
23.
LA CONFESIÓN
«Tenía que casarme» pronunció Becca.
Durante un instante, Colton quedó pasmado. Empezó a dudar de su propia capacidad de entendimiento. Quizá había escuchado mal.
—¿Casarte?
—Sí. Casarme.
—¿Cuántos años tenía ese tipo?
—Profeta.
—Como sea. ¿Qué edad tenía?
—Uhm, como cincuenta —respondió—. No estoy segura.
«Hijo de puta» maldijo Colton en su interior. Su mandíbula se tensó, conteniendo las ganas de vomitar y al mismo tiempo, cuidando sus reacciones tras notar el miedo en la mirada de Becca.
—Eso es completamente ilegal. Está enfermo —largó enfurecido—. ¿Cómo es posible que haga esas cosas?
Becca se encogió de hombros.
—En Sion Creek tenemos otras reglas.
—¿Entiendes que ese hombre debería estar en la cárcel?
Ella bajó la mirada y asintió, repleta de vergüenza. Por primera vez había encontrado el valor suficiente para hablar del tema con alguien más. Ni siquiera consiguió hacerlo aquel día en la comisaría, cuando el oficial le pidió que explicara la situación del modo más detallado posible. La mirada de tantos desconocidos la inquietó tanto a tal punto que le cerró la garganta. Tan intimidada que quedó prácticamente muda.
—Siempre... Siempre sentí que algo estaba mal en Sion Creek. No... No me preguntes cómo lo sé, simplemente lo sentía —confesó—. El día que dijeron que tenía que casarme tuve la sensación de que hacerlo arruinaría mi vida. Respetaba al profeta y creía en su palabra, pero... No podía imaginarme con él. De ningún modo. Me daba... Me daba asco pensar que podía besarme o tocarme, o quién sabe qué —emitió un suspiro de angustia—. Es solo que... A veces me siento egoísta cuando pienso en lo que hice.
—¿Por qué? —cuestionó aunque no pudo esperar a oír su respuesta. Necesitaba quitarle esa idea de su cabeza—. No. No fuiste egoísta. Fuiste valiente y te liberaste de un infierno. Hiciste lo correcto, Becky.
—No lo sé —dudó—. Tendrías que haber estado ahí para entenderlo. Creo... creo que hice mal en huir del modo en qué lo hice. Fue... Un verdadero alboroto. Quizá nunca debí llamar a la policía, no lo sé —los ojos de Becca se inundaron de lágrimas. Sorbió la nariz, justo a tiempo para evitar que su expresión se convirtiera en sollozo. No quería hacerse débil frente a Colton—. Pero de verdad no quería casarme. Yo no... No quería que fuera de ese modo. Si algún día lo hago, quiero que sea por amor. Quiero estar enamorada. Algo así como en esa película que vimos en tu casa. ¿Recuerdas?
—Claro que sí, lo recuerdo —aseguró. Todavía sentados sobre el pasto, Colton se acercó y la estrechó suavemente en sus brazos. Ella lo miró de reojo, sintiendo un agradable remolino en su estómago—. Escúchame bien, Becca Larsen. Ya no estás en Sion Creek, ¿de acuerdo? Ahora estás en este mundo. Y en este mundo, nadie tiene derecho a obligarte a hacer lo que no quieres. Aquí decides tú. Y te prometo, como que me llamo Colton Bradford, que un día te enamorarás y será real, y tendrás todas esas cosas con las que sueñas. ¿Entendido? —ella asintió—. No. Tienes que decirlo en voz alta, Becky. Así que vamos otra vez, ¿lo entendiste?
—Sí. Sí, lo entendí Colton —entonces, de inmediato comenzó a reír a causa de las cosquillas que él le proporcionó—. Lo entendí, lo entendí —repitió entre risas aferrada a los bíceps que se marcaban por debajo de la camiseta—. Cole...
—Lo siento —él se detuvo, divertido—. Es que me gusta mucho cuando ríes.
Las mejillas de Becca se tornaron bordó.
—Hay otros modos de hacerme reír, ¿sabes?
—Las cosquillas son lo más rápido y efectivo —se justificó—. Supongo que tendré que averiguar otros modos.
Ella respiró, algo más aliviada y volvió la mirada hacia él.
—Nunca hablé con alguien más sobre Sion Creek.
—Tranquila. No se lo diré a nadie, ¿está bien?
—Gracias, Cole —llevó una mano hacia la mandíbula marcada del muchacho y lo acarició. Tenía la piel suave e hidratada. Era la primera vez que acariciaba así a alguien más—. Eres un ángel —musitó y paseó el pulgar hacia la comisura del labio. Notó los pequeños lunares en las mejillas. Divisó la diminuta cicatriz sobre la ceja izquierda que se había hecho de niño montando un skate.
Era el chico más atractivo que había visto en toda su vida.
Entonces, el móvil de Colton sonó. Leyó el número en la pantalla y se apartó para hablar, momento que Becca utilizó para recomponerse. Se puso de pie, acomodó el uniforme que se había trastabillado mientras él le hacía cosquillas, peinó el cabello con las manos y ajustó los cordones de las zapatillas. Nunca había prestado tanta atención a su aspecto pero, en aquel instante, rogó estar luciendo bonita.
—Tengo que irme —pronunció Cole tras cortar el llamado. Al mismo tiempo, comenzaron a caminar hacia el vehículo que permanecía en la orilla de la carretera.
—¿Qué pasó?
—Olvidé que tenía un entrenamiento importante.
—Creí que te habían suspendido.
—Sí, me suspendieron en el instituto. También entreno a diario en el club local de baloncesto —explicó. Lugar en el que jamás Colton se había perdido un entrenamiento. Asistía religiosamente durante las tardes de lunes a viernes—. ¿Te llevo a casa?
—Al café. Tengo que trabajar —expresó—. ¿Algún día podré verte jugar?
—¿Te gustaría?
—Sí, de verdad —aseguró—. Aunque no entiendo nada de baloncesto, aún así... Me encantaría ir a un partido.
—Lo harás, pronto —contestó ilusionado. Sí. Que Becca expresara que quería verlo jugar le había hecho muchísima ilusión. Tanta que se eyectó de energía para el entrenamiento—. Tenemos un partido de caridad en un par de semanas. Ya me habrán quitado la suspensión, así que me verás ahí.
Becca sonrió con entusiasmo.
—Estaré esperando ese día —no comprendía absolutamente nada de deportes; tampoco sabía quién era más o menos talentoso. Sin embargo, era capaz de percibir que Colton brillaba. Tenía luz propia. Iluminaba cada sitio a donde llegaba y por ende, estaba segura que destacaba como una estrella en el baloncesto—. Podrías explicarme las reglas antes, ¿no? Quisiera... Quisiera entender lo que veo.
—Por supuesto que lo haré. Es mi especialidad. Tenemos todo el camino para que entiendas de qué trata —Colton amaba hablar de su pasión—. Eres libre de detenerme cuando te aburras o si crees que ya es suficiente —advirtió mientras subían al vehículo.
—Nunca podría aburrirme de ti. En serio. Crecí en Sion Creek, ¿recuerdas? Allí todos los días eran monótonos, iguales y repetitivos. Todo lo que tengas para decir será nuevo para mí. Y... Me gusta. Me gusta eso.
—Entonces prepárate, Becky. Tengo mucho para contarte. ¿Estás lista? —murmuró divertido.
Ella asintió manteniendo la expresión risueña. Los ojos brillantes. La sonrisa imborrable. Todo parecía ir mejor cuando estaba a su lado. Y el mundo, aunque fuera completamente nuevo para ella, se sentía como un sitio más fácil de habitar.
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