26
Olimpia limpiaba los pinceles sentada en el suelo de la terraza mientras Garfield jugueteaba a su alrededor con una pequeña pelota raída. Levantó la vista al lienzo ahora terminado con satisfacción y orgullo que estaba apoyado en el enorme ventanal. Aquella era la obra que abriría su próxima exposición a nivel internacional, y algo le decía en su interior que volvería a relanzar su carrera de nuevo tras tanto tiempo de silencio.
Sí, aquel lienzo tenía algo, se dijo. En ese momento, la puerta metálica del taller la sacaba de su ensoñación; giró el rostro y alcanzó a ver a Travis entrar en la terraza con un cigarrillo en los labios mientras se limpiaba la grasa de motor de las manos en un trapo viejo que siempre colgaba de su cinturón. Éste le sonrió; pero algo le decía a Olimpia que no estaba sólo, de manera que esperó a que Rachel entrara tras él. Para suerte de la pareja, la puerta se cerró y Rachel no entró esa mañana.
─Buenos días ─Travis se sentó en la tumbona que Olimpia estaba usando para apoyar su espalda─ apenas son las siete de la mañana, pensé que te encontraría durmiendo.
─Ya me conoces. Cuando la inspiración llega, no me gusta dejarla pasar ─respondió con una tímida sonrisa mientras, sin mirarlo, seguía su proceso de limpieza.
─Ya... siempre has sido más creativa por las noches.
Olimpia no respondió, pues su mente en ese momento estaba volando lejos, en busca de hermosos recuerdos de una vida que ya no volvería. Cerró los ojos, y se dejó llevar por el olor de los barnices y las pinturas a aquellos días en los que pintar le daba la vida, en los que unas manos grandes y fuerte la rodeaban en plena madrugada por la cintura reclamando su atención, en las que unos labios suaves y traviesos jugueteaban con su cuello y el lóbulo de su oreja, susurrándole que los acompañaran a la cama.
─Siempre disfruté viéndote pintar en las noches ─aquellas palabras la sacaron de nuevo de aquellos recuerdos, confirmándole que Travis los rememoraba con ella también.
─Nunca dejaste que te retratara, ¿por qué? ─Travis parpadeó un par de veces, mirándola sorprendido por la pregunta. Olimpia lo observaba en silencio, curiosa y expectante; pero por respuesta solo obtuvo una sonrisa torcida seguida por un encogimiento de hombros.
Las miradas de ambos se cruzaron y se negaron a romper aquel contacto. El azul claro y limpio del iris de Travis, se le antojaba a la mujer cada vez más lleno de vida y alegre, aunque poco a poco, veía como se oscurecían y su mirada despierta daba paso a otra más intensa. Su respiración comenzó a acelerarse, y sin poder evitarlo se mordió el labio inferior. Sentía un cosquilleo subirle desde los pies a la cabeza que luego volvió a bajar para alojarse en su bajo vientre. Tragó saliva, el deseo de besarlo, de acariciarlo comenzaba a corroerle las entrañas, y sentía que no era sólo a ella. Pues podía sentir cómo la respiración de Travis era ahora un jadeo.
─Olimpia ─la voz gutural del mecánico estaba rota por el deseo. La mujer repasó con la mirada sus manos grandes y fuertes, casi podía verlas temblar. Deseó en silencio que la tocara, que la abrazara y en volandas la llevara hasta la cama para deshacerla juntos. En ese momento, el móvil de Travis sonó, rompiendo la tensión que los envolvía.
El mecánico se levantó y se alejó de ella para responder, cosa que Olimpia agradeció enormemente. Pues sentía que podía perder el control en cualquier momento, y aquello no era lo que ella deseaba. Quería ir despacio, se había prometido que guardaría esos impulsos en lo más profundo de su ser, pues, si daba rienda suelta a la pasión que Travis generaba en ella, la culpa, el resentimiento y el desprecio hacia ella misma la asolarían hasta volverla loca. No, aquello no podía permitírselo, debía mantenerse firme y no sucumbir; al menos, hasta que descubriera de quién estaba realmente enamorada. Se lo debía a Nathan, a Travis y a ella misma, antes que a nadie.
─¿Y dónde se supone que vais a ir vosotras? ─Ofelia miraba con una ceja en alto y el rostro torcido en señal de disgusto al enterarse del viaje que Anne y Olimpia estaban organizando.
─Ya te lo he dicho mamá, iremos unos días a California con una amiga de Oli ─Anne suspiraba mirando al techo cansada de las preguntas insistentes de su madre.
─¿Y por qué demonios no puedo ir yo? ¡Si es un viaje de chicas!
─Pues... ¡porque no, mamá! Ya te lo he dicho ─Olimpia trataba de aguantar las carcajadas tapándose la boca con una mano, mientras disimuladamente desviaba la mirada hacia otro lado─. Oli, por favor... explícale por qué no puede venir.
─¡A mí no me metas en tus líos! ─Olimpia comenzó a reír a carcajadas mientras con un ademan de sus manos le indicaba a su amiga que se desentendía del problema. En ese momento, Ofelia se quedó callada, mirando muy seria a las dos chicas, se llevó una mano a la barbilla.
─Ahora lo entiendo... No queréis que viaje con vosotras porque pensáis ir a uno de esos sitios donde hay hombres bailando desnudos ¿verdad?
─¡Mamá!
Olimpia cayó al suelo desde el taburete, sujetándose con las manos la barriga. Aunque el golpe había sido grande, no podía dejar de reír por las ocurrencias de aquella mujer.
─¡Olimpia! ¿Estás bien? ─ le preguntó Ofelia desde el otro lado de la barra, mientras se levantaba limpiándose con el dorso de la mano las lágrimas que le caían por las mejillas. Trató de hablar, pero era imposible, cada vez que trataba de decir algo un acceso le venía y volvía a reír descontroladamente.
─¡Mamá, por favor! Deja el temita en paz ─Anne la miraba roja como un tomate, aunque Olimpia no sabía distinguir si era del enfado o de la vergüenza por saber que todo el mundo las estaba escuchando.
─A mí no me engañáis, ninguna de las dos. Os he criado y sé que vais a ir a uno de esos sitios. Y no queréis que vaya con vosotras porque creéis que voy a dejaros en evidencia ─Ofelia levantó un dedo y las señaló a las dos que la miraban, una conteniendo de nuevo la risa y la otra echa una furia─. Pero os diré una cosa, a esta vieja aún le queda marcha para bailar con un par de maromos vestidos de bombero.
Olimpia volvió a romper a reír sonoramente, ante la mirada divertida de Ofelia, mientras Anne se tapaba la cara tratando de ocultarse con el mandil.
─Mamá... te lo ruego, deja el tema en paz. Estás dando un espectáculo penoso ahora mismo ─susurró tras el delantal la pelirroja.
─Ésta bien, no me llevéis. Pero sabed que os perdéis una gran compañera de juergas ─respondió Ofelia con la cabeza en alto, mientras se marchaba orgullosa y algo dolida hacia la cocina.
Anne taladró a Olimpia con la mirada antes de hablar.
─Te dije que lo organizáramos en tu estudio, que no nos dejaría en paz.
─Vamos, Anne... ha sido divertido.
─¿Divertido? ─Anne se dejó caer sobre la barra de mármol extenuada─. Divertido es bebernos una botella de tequila a morro y salir en bolas en mitad de un partido de baseball, esto ha sido lo más humillante que me ha pasado en años.
─¡Oh! ¡Vamos, no es para tanto!
Tras calmarse los ánimos, las dos amigas siguieron con la labor de organizar el viaje, comprando los billetes de avión y reservando la estancia en un resort cerca de la costa. A ambas les apetecía estar relajadas en un buen hotel, en vez de ir de turismo, y Olimpia sabía que Olga tampoco accedería a pasearse por ningún museo o monumento. Para su amiga inglesa, los únicos monumentos que visitaba en vacaciones eran los tipos que conocía en las discotecas y bares. Sonrió al recordar los viajes que había hecho con su vieja amiga durante los años de universidad.
Una vez terminaron y Olimpia cerró el portátil, le dirigió una mirada seria a la pelirroja que tenía delante.
─Anne, tengo que hablar contigo de una cosa.
─Claro, dime ─respondió recostándose sobre los codos en la barra.
─Travis y yo... bueno, lo que tenemos... ─Anne asintió. Pues ya le había contado a su amiga, su decisión respecto a todo lo que estaba viviendo─. Por favor, no se lo cuentes a Olga.
La pelirroja asintió mientras Olimpia se acercaba más a ella mirando de soslayo que nadie las escuchara.
─Anne, Olga sabe que Travis y yo nos acostamos, pero quiero que crea que sólo ha sido un error y que ya no hay nada. ¿Entendido? ─susurró.
─¿Crees que se lo contará a Nate?
Olimpia torció la boca mientras meditaba la respuesta.
─No. No se lo dirá, pero... ─su amiga la cogió de las manos, y aquel contacto calmó y consoló el corazón de Olimpia.
─Oli, lo que estás haciendo es lo mejor. Debes aclararte, aunque ya sabes mi opinión y lo que yo haría, pero... te apoyo y si quieres que no diga nada, seré una tumba ¿vale? ─Olimpia asintió con una sonrisa tímida antes de separarse de su amiga─ Vamos, te preparé un cappuccino de esos que tanto te gustan.
Anne se retiró para preparar los cafés, mientras Olimpia sacaba de su bolso el Smartphone y paseaba la mirada por la foto de la pantalla. Los pensamientos se le agolpaban poco a poco al recordar a Nathan, pero el recuerdo de lo que aquella mañana había pasado en la terraza con Travis gritaba abriéndose paso entre ellos. Olimpia cerró los ojos y sintió como su corazón comenzaba a acelerarse y cómo aquel pellizco volvía a hacerse con el control de su cuerpo, excitándola de nuevo.
─Bonito fondo de pantalla ─la voz de Rachel la sacaba de su sopor, devolviéndole el ritmo a su corazón y la mente a la realidad.
─Hola, Rachel ¿qué haces aquí? ─preguntó sin poder ocultar su nerviosismo.
─He venido a merendar con mi marido ─sonrió con dulzura, justo antes de dirigir la mirada a Anne, que aparecía con dos cappuccinos, uno en cada mano─. Anne, ¿podrías ponerme un café con leche y otro solo para llevar? ¡Ah! Y si tienes tarta de manzana también, dos trozos ─volvió a dirigirse a Olimpia en cuanto la pelirroja se retiró─. A mi marido ─continuó poniendo especial énfasis en la palabra─, le encanta la tarta de zanahoria de Ofelia.
Olimpia forzó una sonrisa y siguió mirando su fondo de pantalla, ignorando el comentario y el tono que usaba.
─Pues ha debido cambiar de gustos, Rachel ─Anne le respondía soberbia─. Porque lleva comiendo aquí más de diez años y nunca ha pedido la tarta de zanahoria.
Olimpia parpadeó ante el trato que su amiga le estaba dando a la mujer de Travis. Aunque por un lado agradecía que Anne sacara la cara por ella y la defendiera del ataque indirecto de Rachel, por otro, sentía que le empezaba a complicar las cosas con aquella mujer. Rachel forzó una mueca que trabaja de ser una sonrisa amable.
─Las cosas cambian con el tiempo.
─Pero los gustos se mantienen ─respondió mordaz Anne con una sonrisa de triunfo en los labios. Olimpia pudo sentir la tensión que se estaba generando entre las mujeres en ese momento.
─¿Qué tal por Atlanta, Rachel? Travis nos contó que fuiste a pasar el fin de semana con tus padres.
Rachel desvió la mirada y pareció relajar el semblante, pero Olimpia sentía que seguiría a la defensiva un poco más.
─¡Es verdad! Didi me dijo que os encontrasteis el sábado en el Turqoise. Espero no tener que preocuparme cada vez que salga de viaje ─comentó con una falsa sonrisa, sin responder a la pregunta que Olimpia había formulado.
─Si, salimos a celebrar que Max ganó un juicio muy importante y nos encontramos allí ─se apresuró a explicarse Olimpia, al percatarse de la mirada confusa de Anne.
─Como en los viejos tiempos, ¿verdad? ─Olimpia desvió la mirada a Anne, y esta bufó sonoramente haciendo que Rachel recogiera con premura la bolsa que le había dejado con todo lo que había pedido─. Bueno, debo marcharme ─continuó dejando un billete de diez dólares en la barra─. Mi marido me espera. Tranquila, quédate con el cambio.
Olimpia y Anne se quedaron mirando como Rachel salía del restaurante con rapidez.
─Zorra ─masculló la pelirroja entre dientes.
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