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11


Casi una hora después de la marcha de Travis, Olimpia seguía temblando. Buscó otro cigarrillo para tratar de calmarse. Se sentó en el borde de la cama deshecha, se abrazó a sí misma y miró a su alrededor perdida.

Cerró los ojos unos segundos, pero la mirada azul de Travis seguía atravesándola. El calor de aquel beso, las manos fuertes del mecánico sobre la piel de sus brazos, su respiración sobre su rostro, su olor tan familiar; todo aquello amenazaba con volverla loca. Trató de pensar en Nathan, olvidar todo lo que había sucedido hacía sólo un rato; pero cada vez que pensaba en su marido la culpa la asaltaba provocando un sentimiento de asco y desprecio hacia ella misma que nunca había sentido. Se levantó dando una larga calada al cigarro.

─Quiero a Nate ─Olimpia comenzó a hablar en voz alta para tranquilizarse─. Nate es mi marido... esto está muy mal... quiero a Nate...

El teléfono sonó en ese momento. El corazón de Olimpia dio un vuelco. Se acercó a la encimera que había en la pequeña cocina dónde estaba el smartphone. Tragó saliva, pero pronto se relajó al ver que era la empresa de transporte quien llamaba.

El trabajo de desempacar todos los trastos que habían llegado y poner un poco de orden en el estudio, así como volver a montar su Mac, colocar todas las pinturas y organizar la ropa que había llegado dentro del pequeño armarito la tuvieron entretenida durante algunas horas.

Pero aquel descanso no duró mucho. Mientras Olimpia fumaba en la terraza dejando que el sol del verano le acariciara la piel tatuada, Travis aparecía en silencio. La miraba serio, las manos en los bolsillos del pantalón lleno de grasa del taller. Tenía la mandíbula apretada, se acercó lentamente, pero la mirada fría y distante de Olimpia lo paralizó.

─¿Qué haces aquí? Te dije bien claro que te marcharas.

─Olimpia, por favor... tenemos que hablar de lo que ha pasado esta mañana.

─Travis, tú mujer podría subir en cualquier momento, podría vernos y pensar algo que no es real. Debes pensar en ella y en tu matrimonio, de la misma forma que yo pienso en el mío.

Olimpia se cruzó de brazos y soltó aire. Aunque sabía que Travis tenía razón, que debían hablar y dejar clara aquella situación; la mujer no se sentía con fuerzas. Algo tiraba de ella; los recuerdos tal vez, el sentimiento de saber que aquello que terminó tal vez nunca fue así, no estaba segura. Pero no podía permitirse volver a perder el control sobre ella misma. Esa mañana se dejó arrastrar por sus labios y en ese momento, sentía que podría volver a pasarle. Negó con la cabeza y entró sin cruzar una palabra más. Lo mejor era recuperarse de aquello.

Salió del estudio dejando a Travis en aquella terraza. Se encaminó a paso rápido hasta su casa de nuevo. Las lágrimas caían lentas por sus mejillas.

Noha jugaba en su pequeña piscinita de colores chillones en el centro del jardín delantero. Saltó de ella para ir en busca de su tía que aparecía al fondo de la calle.

─¡Tía Oli! ─Olimpia recibió con los brazos abiertos a su sobrino y se fundió en un abrazo que a ella le pareció reparador. Levantó a su sobrino y se quedó allí, abrazada a él un rato. Su cuerpecito menudo y mojado, el olor a champú infantil y el sonido de su sonrisa calmaban su corazón. Las lágrimas volvían a surcar el rostro cansado de Olimpia, y apretó aún más aquel abrazo─. Tía Oli, me espachurras.

La mujer se arrodilló para soltar de nuevo al niño en el suelo. Sus miradas verdes se cruzaron.

─Estás llorando ─. Olimpia sorbió por la nariz y trató de secarse los ojos con el dorso de la mano mientras sonreía forzadamente a Noha─. ¿Tienes dolor? Yo siempre lloro cuando tengo dolor.

─Si, cucuruchito... la tía Oli tiene un poco de dolor.

Noha comenzó a mirarla de arriba a abajo con curiosidad.

─No tienes pupa. ¿Dónde tienes dolor?

Los ojos de Olimpia se empañaron de nuevo, aunque Noha era la viva imagen de Max, tenía la misma sensibilidad y empatía que Diana. Su voz suave acariciaba el corazón de la mujer de la misma forma que lo hacía la de Diana cuando eran niñas y se contaban las penas.

─Me duele aquí, tesoro ─Olimpia colocó la mano del pequeño sobre el tatuaje que tenía en el centro del pecho, mientras otra lágrima rebelde caía.

─Cuando me duele el corazón, mami me da helado.

Olimpia sonrió, aquellos ojos verdes que la observaban con ternura comenzaban a calmarla. Lo cogió en brazos y salió andando abrazada al pequeño rubio que le había robado el corazón desde el momento que vino al mundo.

─Pues entonces, iremos tu y yo al parque a tomar un helado. ¿Te apetece?

─¡Si!

No tardaron mucho en llegar al parque que daba al lago. Aunque antes sólo había unos pequeños caminos que discurrían alrededor del lago para que la gente pudiera pasear y salir a hacer deporte. Con el tiempo habían colocado un enorme parque para los niños con columpios y unos stands de helados.

Olimpia estaba sentada en uno de los bancos con el final de un helado de vainilla observando como su sobrino correteaba por uno de los toboganes. Aunque se sentía algo mejor, no podía dejar de pensar en todo lo que esa mañana, aquel beso, estaba despertando y removiendo en su interior. Suspiró fuerte tratando de expulsar con el aire toda su tristeza y confusión.

─¡Tía Oli! ─Noha se agarraba a sus piernas y le miraba travieso con una sonrisa de oreja a oreja─. ¡Tú la llevas! ─Noha salió corriendo bosque adentro esperando que su tía fuera tras él. Olimpia sonrió divertida y tiró el resto del helado en la papelera que tenía al lado del banco para salir al trote tras su sobrino.

El pequeño corría incansable, desviándose del camino y adentrándose entre la maleza.

─¡No puedes pillarme!¡Vamos tía Oli!

Olimpia sonreía divertida, aquello le venía bien. Pero el tabaco y la falta de deporte le estaba pasando factura, necesitaba un poco de aire. Se apoyó en uno de los árboles para recuperar el aliento; sólo un parpadeo bastó para perder de vista al pequeño que jugaba con ella hacía sólo unos instantes.

Los ojos de Olimpia se abrieron, un fuerte dolor en el pecho le quitaba el aire. El pánico se hacía poco a poco con su cuerpo y su mente, mil ideas y desvaríos se empezaban a colar en sus pensamientos.

─¿¡Noha!? ─el miedo y la urgencia se coló en su voz. Las lágrimas que esperaban brotaron, nublándole la vista─. ¿¡Noha?! ¿¡Noha dónde estás!?

─¿Tía Oli? ¡Corre!¡Ven!

Olimpia comenzó a correr buscando el origen de la voz de su sobrino, que ya no sonaba juguetona.

─¡¿Dónde estás?!

Olimpia se relajó al ver al pequeño en cuclillas mirando algo con curiosidad. Soltó el aire que llenaba sus pulmones, y esperó a que su corazón latiera de nuevo con normalidad, para luego acercarse a Noha.

─Mira tía Oli.

El niño señalaba entre la maleza a un pequeño animalillo que lloraba encogido. Sus lamentos agudos y tristes hacían que los ojos de Noha se oscurecieran por la tristeza.

─¿Qué tenemos aquí?

─Tiene pupa.

Olimpia se quitó la rebeca de punto que llevaba para tratar de coger al pequeño perro que les miraba con tristeza. Pesaba poco, estaba sucio y seguramente lleno de pulgas. Olimpia torció el gesto en cuanto el olor nauseabundo del animal se coló por su nariz.

─¡Ah! Está cochino, hay que lavarlo tía Oli.

Olimpia sonrió dulce a Noha y luego elevó al pequeño animal para mirarlo bien, parecía un cachorrillo, tal vez no tuviera más de dos o tres meses. Pero no parecía muy sano, pues estaba delgado, los ojos le lloraban, tenía calvas en algunas partes del cuerpo y mostraba un corte en una de las patas traseras.

─Vamos a llevarlo al veterinario.

La mujer se colocó el animal envuelto en la rebeca sobre el pecho y de la mano se llevó también a Noha hasta el coche.

─¿Olimpia Cooper? Puede pasar, el doctor le atenderá enseguida.

Olimpia sonrió a su sobrino y entró en la pequeña sala que la ayudante del veterinario le señalaba. La sala era blanca y verde. Una enorme mesa metálica para exámenes en el centro, varias vitrinas a los lados, un escritorio con un ordenador y un par de sillas en un rincón y tras la mesa de exámenes una enorme encimera con extraños aparatos veterinarios que la mujer prefería no conocer para qué servían.

Un hombre con una larga bata blanca, el pelo castaño y rizado dominaba la consulta. Se giró lentamente con una serie de formularios en las manos y una sonrisa preciosa en los labios.

─¿Thomas? ¿Eres tú?

Los ojos de Olimpia se abrieron y sonrió. Hacía cinco años que no veía a otro de sus viejos amigos.

─¿Olimpia? No puede ser. La última vez que te ví fue en la boda de Diana. Estás increíble.

El muchacho la miraba de arriba a abajo asombrado. Dejó los formularios en la enorme mesa de exámenes y con un ademán de su mano la invitó a dejar al animal. Rápidamente y con movimientos seguros, Thomas comenzó a examinar al perrillo que trataba de gruñir y volver a los brazos de la mujer.

─¿Cómo es posible que sigas aquí? Creía que te habías marchado, ¿Qué pasó con Rosmarie?

─Rosmarie se marchó, creo que ahora vive en Atlanta. Yo me quedé aquí, y abrí esta clínica. Me va muy bien─ Thomas no despegaba la mirada del perrillo que tras unos instantes se resignó a las atenciones del hombre─. Tranquilo pequeñajo... ¿es tuyo? ─ los ojos de Thomas se desviaron hasta llegar a Noha.

─No, no, es mi sobrino.

Thomas la miró extrañado y con una ceja en alto.

─Me refería al perro, Oli. Y le estaba preguntando a Noha. Sé que es el pequeño de Diana.

Olimpia se sonrojó. Se sintió verdaderamente estúpida en aquel momento; cogió en brazos a Noha y lo elevó hasta la mesa. Thomas proseguía con su trabajo, limpiando y suturando el corte de la pata del chucho que con tristeza lloraba tratando de zafarse del veterinario para acercarse a Olimpia y Noha.

─Está bien, este renacuajo está curado. Pero, no está sano completamente. Olimpia, el animal está muy desnutrido. Deberás alimentarlo con un pienso especial, darle unos medicamentos que voy a recetarle y por favor, quema esa rebeca. Vamos a pincharle unos reconstituyentes y un antibiótico para evitar sustos. ¡A saber dónde se habrá metido! ─Thomas se giró con el animal en brazos para llevarlo hasta la encimera y poder colocarle la inyección. Mientras preparaba entretenido la inyección, el pequeño animalillo se movía por la encimera buscando lo que parecía una fiambrera con los restos del almuerzo del hombre─. ¿Sabes cómo lo vais a llamar? Pero... ¡eh! ¡que eso es mi cena!

Thomas corrió para tratar de quitar el resto de lo que a Olimpia le pareció una enorme lasaña de carne. Pero ya era tarde, no quedaba ya mucho que salvar.

─Creo que lo llamaremos Garfield. Adora la lasaña.

Thomas colocó rápido la inyección en el lomo del animal, aprovechando que seguía entretenido lamiendo los retos de tomate de la fiambrera.

─Olimpia, Garfield era un gato. Esto es un perro, o al menos, lo será en cuanto se recupere.

Thomas dejó al perro en la mesa de exámenes mientras comenzaba a rellenar los formularios y a coger medicamentos de una de las vitrinas.

─Me gusta Garfield ─Noha sonreía a su tía con un brillo de esperanza en los ojos─. ¿Puedo quedármelo, tía Oli?

Olimpia miró los ojos verdes y suplicantes de su sobrino, y luego a los ojos s del animalillo que la observaba como si entendiera que hablaban de él.

─No sé tesoro.

─¡Porfi!

Olimpia suspiró, no sería ella quien destrozase la ilusión de su sobrino negándole un deseo. Eso sería trabajo de Diana y Max.

─Tu madre me va a matar.

─¡Si! ¡Vamos a irnos a casa Garfield! ¡Hoy dormirás conmigo en mi cama!

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