
21
Esa noche, cuando Noha se hubo dormido, Olimpia bajó al porche para disfrutar de un cigarro a la luz de la luna. Al salir, dio enseguida con Anne, sentada en una butaca al fondo del porche con una cerveza en la mano.
Olimpia se sentó a su lado en silencio. Se podía cortar la tensión que palpitaba entre las dos amigas en ese momento. Aunque sabía que en parte Anne, tenía razón; no le parecía correcto que lo dijera delante de su abuela.
─Anne, ¿por qué lo has hecho?
─¿Hacer el qué? ¿Decir la verdad que no te atreves a aceptar?
Olimpia suspiró dejando caer los hombros antes de encenderse el cigarro que traía.
─¿Por qué lo has hecho? Te lo conté en confianza, no para que lo grites a los cuatro vientos.
Anne se llevó la cerveza a los labios y le dio un sorbo antes de hablar.
─Olimpia, la verdad está muy clara. Sólo tienes que aceptarla y asumir las consecuencias.
─Las cosas no son tan fáciles.
Anne dejó el botellín en el suelo y se encaró a su amiga.
─¿Crees que no lo sé? La vida es difícil Olimpia, y es una mierda cuando todo se tuerce sin previo aviso. Pero no puedes negar lo que sientes, porque eso te destroza. Créeme, sé muy bien de lo que hablo.
Olimpia torció el gesto. No entendía el comportamiento de su amiga, pero sentía que tenía mucho que ver con lo que ella estaba sufriendo. De forma que, olvidándose de ella misma y arriesgándose, se tiró a la piscina.
─Anne, por favor, dime qué demonios te ha pasado. Esta no eres tú.
Anne se giró, dándole la espalda y mirando al horizonte. Bufó.
─No cambies de tema, Oli.
Olimpia suspiró y colocó una mano en el hombro de su amiga.
─Estas sufriendo, todos podemos verlo. Pero si no nos dices qué demonios te pasa, no podré ayudarte.
Anne se giró para volver a encararse. En sus ojos había una tristeza enorme, su boca torcida le daba una expresión que Olimpia no estaba segura de poder descifrar.
─Lo que me pase es asunto mío. ¿Te queda claro? No he pedido tu ayuda, ni la ayuda de nadie. Así que no vuelvas a sacar el dichoso tema.
Mil agujas se clavaron en su corazón al escuchar aquellas palabras cargadas de ira y rabia contra ella. No sabía cómo ayudar a su amiga, y cada vez que trataba de hablar con ella lo empeoraba aún más. Asintió mirando al suelo, y esperó hasta que Anne hubo entrado de nuevo en la casa, dejándola sola con sus pensamientos.
Tras unos minutos, la yaya apareció en silencio y se sentó a su lado, mirando el horizonte. Su olor a crema de manos la relajó. La miró de soslayo, estaba seria, vestida con un camisón de algodón rosa palo, y una bata blanca. Su pelo caía en mechones blancos sobre sus hombros.
─Yaya... ─Olimpia se quedó pensando mientras miraba las estrellas─. ¿Qué le pasa a Anne? Ya no es la misma.
La abuela suspiró.
─No lo sé. Algo la cambió y nadie sabe qué es. Y es una verdadera lástima, hacía una gran pareja con Oliver.
─Ojalá pudiera ayudarla. Aún se quieren, yaya. Si vieras lo que está sufriendo por ella.
─Lo sé, cariño. Sé lo que sufre ese muchacho sin ella, y lo que te gustaría ayudarla. Pero no podemos imponerle nada al corazón.
Olimpia suspiró mirando a la abuela de soslayo. Las palabras de la yaya eran certeras, y algo le decía que se las dedicaba a ella a la par que a su nieta.
─¿Y qué hacer entonces?
─ Debemos descifrar y seguir sus designios. Y en cuanto mi nieta descifre los de su corazón, hará lo correcto. Igual que lo harás tú.
Aquellas últimas palabras se le clavaron como estacas en el corazón. Miró de soslayo a la abuela y esta le sonrió pícara. No había nada que se le pasara por alto a aquella mujer. Aún sin tener que hablarle, ella podía descifrar todos y cada uno de los sentimientos que asolaban a cualquier persona.
Olimpia se levantó y salió de la casa con el Smartphone en la mano, aunque era tarde, necesitaba relajarse y pensar en soledad. Se encendió un cigarrillo y puso rumbo a la playa. Sólo había unos cien o doscientos metros desde la casa de la abuela, por lo que se dispuso a pasear en silencio, tratando de ordenar sus pensamientos bajo la luna.
Tras media hora, el teléfono sonó, sacándola de sus cavilaciones.
─Buenas noches, nena. Espero no haberte despertado.
La voz traviesa de Nate sonaba al otro lado del teléfono, arrancándole una sonrisa fugaz.
─Estoy despierta... ¿qué haces despierto tú? ¿Qué hora es allí?
─Las cinco de la madrugada... pero no podía dormir. Estoy algo inquieto. ¿Estás en la cama?
Olimpia sonrió y se acercó a la orilla, refrescándose los pies que ahora tenía desnudos.
─No, en la playa... dando un paseo.
Una risa suave sonaba al otro lado del auricular.
─Así que... ─la voz de su marido sonaba ahora ronca y traviesa─ ¿estás solita en la playa bajo las estrellas?
─Sí, Nate ─Olimpia sonrió traviesa y se mordió el labio, sabía a dónde quería llegar su marido con esa conversación ─. ¿Y tú? ¿Estás solito también?
─Demasiado, nena... dime ¿qué llevas puesto?
Olimpia puso los ojos en blanco, aquello era una costumbre que no lograba quitarle a Nathan desde que lo conociera. Cada vez que se separaban por algún viaje, ya fuera corto o largo, siempre la llamaba para disfrutar de un poco de sexo telefónico, pero, a pesar de ello, Olimpia no podía negar que disfrutaba de aquellas sesiones.
Miró a su alrededor, la playa estaba a oscuras, pues en la zona donde vivía la yaya no había farolas ni era una zona transitable, por lo que no había nadie que pudiera verla. Olimpia sonrió y pensó que no le vendría mal tener un poco de intimidad, aunque fuera de esa extraña manera con su marido.
─Mi vestido de playa y unas braguitas de encaje ─la voz de Olimpia sonó casi en un susurro, sabiendo que aquello lo excitaría.
─¿En serio?... ¿Sabes lo que te haría ahora mismo? ─Olimpia sonrió traviesa, se tumbó en la arena de la playa, esperando a que su marido continuara─. Ahora mismo, metería una mano en tus braguitas, buscando eso que siempre tienes para darme... mientras con la otra, liberaría tu pezón izquierdo... ─Olimpia cerró los ojos y dejó que su imaginación volase, con las palabras que su marido le regalaba. Aunque al principio siempre le resultaba gracioso y las primeras veces que trataron de hacerlo terminaba desternillándose, había aprendido poco a poco a disfrutar de aquellas llamadas.
─Sigue... ─susurró casi en un gemido, sabiendo que aquello excitaría a su marido.
Olimpia comenzó a imaginar todo lo que le contaba Nathan. sentía el tacto de unas manos fuertes sobre su piel, unos labios cálidos le arrancaban un beso tierno justo antes de invadir su boca y aumentar salvajemente la intensidad. Podía sentir cada uno de los besos y mordiscos que, haciendo un camino, bajaban desde su clavícula hasta su pezón. La respiración de la mujer aumentaba, igual que el ritmo de su corazón. Sin poder evitarlo, una mano bajó y se coló por entre su ropa, recreando los movimientos y sensaciones que Nathan le estaba relatando, suave y lentamente.
Olimpia gimió, al sentir que sus terminaciones nerviosas proclamaban la llegada de un orgasmo. En el momento del clímax, en la mente de Olimpia sólo había unos ojos azules que la miraban con deseo contenido, unos labios gruesos que gemían a la par de ella coronados por un precioso lunar estratégicamente colocado para hacerla suspirar. En ese momento, Nathan gemía a coro con ella, indicando que el orgasmo les había llegado a los dos a la par, aun estando separados a más de un océano de distancia.
─Nena... ─Olimpia abrió los ojos asustada y miró a su alrededor, seguía sola con el teléfono pegado a su oreja─. Ha sido increíble, nunca te había escuchado tan excitada por teléfono.
La mujer se sonrojó, aunque aquel era su marido, y lo que habían hecho era ya una costumbre, siempre le avergonzaba un poco. Pero en aquel momento, no sentía que fuera por lo que había hecho por lo que se avergonzara. Había sentido aquel placer que aún palpitaba entre sus piernas pensando en Travis y no en Nathan. La culpa volvía a caer sobre ella.
─Nena, ¿estás ahí? ─Olimpia zarandeó la cabeza para expulsar la imagen de Travis sobre su piel y volver a retomar la conversación con su marido.
─Estoy aquí, Nate... estoy aquí.
─Te echo de menos ─aquellas cuatro palabras la destrozaron por dentro. Sentía que estaba engañando de nuevo a su marido, aunque esta vez fuera solo de pensamiento. Siguió hablando un rato más, de cómo iban las cosas por Londres, el museo, la galería, además de hablar de su próxima exposición para la que Olimpia ya tenía un cuadro casi terminado.
Anne y Olimpia no habían vuelto a hablarse en los dos últimos días antes de marcharse de casa de la yaya Miri. Llevaban una hora de trayecto y Anne conducía el Dacia que se había comprado hacía sólo unos meses, aún olía a coche nuevo. Noha dormía plácidamente en la sillita de seguridad en la parte trasera, mientras Garfield lo miraba bostezando desde su jaula de transporte a su lado. Olimpia miraba por la ventana entretenida. Un silencio tenso inundaba la pequeña estancia.
Olimpia carraspeó, y miró de soslayo a su amiga.
─¿Qué? ─Anne preguntó molesta.
─Nada... ─Olimpia se miró uno de los tatuajes de su mano derecha mientras lo acariciaba─. Pero no me gusta que estemos enfadadas.
─Tú querías mi opinión, y yo te la he dado. Ahora haz lo que creas mejor.
─Anne, por favor... ─la pelirroja se quedó en silencio, apretando los labios fuertemente. Olimpia la observó, sabía que algo se estaba guardando, algo que seguramente quería contarle, pero no se atrevía─. Siempre podrás contar conmigo, Anne. Sea lo que sea, yo estaré aquí. Eres como una hermana para mí.
Olimpia volvió a mirar por la ventana en silencio, pero tras unos instantes, la mano cálida y suave de su amiga se posó sobre las suyas.
─Lo sé, Olimpia. Pero aún no es el momento. No estoy preparada. Pero en cuanto lo esté, en cuanto me aclare, prometo que te lo contaré. Sé que siempre me apoyarás.
Olimpia le sonrió, y pudo ver en sus labios otra sonrisa sincera.
─¿De verdad crees que debería divorciarme? ─Anne asintió─. No estoy segura de lo que siento por ninguno de los dos, Anne... ¿y si me precipito al tomar esa decisión?
La pelirroja se encogió de hombros, y torció el gesto en una mueca que daba a entender a Olimpia que lo que iba a decir no era la decisión que su amiga tomaría.
─Si no estás segura de qué hacer. Acepta la opción de Travis.
─No te estoy entendiendo.
Anne suspiró.
─Mira, es muy sencillo. No es que esté de acuerdo, pero si no estás segura... vuelve con Travis pero ve despacio.
─Anne, de verdad, si vuelvo con Travis sin dejar a Nathan, le estoy engañando igualmente. Y no es eso lo que quiero.
Anne negó con la cabeza, giró el coche y paró en el arcén. Suspiró y se giró encarándose a su amiga.
─Por dios Olimpia, eres muy lista para algunas cosas, pero para estas siempre has sido un desastre. Escúchame, dale la oportunidad a Travis, y ve poco a poco. Te acostaste con él y te sientes fatal por ello ¿verdad? ─Olimpia sintió─ Pues no te acuestes con él, no lo beses, no lo abraces.
─¿Y cómo voy a darle la oportunidad sin realmente no estoy volviendo con él?
─Y yo que sé. Te estoy dando una opción, no la panacea ─se encogió de hombros─. Lo que digo, es que te dejes llevar. Quieres a los dos, pero sólo amas a uno de ellos. Descubre a quien. Con Nate has pasado los últimos cinco años de tu vida, sabes lo que hay y a qué atenerte con él. Descubre lo que sientes cuando estás con Travis. Si es más fuerte que lo que te impulsa a seguir con tu marido... ya tienes la respuesta.
Anne le sonrió y volvió a encender el motor para ponerse en marcha y llegar de nuevo a casa. Mientras, la cabeza de Olimpia daba vueltas sin parar a lo que le había dicho su amiga. Aquello no tenía mucho sentido, ¿cómo podía darle la oportunidad a Travis sin engañar a su marido? Se mordió el labio, tal vez...
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