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22.

LA ESPERANZA


Los espacios verdes siempre habían sido parte de su vida cotidiana. Becca creció en una casona aislada de la sociedad donde la salida más emocionante era ir a corretear por los pastizales y recoger las flores más bonitas que encontraba. Pese a su edad —ya no era una niña pequeña— seguía encontrando placer en esa sencilla actividad. El brillo en sus ojos se acrecentó cuando Colton aparcó a una orilla de la carretera luego de preguntarle si le parecía bien pasar un rato ahí. Ella había dicho «sí, por favor», dispuesta a rogar —de ser necesario— para detenerse aunque fueran unos pocos minutos. Sin embargo, no tuvo que hacerlo. En ningún momento sintió que Colton se lo negaría porque él todo el tiempo le proporcionaba alivio. Algo tan simple para la mayoría de los mortales era todo un suceso en la vida de Becca. El hecho de que alguien pidiera su opinión y estuviera dispuesto a respetarla no sucedía a menudo, al menos no en su vida. Siempre había tenido que callar, agachar la cabeza, bajar la mirada, reprimir sus deseos. Siempre había tenido miedo de alzar la voz porque si algo de lo que decía disgustaba a Él, su clima pacífico se desmoronaba a gritos, golpes y castigos. Y siempre, por supuesto, acababa pidiendo perdón con la culpa aferrada a su interior como uña y carne.

En cuanto puso los pies en el pasto, observó maravillada el paraíso frente a ella. Un paisaje verde, infinito, colinas de diversos tamaños que se destacaban en la superficie llana, cubierta de cientos de flores silvestres, algunas más grandes, otras más pequeñas, algunas de colores vibrantes, otras de colores cálidos. Becca sonrió. Cerró los ojos durante un instante e inspiró aquel aroma único de la naturaleza. Colton la contempló de soslayo con admiración. Había algo hipnotizante en Becca, en el hecho de que sonreía de un modo tan genuino ante cosas que para él resultaban sencillas y cotidianas.

—Creo que es uno de los mejores días de mi vida —murmuró sin pensarlo.

—¿Lo dices en serio?

—Sí. Nunca miento, Colton. Trato de no hacerlo. Mentir es un pecado, ¿sabías eso? —él asintió pasmado—. De verdad es un gran día. El sol está brillando. Y estamos rodeados de naturaleza. Hay verde y flores por todas partes —comenzó a caminar—. Cuando estaba en Sion Creek me encantaba salir a recoger flores... Lo hacía bastante. Desde que era una niña.

Becca comenzó a recoger algunas florecillas que se topaba en el camino. Colton estaba preso del asombro al oírla hablar tanto. En ocasiones pasadas, ella se había mostrado como una persona reservada y de escasas palabras. Sin embargo, empezó a comprender que la causa de su silencio era sentirse intimidada entre tantas personas. En ambientes inseguros. Quizá simplemente Becca era introvertida y necesitaba a alguien de confianza para dejarse fluir.

—¿Sí? ¿Y qué hacías con todas las flores?

—Decoraba la casa. Ponía algunas en mi habitación. Otras las guardaba en un diario hasta secarse. Tenía mi propia colección de flores secas —contó, mientras se ponía en cuclillas para recoger algunas—. ¡Oh, no lo puedo creer! Es una campanilla —exclamó emocionada unos centímetros delante de Cole—. Son súper difíciles de encontrar.

Cole, que apenas tenía conocimientos de botánica, se apresuró a pispear lo que había entre las manos de la chica. Sin embargo, no lo consiguió. Ella se puso de pie y la escondió tras su espalda.

—Eh, ¿no puedo ver lo que tienes ahí? —reclamó e intentó espiar por los laterales, pero Becca se movió con gracia y una sonrisa traviesa.

—Um... No lo sé —divagó—. Es una especie exótica. Tendrás que esforzarte si la quieres ver. ¡Atrapame, Cole! —exclamó justo antes de echarse a correr a través del pastizal.

El aire fresco, el ambiente natural y la sensación de libertad, actuaron como una dosis de energía.

—¿Estás segura? Creo que te estás olvidando de un detalle bastante importante, Becky —gritó a la distancia. Ella se detuvo, giró hacia él aguardando una explicación—. Correr tras un objetivo es mi especialidad. Es lo que entreno. Voy tras el balón. Y déjame decirte que estoy excelente en eso —en cuánto terminó de hablar, disparó hacia Becca que a duras penas consiguió retomar la huída.

Entre risas, sus pies se movieron a la velocidad más alta que su cuerpo le permitía —aunque algo le decía que no sería suficiente—. Colton le dio ventaja pero finalmente consiguió llegar a ella en un parpadeo. La atrapó desde atrás, entre sus brazos, suave y firme. Ella quiso librarse, él no lo permitió y entonces, las carcajadas aumentaron. Cole le hacía cosquillas mientras Becca se movía risueña aún bajo su abrazo. Echó la cabeza hacia atrás, todavía inundada de alegría y él se dejó caer sobre el suelo blando, tomando los cuidados necesarios para que la chica no sufriera ningún tipo de daño. Cayó sobre él.

—¡Has hecho trampa! —reclamó—. No solo eres más rápido, me quitaste ventaja cuando me hablaste y tuve que detenerme.

—Solo intentaba advertirte que soy excelente en esto —dijo victorioso—. Pensé que sería justo saberlo. Y bien, muéstrame esa flor. Gané, ¿no?

Becca le proporcionó una mirada sin quitar la sonrisa. Sentados uno al lado del otro, Colton tenía un brazo extendido tras la espalda de Becca. Sus cuerpos rozaban. No sintió rechazo ni ganas de alejarse. Al contrario. Le resultó reconfortante aquella inesperada cercanía; como una caricia a su alma herida.

—Ganaste, sí —admitió con una exagerada resignación—. Aquí está —descubrió la flor morada que había mantenido oculta en el puño de una mano—. Es preciosa, ¿vez? Y difícil de encontrar, como un tesoro.

—Sí. Como tú —aseguró Cole. Becca se sonrojó al instante.

—Te... ¿Te gusta?

—Muchísimo.

—Entonces... Deberías quedartela. Te la regalo.

—Pero tú la encontraste.

—Quiero que la tengas tú —repitió—. Me diste tu chaqueta, ¿recuerdas? Este es mi regalo.

—De acuerdo —Colton aceptó el gesto obnubilado por la mirada brillante de la chica. Por la sonrisa genuina y sus mejillas teñidas de rosa. Seguido, buscó en el bolsillo del pantalón y sacó su billetera—. La guardaré aquí —dijo señalando el compartimento transparente—. Siempre que la vea me recordará a este día.

Ella colocó la flor en el sitio que él indicó, apretó los labios formando una suave sonrisa y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Colton. En ese instante, contempló el horizonte y miles de pensamientos se arremolinaron en su cabeza. Los cambios habían irrumpido en su vida como un torbellino; rápidos, imparables, uno tras otro. No había encontrado una ocasión para detenerse a respirar hasta ese momento. Estaba lejos de Sion Creek, probablemente nunca podría regresar —ni siquiera de visita— y, con el tiempo, empezaría a olvidar. Los recuerdos se harían borrosos. No recordaría con exactitud las caras de sus familiares ni el sonido de sus voces. Le pareció terriblemente triste. El único motivo que la mantenía firme en su posición —y por el cual no estaba huyendo a Sion Creek— era Colton. Había algo prometedor en él. Algo que Becca no conseguía explicar pero que tenía sabor a esperanza.

—¿Estás bien, Becky? —preguntó Cole tras notar el repentino lapso de silencio.

—Sí —carraspeó con la voz rasgada—. Extraño a mí familia. Solo es eso.

—¿Qué pasó con ellos? —se atrevió a indagar.

—Tuve que dejarlos —nerviosa, arrancó algunos hilos de hierba y jugueteó con ellos—. Mi familia... No es como las demás, Cole. No es como la tuya. No sé... No sé como explicarte.

—Cuéntame lo que quieras. Estoy aquí para escuchar —la animó. Sin embargo, percibió que Becca no hallaba el modo de empezar e imaginó que darle un puntapié ayudaría—. ¿Cómo eran tus padres?

—No los recuerdo mucho. Me separaron de ellos cuando era muy pequeña.

—¿Por qué hicieron eso?

—Es que... Vivíamos en una.... comunidad religiosa. Sion Creek —reveló. Mantuvo la mirada hacia abajo, concentrada en sus dedos que continuaban moviéndose nerviosos—. Y teníamos un profeta. Él decía que el espíritu de un hombre era más elevado... Es decir, estaba más cerca de la salvación, mientras más esposas e hijos tuviera.

—¿A qué te refieres con salvación? —preguntó repleto de curiosidad.

—Uhm... Que Dios te libera de los pecados y te acepta en su reino —tragó saliva, afectada. Sin embargo, no quería dejar de hablar. No quería elegir el silencio. Así que siguió—. Él empezó a seleccionar niñas y mujeres, y nos reclutó en su casona. Su misión era educarnos para convertirnos en futuras esposas. Había reglas y castigos... Y a medida que pasaba el tiempo, algunas se convertían en esposas de hombres de su círculo cercano —volvió a detenerse para inhalar una bocanada de aire. Colton permaneció estupefacto—. A otras las elegía para convertirlas en sus esposas. Era... Era una especie de privilegio que Él te eligiera —suspiró. Luego, se acurrucó aún más sobre el hombro de Colton que la rodeó con un brazo—. El día que me escapé...

—Escapaste. ¿Por qué?

—Él... Él me había elegido, Cole. Tenía que casarme.


🤍🏀🤍

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