2
Los stilettos que había elegido para aquella noche le destrozaban los pies lentamente. Olimpia no veía el momento de deshacerse de ellos, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si por ella hubiera sido ni siquiera hubiera pasado el umbral de la entrada; pero se lo debía a Nate. Tanto estar allí como el sacrificio de aquellos tacones, por no mencionar el vestido. Sonrió ante el recuerdo.
─ Me pone mucho ver tus tatuajes y con este vestido los muestras casi todos.
Eso era lo que le había dicho antes de besarla y mientras le entregaba el conjunto que Olimpia llevaba sufriendo toda la noche. No podía negarse a llevarlo, ya que su marido se había estado esforzando mucho para conseguir los pocos compradores que asistían a la subasta de su última colección.
La mujer miraba a su alrededor, snobs hasta arriba de dinero, marchantes de arte, críticos, periodistas, gerentes de museos y algún que otro ferviente seguidor se paseaban por la galería propiedad de la pareja. Algunos miraban, otros analizaban y los que Olimpia creía que eran más normales, se dedicaban a hablar entre ellos. Suspiró cansada, las exposiciones no estaban hechas para ella.
Localizó a Nathan con la mirada hablando con un señor elegantemente vestido pero que mostraba los estragos del sudor en su calvicie. Los focos, unidos al calor que desprendían los cuerpos de aquellas personas en la pequeña galería, se estaba cobrando en aquel hombre un precio muy alto.
Nate sintió como los ojos verdes que lo enamoraron años atrás lo observaban, sonrió al caballero antes de despedirse de él y acercarse a la mujer del precioso vestido burdeos con enormes tatuajes por todo el cuerpo.
─ ¿Te diviertes? ─ preguntó mientras atraía hacia él a Olimpia por la cintura.
─ Sabes que esto me aburre ─Olimpia se acercó a su oído y bajó el tono de voz hasta llegar a ser un susurro que sólo Nate pudiera oír─...además, estos zapatos me están matando, y no quisiera incomodarte con el tema del vestido.
─Creo que puedo solucionar todas y cada una de tus quejas ─la voz de Nate era ahora ronca y cargada de lujuria.
Olimpia le sonrió traviesa mientras se dejaba guiar hasta el despacho que tenían en la parte alta de la galería. El hombre cerró la puerta sin quitarle los ojos a Olimpia. Ésta se paseó sensualmente por el despacho rodeando la mesa central, sabedora de que estaba siendo observada. La mesa estaba cubierta de papeles y útiles de escritura, una hoja llamó la atención de la chica. No le dio tiempo a leer lo que en ella ponía cuando unas manos suaves y masculinas le quitaron lentamente el papel.
─ No más trabajo por hoy. Es tu noche, mi vida. Hoy sólo habrá placer para ti.
Olimpia levantó una ceja y paseó traviesa la yema de sus dedos por la corbata granate de Nate subiendo hasta llegar al nudo, para deshacerlo lentamente. Los ojos color miel del hombre se oscurecían por la lujuria que lo invadía y amenazaba con nublarle la razón. Acarició los hombros de la mujer, provocando con ello un escalofrío; la atrajo hacia él y posó un beso suave en sus labios. Buscó invadir la boca de Olimpia con su lengua; deseaba el calor y la ternura que ella sólo tenía para él. No tardó en ver cumplido su deseo cuando la intensidad del beso subió.
─ ¿Cuánto hace que no te hago el amor en esta mesa?
Olimpia se sorprendió ante la pregunta de su compañero.
─ Nunca lo hemos hecho aquí ─ sonrió.
─ Ya va siendo hora de darle un buen uso a este despacho.
Nathan, de un solo movimiento salvaje, tiró al suelo todo lo que había en la mesa, provocando una carcajada en la mujer que tenía a su lado. La elevó y mientras la besaba trató de desanudar el lazo que pasaba por detrás del cuello de la mujer.
La mujer enterró sus dedos en el pelo ondulado de Nathan y dejó que la acariciara y la mordiera. Su vestido cayó hasta su cintura dejando al descubierto sus pechos; Olimpia se sorprendió ante la agilidad de su marido.
Ante el precioso espectáculo que tenía ante sus ojos, el hombre no pudo más que dar rienda suelta a su pasión. Una sola embestida bastó para invadir el cuerpo por el que todas las noches suspiraba. Olimpia gimió de placer en su oído y lo rodeó con las piernas para acercarlo aún más a ella.
Pero aquel rato de pasión duró menos de lo esperado. Sin previo aviso, la puerta del despacho se abrió y el rostro cándido e inocente de la nueva becaria que Nate tenía en la galería los sorprendió.
La chica se sonrojó y torpemente trató de salir del despacho. Nathan la taladraba con la mirada y Olimpia se limitó a abrazarse a su marido para que al menos aquella chica no viera todos y cada uno de sus tatuajes.
─Yo... lo siento. No sabía... ─ La muchacha salió del despacho dando un portazo. Desde el otro lado y con la voz aún temblorosa terminó de hablar ─. La subasta comenzará en unos minutos. Lo siento, de verdad.
Olimpia comenzó a reírse de la situación. Nathan la miró molesto.
─ Voy a despedir a esa cría.
─ Tranquilo. Vamos, la subasta no puede empezar sin tí.
La subasta se celebraba en una sala anexa a la galería. Eran pasada las nueve y todos los asistentes estaban ya tomando asientos. A un lado de la puerta estaba Olga abrazada a George.
─ Estáis aquí, ¿queréis tomar algo?
Olimpia les señaló con la cabeza la zona que habían habilitado con unos camareros, donde servían el champagne y el vino. El trío se fue acercando.
─ No entiendo por qué nunca asistes a las subastas. Son tus obras ─. Preguntaba George mientras recogía el Martini que el camarero le estaba sirviendo.
─ Pues porque asisten amigos de Nathan y su familia, y si estoy yo, se sentirán obligados a comprar alguna obra. Eso hace que me sienta mal.
─ ¿Qué más te da? Los amigos de Nate están forrados, pueden permitirse pagar tus obras.
Olimpia puso los ojos en blanco ante el comentario de Olga.
─ Chicos, la subasta es lo último del día y lo que más tiempo lleva. ¿Queréis pillar un uber y terminamos la fiesta en mi casa?
Nathan salía del baño con una toalla blanca alrededor de la cintura. El pelo aún húmedo goteaba sobre sus hombros, se acercó al refrigerador para coger una manzana mientras miraba a Olimpia.
─ ¿Qué lees? ¿La crítica de la exposición?
Olimpia no respondió, estaba sentada en la mesa del comedor, tapada con un albornoz blanco y un café en la mano. Releía de nuevo la crítica a su último trabajo en las páginas del London Art. No eran precisamente buenas.
─ Dicen que mi último trabajo es aceptable, pero que no está a la altura de lo que he sido.
Suspiró frustrada. Nate se sentó a su lado y le quitó el periódico para leer por él mismo.
─ Oye, eres la mejor. No debes molestarte por lo que unos cuantos imbéciles que no diferencian un Van Gogh de un Picasso puedan decir de tu trabajo.
Olimpia dejó caer sus hombros y miró triste a los ojos miel de Nathan.
─ Necesito vacaciones. Por favor.
─ Por supuesto, tienes los billetes que te regalé ¿no? Elige un destino y nos vamos mañana mismo.
Olimpia se incorporó y buscó el regazo de Nathan para sentarse y abrazarse a él. Siempre conseguía lo que quería si se lo pedía de la forma adecuada. Lo miró como si de un cordero camino del matadero se tratara. Se mordió el labio inferior y suspiró antes de hablar.
─ Cariño, necesito estar sola. Unas vacaciones de todo, y eso te incluye a tí.
El rostro del hombre se tornó serio y sus ojos hasta ese momento despiertos, se mostraron apagados.
─ ¿De mí? Pero... ¿por qué?
Olimpia le sonrió y acunó su rostro entre sus manos. Le regaló un beso tierno en los labios que Nate recibió como agua de mayo.
─ Estoy bloqueada. Llevo tiempo así, me he perdido Nathan. Necesito volver a encontrarme y recuperar mi pasión por pintar. Todo lo que consigo son obras aceptables, cuando antes eran brillantes.
─ Olimpia tu trabajo es brillante ¿sabes cuánto conseguimos en la subasta de anoche? Más de diez mil libras con tan sólo seis cuadros.
─ Cielo, por favor. No es por el dinero que nos dan mis obras, es por mí. Ya no siento nada cuando pinto. Lo hago porque tengo que hacerlo, porque es lo que me da de comer; cuando antes... antes pintaba porque lo necesitaba. Respiraba pintura por mis poros y ahora no. Necesito volver a sentirme viva delante de un cuadro Nathan.
Nate miró el colgante que prendía del cuello de Olimpia. Apoyó su frente en la barbilla de la mujer. Y dejó pasar unos instantes mientras meditaba. Sabía que tenía razón, desde Nueva York, desde que tocara techo allí, algo había cambiado y ya no era la misma.
─ ¿Y cómo piensas recuperar la pasión?
─ Quisiera volver a casa una temporada. Volver al principio. Encontrarme de nuevo a mí misma allí.
─ ¿Por qué no puedo acompañarte?
Olimpia buscó los ojos casi anegados de lágrimas de su marido.
─ Porque es algo que debo hacer sola. Además, tú tienes mucho trabajo en el museo y en la galería.
Nate asintió resignado.
─ ¿Cuánto tiempo?
La chica se encogió de hombros.
─ No lo sé, seis o siete meses. Me gustaría pasar las navidades en mi casa.
─ Estaríamos hablando que volverás por febrero o marzo. En enero había concertado una nueva exposición en Berlín y para primeros de diciembre el diseño de los decorados para una reposición del Moulang Rouge en Paris, quieren que lo hagas tú ─ Olimpia puso los ojos en blanco y se levantó molesta ─. Tranquila, hablaré para cancelar lo de los decorados. Pero la exposición, tesoro es Berlín. Estamos hablando de volver al terreno internacional.
Olimpia se llevó los dedos a la sien para hacer presión y tratar de pensar un poco. Nathan tenía razón, sería una exposición internacional y si lo hacía bien podría relanzarse de nuevo tras dos años de silencio. Se mordió el carrillo interno.
─Está bien, haremos la exposición en Berlín. Pero la enviaré desde Estados Unidos. No pasarán filtro ninguno. Tal y como las pinten serán expuestas.
Nathan se abrazó a Olimpia regalándole un sonoro beso en la mejilla.
─Te quiero mi vida. Esto te relanzará. Encontrarás las musas de nuevo, estoy seguro. ¿Cuándo quieres marcharte?
─Esta semana ─Olimpia miró traviesa a su marido─. Por cierto, una chica muy mala nos interrumpió anoche mientras tú y yo probábamos la mesa de tu despacho...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro