10
La luz de la mañana le cegaba, la cabeza le daba vueltas y un dolor sordo le atravesaba desde la cuenca de los ojos hasta la nuca. Había bebido demasiado y la boca le sabía a tequila pasado.
Oliver se incorporó, una punzada le atravesaba el brazo derecho; Olimpia lo había tatuado esa noche y hasta ese momento no lo había recordado. Se quitó el protector y lo miró detenidamente; por la noche no había suficiente claridad para poder discernir los trazos; pero en aquel momento pudo recrearse en aquella extraña obra de arte. Su amiga, a pesar de estar tan borracha como él, había sido capaz de crear un intrincado dibujo en su brazo con trazos y líneas precisas. Era perfecto, pensó el hombre. El sonido de una puerta metálica al abrirse lo sacó de su ensoñación; dirigió sus ojos vidriosos hacia el hombre que hacía su aparición en aquella terraza.
Travis lo miraba serio, tal vez un poco receloso o tal vez sorprendido por su presencia en aquel lugar, Oliver no lo sabría decir. Seguramente esperaba encontrar a Olimpia. Ese momento trajo a la mente del hombre un recuerdo lejano, casi olvidado ya, pero que estaba seguro que también pasaba en ese momento por la mente del mecánico mientras se acercaba a él encendiendo su cigarro. Oliver le sonrió malicioso una vez se sentó a su lado.
─Como en los viejos tiempos, ¿no crees?
En el rostro de Travis se dibujó una sonrisa torcida, gesto suficiente para indicarle que ambos rememoraban en ese momento, la noche en la que el motero, deseoso de sorprender a Olimpia en su casa, fue sorprendido al encontrar a Oliver en la cama de la chica. Fue entonces cuando se enteró de aquella extraña relación que Olimpia y Oliver mantenían oculta.
─Hay cosas que no cambian.
─Aquella noche creía que me darías una paliza ─los ojos marrones de Oliver se desviaron parar mirar el vacío.
─No me faltaron las ganas, Oliver ─Travis lo miraba divertido, ahora con una sonrisa completa y franca. No todos los recuerdos que guardaban eran malos, se dijo Oliver para sí mismo.
─¿Y ahora? ¿Quieres darme una paliza? ─Travis lo miró clavando sus ojos claros en los marrones de Oliver. Su rostro se había tornado serio. Lo había molestado, su comentario era inapropiado. Se mordió la lengua y desvió su rostro─. Lo siento, eso ha estado fuera de lugar.
Sintió una de las manos fuertes de Travis sobre su hombro. Lo miró de reojo, sonreía cansado. Tal vez no lo había molestado tanto como creía.
─Tranquilo, es normal que todos penséis que aún sigo enamorado. Pero aquello terminó.
─Lo siento Travis, pero eso, por lo que ví el domingo, sólo se lo creería tu mujer, o ¿vas a decirme ahora que no sientes nada por Olimpia?
Oliver lo miró con el ceño fruncido. Estaba tan claro, tan a la vista de todos que aquel hombre seguía enamorado, que difícilmente podría esconderlo por mucho tiempo. Se compadeció de Travis en silencio, pues no estaba muy seguro de lo que Olimpia podría sentir por él.
─¿Qué importa lo que yo sienta Oliver? Olimpia está casada y yo también.
La puerta corredera del estudio de Olimpia se abrió, entrando ésta con una taza de café en cada mano. La mujer miró a aquellos dos hombres sentados en la tumbona maltrecha que se combaba con el peso de ambos. Sonrió, aunque no estaba segura de a quién de los dos le dedicaba su sonrisa. Oliver se levantó para desperezarse y acercarse a ella.
─Oli, tengo que irme ya ─Oliver le dio un beso tierno en la mejilla a su amiga mientras le quitaba una de las tazas de las manos. Tras tomársela de un trago, miró al hombre que seguía sentado en la tumbona mirando el vacío.
─Recuerda Travis, la función no se termina hasta que cae el telón.
Olimpia miró extrañada a su amigo que salía a trompicones de la terraza y se dirigía torpe hacia la cama en busca de su chaqueta. Recordó que no le había visto el brazo ni le había hecho la cura.
─¡Oliver! No olvides lavarte el tatuaje cada seis horas y ponerte la crema que te he dejado en la chaqueta.
─¡Descuida!
Olimpia sonrió al ver cómo le mostraba su tatuaje orgulloso y asentía al ver el bote de crema que ella le había metido en uno de los bolsillos. Al desaparecer de su campo de visión, pudo entonces concentrarse en el que aún seguía sentado observándola en silencio. Suspiró y se sentó a su lado.
Le dio un sorbo a su café en silencio. Sentía los ojos azules de Travis clavándose en ella; comenzó a sentir que las palmas de las manos le sudaban, y un pellizco nervioso se coló en su estómago.
─Si llego a saber que estabas aquí, te hubiera traído una taza de café.
─No te preocupes.
Travis le dio una calada a su cigarro, mientras desviaba la mirada al horizonte. Con el sol fuera, el cielo comenzaba a tornarse celeste y el calor empezaba a apretar.
─¿Cómo es que estás tan temprano en el taller? Apenas son las siete de la mañana ─una sonrisa tímida se colaba entre los labios de Olimpia. Sentía el calor del cuerpo de Travis a su lado. Sus brazos fuertes, sus manos que antaño eran suaves y dulces, el lunar que tanto le gustaba sobre la parte izquierda de su labio, ahora todos y cada uno de los recovecos del cuerpo del viejo motero eran de Rachel. Olimpia tragó saliva y se reprendió por aquel pensamiento. Estaba casada, eso no debía olvidarlo.
─Ahora el taller es mío, soy el jefe. Ya no sólo me dedico a reparar motores y faros de coches ─los ojos de Travis se iluminaron, y Olimpia le respondió con una sonrisa nostálgica. Recordando aquel primer momento en el que se vieron por primera vez hacía ya casi trece años─. La verdad, es que quería hablar contigo.
El pellizco de su estómago se transformó en algo más grande y doloroso, ahora le llegaba al pecho. Un nudo en la garganta hacía que se trabara y las palabras no pudieran salir. No estaba segura de qué querría hablar con ella, pero sabía que fuera lo que fuera le trastocaría la vida; igual que la última vez que hablaron.
Se levantó rápida y comenzó a pasear nerviosa por la terraza, alejándose de la mirada de aquel hombre. Sintió la mano cálida de Travis sobre uno de sus brazos; se deshizo de su agarre con más violencia de la que deseaba. No quería mirarle a la cara, no quería esa conversación. Lo mejor era alejarse de él, y de todo lo que estaba brotando de nuevo en su interior desde el primer momento en que lo vio. Se alejó unos metros más, pero de nada sirvieron cuando, de nuevo, las manos de Travis se posaron sobre sus brazos girándola para que lo mirase a los ojos, y tirando así la taza al suelo.
─¡Tenemos que hablar, Olimpia!
─¡No hay nada de qué hablar! ─de un movimiento violento volvió por segunda vez a deshacerse del agarre de Travis. Sentía una fuerte presión el pecho, como si una roca la aplastara. Tanta cercanía a ese hombre la estaba descolocando. Buscó el paquete de cigarrillos en su bolso. Mientras lo encendía y le daba la primera calada, observó de reojo a Travis. Se agarraba a la baranda de la terraza con una mano mientras con la otra se restregaba la sien. Aquella situación era violenta e incómoda para ambos. El sabor y el olor del tabaco la relajó lo suficiente para armarse de valor y enfrentarse cara a cara a aquel hombre que amenazaba con desestabilizar el poco equilibrio que había conseguido en su vida. Se acercó a la terraza de nuevo, se paseó por ella dándole la espalda a Travis; no podía ni quería mirarlo a los ojos. Carraspeó y trato de sonar lo más serena posible.
─Travis, te rompí el corazón. Y luego, tú me lo partiste a mí. Ahora, ambos hemos rehecho nuestras vidas al lado de otras personas. Aquello se terminó.
─Olimpia, mírame ─la voz del motero sonaba a su espalda, muy cerca de ella; tanto, que casi podía sentir su aliento suave acariciar su pelo. O tal vez, era algo que ella estaba deseando en ese momento. Volvió a reprenderse en silencio por dejar que sus deseos comenzaran a dominarla. Tragó saliva de nuevo para tragarse aquellos pensamientos, y se quedó estática. Tras unos segundos, por tercera vez, Travis la agarró, esta vez mucho más fuerte. La giró y la miró con una intensidad que hasta entonces Olimpia no había visto en él. Sentía su respiración contra su rostro, sus manos calientes y fuertes le agarraban los brazos; sabía que esta vez no podría escaparse de él. Trató de sostenerle la mirada─. ¡Mírame! Dime que no me quieres, que no sientes nada y que aquello terminó para ti. Termina de destrozarme para que pueda seguir adelante.
La mujer suspiró fuerte, y cerró los ojos. Las palabras que deseaba decir morían en su garganta. Se mordió el labio fuerte, hasta casi sentir el sabor metálico de la sangre. ¿Qué hacer? Deseaba poder decirle que no lo quería, pero era incapaz de hacerlo.
De repente, los labios de Travis se encontraron con los suyos. No era un beso como los de antes; no era cálido, ni dulce. Era un beso violento, desesperado y temeroso. Un beso lleno de culpa, de remordimientos. Tras unos instantes, el cuerpo tensionado de Olimpia se relajó, y sus labios respondieron, dándole a ese beso vida propia. Sus lenguas se fundieron en un baile que, aunque hacía mucho que su música no sonaba, aún recordaba el ritmo y los pasos. Un revoltijo de sentimientos invadió el corazón de Olimpia. Recuerdos venían a su mente, uno a uno; entre ellos, el rostro de Nathan. Una punzada de culpa y desprecio por ella misma, por lo que estaba haciendo y comenzaba a sentir la obligó a separarse de Travis de un empujón.
─¡No vuelvas a hacer eso! ─la mujer lo amenazaba con un dedo en alto─. Quiero a mi marido. No se merece que le destroce la vida.
Los ojos sorprendidos de Travis la miraban de arriba abajo. Su rostro se oscureció y trató de acercarse a ella lentamente; pero Olimpia no estaba dispuesta a que la volviera a coger con la guardia baja.
─Olimpia...
En ese momento, la puerta por donde Travis había entrado volvía abrirse, dando paso a Rachel, cuya mirada se cruzó con la de su marido.
─Cariño, te he traído café y dulces para desayunar. Te has levantado tan temprano que seguramente no has comido nada.
El mecánico parpadeó para tratar de recomponerse.
─Eh... no... gracias Rachel. Bajaré ahora mismo.
Rachel le sonrió un instante antes de dirigir la mirada hacia Olimpia.
─Olimpia, ¿te apetece bajar y desayunar con nosotros? Hay suficiente para los tres.
─No ─la voz de Olimpia sonaba titubeante y débil─. Debo ponerme a limpiar y adecentar esto. Muchas gracias.
Rachel se acercó a su marido para cogerlo del brazo y guiarlo hasta la puerta.
─En ese caso, nosotros nos marchamos ─respondió dándole la espalda a la mujer.
─¡Rachel! ─Olimpia la reclamó de nuevo, volviendo a cruzar sus miradas─. Cuando quieras puedes llamarme y prepararemos el diseño para tu tatuaje.
Rachel le sonrió y asintió, saliendo por la puerta que ya había atravesado Travis.
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