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14


Ese sábado hacía demasiado calor para pintar dentro, de forma que Olimpia había sacado fuera uno de los caballetes, las pinturas y un par de taburetes. No sabía cuántas horas llevaba pintando, pero no importaba el cansancio. Desde que Rachel saliera por la puerta unos días antes, Olimpia había sentido la necesidad de sentarse frente a un lienzo casi a todas horas.

Había anochecido, por lo que la luz que tenía era la que la guirnalda de bombillas amarillas, que pendía por toda la terraza y la pérgola, podía entregarle. Había colocado uno de sus viejos focos para ayudarse, pero, aun así, no era suficiente. Unos pequeños gemidos la sacaron de su ensoñación. Garfield se paseaba por sus pies desnudos.

Olimpia sonrió y cogió al pequeño animal con la mano izquierda, para poder seguir paseando el pincel por aquel lienzo que comenzaba a tomar forma tras tantas horas de trabajo.

Hacía bastante rato que le había dicho a Rachel que llegaría tarde, con la excusa de entregar a tiempo un todoterreno que había colisionado y al dueño le urgía tenerlo listo a la mañana siguiente. Travis cerró los ojos, no entendía cómo aquella mujer con la que había pasado los últimos tres años de su vida no se revelaba. Cómo sabiendo que no deseaba ver a su familia, ella aceptaba y seguía la vida como si tal cosa.

Se llevó una mano a la sien para hacer presión y tratar de tranquilizarse. Rachel seguía aceptando aquella situación porque lo quería, aun sabiendo que su corazón no iba a pertenecerle nunca. Se limpió las manos llenas de grasa para subir a la terraza y poder fumar tranquilo con la brisa veraniega. Aquel día era demasiado caluroso y el taller no estaba bien aireado.

Mientras subía, un pellizco nervioso se hacía con el control de sus sentimientos. Seguramente Olimpia estuviera por allí, al fin y al cabo, vivía en el viejo local de Alvin. Rememoró entonces aquel beso que por unos instantes fue correspondido hacía ya más de una semana. Apretó la mandíbula antes de abrir la puerta, no había sido la mejor de sus decisiones; pero Olimpia le había correspondido, y aquello debía significar algo. Cogió aire antes de salir, su corazón echaba un pulso a su razón desde el momento en que ella había vuelto.

Abrió la puerta metálica con cuidado, y temeroso buscó con la mirada por la terraza. La encontró rápidamente, al fondo de la enorme terraza, justo al lado de la puerta corredera de cristal que daba acceso al que ahora era su estudio. Un enorme caballete les separaba. Se encendió un cigarrillo mientras lento y temeroso se acercaba a la baranda de la terraza, colocándose así, detrás de Olimpia.

La mujer lo ignoraba, aunque por unos instantes, Travis podía jurar que ella lo miraba de reojo. Se permitió observarla un rato. Tenía a aquel chucho feo aguantado contra el pecho, una enorme camiseta blanca de algodón era la única prenda con la que apenas podía taparse. Sus piernas torneadas y ahora un poco más morenas por el sol del verano mostraban sus enormes tatuajes de colores. El pelo recogido con aquel viejo pincel, tal y como siempre lo había hecho. Su rostro relajado pero concentrado, aquellos preciosos ojos verdes que tanto lo habían enamorado, ahora estaban centrados en aquella extraña pintura. La melancolía se apoderó del corazón del mecánico; cuánto amaba verla pintar. Rememoró entonces aquellos cuatro años en los que estuvieron juntos, aunque era de forma intermitente, pues Olimpia seguía estudiando en Londres, para él, habían sido los mejores años de su vida; al menos, hasta que Nathan apareció para quedarse e interponerse entre ellos.

Travis tragó saliva y le dio otra calada a su cigarro, el sabor y el olor del tabaco lo relajaban, paseó entonces su mirada por el cuadro que estaba pintando Olimpia.

Parecía una enorme ciudad, con altos edificios. Los grises y los negros predominaban, salpicados por lo que parecían algunas luces y faros en colores más claro. En el centro de la obra, un haz de luz rojo como la sangre mostraba lo que a Travis le parecía una pareja abrazada. No entendía de arte, pero sabía que Olimpia pintaba sus sentimientos; siempre lo había hecho así, y esa era la razón por la que lo abandonó la primera vez. Aunque después de tantos años, seguía sin entenderla.

Llevaba demasiado tiempo apoyado contra la baranda mirándola pintar fijamente. El silencio que los invadía era ahora incómodo y la tensión comenzaba a palparse en el ambiente que los rodeaba.

─¿Qué pintas?

Olimpia no se dignó a mirarle, seguía sumida en su trabajo, de espaldas a él. Pero, aun así, Travis pudo ver cómo su cuerpo comenzaba a ponerse rígido.

─¿Qué haces aquí? Creía que tenías una cena con tu familia.

─No es mi familia, es la de Rachel.

Olimpia se giró para mirarlo por encima del hombro con una ceja en alto. Travis tragó saliva en cuanto aquellos ojos verdes se clavaron en los suyos.

─Es tu mujer, Travis. Deberías estar con ellos.

─Lo sé, pero...

Olimpia deja al pequeño animal en el suelo y continúa pintando dándole la espalda a Travis.

─No tienes excusa, sabes cuál es tu lugar.

Los ojos de Travis se pasearon por el cuello de Olimpia hasta terminar en su nuca, el pelo negro recogido brillaba bajo la luz de las bombillas y el foco, se fijó en la mancha de pintura de su codo. Algo en su interior tiraba de él, y sin darse cuenta se había deshecho del cigarro y había recorrido el espacio que lo separaba de ella. Su aroma almizcleño llenaba ahora el espacio que había entre ellos, aquel perfume que amenazaba con hacerle perder el control de nuevo. Sabía que aquello estaba mal, Rachel era su mujer, y lo quería; pero él no la amaba, su corazón sólo pertenecía a la pintora que moldeaba y daba color a su vida, aquella que tenía delante.

─Nunca he dejado de quererte, Olimpia.

Las manos de Travis se posaron suaves sobre la piel cálida de ella. Una corriente eléctrica recorrió la espalda del mecánico. La razón lo empujaba a irse de allí, de volver junto a su mujer, al lugar que le correspondía; pero su corazón le gritaba a pleno pulmón que no dejase escapar a aquella mujer que correspondió a su beso. Sentía que aún había un rayo de esperanza.

El ruido de un pincel romperse, lo sacó de su ensoñación. Bajo sus manos, el cuerpo de Olimpia estaba estático y rígido.

─No tienes derecho a poner patas arriba mi vida. No otra vez.

─Olimpia, escúchame, por favor.

Olimpia se alejó de él, para poder enfrentarlo y mirarlo a los ojos. Su rostro estaba desencajado, sus ojos verdes estaban anegados de lágrimas que salían a borbotes cayendo por sus mejillas. En un impulso, Travis llevó una mano al rostro de la mujer, no soportaba verla sufrir; pero antes de que pudiera rozarla, ella lo apartó.

─Escúchame tú a mí ─Olimpia suspiró y cerró los ojos, seguramente para calmarse. Travis tragó saliva, deseaba abrazarla, deseaba volver el tiempo atrás; pero aquello era algo que ya no podía ser─. Cuando volví para la boda de Diana, lo hice con la intención de abandonarlo todo por ti. Dejar de pintar para estar contigo, Travis. Pero me dijiste que habías conocido a alguien, y que eras feliz con esa persona; que estabas cansado de mis dudas con respecto a Nathan y tú. Me destrozaste el corazón en aquel momento. Ahora sé por tu mujer, que aquello era una mentira.

─Olimpia...

─Déjame terminar ─Olimpia dio un paso atrás y se secó las lágrimas con las manos. El corazón del viejo motero sangraba por todo el daño que le estaba causando a aquella mujer─. Aquello, hizo que me marchara de nuevo, y en un impulso estúpido me casara con Nathan. ¡Sí!, admito que me casé por despecho, porque estaba furiosa contigo, Travis. Porque me dijiste que me habías olvidado. Pero... ─en un impulso irracional Travis se acercó de nuevo a Olimpia, y trató de abrazarla. El calor de aquella mujer que aceptaba su abrazo era un bálsamo reparador para su roto corazón─. El día de mi boda, esperaba que aparecieras, Travis. Deseé que entraras por la puerta de la iglesia para decirme que me querías, para llevarme contigo. Pero no lo hiciste.

─Olimpia lo hago ahora, te quiero, siempre te he querido.

Los ojos de Travis se anegaron de lágrimas, y se abrazó más fuerte a Olimpia. La mujer le acarició el rostro, y sin poder evitarlo, Travis dejó caer su cabeza en la mano caliente de ella.

─Yo tuve la culpa de que lo nuestro no saliera bien, Travis. No luché por seguir a tu lado, salí corriendo asustada y enfadada como una niña estúpida, en vez de quedarme aquí y demostrarte cuánto te amaba, cuanto te sigo amando.

Travis paseaba sus ojos azules por el rostro de Olimpia, deteniéndose en aquellos labios dulces y cálidos. Aquella mujer le estaba diciendo que lo amaba, y él a su vez la amaba a ella. Aunque la culpa por engañar y no poder corresponder los sentimientos de Rachel lo invadían, el rayo de esperanza y el saber que podía volver a ser uno con Olimpia el resto de su vida le dio valor suficiente para romper la distancia que lo separaban de aquellos labios; fundiéndolo en un beso a ambos.

─Olimpia ─Travis se separó de sus labios sólo unos centímetros, podía sentir el aliento de la mujer sobre su rostro, sus espasmos provocados por el llanto la hacían vibrar bajo sus manos─. Te quiero, y tú me quieres, también... ¿por qué negarlo, mi vida? El pasado pasó, ambos nos equivocamos. Ninguno de los dos luchó por el otro, pero ahora... ahora podemos empezar de nuevo.

Otra vez, Travis volvió a romper la distancia que separaban sus labios. Sentía cómo Olimpia se debatía con ella misma bajo su abrazo; pero en aquel beso, podía sentir cómo ella le decía la verdad, lo amaba, era suya y él de ella. Esta vez debía luchar por ella. Tras unos instantes el mecánico sintió como las manos de Olimpia lo empujaban para separarse de él. Buscó sus ojos verdes con urgencia. Se negaba a perderla, la había perdido dos veces y esta vez no lo haría.

─Travis, el pasado forma parte de nuestro presente. Rachel y Nathan no tienen la culpa de nuestros errores. Ellos merecen ser felices.

La ira recorrió el cuerpo de Travis como una ola atraviesa el mar en medio de una tormenta.

─¿Y nosotros? ¿No nos merecemos ser felices? Separados no podemos vivir, ni tú, ni yo.

Travis volvió a abrazarla fuerte, impidiendo que Olimpia pudiera escaparse. Pero no sentía que ella deseara zafarse de él en aquel momento, pues sus manos pequeñas se abrazaron a su cintura.

─Por favor, no me hagas esto.

El viejo motero buscó de nuevo los ojos verdes de Olimpia, su mirada era ahora intensa y fuerte, mientras que la de la mujer era triste y temerosa.

─Una vez, hace años, me dijiste que éramos pinceladas de verano sobre un lienzo en blanco que nunca se terminaría de pintar. Hoy te digo, que terminemos de pintar ese cuadro, Olimpia.

En ese momento, fue ella quien acercó sus labios desesperada para fundirse en un beso apasionado. Un beso que decía mucho más que todas las palabras que pudieran decirse. En aquel beso, Travis pudo rozar el alma de Olimpia y sabía que ella tenía en sus manos la suya. Sus lenguas comenzaron a bailar de nuevo al son de una música que ahora sonaba cada vez más y más fuerte en sus corazones. Travis estaba seguro, aquella sería la primera noche de una guerra que no pensaba perder.

Elevó a Olimpia haciendo que ésta rodeara su cintura con las piernas, para llevarla hasta la cama que tenía en aquel pequeño estudio. Travis la dejó caer boca arriba sobre la cama para luego tumbarse sobre ella. Sus ojos verdes lo llamaban, invitándolo a seguir con aquella locura. Sus manos se pasearon por su cuerpo desde los hombros a las caderas, para luego lentamente quitarle la camiseta blanca y poder recrearse en todos los recovecos de aquel cuerpo que ahora, después de tantos años, volvía a ser suyo. Mientras tanto, Olimpia hacía lo mismo con su ropa. Deshaciéndose rápidamente de toda, la pareja quedó desnuda en cuerpo y alma, uno sobre el otro.

Aquellos besos lentos y suaves, fueron dando paso a otros más húmedos y salvajes. Desatando así una pasión contendida durante demasiado tiempo; fundiendo aquellos cuerpos en uno sólo. Aquellas almas que nunca debieron separarse, volvían a estar juntas de nuevo en la oscuridad y la calma de una noche dónde el amor volvía a tomar forma. Dónde aquel lienzo que la pareja comenzó a pintar hacía ya doce años, era desempolvado y sacado a la luz, para ser pintado de nuevo.

Travis miraba embelesado el rostro dormido de Olimpia, paseando las yemas de sus dedos por su hombro izquierdo, siguiendo la silueta de uno de los tatuajes hasta llegar casi a su pecho. En ese momento lo vio, escondido en uno de los pétalos de una preciosa rosa negra, Olimpia llevaba su nombre tatuado.

─Lo has encontrado ─la voz adormilada de Olimpia lo obligó a mirarla a los ojos. Travis sonrió antes de besarla─. Nunca te he podido olvidar.

El Smartphone de Travis sonó en ese momento, pero trató de ignorarlo recostándose de nuevo sobre la almohada, recreándose en los ojos verdes de Olimpia.

─Travis, debes contestar. Seguramente sea Rachel, es muy tarde.

A regañadientes, el mecánico se levantó y buscó su pantalón que estaba tirado en medio del estudio.

─¿Si?... lo siento Rachel, se me ha hecho tarde... ─miraba a Olimpia de reojo, mientras la culpa comenzaba a asomar en su pecho─. No es necesario que vengas, no te preocupes, ya voy a casa... pues claro que estoy solo ¿a qué viene esa pregunta?... ahora nos vemos ─tras colgar, se acercó de nuevo a la cama, buscando los labios cálidos de Olimpia─. Debo marcharme. Olimpia, te quiero... yo... hablaré con ella.

─¡No! Es mejor que, por el momento, no hables con ella.

Olimpia se levantó de la cama con la sábana alrededor de su cuerpo.

─Pero...

─Travis, es muy tarde. Márchate antes de que sospeche algo. Ya lo aclararemos.

La culpa le asolaba mientras salía del estudio, pero no por saber que estaba engañando a su mujer, ni por lo que su corazón sentía por Olimpia, la culpa le mataba por dentro porque debía volver con Rachel y dejar sola a Olimpia. Tragó saliva e hizo de tripas corazón antes de volver a su casa.

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