo dejaría todo por ella, de la noche a la mañana; por otro lado, no podía reprocharle nada, pues ella tampoco lo había hecho. Pero, su situación era diferente, se dijo.

─¿Alguien puede explicarme qué puñetas ha pasado ahí fuera? ─la voz de Olga la sacó de sus pensamientos, pero Anne respondió por ella.

─¿Es que no está claro?

Olimpia se acercó el café a los labios encogiéndose de hombros en cuanto la mirada de Olga se posó sobre ella. Su amiga se acercó a su bolso para coger su paquete de cigarrillos y el mechero, ofreciendo a las dos mujeres que seguían sentadas en la cama. Olimpia aceptó el ofrecimiento, y absorbió de una calada el humo que al llegar a sus pulmones, relajó la tensión que se acumulaba en su cuerpo.

─Olga... Rachel cree que me acuesto con su marido. Y si no lo cree... al menos piensa que he vuelto para tratar de robárselo o algo así ─se explicó, terminando la frase en un susurro.

─Oli, no le des más vueltas ─Anne la miraba con una sonrisa torcida, tratando de animarla─. Rachel es imbécil y sólo quiere provocarte.

─Sea como sea ─añadió Olga mientras se repasaba la manicura de la mano con la que sujetaba el cigarro─. Te has acostado con su marido, eso es innegable. Pero... de eso hace ya más de un mes... ¿cómo es posible que siga sospechando? A menos que... Oli, ¿has vuelto a acostarte con él?

Olimpia se encogió de hombros. Esa era la pregunta a la que más le temía, porque, aunque no se había acostado con Travis, aquella amistad que mantenían oculta era prácticamente lo mismo, a los ojos de cualquiera.

─Olga, no me he vuelto a acostar con él ─respondió tratando de mostrarse segura. Al fin y al cabo, no era una mentira. Y mentirle a su amiga, era una de las cosas que más le dolían.

─Y ¿Entonces? ─agregó Olga.

─Rachel es idiota y una celosa. ─respondió Anne atropelladamente.

Olimpia la miró con los ojos abiertos y una ceja en alto. Por respuesta, y mientras Olga le daba la espalda para buscar un cenicero, la pelirroja se encogió de hombros. Olimpia negó con la cabeza, aquella respuesta se le había ocurrido a su amiga a la ligera con la intención de que Olga no tuviera opción a sospechar que algo pasaba entre el mecánico y ella.

─Espero que sea como dices, Anne. Porque, si no es así, Olimpia tendrá un problema muy grande ─Olga miró a su amiga seria─. ¿O es que no recuerdas que estás casada y todo lo que eso implica en tu vida?

─Lo sé, Olga ─suspiró la pintora mientras dirigía su mirada al pequeño Garfield que aparecía por la puerta de la terraza con su pelotita entre los dientes. Aquello la hizo sonreír─. Aquello fue un error que no se repetirá, Olga. Está todo superado.

En el rostro de Olga se dibujó una sonrisa que a Olimpia se le antojó perspicaz y un tanto forzada. Su amiga sospechaba algo y prefería callarse, de eso no tenía dudas.

─Está bien, cariño. Si tú me aseguras que el pasado está enterrado, yo te creo. Recuerda siempre que somos las decisiones que tomamos, y una vez tomada, debemos asumir las consecuencias hasta el final ─Olimpia asintió antes de descubrir que una enorme sonrisa de orgullo se dibujaba en el rostro de su amiga─. Y ahora, muéstrame ese lienzo que te va a relanzar de nuevo a la fama.

Olimpia sonrió y se dirigió de nuevo a la terraza para descubrirle a sus amigas el lienzo ya terminado. Pero, el mal estar que aquellas palabras que Olga le había dedicado al terminar la conversación, y el saber que le estaba mintiendo descaradamente, la carcomían por dentro. Sentía cómo su corazón se rompía un poco más. Aquella situación acabaría con ella, hiciera lo que hiciera. El problema de Olimpia era decidir de qué parte de su corazón debía desprenderse cuando todo tocase a su fin. 

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