Invasión
Estaba a punto de salir.
Hasta que me di cuenta que había olvidado mi escudo.
No me considero derrotista, pero de cualquier forma ni la cota de malla de mithril de Frodo me hubiera salvado ante semejante asedio enemigo.
Por eso crucé el umbral de mi fortaleza convencido que iba a perder la batalla. Bueno, la verdad es que algo derrotista siempre fui. Pero no me importó, no me quedaba alternativa.
No había sonado trompetazo que anunciara su llegada, porque en realidad ellos no tenían trompetas. Ni bombos. Ni platillos. Nada.
No había escuchado ninguna palabra, ningún susurro, porque en realidad no hablaban nuestro idioma. De hecho ni sé si hablaban algún otro idioma. Eran bárbaros, solo ansiaban tomar mi elixir de vida, el fluido que recorre todo este cuerpo, llegando hasta los dedos que hoy escriben estas líneas. Ese era su único objetivo.
Sus únicos instrumentos eran las armas. Su única sed la sangre. Mi sangre. La de mi gente. La de toda una especie sobre la Tierra, nada más ni nada menos.
Eran implacables. Sabía que no había defensa posible ante tal conminación. Semejante ataque repentino, sin aviso, me dejó patitieso.
A pesar de saber todo eso, salí.
Sin defensas. Solo. Me supe temerario.
Cuando comenzamos a cultivar afuera de nuestros muros no éramos conscientes del peligro que podría acechar afuera. Eran tiempos prósperos, en los que sólo nos dedicábamos a arar nuestras tierras y a cosechar sus frutos; todo sin pensar en amenazas inminentes, concretadas hoy día y que probablemente se extiendan durante largos meses.
La Fortaleza se construyó dejando muchos de esos buenos cultivos a merced del clima y de la voluntad de quien osara pisar los campos.
El asedio ese veía tan inexpugnable como lo fue la Fortaleza en épocas doradas. Nos diezmaban. Aún hoy seguimos acorralados.
Aún así, salí.
Avancé unos pasos por la explanada, directo hacia mi objetivo.
Esperaron a que me acercara a los primeros cultivos. El fantasma de la inanación acuciaba, por eso no me quedaba alternativa. La cosecha no podía esperar un día más.
Sin mediar palabra, trompetazo, bombo, platillo, flautazo o sonido alguno... se desplegaron en una formación que hasta los mismísimos Alejandro Magno, Julio César, Napoleón o Saruman envidiarían.
No avanzaban a pie o sobre algún équido. Volaban. Avanzaban tan rápido que ni tocaban el suelo.
Los mosquitos atacaron.
Volví a entrar a casa derrotado. Picado. Casi desangrado. Pero vivo con lo justo para poder plasmar en la Historia lo que pasó hoy, para que lo sepan Los Que Van A Venir. Nunca olviden usar repelente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro