Los corazones de hielo también pueden derretirse

"Nunca es tarde para emprender un nuevo rumbo", repetía constantemente en mi cabeza cada vez que intentaba pensar. No era malo comenzar un nuevo camino, pero resultaba difícil hacerlo cuando no había terminado de cerrar el anterior.

Mis ojos se posaban en las hermosas montañas de hielo que tenía frente a mí, mientras mi mente se encontraba perdida en pensamientos pasados.

Me tomó tiempo darme cuenta de la constante voz que susurraba mi nombre a mis espaldas. Por un momento, creí que era Dios, que finalmente había visto mi sufrimiento y decidió llevarme consigo. Pero parecía que aun mis súplicas no eran contestadas.

Grego escaló el bloque de hielo en el que estaba sentada, luchando por llegar a su cima junto a mí. Me miró con esa mirada de compasión que todas las personas muestran cuando me ven: lástima. Eso es lo que sentía al ver a una joven tan desanimada y abatida como yo.

Sin decir una palabra, levantó el pulgar y acarició suavemente mis mejillas, limpiando las gruesas lágrimas que había derramado.

Sentir su mirada sobre mí era desesperante. Quería que me dejara sola, necesitaba seguir pensando y sumergirme en las turbias corrientes de mis pensamientos, el único lugar donde mi realidad seguía siendo un cuento y donde nada había cambiado... donde él seguía estando conmigo.

Anhelaba alejarme de la hipocresía de la gente. ¿Por qué iban a querer a una chica desvalida como yo? No había ni siquiera una palabra para describirlo.

--Isa, debemos regresar a casa, susurró Grego en mis oídos. Sabía que tenía razón, pero aún necesitaba tiempo. No estaba lista para enfrentar la realidad, todos parecían saberlo, excepto mi familia, quienes insistían en que siguiera adelante como si nada hubiera pasado. "Isa, sé que esto te duele, mi amor, de verdad lo entiendo. Pero necesito que volvamos a casa. Te congelarás aquí sola", dijo, mostrando su frustración en sus labios. Grego levantó sus manos y se echó hacia atrás el cabello, en un intento de controlar sus nervios, algo que siempre hacía.

Estiré suavemente mis piernas y levanté la vista hacia mi hermano, percibiendo su alivio al ver que me levanté. Sin embargo, mis pensamientos seguían en el bloque de hielo frente a mí.

¡Qué fácil sería saltar y terminarlo todo de una vez! Al final, no era nada, solo una chica destrozada. ¿Quién intentaría salvar a alguien como yo?

Pero algo me impidió que esos pensamientos me llevaran hacia el bloque de hielo. Fueron aquellos hermosos ojos azules que se reflejaban a lo lejos. Era extraño ver sus ojos posados en mí de esa manera. Era como si algo en mí valiera la pena, como si fuera importante. Era el único que me hacía sentir especial.

Caí al suelo, rodillas en tierra, sin poder contener las lágrimas que brotaban como un grifo recién abierto por mis mejillas. Sentí los brazos de mi hermano rodeándome mientras mi cuerpo se agitaba con cada espasmo en el suelo.

Mi nueva vida estaba comenzando. Una vida en la que estaría completamente sola. Un mundo de supervivencia en el que nada tenía valor para nadie, ni siquiera mi propia familia.

El frío comenzó a cubrir mi cuerpo, sentía cómo la montaña de hielo se formaba dentro de mí, bloque tras bloque de hielo congelado cubriendo cada parte vulnerable de mí. El momento había llegado.

Si quería sobrevivir al invierno, primero debía dominar la primera regla.

"El amor no existe"