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12


La luz de la mañana llenaba la estancia y le acariciaba el rostro. Los ojos verdes de Olimpia se abrieron lentamente, paseándose por el estudio. Todo estaba en su lugar, hasta el pequeño Garfield que la miraba desde el rinconcito dónde le había colocado su nueva cama. Aquellos ojos ambarinos llevaban despiertos un buen rato a la espera de que su nueva dueña le diera el desayuno.

Olimpia sonrió ante el recuerdo de su hermana completamente hecha una furia gritando improperios, mientras, con ojos suplicantes, Max y Noha le rogaban quedarse con el cachorro. Olimpia negó con la cabeza; aunque no estaba segura de poder hacerse cargo del animal, le daba pena deshacerse de él. Por lo que aceptó quedárselo el tiempo que estuviera en Waycross, tal vez lograse convencer a Diana para que se lo quedara.

Se acercó a la camita del perro y lo cogió con cuidado. Aunque estaba famélico, aquel animal la miraba con alegría. No sabía lo que podía haberle pasado para tener una pata fracturada, una desnutrición casi grave y haber perdido tanto pelo, pero de lo que estaba segura Olimpia, era que ese animal era feliz entre sus brazos, y que la compañía de aquel perro le vendría bien en la soledad de sus días.

─¿Cómo estás pequeño? El baño te ha sentado genial, ¿eh? Ahora hueles bien ─Garfield trataba de morder cariñosamente los dedos de su dueña─. Vamos te prepararé el desayuno.

Olimpia vertió en el nuevo bol de Garfield un poco de pienso y luego agregó unas gotas del complemento vitamínico que Thomas le había recetado. Dejó que el pequeño, de apenas dos kilos de peso, diera cuenta de su desayuno sobre la encimera, mientras ella paseaba sus dedos por el lomo del animal.

Garfield devoraba sin piedad, hasta que unos minutos después comenzó a lamer el fondo del bol. Cosa que divirtió a Olimpia.

─Tranquilo pequeño, hay más ─susurró sirviendo un poco más de comida al animal.

Tras terminar de comer, la mujer volvió a tomar en brazos al perro y llevarlo con ella para disfrutar un poco del frescor de la mañana, antes de ponerse en camino. Había quedado con Anne para pasear y darse un baño en el lago.

Se quedó mirando cómo Garfield lamía el dorso de su mano solicitando sus atenciones. Aquel animal la tranquilizaba, no sabía por qué no se había hecho con una mascota mucho tiempo atrás. Paseó la mirada por la terraza dejando vagar sus pensamientos, ya tenía todas sus cosas allí, sus pinturas, sus lienzos y su ordenador. Era hora de pensar en la exposición de Berlín. Al fin y al cabo, esa era la principal razón por la que había decidido volver a casa. Debería entregar un mínimo de diez cuadros si quería tratar de volver al panorama internacional, pero no tenía aún la más mínima idea del tema sobre el que trataría esta exposición. Esta vez, debía ser algo especial, algo que le hiciera sentirse viva frente a un lienzo de nuevo, algo como la exposición de Nueva York, se decía en silencio. De repente, su mente se centró en aquel momento; Nueva York supuso la cúspide y la caída más grande en la carrera y la vida personal de la pintora. Se mordió el carrillo interno tratando de evadir el dolor y los malos recuerdos.

Un pequeño mordisco en su dedo la sacó de su ensoñación, Garfield reclamaba atención urgente. Olimpia le sonrió y tras achucharlo contra su pecho comenzó a rascarle tras las orejas; poco a poco el perro comenzaba a caer dormido. Pero poco duró su tranquilidad, pues un ruido metálico, que comenzaba a serle familiar a Olimpia, los sacó a ambos de su remanso de paz.

Los ojos azules y serios de Travis se clavaron en los de ella. El viejo mecánico tenía unas ojeras enormes: Olimpia le sonrió cansada, a pesar de que unos días antes lo había echado de su lado, volver a verlo y sentirlo cerca de ella calmaba de una forma extraña su alma. Le hizo hueco en la tumbona donde estaba sentada y lo invitó a descansar junto a ella. Vio claramente en su rostro la duda ante su invitación, pero finalmente Travis aceptó y se dejó caer a su lado, mirando con curiosidad el bulto peludo que ella tenía en el regazo.

Una media sonrisa nació en los labios del mecánico, al acariciar la cabeza del pequeño peludo que, aunque trataba de resistirse, se dejó acariciar, buscando unos instantes después aquellos dedos que le rascaban tras las orejas. Olimpia miraba con una sonrisa la escena.

─¿De dónde has sacado este bichejo tan feo?

Olimpia miró un tanto molesta a Travis, aunque se había dado cuenta por su tono de voz, que sólo trataba de volver a recuperar la cercanía que antes tenían.

─Estaba abandonado. Y no es un bichejo, es un perro.

Travis encendió un cigarrillo mientras la miraba con los ojos entornados.

─Si tú lo dices ─Olimpia puso los ojos en blanco, mientras Garfield trataba de moverse en su regazo soltando algún que otro quejido de dolor por su pata fracturada─. Olimpia, lo que pasó el otro día...

El rostro de Olimpia se tornó serio, estaba disfrutando de la compañía de Travis como siempre lo había hecho. Sin resentimientos, sin enfados ni culpas, pero aquella frase amenazaba con romper el equilibro que comenzaba a formarse entre ellos. Tenía que terminar con eso, no debía permitir que aquel beso, aquel impulso descontrolado por parte de los dos se interpusiera en la pequeña relación de amistad que pudieran tener, pero, sobre todo, en sus vidas ahora rehechas.

─Travis, por favor ─su voz era ahora suplicante ─, aquello fue un error. Han pasado muchos años, ambos lo hemos pasado muy mal, y es normal que estemos confusos respecto a lo que podamos sentir el uno por el otro. Pero, debemos olvidarlo; por nosotros, por Rachel y por Nate. Empecemos de nuevo como amigos, Travis. No lo estropeemos más de lo que ya lo hemos hecho.

Travis asintió en silencio y volvió a acariciar la coronilla del perro.

─Está bien, llevas razón.

Olimpia le sonrió franca. No quería perder la amistad con aquel que una vez fue el amor de su vida. Travis había sido demasiado importante como para estropearlo todo por un simple beso. Suspiró ante el recuerdo de aquellos labios suaves y cálidos rozando los suyos. La mirada verde de Olimpia oscureció y se clavó en el lunar que el mecánico tenía sobre su boca. Olimpia tragó saliva y se levantó algo trastornada.

─Bueno, Garfield y yo debemos marcharnos ya, o llegaremos tarde.

─¿Garfield? ¿Le has puesto Garfield al chucho?

Travis la miró extrañado y con el ceño fruncido. Olimpia parpadeó y se encogió de hombros, esbozando una sonrisa traviesa.

─Es mi chucho ─respondió poniendo mucho énfasis en la última palabra ─, y lo llamo como me da la gana...o ¿es que, acaso, le hubieras puesto tú un nombre mejor?

El rostro de Travis se relajó, y una sonrisa divertida asomó a sus labios, provocando que muchas pequeñas arrugas nacieran en la comisura. Aquella imagen relajó a Olimpia, enterneciendo su mirada.

─¿Bobby? Bobby es un buen nombre para un chucho tan feo.

Olimpia rio a carcajadas ante el comentario.

─No es un chucho feo ─Agarró al perro apretándolo contra su pecho y mirándolo con cariño─ Además, Bobby es muy corriente y vulgar. Garfield es más original.

Travis se levantó para volver a acariciar la cabeza del perro, clavando sus ojos azules en los verdes de Olimpia.

─Siempre has sido muy rara, Olimpia.

─Y a ti eso, siempre te ha gustado.

Aquellas palabras salieron de la boca de Olimpia sin más. Sin pensar ni meditar. Los ojos de Olimpia se abrieron como platos, se había excedido en la confianza que debía mostrarle. Tragó saliva de nuevo y con la excusa de que llegaría tarde, se marchó casi a la carrera, dejando de nuevo a Travis en la terraza plantado.

Anne acariciaba la cabecita rubia de Noha que dormía tranquilo en su regazo. Olimpia tragó saliva y recordó todo lo que Oliver le había contado. Sintió que la lástima le atravesaba el corazón como si de un hierro candente se tratase. Anne era demasiado buena y dulce, y perder aquel bebé hacía que Olimpia sintiera que la vida se cebaba con aquella muchacha. Le colocó un mechón pelirrojo detrás de la oreja a su amiga, y se recreó en su rostro blanco lleno de pequitas. Sentía la tristeza que invadía la expresión de Anne al observar dormir a su sobrino.

─Debió ser muy duro ─apenas un hilo de voz salía de la garganta de Olimpia. Los ojos de su amiga se encontraron con los suyos.

─¿El qué?

─Oliver me lo contó... lo de tu embarazo.

Olimpia pudo sentir como el ambiente que las rodeaba cambiaba en cuestión de segundos. La mirada de Anne, era ahora dura y distante. Casi podía sentir su ira recorrer el cuerpo menudo de la pelirroja.

─Todos tenemos una espina clavada en el corazón. ¿No te parece? ─Anne volvió a mirar a Noha, y su rostro se suavizó─ Aquello fue muy duro, Oli. Y no creo que pueda superarlo nunca, pero... fue inevitable.

─¿Odias a Oliver por abandonarte?

Anne suspiró, y comenzó a balancearse un poco para hacer que el pequeño que tenía entre sus brazos no se despertase con la conversación.

─No, nunca lo he odiado, Oli. Al principio, sentía ira hacia él... estaba enfadada por abandonarme en aquellos momentos. Pero un tiempo después de perder al bebé, estuve pensando... Hubiera estado o no a mi lado, habría abortado igualmente. Fue la naturaleza, y contra eso no se puede luchar.

Olimpia acarició el hombro de Anne para animarla un poco, aunque sabía que de poco serviría. El dolor que aquella mujer había pasado y seguía pasando no se podía curar con palabras y caricias. El corazón de Anne estaba desgarrado y nunca se recompondría.

─Oliver está deshecho.

─Lo sé. Sé que la pena y la culpa lo carcome por dentro, y no es justo para él. A pesar de que me abandonó cuando más lo necesitaba, volvió. Y sé que aún está ahí.

Olimpia agarró a su amiga para mirarla bien a los ojos.

─Anne, Oliver necesita una explicación. Está dispuesto a luchar por ti, a volver a intentarlo. Te mereces ser feliz y él también. Debéis enfrentarlo, luchad por vuestra felicidad.

El rostro de Anne se torció en una mueca entre enfado e incredulidad. Olimpia la soltó, nunca había visto a su amiga tan molesta con ella. Se arrepintió de sus palabras, había tratado demasiado pronto el tema de Oliver.

─¿Tú hablas de ser feliz? ¿Tú, que abandonaste a Travis por un sueño? ¿Tú, que te marchaste con el rabo entre las piernas cuando él encontró a otra mujer? No me hables de felicidad y de luchar por ella, Olimpia. No, cuando tú nunca has luchado por la tuya.

Olimpia se mordió el labio inferior tratando de asimilar las palabras duras de su amiga. Su mirada intensa la atravesaba. No entendía a qué venía ese ataque.

─¿Por qué me estás atacando de esa forma?

Anne acercó una mano hasta el regazo de su amiga. Su rostro se dulcificó, pero no parecía mostrar arrepentimiento por todo lo que había dicho.

─Oli, lo siento. Siento ser tan dura... pero no me parece bien que trates de darme consejos, ni decirme que luche por ser feliz cuando tú nunca lo has hecho.

─No puedo negarte que abandoné a Travis hace doce años, pero hice lo correcto. Apenas llevábamos unos meses juntos, ¿es que debía abandonar todo por un amor de verano? ─Olimpia se levantó para buscar un cigarrillo en su bolso. Tras la primera calada miró de nuevo a su amiga que comenzó a hablar.

─Si, llevas razón. Sólo fueron unos meses, pero luego estuvisteis juntos más de cuatro años Olimpia. Aquello dejó de ser un amor de verano para convertirse en una relación.

Olimpia puso los ojos en blanco. Aquella conversación la estaba cansando.

─Una relación a distancia, Anne. Aquello no nos llevó a ningún lado.

─No te llevó a ningún lado porque te largaste con Nate ─atacó furiosa Anne.

─¿Y qué querías que hiciera? Travis había conocido a otra mujer. Sí, lo estropeé... dudé cuando conocí a Nathan, porque apenas veía a Travis. Y cuando volví, cuando descubrí que realmente lo quería... Travis me dijo que había conocido a otra mujer y que era feliz con ella.

Anne dejó al pequeño sobre la tumbona en la que estaba sentada y lo tapó con una toalla, para luego levantarse y enfrentarse a su amiga.

─Aun así debiste quedarte aquí.

Olimpia bajó la mirada al suelo y soltó un suspiro cansado. No sabía de qué manera, pero Anne había dado la vuelta a la conversación, centrándola en ella. Se sorprendió por la habilidad de su amiga, la única persona que había conocido capaz de hacerle algo así era Olga. Levantó la mirada de nuevo hasta los ojos de Anne.

─Aquello pasó, Anne. Torturarme por lo que pudo ser no servirá de nada.

─¿Eres feliz, Oli? ─la pregunta la cogió desprevenida.

─Pues...

─¿Aún le quieres? ─Olimpia trató de alejarse de Anne, pero la mano delgada de ésta la agarró para impedírselo─. No voy a juzgarte Olimpia, ¿le quieres?

─Si ─la presión que tenía en el pecho desde hacía muchos años se desvaneció, era la primera vez que lo decía en voz alta─. Nunca dejé de quererle, Anne. Pero ahora estoy casada, y él también.

Anne le sonrió. No había burla en su sonrisa; como le había dicho, no la estaba juzgando. Era una sonrisa sincera.

─Oli, ¿qué importa que estéis casados? Por una vez en tu vida, lucha por él. Date la oportunidad de ser feliz. No puedes ir en contra de tu corazón. Créeme, lo he intentado, y es imposible.

Olimpia la miró extrañada. Aquella no era la amiga que recordaba tener. Anne había cambiado, algo la había transformado en otra persona que ahora aparecía desconocida ante sus ojos.

─¿Qué te ha pasado, Anne? ¿Quién eres?

Anne la abrazó sin responder. El calor del cuerpo de aquella mujer pelirroja, su abrazo sincero y el olor a colonia fresca, la tranquilizó. Pero algo dentro de ella comenzó a removerse.

─Tía Oli ─la voz aguda y adormilada de Noha sacó de su ensimismamiento a las dos amigas, haciendo que su abrazo se rompiera─. Yo también quiero un abrazo. 

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