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19


Diana se desmaquillaba mientras era observada por su marido desde la cama. Le sonrió traviesa cuando se tumbó a su lado, pero la expresión de Max seguía siendo seria.

─Max, ¿qué sucede?

El hombre chasqueó la lengua y se sentó para poder hablar con ella.

─¿Por qué demonios invitaste a Rachel a cenar?

Los ojos de Diana se abrieron de par en par.

─Cielito son nuestros amigos.

Max suspiró a la vez que ponía los ojos en blanco.

─Diana, es que... ¿no te das cuenta?

Diana tragó saliva.

─¿Darme cuenta de qué?

Max la miró incrédulo.

─Pues de lo incómodo de la situación ─se recostó en la cama haciendo un mohín.

─Tienes razón ─susurró avergonzada─, ha sido muy incómodo, pero es que... está Nathan aquí. La verdad es que no pensé...

─Ese es el problema Didi, últimamente no piensas.

─¿Y qué querías que hiciera? ─Diana miró a su marido enfadada. Sentía la sangre hervir y subir hasta su rostro─. Rachel estaba aquí y es mi amiga...

─¡Olimpia es tu hermana! ─la interrumpió casi en un grito.

Ambos se quedaron mirándose en silencio unos largos segundos. Max trataba de relajar su respiración agitada por la frustración de saber que su mujer no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor.

─Didi, cielo ─la estrechó contras su pecho para seguir susurrándole casi al oído─. Siento haberte gritado, pero...

La mujer se deshizo de los brazos de su marido y lo miró a los ojos enfadada.

─¿Pero qué, Max? ¿Qué quieres que haga? Mi hermana se marchó, me abandonó hace cinco años sin preguntarme cómo me sentía, ¿ahora que ha vuelto tengo que estar pendiente a ella? ─el hombre la miraba sin dar crédito a lo que oía─. Ya es mayorcita para cuidarse sola. Así que, más le vale olvidarse de Travis de una vez por todas, porque ese que está ahora mismo durmiendo con ella es su marido.

Max negó cansado con la cabeza, se disculpó con un beso casto en la frente de su mujer y se dio media vuelta para tratar de conciliar el sueño.

Travis repasaba tranquilamente las cuentas del taller del mes de Julio, sentado en la que antes era la oficina de Daniel. Era cuatro de agosto y debía dejar listas las cuentas antes del día siguiente para entregarlas a su contable. El negocio iba mejor de lo que él pensaba; desde que lo había adquirido hacía ya cuatro largos años, le había estado dedicando la mayor parte de su tiempo, olvidándose así de su pasión por las motos. Suspiró fuerte al recordar su vieja Kawasaki que ahora dormía bajo una funda protectora en un rincón del taller.

Miró de reojo a Rachel que leía tranquila en el pequeño sofá de cuero negro que tenía allí para las visitas que debían esperar en las reparaciones rápidas. Encendió un cigarro mientras la miraba atento.

─¿Qué me miras con tanta concentración? ─la mujer le regaló una sonrisa antes de levantarse coqueta y dejarse caer en su mesa, justo a su lado.

Travis se reclinó sobre el respaldar, suspirando cansado. Aunque no la quería, no podía negar que siempre había sido una mujer muy atractiva y sensual.

─Estaba pensando ─desvió la mirada y buscó su paquete de cigarrillos en su bolsillo.

─Y... ¿qué clase de pensamientos eran? ─la voz de su esposa era ahora ronca y traviesa. Travis puso los ojos en blanco; no quería seguirle el juego, al menos, no desde que pasó la noche con Olimpia y decidió que ella sería ahora su vida.

─Pensaba... ─torció el gesto y se levantó de su sillón, alejándose de ella─. Pensaba, que hacía mucho que no salgo de ruta con la moto. Creo que... desde antes de casarnos.

Miró de soslayo a su esposa, tratando de descifrar su expresión, pero no parecía inmutarse.

─¿La echas de menos? ─el corazón de Travis pareció pararse en ese instante─. A la moto, ¿tanto la extrañas?

El mecánico parpadeó un par de veces para recuperar la compostura, carraspeó antes de responder.

─Si, la verdad es que sí.

─¿Y por qué no contratas a alguien? Siempre estás aquí tú solo ─Rachel se acercó a él, colocando las manos en su pecho y contoneándose sensual─. Si contratas a alguien... podrías dedicar más tiempo a otras cosas, no sé si me entiendes.

Travis levantó una ceja. Claro que la entendía, pero no era con ella con quien deseaba pasar ese tiempo libre. Sonrió malévolo a su mujer, y con delicadeza se separó de ella.

─¿Sabes? Tienes razón, contrataré a alguien. Ya es hora de que vuelva a sacar a pasear mis pasiones ─Rachel sonrió traviesa y trató de abrazarlo, pero Travis volvió a zafarse de ella, esta vez con menos delicadeza─. Voy a trabajar un poco en el taller.

Y sin volver la vista atrás, Travis salió del despacho dejando a su mujer sola y seguramente molesta por el desplante. Estaba claro que deseaba algo que él no estaba dispuesto a volver a darle.

Un Whatsapp entrante, que fue eliminado en el momento en que Travis lo leyó, lo sacó de sus pensamientos.


***

Hacía muchos años que no volvía a aquel sacro lugar. Hacía un buen día, y eso la entristecía aun más. Pues le recordaba que la vida seguía y que, el vacío de no tenerla a su lado seguía ocupando un lugar muy grande en su corazón.

Se pasó por el cementerio de Waycross, tranquilamente. Recreándose en todos y cada uno de los rincones, lo conocía de memoria a pesar del tiempo que había pasado sin pisar aquellos caminos de gravilla y césped.

Se abrazó a sí misma, al pasar por delante de un viejo panteón de mármol blanco. Un enorme ángel cubierto por una inmaculada túnica de mármol ocultaba su rostro, sujetando entre sus manos una enorme espada de metal pulido. Se paró frente por frente de la entrada al panteón, observando la estatua con una sonrisa torcida en los labios.

─Has visto demasiadas cosas, ángel caído ─dijo fanfarrona antes de continuar su camino, rememorando muchos recuerdos que aquella estatúa había presenciado.

Tras un paseo que Olimpia trató de alargar, terminó frente a la lápida que andaba buscando. Una sencilla y elegante, con el nombre de su madre grabado en ella y tres rosas frescas colocadas en el pequeño jarrón. La mujer sonrió triste ante aquella visión; su padre seguía pasando casi a diario para cambiar las flores. Una rosa roja y dos blancas. Suspiró, y se sentó apoyando la espalda en la parte trasera de la lápida, mirando al horizonte.

No era capaz de mirarla de frente, había pasado tanto tiempo sin volver allí, que sentía vergüenza. Rio ante la ironía que era aquella situación.

─¿No es gracioso, mamá?... tú llevas más de veinte años muerta y a mí me da vergüenza venir a visitarte después de cinco. Menuda estupidez, ¿no crees? ─Olimpia sacó un cigarro de su bolso y lo encendió soltando el humo violentamente─. Cómo si pudieras regañarme por no venir.

Olimpia dejó pasar unos minutos hasta terminarse el cigarrillo. Aunque nunca lo decía abiertamente, la imagen de su madre siempre la acompañaba allí donde iba.

─Te he extrañado mucho, mamá... Sé que es lo que siempre digo cuando vengo, pero... es la verdad. Me haces falta, aún después de tantos años y de haber hecho mi vida, te necesito ─un nudo se agarró a la garganta de la mujer, haciendo que aquellas palabras salieran en un hilo de voz apenas perceptible─. ¿Qué voy a hacer, mamá? Todo ha cambiado tanto, mi vida es un desastre.

Olimpia se derrumbó en ese momento, dejando que un llanto desconsolado hiciera acopio de su voluntad. Se abrazó a sus rodillas y se dejó arrastrar por la tristeza y la desesperación. Pasados unos minutos, en los que sentía que se había quitado parte del peso que soportaban sus hombros continuó hablando.

─Soy un desastre, mamá. Mi vida no es más que una mentira de colores sobre un lienzo que yo misma he pintado, y de tanto pintar me he creído. ¿Qué voy a hacer? ─Olimpia se llevó una mano a la sien y tras presionarla con los dedos, se limpió el resto de lágrimas con el dorso de la mano. Sorbió por la nariz justo antes de encenderse un segundo cigarrillo.

─Sí, lo sé. Este vicio es asqueroso y es irónico que obligase a Travis a dejarlo, cuando ahora soy yo la que fuma como un carretero ─sonrió─. Travis... ha sido el amor de mi vida ¿sabes, mamá?... Claro que lo sabes, lo has conocido... me ha acompañado hasta aquí muchísimas veces. A papá le caía bien, seguro que a ti también... con Nate, en cambio... la cosa cambió. A pesar de ser un gran partido, como decía Didi, creo que papá no quería que me casara con él ─suspiró exhalando el humo de la última calada lentamente─. Lo quiero mamá, quiero Nathan, de verdad. Pero, lo que siento por Travis es aún más fuerte... y eso me da mucho miedo ─Olimpia se llevó una mano a la cabeza, metiendo los dedos entre el pelo─. ¿Por qué las cosas tienen que ser tan jodidamente difíciles?

─No tienen por qué serlo, mi vida.

Olimpia se giró, mirando por encima de la lápida hacia el lugar del que procedía la voz que le hablaba suavemente. Se levantó, sin poder despegar sus ojos de los azules de Travis.

El viejo motero la miraba con una sonrisa torcida y triste, con los brazos ligeramente abiertos, invitándola a cobijarse en su abrazo. La mujer negó en silencio, dejando que una lágrima callera por su mejilla.

─No me hagas esto, Travis ─respondió en un sollozo mientras volvía a dejarse caer sobre la lápida, de espaldas a él.

Las manos de Travis se posaron sobre sus rodillas. El hombre había roto la distancia que los separaba y se había acuclillado delante de ella.

─Olimpia, te lo suplico. Dame otra oportunidad, déjame demostrarte que esto puede funcionar.

─Travis, yo... ─miró al cielo abierto en busca de las palabras─. Tal vez estamos confundiendo las cosas.

─No, Olimpia ─el motero le acarició el rostro obligándola a mirarlo─. No estamos confundiendo nada. Seguimos sintiendo lo mismo, por mucho tiempo que pase. Te quiero, mi amor. Y sé que tú me quieres de la misma forma.

─Eres el amor de mi vida, pero... también quiero a Nathan y no quiero perder mi matrimonio, mi vida, por algo pasajero.

Travis la estrechó contra su pecho, besándola en la cabeza.

─Esto no es algo pasajero, Olimpia. Deja que te lo demuestre, dame una oportunidad de hacer que te des cuenta de que lo nuestro está por encima de todo.

Olimpia cerró los ojos unos segundos, perdiéndose en su aroma, en el calor de su cuerpo rodeándola, en la cadencia de su voz grave y rasgada. Cuanta paz y tranquilidad le daba sentirlo a su lado, pero también se la daba su marido antes de volver a ver a Travis. ¿Y si Travis tenía razón? ¿Y si lo que sentían era algo más grande que una simple confusión provocada por la tristeza y la nostalgia? Pero, Olimpia no estaba segura de aquello; quería a su marido, y la culpabilidad de estar engañándolo se lo demostraba a diario. Negó con la cabeza antes de reír cansada.

─¿Cómo vas a demostrármelo, Travis? ¿Harás que olvide de la noche a la mañana a mi marido?

Olimpia sentía la intensidad y seguridad con la que la miraba Travis. Abrió mucho los ojos y sintió cómo una risa histérica, provocada por todo el estrés que llevaba sufriendo desde hacía días, amenazaba con salir.

─Si, Olimpia. Deja que lo intente.

─Travis, esto es de locos ─resopló tratando de apartarse de él. Aquella idea era una estupidez, y supondría seguir engañando a sus respectivas parejas.

─Si la felicidad es una locura, entonces, me declaro loco.

Olimpia sonrió ante aquella frase que tan bien conocía.

─¿Alicia en el país de las maravillas? ¿De verdad crees que vas a poder...? ─en ese momento, los labios de Travis la hicieron callar con un beso tierno y húmedo.

Olimpia abrió los ojos ante la sorpresa, pero poco duró así; pues en cuestión de segundos se abrazó a él. Dejó que la invadiera, saboreando ella todos los recovecos de aquella boca que tan bien conocía. Sus lenguas jugaban y bailaban, y sin poder evitarlo, la mujer mordió el labio inferior de Travis sacándole un gruñido que la excitó.

─No puedes negarlo ─Travis se separó, sólo unos centímetros─. Dame una oportunidad, Olimpia. La última.

Olimpia abrió los ojos y se perdió en el azul oscuro de los de Travis. No, no podía negar que aquello era algo más que la nostalgia y la culpa de no haber luchado por su amor en el pasado. Aquello estaba vivo, seguía vivo después de haberse negado el uno al otro tantas veces. Tragó saliva y cogió aire.

─Yo... no sé...necesito pensarlo. 

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