15
Tras echar un vistazo a su lienzo a medio pintar, Olimpia apagó las luces de los focos y de la guirnalda que atravesaba la terraza. Aún con la sábana blanca alrededor de su cuerpo, buscó en su bolso sin éxito un cigarrillo. Tiró la caja vacía con coraje al fondo de la habitación y suspiró fuerte, tragándose las lágrimas que luchaban por salir.
Garfield lamía sus pies desnudos buscando atención, a lo que Olimpia correspondió cogiéndolo en peso y abrazándose a la pequeña bola peluda que era.
─¿Qué hemos hecho Garfield?
El animal la miraba con curiosidad, mientras trababa de lamerle el rostro. La mujer le sonrió triste, dejándolo de nuevo en su camita. No estaba segura de lo que sentía, pues un remolino de contradicciones asolaba su pecho y su mente. Los sentimientos encontrados hacia Travis, los ya conocidos hacia Nathan, los nuevos que nacían hacia la desdichada Rachel y sobre todo aquellos sentimientos oscuros y de decepción hacia ella misma.
No entendía cómo había llegado a degenerarse hasta el punto de engañar a su marido. Pero, ¿cómo iba a evitarlo? Las manos de Travis, su calor, sus besos cálidos y añorados por tantos años la habían transportado de nuevo a aquel mundo de felicidad que sólo él podía darle; pero a la vez, hacía que se sintiera despreciable y rastrera. Estaba mintiendo a su marido, al hombre que le había dado todo lo que ella era ahora.
Los pensamientos de Olimpia repasaron rápidamente todos el tiempo vivido junto a Nathan, los últimos años de universidad, las visitas sorpresa que él le hacía al estudio de tatuajes, la primera vez que hicieron el amor en aquel pequeño apartamento que compartían con Olga, la vez que aquel hombre le destapó los ojos mostrándole la galería de arte que había adquirido por y para ella, el esfuerzo y trabajo dedicado por parte de ambos para que sus pinturas pudieran salir a la luz... los besos, las caricias, el amor recibido de aquel hombre durante los últimos cinco años. Un hombre que sabía hacerla reír, que la mimaba y apoyaba en todos y cada uno de sus proyectos, por muy locos y destartalados que fueran. Un hombre, que aun sabiendo que ella no podía amarlo como había amado a Travis, se casó con ella y supo ganarse su corazón poco a poco.
No, no podía hacerle aquello, lo quería con todo su corazón; tal vez no con la misma intensidad y pasión con la que amaba a Travis desde que lo conociera. Pero había aprendido a quererlo, a añorar sus manos suaves y delgadas, su mirada color miel que le acariciaba el alma, quería aquellos abrazos que la consolaban cuando nadie más era capaz de hacerlo. Necesitaba el hogar que habían formado juntos en el centro de Londres, aquellos paseos por Green Park los fines de semana, adoraba cuando Nathan se acurrucaba con ella en un sofá los días lluviosos. Sí, aunque no se casara enamorada, había aprendido a quererlo y necesitarlo como el aire que respiraba.
Y, sin embargo, tras todas aquellas cosas que Nathan le había regalado, tras toda esa felicidad que había experimentado junto a él, lo había engañado. Había tirado por tierra y pisoteado aquel amor sin parar a pensar en todo el daño que le estaba haciendo a su matrimonio y que le podía llegar a hacer a su marido. Un hombre, que no tenía la culpa de sus miedos y fracasos, un hombre que le bajaría la luna si ella se lo pidiera, aunque fuera en un susurro.
Los ojos se le empañaron con las lágrimas, y una urgencia nacida en lo más profundo de su ser, hizo que buscase su teléfono y pulsara el botón de llamada. Eran más de las dos de la madrugada, pero en Londres ya había amanecido, y Nate estaría en la galería repasando las exposiciones, como siempre hacía los fines de semana.
─Olimpia, cariño ¿cómo estás? ─la voz alegre de Nate se le clavaba en el corazón como las espinas de una rosa hacen mella en una piel fina.
─Estoy bien... ─titubeó. Necesitaba oír la voz de su marido, pero no era capaz de articular palabra. Sorbió, tratando de contener el llanto, pero fue imposible. La culpa y el desprecio por ella misma la estrangulaban.
─Nena, ¿qué te pasa? ¿estás llorando?
─Estoy bien ─respondió entre sollozos─. Es sólo que... te extraño.
─Y yo... la cama se me hace enorme sin ti ─aquellas palabras dulces oprimían más aún el pecho de Olimpia, haciendo que un gemido triste acudiera a su garganta.
─Nathan... yo... ─deseaba liberarse de esa culpa, decirle lo que había hecho y todo lo que sentía por Travis y, que, a pesar de ello, seguía queriéndolo a él también.
─Tranquila, nena. Es normal que estés agobiada. Yo tampoco puedo estar sin ti ¿sabes? Te quiero, Olimpia ─retiró el teléfono de la oreja y se dejó caer sobre la almohada, ahogando así su llanto. No podía destrozarle el corazón, no después de tanto tiempo y tanto cariño─. Olimpia... tesoro ¿estás ahí? ¿Puedes oírme?
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, y tras coger mucho aire, hizo de tripas corazón.
─Estoy aquí, Nate. Yo... sólo necesitaba oírte. Te quiero Nathan, te quiero mucho.
Olimpia se despidió de Nathan y, tras colgar, volvió a dejarse caer en un llanto desconsolado. Pero, no tardó mucho hasta que la melodía de it's my life de Bon Jovi, la misma que tenía desde que era adolescente, la obligase a limpiarse el rostro y responder.
─¿Olga?
─¡Olimpia! Cariño, tu marido me ha llamado bastante nervioso, dice que estás llorando. ¿Qué ocurre? ¿Todos están bien? ─la voz preocupada de Olga no hacía mucho por barrer el llanto; pero tal vez ella pudiera ayudarla. Y sin pensarlo mucho, se levantó de la cama y comenzó a contarle todo lo que había vivido y sentido desde que llegara a Waycross y viera a Travis por primera vez.
─Olimpia, escúchame. Aléjate de él. Vuelve a tu casa con Didi y tu padre ─Olga le respondía seria, sin juzgarla, pero con un leve tono de reproche que trataba de ocultar sin mucho éxito─. Pinta en la parte baja del estudio, o en tu casa. Pero no vuelvas a verlo, tesoro... ¿Por qué no te vas a la playa unos días? Sí, eso... márchate unos días y pon tus ideas en orden, yo volaré en unas semanas. ¿Entendido?
─Pero... Olga ¿Cómo voy a evitarlo? Tendré que hacerle frente...
─Y le harás frente, Olimpia. Pero antes, debes entender que lo que te sucede no es más que una confusión. Te sientes sola, todo ha cambiado para ti, allí. Tu casa, tus amigos, cielo... hasta tu familia ha cambiado... lo único que se ha mantenido es él, por eso te sientes atraída ─Olga hizo una pausa y suspiró─. Debes alejarte y aceptar el paso del tiempo, tu sitio está aquí con Nathan. Esa es tu realidad y tu vida, y debes asimilarlo antes de que vuelvas a cometer una locura que ponga en riesgo todo lo que aquí tienes y has luchado por conseguir. Nathan te quiere, y no se lo merece.
─Tienes razón, no es justo para él ─Olimpia asintió y se dejó caer de nuevo en la cama─. Me alejaré unos días y volveré a recomponerme. Esto sólo ha sido un error, no tiene que llegar a nada más.
─Me alegra que hayas recapacitado y vuelvas a casa ─los ojos de Diana la miraban con alegría y aprobación, mientras le ayudaba a vaciar de nuevo una de las maletas que Olimpia había llevado.
─Tenías razón... éste es mi sitio, mi casa. Aunque haya cambiado.
Olimpia metió unas cuantas camisetas bien dobladas en el armario que había en aquel dormitorio. Unos golpecitos en la puerta le hicieron dar un respingo.
─Didi, Noha quiere le lo bañes tú ─Max se acercó a su mujer y le regaló un beso en la frente, mientras ésta asentía.
─Está bien ─respondió acercándose de nuevo a Olimpia─ Gracias por volver a casa, Oli.
Olimpia tragó saliva. Deseaba contarle a su hermana el porqué de su cambio de opinión, pero sentía que ya no estaban tan unidas como antaño. Sus hombros cayeron tristes, mientras su mirada se paseaba vacía de toda felicidad por la habitación, mirando sin ver.
─Oli, ¿ha pasado algo? ─los ojos azules de Max la escrutaban con curiosidad.
La mujer asintió en silencio, y siguió con su tarea de deshacer las maletas.
─Ya, te entiendo ─Olimpia lo miró de reojo, Max se mesaba el mentón mientras la miraba de arriba a abajo. Un miedo irracional se coló en el corazón de la mujer; aquel era el mejor amigo de Travis, y seguramente, si no habían hablado, pronto lo harían.
─Max, por favor ─la voz de Olimpia era casi un susurro temeroso de ser oído. Se dirigió a la puerta y la cerró con cuidado─. Ahora mismo no tengo fuerzas para enfrentarme a él.
El hombre se acercó a ella con los brazos extendidos, pidiendo permiso para consolarla. Olimpia se refugió en su pecho amplio y fuerte. Max olía a lavanda y colonia fresca de bebé, pues había estado bañando a Noha hasta hacía un rato.
─No te preocupes, Olimpia. Pero... no puedes huir de él eternamente.
─Lo sé, Max. Pero esto está mal. Estoy casada y él también.
Max se separó de ella agarrándola por los hombros para clavar su mirada azul en sus ojos verdes y llorosos.
─No está mal si ambos os queréis, Olimpia. Puede que Rachel y Nathan no lo acepten. Y, por supuesto, no se merece que les mintáis; pero no digas que amaros como lo hacéis está mal.
El rostro de Olimpia cambió, dando paso a una mueca de incredulidad. No podía creer como Max, su cuñado, el marido perfecto, podía estar animándola a seguir con aquella locura. Poco a poco, la cabeza de la mujer comenzaba a darle vueltas y a confundirse aún más.
─Pero...
─Olimpia, conozco a Travis desde hace años, y sólo es feliz a tu lado. Yo os he visto juntos desde el principio. No sé si recuerdas ─una sonrisa cómplice asomaba en los labios de Max, que cambió su tono de voz a uno más relajado─, pero yo también estaba en aquella camioneta mohosa, viví con vosotros aquel verano, y he pasado a vuestro lado aquellos cuatro años en los que estuvisteis juntos. No deberías huir, sé que es duro, pero... al menos piénsalo.
En ese momento, la puerta se abrió de golpe. Noha hacía su aparición correteando desnudo con su madre detrás.
─¡Tia Oli! ¡Tia Oli! ─el niño saltaba a los brazos de su tía con una sonrisa enorme─ Quiero jugar con Garfield... ¿puedo?
Olimpia lo abrazó y aspiró su aroma a champú fresco, haciendo que su corazón se calmase. Tal vez fuera buena idea marcharse a la playa para poner sus ideas en orden, tal y como le aconsejaban Olga y Max; aunque cada uno tenía una opinión diferente. Las manos de Diana le arrebataron a su sobrino.
─¡Noha! Tienes que vestirte, no puedes ir por ahí desnudo.
─¡Pero quiero jugar con el guagua! ─refunfuño tratando de revolverse en los brazos de su madre. Olimpia siguió a su hermana hasta el dormitorio de Noha, observando como su hermana se debatía en una lucha por vestir a su hijo.
─Didi... había pensado en pasar unos días en Florida, en la playa... ¿te importa si me llevo a Noha?
─¡Si!¡Si! Yo quiero ir a la playa mami ─Noha miraba a su madre con una sonrisa enorme y los ojos llenos de esperanza.
Diana desvió la mirada a su hermana menor, entornando los ojos. Olimpia sentía cómo la taladraba, tratando de descubrir si bajo sus palabras había algo oculto. Forzó una sonrisa.
─Quiero hablar con Anne... si mal no recuerdo, me contó que quería pasar unos días con la yaya Miri, está muy sola desde que murió el abuelo. He pensado en ir con ella, y...
Diana le sonrió, y Olimpia relajó todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, dejando salir un suspiro de alivio.
─Claro, pero ten cuidado, porque a Noha le encanta perderse en la playa.
─¡Eso no es verdad! ─gruñó el pequeño colocando los brazos en jarra una vez estuvo vestido.
─Claro... entonces, ¿qué pasó la última vez?
Noha se sonrojó y miró a su tía avergonzado.
─Me perdí.
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