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CAPÍTULO 1

*Capítulo 1*

Bendito sea el viento de Anchorage que, sin remordimiento alguno desbarata mi muy apreciado cabello. Espero y mi sarcasmo se note.

Por enésima ocasión paso los mismos dos mechones que siempre terminan fuera de mi coleta tras mis orejas, aprieto los brazos a mi alrededor y trato que el frío no se cuele entre mi abrigo. Las calles de Anchorage están llenas de autos, mínimo es otro accidente de tráfico. El hecho de que, Alaska sea fría y que la mayoría del tiempo este lloviendo hace que, las carreteras siempre estén mojadas e incluso congeladas.

Este sería el tercer choque en la semana y eso que apenas estamos a miércoles, suspiro. Miércoles, eso quiere decir que es turno doble. Trabajar en un restaurante no es fácil, pero me gusta estar en movimiento. Tampoco me quejo, tener la oportunidad de trabajar en uno de los restaurantes más concurridos de la ciudad es mucho pedir, para alguien que no tiene ni idea, de lo que es ser mesera.

Sigo mi camino, hoy siento que será un día productivo.

Un silbido se escucha y ruedo los ojos.

-¡Pero mira nada más!- una voz pedante se escucha a lo lejos- Si es el pudin de azúcar.

Ruedo los ojos otra vez y sigo caminando, es normal que Max y su "pandilla" por así decirlo, estén en esta calle. Anteriormente cuando comencé a trabajar, hace como dos años quise cambiar de ruta. Pero el simple hecho de caminar sola por un callejón oscuro, me da pánico. Así que, decidí acostumbrarme, ellos son así. Trato de ignorarlos, pero a veces es difícil.

-¿No vas a saludar?- pregunta Mac, el hermano de Max.

Trato de esquivarlos y cruzar la esquina, pero nunca lo hago. Ya que, una mano se estrella en mi trasero. Me paralizo, abro la boca indignada, molesta. ¡Furiosa!.

Me giro y los observo. Son cinco en total, pero solo conozco a dos.

-¿Quién fue?- cuestiono con voz calmada. Todos sonríen pero ninguno responde- ¿Quién demonios fue?.

-Tranquila, pudin- Max se acerca a mi y ríe- No fue nuestra culpa.

-¿Fuiste tú?- vuelvo a preguntar y finge pensar.

-Puede, no lo sé, ¿Por qué? ¿Quieres averiguarlo?- se acerca más a mi y alcanza a tocar mis manos.

-¡Aleja tus asquerosas manos de mi!- digo con voz demasiado elevada.

Se que llamé la atención de varias personas, puesto que, las que caminan a nuestro alrededor nos miran de forma rara.

-Oye, ¡Relájate!- levanta las manos al aire y sonríe. Mi ceño se frunce- No hay porque protestar, ambos sabemos que te gustó.

-¡Infeliz, pedazo de excremento!- grito sintiendo el sonrojo de la ira subir por cuello- ¡No te atrevas a decir eso, nunca en tu vida!. ¡Jamás me gustaría que me tocaras, imbécil!, Irrespetuoso.

-A mí no me insultas, pudín- su mano se aferra a mi muñeca.

-¿O si no qué?- lo encaro- ¿Vas a golpearme?, Poco hombre. Eres un asqueroso cerdo. ¡Que ni se te ocurra volver a tocarme!.

-¿O si no qué?- cita mis palabras de forma burlona- ¿Llamarás a la policía?.

-No, no soy tan cobarde- sonrío- Mejor aún, te dejo sin hijos, ¿Qué te parece eso?.

-No te atreverías.

-¿Apostamos?, Porque justamente ahora quiero hacerlo- ríe y aprieta su agarre en mi muñeca, haciéndome daño- ¡No te metas conmigo, Max!- digo y trato de empujarlo, pero es más grande y ejerce más fuerza- ¡Suéltame, bestia!.

No lo hace, ¡Infeliz!. Me remuevo y lucho con soltarme pero no puedo.

Y entonces sucede.

-Creo que la señorita quiere que la sueltes- una voz ronca retumba entre el aire pesado entre Max y yo.

Puede que esté molesta y también tengo un poco de miedo porque Max no me suelta, pero aún así esa voz me erizó la piel. ¿Qué es esto?.

-Solo estábamos jugando, ¿No es así, pudín?- cuestiona Max mirando detrás de mi.

-No, no estamos jugando- aprovecho que su agarre cede y lo empujo lejos de mi- No me llames pudín, y trata de no molestarme- lo señaló y él encarna una ceja- No te metas conmigo.

Me lanza un asqueroso beso, mientras que yo le saco mi dedo medio y le sonrío. Bestia. Los muy infelices solo se marchan.

Me giro y me encuentro con el dueño de la voz que me erizó.

Con el dueño del mar, de dos estrellas, de dos glaciares árticos.

-¿Estás bien?- pregunta y yo salgo de la estupefacción que tengo con sus ojos.

-Yo... eh.. si, estoy bien- tartamudeo y parpadeo, sonrío- Gracias, de verdad.

-No hay problema, ¿es normal que haga eso?, Podrías denunciarlo- dice y medio cierro los ojos, deleitándome con su voz.

-No quiero problemas, pero estoy bien. Gracias por la ayuda- le digo nuevamente y él asiente- Adiós.

No dejo que responda, ya que me doy la vuelta y prácticamente corro en dirección contraria, tal vez por los nervios de ver a semejante hombre o porque realmente estoy llegando tarde al trabajo.

Cuando llegó al restaurante, entro al establecimiento y me dirijo directamente a el área de personal, busco mi uniforme. Consiste en una falda ejecutiva negra por sobre el muslo, una camisa de vestir blanca y unas zapatillas de piso blancas, es simple. Me ato el cabello en una trenza francesa y la dejo caer hacia atrás, salgo hasta la zona de meseros y Claudia la encargada me sonríe.

-Hola, Sol. Creí que no vendrías- dice, niego frenéticamente.

-Sabes que no puedo perder el empleo, es uno de los que me genera más ingresos- niego- No puedo, solo tuve un pequeño inconveniente.

-No deberías agobiarte tanto, eres joven- sonríe- Si sigues así, a los treinta tendrás arrugas.

-Todavía faltan ocho años para eso, pero lo que menos me preocupa es tener arrugas.

-Bueno, a trabajar- aplaude y todos salen disparados- ¿Hoy es tu turno doble?.

Asiento para luego ir en busca del primer comensal y tomar su orden.

Este trabajo es ajetreado, pero es el más importante, ya que aquí me pagan más. Tengo dos empleos más, uno en una biblioteca repartiendo café y el otro en un centro comercial atendiendo una agencia telefónica.

Si, tal vez es mucho para una chica de veintidós años, pero no todos corremos con la misma suerte. Estudiar cardiología es un sueño para mí, y si quiero entrar a la universidad debo trabajar. La carrera es muy costosa y en cuanto a la beca, no es un método al que pueda recurrir.

Caminar de un lado para el otro es frustrante, pero no puedo quejarme. No soy muy sociable, no interactúo mucho con mis compañeros de trabajo. Amigable soy, pero soy de pocas palabras, ser mesera me ha ayudado mucho en ese aspecto. En mis otros trabajos es igual, de hecho creo que solo es aquí y en la agencia, porque en la biblioteca solo somos mi jefa y yo.

La biblioteca no genera muchos ingresos, pero me sirve para mí sustento. El dinero del centro comercial y del restaurante van directo a mi cuenta en el banco, así ahorro todo y no gasto de más.

El día pasa volando, cuando termino de atender a mi último comensal voy hacia mi taquilla y busco mi teléfono. Siete treinta, suspiro. Dos turnos más, las propinas fueron buenas, creo que mi sonrisa cautiva. Río para mis adentros y niego divertida.
Antes de poder desabotonarme la camisa, el alboroto en el área exterior llama mi atención. Salgo nuevamente y me encuentro con una Claudia a punto de arrancarse el cabello negro que tiene.

-¿Qué sucede?- pregunto llegando a su lado.

-Que hace como dos minutos llegaron unos empresarios y pidieron una mesa, y yo como idiota se la di, ahora no tengo quien los atienda. El restaurante está lleno- ahoga un grito y se deja caer sobre la silla.

-Tranquila, yo me encargo- niega.

-No, tu turno termino. Debes estar cansada, ve a casa- niego y le doy la mano.

-Nada de eso, yo puedo hacerlo. ¡Relájate!, yo me encargo. ¿Qué mesa es?.

-La 70- dice y mis ojos se abren a tope.

-¿Y quiénes son?- cuestiono.

-Gente importante, Sol. Muy importante.

Me encojo de hombros.

¡Más propinas!.

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¡NUESTRO PRIMER CAPÍTULO!.
¿Que les parece?, ¿Están emocionados como yo?.
¡Voten y comenten mucho!

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