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PRÓLOGO

*Prólogo*


El clima estaba a dos grados, el cielo nublado y el frío era infernal. Una leve llovizna azotaba la ciudad de Anchorage y eso era suficiente para que la rubia se colocará el abrigo más grueso que tenía, normalmente usaba una camisa mangas largas pero el clima de hoy ameritaba un poco más de protección.

Con una tasa de té y una rebanada de pan tostado, estaba satisfecha para una jornada ajetreada en el restaurante donde trabajaba. Ya con las llaves en su mano y con el bolso en su hombro, se dispuso a salir de su pequeño departamento, al cerrar la puerta su vecina de tercera edad le saludó con una pequeña sonrisa, la cual, la rubia correspondió igual.

Bajó con delicadeza las escaleras, ya que, el ascensor del edificio estaba fuera de servicio. Salió a la calle y el frío viento de Alaska le azotó su largo cabello dorado, como pudo y maldiciendo por lo bajo, amarró sus mechones de sol en una coleta alta.

Luego de abrazarse a si misma, camino hacia su trabajo. Miraba las calles e imaginaba como sería su vida si, estuviera de camino a una universidad y no a un restaurante.

Pensaba en la felicidad que le traería el poder hacer lo que en realidad quería, no todo es como queremos, pensó. Suspiró y con su característico óptimo, sonrío y siguió su camino. El que con suerte, la llevaría directo a dónde quería.

El cielo estaba cubierto por una leve capa de nubes grises y la pequeña lluvia caía sobre el parabrisas del Nissan Qashqai azul. Los dedos del pelinegro tamborilean el volante, mientras que su otra mano descansa sobre el freno de manos, sus ojos azules se posan en el espejo retrovisor y observa la gran fila de autos que esperan detrás de él.

Con suerte llegaría a tiempo a su reunión de las nueve de la mañana, los neoyorquinos firmarán, sin duda, pensó. Su trabajo consistía en vender y comprar acciones, era sencillo, su fuerte siempre ha sido convencer a las personas, es muy bueno en ello.

La empresa llegó a sus manos, hace más de cinco años, cuando su padre murió. Al principio no quería quedarse a cargo, puesto que, él ya tenía la suya. Su temperamento y orgullo no querían que lo vieran por la empresa de su padre, pero viendo que, era hijo único no tenía de otra.

Pero al ser tan listo, unió ambas compañías y creó lo que hoy se llama Coleman Company, una gran parte del mercado empresarial, es impulsado por la prestigiosa empresa.

El semáforo cambio a verde y con suma lentitud la gran línea del tráfico comenzaba a avanzar, pero por alguna extraña razón, un kilómetro más adelante, volvía a quedar estancado dentro de los auto. Maldijo observando su reloj, eran las ocho con veinte y el dichoso trancón no daba señales de avanzar.

Con el pasar de los minutos, un oficial de la policía hizo un pequeño informe, dónde decía que, un choque pequeño obstaculizaba el camino. Tal vez y con un poco de ayuda de la grúa, el camino estaría despejado lo antes posible.

Su teléfono sonó y con mala gana lo desbloqueó, para encontrarse con un mensaje de su secretaria. Dónde le informaba que, sus futuros socios llegarían más tarde de lo acordado. Suspiró y se relajó un poco, no hay prisa, dijo mientras esperaba.

Con el paso de los minutos, un pequeño y algo molesto bullicio, llamó la atención del pelinegro. Con algo de interés, dirigió su mirada hasta la esquina de la acera que estaba junto a su auto. La figura de una pequeña mujer y dos hombres se divisaban al instante, por lo que parecía, estaban discutiendo.

Pero lo que más llamaba su atención era la pequeña chica que vociferaba con todas las fuerzas que tenía, era rubia; algunos mechones caían como ondas desordenadas alrededor de su rostro, era bajita. Sus pequeños brazos se elevaban haciendo énfasis en todo lo que decía, de un momento a otro se giró en dirección a la carretera y el corazón del ojiazul dejó de latir.

Las facciones delicadas de la rubia lo cautivaron por completo, sus labios gruesos fruncidos y su nariz respingada estaba arrugada a causa del enojo, sus cejas casi unidas por un característico ceño fruncido. Pero lo más sorprendente para el hombre, fue que, a pesar de la distancia podía apreciar los magníficos ojos azules de la chica.

Tan azules como cuando el sol recae en un glaciar en el ártico, pensó.

Pero al observar sus mejillas sonrojadas a causa del frío pensó en otra cosa.

Tan rojas como cuando el fuego está vivo en una hoguera.

En definitiva, nunca antes había visto semejante belleza. Nunca en su vida presenció una mezcla genuina de sol, hielo y fuego.

Era impresionante, era sumamente majestuoso.

Sabía de antemano que, el fuego y el agua no se mezclaban. Pero ¿que podía esperarse de alguien que era el mismísimo sol?.

¡NUEVA HISTORIA!
¿Que les parece el prólogo?.
¡Voten y comenten mucho!

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