20
Olimpia se paseaba tranquila por la casa de la vieja Yaya Miri, en la que llevaba ya cuatro días, mirando todos y cada uno de aquellos rincones que le traían siempre recuerdos y olores de un pasado feliz. Se acercó la mesa del comedor que la abuela tenía llena de marcos de fotos, de todos y cada uno de los miembros de la familia. Uno en concreto le llamó la atención, el marco era sencillo, de plata y la foto, le arrancó una sonrisa y una lágrima nostálgica.
En aquel portafotos, Diana, Anne y ella, con sus dieciocho años, sentadas en las escaleras del porche sonreían las unas a las otras. El abuelo sentado en su butaca con su pipa justo detrás de ellas, y la abuela bajando con una deliciosa tarta de zanahoria.
Al pensar en la tarta se le hizo la boca agua, no había nadie como la yaya que cocinara mejor una tarta como aquella. Cogió el marco y se acercó a la ventana, para poder así, con la luz de la mañana, ver mejor los detalles. Anne sonreía con las mejillas sonrojadas, recordaba bien el por qué su amiga estaba así, era Oliver quien las fotografiaba aquella tarde. Diana la miraba con otra sonrisa, pero le estaba hablando y le acercaba la mano al hombro para empujarla con diversión. La abuela les regañaba bajando por las escaleras por no estar quietas y dejar que el pobre Oliver les hiciera una buena foto para ella poder ponerla con las demás. Ella, sin embargo, miraba a la lejanía, sonriendo dulce a Travis, que recordaba en aquel momento montado sobre su moto sonriéndole travieso con el labio roto.
─Aquel fue un bonito verano, si mal no recuerdo.
La yaya le hablaba suave y dulce desde la puerta de la cocina con una taza de café recién hecho en las manos.
─Si, yaya. Fue un verano inolvidable ─Olimpia volvió a sonreír triste mirando la foto ─. Ojalá pudiéramos volver, ¿no crees?
Olimpia levantó la mirada y miró bien cada una de las arrugas de la vieja abuela, sus ojos cansados y tristes, su pelo blanco siempre recogido en un moño bajo en su nuca, su vestido de flores veraniego había dejado de ser colorido para pasar a uno negro y apagado. Todo se había vuelto triste y oscuro en aquella casa desde que el abuelo falleciera años atrás.
─Si, cariño. Pero eso no es posible, vamos a la cocina. Desayunemos juntas.
Olimpia sonrió arrugando la nariz, y dejó el marco donde lo había cogido, junto al resto de recuerdos felices y llenos de color que la abuela tenía allí. Suspiró y la siguió hasta sentarse en la mesa de la cocina.
─Olimpia, pequeña... ¿Cuánto haces que estás casada?
─Cinco años, yaya.
─¿Sabes que yo aún no he visto ninguna foto de tu boda? ─la abuela levantó una ceja y le sonrió con un leve reproche. Olimpia fue a buscar su Smartphone. La abuela era así, para ella, una mujer debía vestir con faldas y tacones, y siempre debía mostrar sus fotos de boda.
─Tengo aquí algunas, yaya.
Olimpia abrió la galería de imágenes y paseándose por ellas, dio con unas cuantas fotos de su boda. Le pasó el móvil a la abuela mientras ésta se colocaba las gafas que le colgaban del cuello y fruncía el ceño haciendo un esfuerzo para enfocar la vista.
─¿Este es tu marido? ─dijo mientras señalaba la pantalla, Olimpia asintió─. Es muy apuesto y guapo.
─Si, Nathan es maravilloso, yaya.
Una punzada de dolor se clavó en su corazón ante el recuerdo de aquel día. Olimpia siguió pasando fotos de la boda, mientras le explicaba a la mujer quien aparecía y qué hacían en ese momento.
─¿Dónde está tu hermana? Veo mucha gente, pero no está ella.
─Didi no estuvo en mi boda ─Olimpia se encogió de hombros, pero al sentir la mirada reprobatoria de la yaya continuó hablando─. No estaba de acuerdo con mi decisión de volver a Londres y casarme.
En ese momento, la puerta principal se abrió, dando paso al torbellino de Noha seguido de la sonrisa de Anne.
─Ya estamos aquí, yaya ─gritaba el pequeño mientras se abrazaba a las faldas de la abuela y dejaba caer su cabecita─. Me he bañado en la playa y he visto un pez así de grande ─Noha abrió los brazos todo lo que pudo y sonrió orgulloso a las mujeres que sentadas lo miraban.
Anne, entró detrás de él y dejó la bolsa de la playa sobre la encimera de la cocina.
─¿Qué hacéis? ─preguntó mirando curiosa a la mesa.
─Estábamos viendo las fotos de la boda de Olimpia, mira Anne, aquí sales tú ─la pelirroja se acercó y se sentó junto a su abuela. Su rostro cambió y se le ensombrecieron los ojos verdes─. ¿Por qué te pones así, niña? Estás preciosa y Oliver también está muy guapo.
─¿Podemos pasar a otra foto?
Olimpia asintió y pasó a la siguiente, un primer plano de ella y Nathan abrazados mirándose el uno al otro.
─¡Vaya! Estabas preciosa ese día, Oli ─dijo Anne mientras miraba fascinada el precioso recogido que tenía su amiga.
─Si, pero... ¿por qué estabas tan triste, pequeña?
La yaya Miri levantó la cabeza y la miró a los ojos seria, esperando la respuesta. Olimpia tragó saliva.
─Noha, cariño, ¿por qué no vas a jugar con Garfield? Está en el jardín, vamos.
─¡Si! ─Noha salió corriendo con alegría, dejando a las tres mujeres mirarse en silencio.
─No estaba triste, yaya.
La abuela bufó antes de bajarse las gafas y mirarla por encima de ellas, esperando que dejara de mentirle.
─Olimpia, el día de tu boda debía ser el día más feliz de tu vida, y en todas las fotos estás triste. Y aún tiene la misma tristeza, puedo verlo en tus ojos.
Olimpia suspiró y se llevó las manos a la cabeza, echando hacia atrás su melena negra. Desvió la mirada hacia Anne, y ésta asintió, dándole la razón a la abuela.
─Yo... no me casé enamorada, yaya.
─Y ¿entonces? ¿Por qué te casaste?
Olimpia se encogió de hombros mirando a su amiga, pues ella sabía el motivo.
─Pero, ahora quiero a mi marido, yaya. Soy feliz con él.
Anne bufó sonoramente, mostrando su disgusto.
─Cariño, ¿estás segura que eres completamente feliz?
Olimpia asintió y forzó una sonrisa. Claro que no era completamente feliz con su marido. Se casó con él por despecho y enamorada de Travis. Y, aunque creía que se había olvidado por completo de él, y había encontrado la felicidad en el cariño y la ternura que había aprendido a tenerle a Nathan; se había dado cuenta que no era suficiente, en el primer momento que pisó Waycross a su vuelta, hacía ahora un par de meses.
─No mientas Olimpia, no eres feliz con Nathan. Sólo serás feliz con Travis y lo sabes muy bien. ¿Por qué demonios te niegas a la verdad?
Olimpia la taladró con la mirada y cerró la boca en una delgada línea apretando los labios, tratando de no decir ninguna ordinariez a su amiga que la atacaba de aquella manera.
─Cariño ─la yaya Miri le puso una mano delicadamente sobre una de las suyas y la miraba con dulzura─. No sé qué pasó, ni que es lo que pasa ahora en tu matrimonio. Pero uno se casa para ser feliz. si el amor se ha terminado, o simplemente, no ha nacido, es mejor terminar con ese matrimonio. Por ti y por tu marido.
Olimpia se levantó violentamente y se abrazó a sí misma mientras se paseaba por la cocina. Estaba furiosa con Anne, por hablar más de la cuenta. Con ella, por contarle lo que había pasado y lo que Travis le había propuesto días atrás, antes de llegar a Jacksonville. Miró a la abuela cansada.
─Yaya, estoy bien. Mi matrimonio está bien. Soy muy feliz, de verdad.
─Y si tan feliz eres, ¿por qué te acostaste con Travis?
Olimpia abrió los ojos de par en par, sentía las mejillas encenderse por la vergüenza. Se tapó el rostro dejando escapar unas lágrimas entre los dedos. Anne no podía estar preguntado aquello delante de la abuela.
─¡Anne! Por favor, no te he educado para comportarte así ─la yaya la miraba seria elevando la voz.
Olimpia volvió a sentarse con el rostro tapado aún con las manos.
─¡No sé para qué te he contado nada! ─la miró directamente a los ojos. Deseaba poder darle una bofetada a su amiga allí mismo. Aquello era una confesión y ella lo estaba aireando como si de cualquier cosa se tratara.
─Me lo has contado porque somos amigas, Oli. Porque querías una opinión sincera. Y mi opinión es que termines con la farsa de tu matrimonio, y vuelvas con Travis.
El corazón de Olimpia iba a mil, muchos sentimientos se arremolinaban en su pecho, podría dejarlo todo y volver con Travis, o podría dejar a Travis y volver a casa con Nathan. Si volvía, tal vez no llegara a ser completamente feliz con él, pero no perdería nada de lo que había conseguido. Si se quedaba con Travis, volverían a ser uno, se amarían como nunca lo habían podido hacer, pero entonces...
─No es tan fácil, Anne.
─¿Qué no es tan fácil? Por favor, Olimpia. Es lo más fácil del mundo. Sólo tienes que firmar los papeles del divorcio y ser feliz. ¿Cómo que no es tan fácil? ─Anne se levantó de la silla gritando y con las manos en alto, exasperada.
─Pequeña, por favor, me estáis haciendo un lío entre las dos ─la abuela las miraba con las manos en alto tratando de pedir tranquilidad─. Olimpia, ¿has engañado a tu marido?
─Si, abuela. Lo ha engañado, se acostó con otro hombre.
Olimpia asintió dándole la razón a Anne, desviando la mirada avergonzada. La yaya Miri era una mujer chapada a la antigua, y aquello que ella había hecho era una de las peores cosas que una mujer podía hacer para la abuela, convirtiéndola en un ser despreciable a sus ojos.
La abuela suspiró y le acarició el hombro.
─Pequeña, amas al hombre con quien lo has engañado.
─Más que a mi vida, yaya... ─Olimpia se sorprendió al escucharse decir aquellas palabras─, pero también quiero a mi marido.
La pelirroja puso los ojos en blanco y la yaya suspiró dejándose caer sobre el respaldar de su silla.
─No sé qué decirte, pequeña. Ya sabes lo que pienso del...
─Si, abuela ─interrumpió Anne─, todos sabemos lo que piensas del matrimonio. Pero Oli está enamorada de Travis. Siempre ha sido así, y él la quiere.
La abuela miró con gravedad a Olimpia.
─En ese caso, lo mejor es que te aclares, jovencita. No puedes tener a tu marido engañado. Si no lo quieres déjalo, pero no lo engañes.
Olimpia asintió y miró enfadada a su amiga, antes de levantarse y salir de aquel lugar. Debía hablar con Anne.
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