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22


Hacía ya dos días que había vuelto de Jacksonville, pero esta vez, Olimpia sentía que tenía las ideas un poco más claras que antes de marcharse, aunque apenas había tenido tiempo de pensar, la discusión con Anne y su opinión la habían ayudado, junto con el hecho de alejarse un poco de Travis para tomar así conciencia de todo lo que había estado pasando.

Cogió su bolso y su portátil para volver a su estudio y seguir pintando. Nathan le había enviado un e-mail con toda la información que tenía de la exposición, pues en la semana anterior había firmado el contrato de venta por subasta de la nueva colección y debían estar en Berlín antes del uno de enero. Olimpia suspiró, no tenía mucho tiempo para estar pensando en las musarañas. Había vuelto a Waycross para volver a pintar, y lo conseguiría a pesar de todos los contratiempos que le estaban surgiendo.

En el camino que había desde su casa hasta el estudio tenía tiempo suficiente para pensar en la razón de por qué su pasión la abandonaba poco a poco. Encendió un cigarrillo y siguió su camino, pasando por todos los recuerdos vividos. La primera vez que se marchó de Waycross lo hizo porque su corazón se había dividido, era amar a Travis o pintar; en aquel momento eligió pintar. Pero, la vida se le vació rápidamente, y al año siguiente de su marcha decidió volver al lado de Travis, manteniendo una relación a distancia que duró cuatro felices años. Sin embargo, Nate se coló en su vida, desmontando todo lo que ella tenía, llenando el vacío que Travis, en la distancia, no podía llenar. Tras unos meses en los que se debatió por primera vez entre aquellos dos hombres y viendo que su idea de perseguir un sueño no era más que una estupidez, decidió volver al lado de su primer amor. Pero, para desgracia de ella, el hombre de ojos azules que una vez la amó, la dejaba. Se había cansado de aquella relación intermitente, de sus dudas e idas y venidas con Nathan. Olimpia no podía culparle entonces y tampoco podía culparle ahora, después de cinco años. Aquel desplante, aquellas palabras que le rompieron el corazón la hicieron volver a Londres, al lado de Nate.

Olimpia tiró la colilla consumida al suelo para pisarla.

Nathan la recibió con los brazos abiertos de nuevo en su casa, le ofreció todo lo que ahora tenía, un sueño cumplido y un marido que la adoraba, a cambio sólo le pedía que aprendiera a quererlo. Y eso fue lo que ella hizo; aceptó sus condiciones y aprendió a quererlo y necesitarlo como creía que quiso y necesitó una vez a Travis. Vivió convencida de lo feliz que era en aquella burbuja de tinta y acuarela que Nathan había construido para ella. O eso creía, hasta la presentación de una nueva colección en la galería de arte de New York.

Suspiró fuerte, pues lo recordaba como si volviera a sucederle.

Uno de los botones subió hasta su habitación y le entregó una nota personal. Era un simple sobre blanco que contenía un trozo de papel con una dirección y una hora escrito a mano. Olimpia tragó saliva al reconocer la letra de Travis. Se guardó la nota en el bolsillo y entró de nuevo a la habitación. Terminó de arreglarse y miró la hora: tenía tiempo de sobra antes de ir a la galería de arte y hacer la presentación de su trabajo a nivel internacional.

─Nena ─la voz de Nate la asustó, haciendo que guardara rápidamente el pequeño sobre dentro de su bolso de mano─, me adelanto para ir revisando la documentación de venta de los cuadros antes de la presentación ¿de acuerdo?

Olimpia asintió y tras darle un beso fugaz a su marido en los labios, esperó a que se marchara pasa salir ella en busca del que sabía que era Travis.

El taxi la dejó justo en la puerta de una pequeña cafetería que hacía esquina en una de las calles más transitadas de New York, paseó la mirada por el aparcamiento, la enorme Kawasaki de Travis estaba allí aparcada. Cerró los ojos y suspiró para coger las fuerzas que se le escapaban lenta pero peligrosamente. En aquel momento hacía ya tres años que no lo veía, pero al cruzar el umbral de entrada, allí estaba. Sentado en una mesa de cara a ella. Sus ojos azules la observaban intensamente, sus labios entreabiertos trataban de darle forma a las palabras que ella, por miedo, no deseaba oír, aquel lunar sobre la comisura izquierda de su labio superior, y el mechón rebelde de su flequillo, seguían intactos, tal y como ella lo recordaba.

Se acercó a él, y rechazando la caricia que trató de brindarle, se sentó mirándolo seria.

─¿Qué quieres? Debo presentar una colección en menos de una hora y mi marido está esperándome.

Travis suspiró y volvió a centrar sus ojos en ella, se mojó lentamente los labios y asintió.

─Olimpia, lo siento. No debí dejarte, aquello fue una estupidez. Te lo suplico, vuelve conmigo. Deja a Nathan y empecemos de nuevo, tú y yo.

Olimpia se tapó el rostro con las manos. Aquello no podía estar pasando, aquel hombre, el que era el amor de su vida, no podía estar pidiéndole que dejara atrás toda la estabilidad y la felicidad que por fin había conseguido, sin él. Un revoltijo de sentimientos la asolaron, no sabía qué pensar ni por qué sentimiento decantarse: tristeza, esperanza, amor, rencor... Se mordió el labio inferior hasta sentir el sabor metálico de la sangre, y el dolor agudo del labio roto la hizo reaccionar.

El sonido de una bofetada acalló la estancia, haciendo que las miradas se centraran en la pareja sentada en la segunda mesa. Las lágrimas comenzaron a brotar una tras otra.

─¡Ahora es tarde, Travis! ¡Demasiado tarde!

Se levantó tirando la silla violentamente al suelo, y salió del local sin mirar atrás. Levantó un brazo para llamar a un taxi, pero en el momento en que el coche frenó a su lado, la mano grande y fuerte de Travis la sujetó, girándola y rodeándola en un abrazo.

Sus rostros estaban cerca, demasiado cerca. El aliento de Travis se mezclaba con el suyo, el ruido de las calles de New York a las nueve de la noche dejó de oírse. Olimpia sólo podía oír el latir de su corazón en su cabeza, Travis estaba poniendo patas arriba todo su mundo, desenterrando sentimientos que ella había luchado por esconder.

─Te quiero, Olimpia. Me equivoqué, te lo ruego... mi vida... vuelve conmigo. Podemos ser felices.

Y sin esperar una respuesta, Travis rompió los pocos centímetros que los separaban, encajando sus labios a los de ella en un beso donde Olimpia pudo sentir que le regalaba su alma.

─No... aquello se acabó ─susurró mientras suavemente se separaba del motero, y se dirigía de nuevo a la seguridad de los brazos de Nathan.

Olimpia zarandeó la cabeza para volver a la realidad.

Sacó las llaves del bolso y entró en el estudio. Hacía casi dos semanas que no pasaba por allí, y todo estaba lleno de polvo. Suspiró, y tras dejar el bolso en la cama, y a Garfield en la terraza, se cambió de ropa y comenzó a limpiar y a adecentar el lugar.

─¿Sabes, Garfield? Desde que he llegado aquí, lo único que hago es limpiar y ordenar.

El animalillo le ladró antes de salir corriendo en busca de algo interesante que husmear, dejándola sola en medio de la terraza. Olimpia entró de nuevo, limpió y ordenó el estudio, para por fin, sacar el lienzo a medio terminar a la terraza y encenderse un cigarrillo.

Lo miró y remiró durante los largos minutos que tardó en consumirse el cigarro. Aquella era la imagen viva de todo lo que sintió aquel día en Nueva York al ver a Travis, al sentir sus labios suaves unirse a los de ella.

Negó con la cabeza. ¿Y si nada había terminado y todo hubiera empezado aquella noche? Sus bloqueos comenzaron poco a poco a manifestarse desde entonces, tal vez Travis tenía algo que ver en sus pinturas, se dijo. Aunque aquello no tenía mucho sentido, había triunfado y llegado a lo más alto junto a su marido, no junto a Travis. Todo lo que había conseguido, sus logros artísticos, la galería, el estudio de tatuajes, los encargos para escenarios de teatro y anuncios publicitarios, las exposiciones... todo, lo había conseguido con el apoyo y el cariño de Nathan. ¿Por qué entonces sentía que Travis le había arrebatado aquella lejana noche su pasión por pintar? ¿Y por qué, a las pocas semanas de llegar y volver a verle, repentinamente aquella pasión volvía a nacer?

Tal vez Anne, tuviera razón. Debía averiguar si lo amaba o sólo era una confusión provocada por la tristeza y la nostalgia de una vida que ya no volvería, tal y como le decía Olga.

La mañana y parte de la tarde la había pasado en la terraza pintando, acompañada sólo por el pequeño Garfield que cada vez estaba más recuperado. Aunque a veces sentía un cosquilleo en el estómago ante la idea de que Travis apareciera por la puerta, la decisión que había tomado la calmaba. Tal vez no fuera la más correcta en ese momento. Seguramente se estaría equivocando y arrastraría ese error el resto de su vida, pero era lo que ella creía más justo para los tres. Suspiró convencida de la decisión tomada y soltó los pinceles para ir a prepararse una taza de café.

Tras servirse una taza, se acercó removiendo la cucharilla hasta el caballete que estaba en la terraza. Se quedó petrificada cuando llegó al umbral de la cristalera. Rachel paseaba mirando con detenimiento su lienzo. Olimpia tragó saliva, y se mordió el carrillo interno. Tomó aire y cogió fuerzas de donde creía que no tenía.

─Rachel... ¿qué haces aquí?

La mujer la miró y le sonrió amable.

─Pues había venido a recoger a mi marido, y al ver tu estudio abierto, he pensado en hacerte una visita. No te había vuelto a ver desde la cena en tu casa ─la sonrisa de Rachel desapareció dando paso a una mueca que Olimpia no supo identificar─. Me preguntaba cómo estarías, tu hermana me contó que te marchaste unos días a la playa, para despejarte un poco.

─Estoy bien... ─en ese momento, la puerta de la caseta que daba al taller se abrió para dar paso a Travis, que distraído, llamaba a su mujer. Sus miradas se cruzaron y Travis calló al instante. Tras unos segundos, Olimpia carraspeó y rompió el incómodo silencio que los envolvía─. Los bloqueos artísticos tardan en desaparecer.

─Ya... ─Rachel la miró con los ojos entornados─. Supongo que te tendrán despierta hasta altas horas de la madrugada ¿no?

Olimpia asintió nerviosa. Tragó saliva y le dio un sorbo a su café para evitar responder. Rachel la miró de arriba a abajo y luego volvió a mirar el cuadro, señalándolo con una mano.

─¿Este es uno de tus famosos cuadros? ─el tono que usó al hacer la pregunta no gustó a Olimpia, que se quedó en silencio dándole otro sorbo a su café─. ¿Es muy caro?

─Pues no lo sé, eso tendrías que preguntárselo a mi marido. Es él quien hace las ventas... ¿Es que estás interesada en adquirir uno?

Rachel sonrió y se abrazó a su marido que ahora estaba parado a su lado.

─Travis, cariño... ¿te gustaría adquirir un cuadro de Olimpia, y tenerlo en el salón? Así podríamos recordarla después de que se marche de vuelta a Londres, ¿no crees?

Travis miró de hito en hito a las dos mujeres. Parpadeó un par de veces antes de carraspear.

─Creo que debemos marcharnos a casa, se está haciendo tarde, Rachel.

La melodía de it's my life sonaba en ese momento, obligando a Olimpia a entrar de nuevo en busca de su bolso, sin despedirse de la pareja.

─¿Olga? Gracias a dios, eres tú.

Claro, tesoro... ¿a quién más conoces que sea tan adorable y dulce como yo?

Olimpia puso los ojos en blanco mientras esbozaba una sonrisa, olvidándose así del mal rato.

─A nadie, a nadie. Dime... ¿cuándo llegas?

Vaya...te veo más animada. ¿Significa eso que todo está mejor?

Olimpia se mordió el labio inferior y paseó la vista por la habitación.

─Ahm... pues... estoy mejor, sí. Tengo las cosas más claras ─técnicamente no era una mentira, se dijo a sí misma. Lo mejor era no darle muchos detalles a su amiga, para no preocuparla─. ¿Has visto a Nate hoy?

Hoy no... pero George lo vio hace unos días y estaba muy contento... supongo que habría hablado contigo. Por cierto, cariño, ya tengo el billete, llegaré la semana que viene y tengo pensado organizar un viaje de chicas a California ¿qué me dices?

Olimpia suspiró y se pasó por la habitación, buscando a través de las cristaleras averiguar si finalmente Travis y Rachel se habían marchado. Parecía que tenía el camino despejado.

Salió a la terraza.

─Pues... no sé, Olga. Nate me ha enviado la información de la exposición y tengo que tener al menos diez cuadros enviados a Berlín antes del uno de enero...

¿Y cuantos tienes? ─la voz de Olga sonaba distraída.

─Pues...no he terminado el primero ─Olimpia miró con fastidio el cuadro y sintió la sangre hervir al recordar el tono de voz usado por Rachel hablando de su trabajo.

Mira, tesoro...voy a ir a California a relajarme, tú...que estás en tu mundo de artista bohemia y loca de remate, vas a llamar a tu amiguita...esa tan mona, la pelirroja...

─¿Anne?

¡Sí!... porque me dijiste que estaba soltera ¿verdad? ─Olimpia no respondió, y esperó a que Olga continuara con su retahíla mientras preparaba los pinceles de nuevo─. Pues nos vamos a ir las tres a California, ¿me has entendido?

─Olga, ya no estamos en la universidad... somos adultos responsables, no pienso irme de discoteca una noche sí y otra no. Además, ya hice lo que me dijiste, pasé unos días en Florida.

Olimpia escuchó un suspiro por parte de su amiga, sentía que comenzaba a exasperarse.

─¡Escúchame, Olimpia! ─el tono de voz ahora era serio y casi rozando el enfado─. Vamos a irnos de vacaciones porque debes alejarte de Travis ¿me has oído? Tal vez después de la visita de Nathan lo veas todo más claro, y me parece genial. Pero tengo que verte con mis propios ojos ¿me has entendido? Este viaje no es para divertirnos, Olimpia, esto es para poner tus pensamientos en orden.

─Ya tengo mis pensamientos en orden ─Olga suspiró sonoramente─. No me crees ¿verdad?

En una semana estaré ahí, o lo organizas tú o lo organizo yo.

Y, como otras tantas veces que se sentía molesta, Olga colgó el teléfono sin siquiera despedirse. Olimpia negó en silencio mientras se guardaba el Smartphone en el bolsillo del vaquero y continuaba pintando.

Tras un rato, un Whatsapp de Didi le sacaba de su trabajo.

Didi:

Oli, esta noche Max y yo saldremos

a cenar solos ¿podrías encargarte

de Noha? Por favor, no tardes. Gracias.

Olimpia puso los ojos en blanco, sentía que todo el universo confabulaba en su contra, pues o bien pasaban los días sin que nadie le enviara un triste mensaje, o bien, lo hacían todos a la vez, sin dejarla trabajar. Miró la hora y comenzó a recoger todo el estudio. 

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