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capítulo O1

Su madre no mostró reacción
alguna cuando le dijo que repetiría
curso, terminó de colocarse
sus carísimos pendientes de
amatistas y oro y le miró con
condescendencia. Para ella, solo
suponía un año más pagando
su instituto, un gasto mínimo
en comparación con sus lujosos
caprichos semanales. Era una
manera estupenda de mantener a
la carga de su hijo ocupado durante
el día, de alejarle de casa para
poder encontrarse con alguno de
sus amantes habituales. Ya Jungkook
no le extrañó, tenía suerte de no
estar internado en alguna escuela
militar alejada de la civilización.

A él nunca le importaron sus
estudios, solo quería cumplir la
mayoría de edad para largarse de
su casa, alejarse de toda la pompa
y los lujos innecesarios con los que
su familia sustituía la felicidad y el
cariño de un hogar convencional.
Preferiría vivir bajo un puente antes
que en esa ostentosa mansión en la
que se sentía como una parte más
del mobiliario.

El primer día del nuevo curso llegó,
y ni siquiera se habría planteado
salir de la cama de no ser porque
su padre volvería a casa un par
de horas más tarde. Se preparó
desganado y caminó hacia el
instituto arrastrando los pies. Ese
año prescindiría del chófer, quería
acostumbrarse cuanto antes a vivir
sin comodidades. Seis meses, seis
meses más y la mayoría de edad
le traería la libertad que tanto
ansiaba.

Cuando entró al edificio, la
ensordecedora efusividad de los
adolescentes reencontrándose le
golpeó. Aquellos jóvenes parecían
tan felices. Algunos se fundían en
abrazos interminables mientras
otros sonreian como si quisieran
desgarrar sus mejillas. Jungkook hizo
una mueca de desagrado, nadie
se acercaría a él. Su único amigo
ya había acabado su estadía en
aquella cárcel de hormigón, y su
fama le precedía demasiado como
para hacer nuevas amistades. Allí
donde pasaba, solo hacía falta una
de sus miradas oscuras para que
la gente se apartara de su camino.
Nadie quería peleas con Jungkook,
no era famoso por sus escándalos,
pero sus penetrantes pupilas
negras y su rostro inexpresivo eran
suficientes para helar la sangre de
cualquiera. No tenían motivos para
temerle y, sin embargo, todos se
alejaban. Mejor, pensaba él.

Jungkook estaba podrido por dentro
y por fuera, sus ojos crueles no eran
más que un reflejo de su interior.
No le importaba nada ni nadie a
parte de él mismo, al menos era así,
hasta que lo vio por primera vez.

Jungkook era un alfa, todo el mundo
sabía que presentaría como tal
nada más nacer. Jungkook era un alfa,
y era uno poderoso. Habría sido el
alfa perfecto, sueño de cualquier
omega, si hubiera puesto un
mínimo interés en encontrar una
pareja. Pero Jungkook no era un buen
alfa, él intimidaba a los omegas y
jamás dejaba que se le acercaran.
Nunca se sintió capaz de amar
mínimamente a nadie. A él no le
importaban los roles de clase, alfas,
omegas, los despreciaba a todos
por igual. Por eso, nunca se había
sentido afectado por el aroma de
ningún omega. No hasta que entró
a su nueva aula.

Había conseguido saltarse el
discurso de bienvenida, no sería
más que un montón de palabras
de aliento que el director escupiría
sin sentido ni sentimiento alguno
como una grabadora. Se escondió
en una de las aulas vacías y se
fundió con la marea de gente
que se dirigía a las clases una vez
terminó aquel teatro de motivación
estudiantil. Mientras sus nuevos
compañeros se ponían al día,
pudo adueñarse del pupitre más
apartado y esperar mirando el
tiempo escaparse por la ventana
a que el profesor llegara a
explicar cómo funcionaría aquel
nuevo curso. Por suerte, Jungkook
solo tuvo que aguantar alguna
que otra mirada indiscreta. Su
paciencia no habría soportado las
impertinentes preguntas de alguno
de sus compañeros excesivamente
curioso. Era el único repetidor, no
quería estar allí y no quería que
nadie se acercara, fin de la historia.

Todos se sentaron
automáticamente cuando el viejo
maestro puso un pie en la sala.
Los niños ricos eran realmente
educados.

- Bienvenidos, alumnos. Soy Lee
Min Wook y seré vuestro tutor este
curso.

- Hola, señor Lee. - Corearon los
estudiantes como monos de feria
bien adiestrados.

Jungkook torció el gesto, apenas
llevaba una hora en ese edificio y ya
quería reducirlo a escombros con
sus propias manos.

Su cabeza desconectó mientras
el profesor Lee anotaba en la
pizarra las normas del centro.
La mayoría de los allí presentes
llevaban en ese instituto desde
los doce años y, aún así, el
hombre se empeñaba en explicar
aquello que todos se sabían de
memoria. El irritante chasquido
de la tiza contra la pizarra y el
repetitivo tic-tac del reloj de pared
acompañaban el incesante parloteo
del profesor, y Jungkook podía sentir
cómo se tensaban sus músculos
con molestia. Aquello era una
tediosa tortura, y pensar en el
tiempo que aún debía pasar allí,
rodeado de educadores estirados
y adolescentes snobs hacía que la
idea de saltar por la ventana fuera
realmente tentadora.

- Disculpe, señor. ¿Puedo pasar?

Jungkook nunca se había sentido
afectado por el aroma de ningún
omega, pero una arrasadora oleada
de dulce fragancia barrió sus
sentidos cuando la puerta se abrió.
Del otro lado, Jungkook creyó estar
viendo al protagonista de algún
cuadro de Botticelli. El omega rubio
parecía jadeante tras una carrera,
sus gruesos labios abriéndose y
cerrándose entre las profundas
respiraciones. Sus ondas rubias
se encontraban alborotadas,
y su ancho jersey azul celeste
descolocado sobre su menudo
cuerpo. Inalcanzable, esa fue la
primera palabra que acudió a la
mente de Jungkook al ver al
hermoso omega.

- Llega usted tarde, señorito…

- Park Jimin. Lo siento mucho,
señor, soy nuevo y me he perdido.

El chico parecía realmente
arrepentido, con la cabeza gacha y
los ojos de cachorro abandonado.
El ambiente en la sala era cada vez
más denso, incluso el señor Lee, un
respetable beta enlazado con una
entrañable omega, se vio afectado
por el recién llegado. Carraspeó
levemente, reponiéndose de la
impresión inicial.

-Bien, espero que sea la última vez.
Tome asiento.

Su tono estaba lejos de ser todo lo
severo que pretendía.

- Sí, señor.

Jimin sonrió amablemente
y la clase se convirtió en un
hervidero de hormonas. Los alfas
se encontraban revolviéndose
nerviosos en sus sitios, observando
la perfección personificada.
Algunos repiqueteaban en el suelo
con sus zapatillas de marca, otros
daban golpes rítmicos con el dedo
en la mesa, algunas se rizaban el
pelo compulsivamente, y Jungkook
no sabía cómo reaccionar. Aquel
omega le había inducido a una
especie de estado de shock, a
un trance del que no podía salir.
¿Había muerto? No, un ángel no
podría hacerle reaccionar así.
Aquella mezcla de excitación y
admiración era más bien infernal,
ardientemente abrasadora. En un
segundo, Jungkook pudo contar cada
hebra en el sedoso pelo rubio de
Jimin, cada peca en su marmórea
piel, cada pestaña que coronaba
sus hermosos ojos color miel.
Jungkook se esforzó al máximo por
grabar en su retina la imagen del
ser humano más hermoso que
jamás hubiera visto.

Por un momento, Jimin paseó
su vista sobre la clase, todos
los alumnos mirándole con
admiración. Sus ojos se posaron
sobre el pupitre vacío junto a
Jungkook, ya éste empezaron a
sudarle las manos con nerviosismo.
Solo imaginar a aquel chico
sentado a escasos centímetros de
él, hacía su cuerpo hormiguear de
pura felicidad.

- ¡Hey! ¿Quieres sentarte conmigo?

Seguramente, Taehyung creyó
que le hacía un favor al nuevo
ahorrándole la tortura de sentarse
junto al marginado del salón. Jimin
sonrió tímidamente y se sentó
junto al que se convertiría en su
mejor amigo.

Mientras, Jungkook observó con el
ceño fruncido cómo el omega se
alejaba de su lado.

Había empezado a sentirse capaz
de amar a alguien que no fuera él
mismo.


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