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19.

LA ÚNICA CERTEZA


En cuanto consideró la posibilidad de que su collar se hubiera perdido en los pasillos del instituto, tuvo ganas de llorar. Apretó los dientes para contenerse. Mordió el lado interno del labio inferior mientras contemplaba la marea de estudiantes caminar hacia sus respectivos salones. Becca tenía clases de matemáticas —asignatura que, de hecho, no comprendía ni un poco— pero había decidido ausentarse y destinar ese tiempo para buscar en los pasillos vacíos. Los transitaba a diario. Era una posibilidad que su modesta gargantilla estuviera dando vueltas por ahí. Una vez que el gentío se escabulló, Becca se puso de rodillas en el piso e inició la búsqueda. Las lágrimas comenzaron a caer a medida que tomaba conciencia de la situación: era prácticamente imposible encontrar un objeto tan pequeño en semejante recinto. Fácilmente podrían haberlo pateado, aplastado o desechado como basura.

«Lo perdiste para siempre».

«Es solo un objeto. No llores».

«Se burlarán de ti si te ven llorando».

—Disculpa, ¿necesitas ayuda? —escuchó una voz cálida. La mirada de Becca viajó hacia la chica de sonrisa amigable. Tenía el cabello rubio alisado e impecable. Se veía como una princesa—. ¿Se te perdió algo?

Becca asintió.

—Mi collar —respondió.

—Te ayudo a buscarlo —se ofreció de inmediato—. Mi nombre es Daisy. Tú eres... ¿Eres Becca, no? —adivinó. Fue simple. Era una de las estudiantes becadas que además había estado en boca de todos por sus actitudes «extrañas». Los rumores habían llegado a los oídos de Daisy, pero no les tomó importancia.

—Sí, Becca.

—¿Y cómo es el collar?

—Plateado. Tiene una cruz —comentó—. Aunque... Aunque creo que ya no merece la pena buscar. Nunca podré encontrarlo.

—Deberías consultar en la oficina de objetos perdidos —sugirió; Daisy era atenta, siempre dispuesta a encontrar soluciones—. Si es importante para ti, no dejes de buscar.

Minutos después, ambas se encaminaron hacia la oficina de objetos perdidos. Daisy caminaba portando un morral que colgaba de un hombro y un par de libros que había sustraído de la biblioteca. De hecho, se ausentó de la clase de matemática para recogerlos; iba de regreso a su salón cuando encontró a Becca con expresión de un gatito desamparado en medio de la lluvia. A pesar de que tenía prisa, la acompañó hacia el interior de la oficina e incluso explicó la situación por Becca, que no podía dejar de observar curiosa cada rincón. Había diversas prendas de vestir colgadas de un perchero —en especial abrigos—, también un montón de libros apilados sobre un escritorio y una caja repleta de útiles escolares. Objetos perdidos.

—Lo lamento, chicas. No he visto el collar —respondió Ivy, la portera.

Becca salió nuevamente al pasillo decepcionada. Daisy, que debía marcharse, le apoyó una mano en el hombro con suavidad.

—Lo siento, Becca. Tengo que regresar a clases —se lamentó—. No te rindas, eh. Sigue buscando. Estoy segura que lo encontrarás.

—Sí... —dijo en un susurro. Había perdido la esperanza—. Gracias... Gracias, Daisy —alzó la voz, mientras su compañera se desplazaba a través del pasillo.


🤍🏀🤍


El estómago de Becca rugió de hambre pero decidió permanecer en el patio trasero del instituto. Era la hora del almuerzo. Sin embargo, le tenía cierto repelús al comedor junto a la aglomeración de estudiantes impacientes y malhumorados. Además, tenía la incómoda sensación de que todo el mundo se burlaba secretamente de ella. Lo percibía. Murmullos, miradas intimidatorias que le lanzaban sin objeción y risas disimuladas que de igual forma podía notar. Se había convertido en un bicho raro. En la fanatica religiosa. En la mojigata. Una tonta patética e infantil incapaz de adaptarse a los jóvenes de su edad.

Por eso había elegido permanecer durante el receso en la banca bajo un árbol. Allí respiraba aire puro; le recordaba a las tardes infinitas en Sion Creek y los estímulos disminuían, le daban lugar a un clima de tranquilidad que no conseguía en otra parte.

El mundo a su alrededor dio un vuelco, su estómago se contrajo a causa de un cosquilleo y su corazón se aceleró. Vio a Colton caminar hacia ella. Iba tranquilo, siempre con la clásica chaqueta del instituto y ese aura de estrella deportiva que emanaba naturalmente.

Sin dudas, el chico había nacido para brillar.

—Ey, Becky. Al fin te encuentro —murmuró sentándose en el espacio vacío de la banqueta—. ¿Cómo estás?

—Cole —suspiró—. Bien, ¿y tú?

—Bien. Mejor ahora que te encuentro —contestó haciéndola sonrojar—. Por cierto, tengo algo para ti.

—¿Para mí? —preguntó con ilusión.

—Creo que esto te pertenece —sujetó el collar con la punta de los dedos y lo expuso ante la vista obnubilada de Becca—. ¿No?

—¡Lo encontraste! —sonrió emocionada—. Eres increíble, Cole. Eres un ángel. De verdad, lo eres —expresó gozando de alegría y lo abrazó de improvisto. Fue torpe, pues no estaba segura acerca de cómo proporcionar un abrazo. Simplemente surgió de su corazón y terminó siendo un gesto tierno—. Gracias, gracias, gracias. ¿Cómo lo hiciste?

—Fue mi madre, en realidad. Estaba en el baño de mi habitación —hizo saber con las mejillas aún calientes por el repentino abrazo—. Es importante para ti, ¿no?

—Sí. Muy... Muy importante —admitió. Después, tragó saliva al recordar el motivo que lo hacía tan valioso. No estaba segura de cuánto podía decirle a Colton acerca de su pasado. No quería que él la viera como un bicho raro—. Era de mi familia —se limitó a contar—. ¿Me lo colocas, por favor?

—Entiendo —la miró comprensivo—. Claro, date la vuelta —pidió. Ella se giró dándole la espalda. Cole hizo el resto del trabajo por ella: apartó su larga cabellera hacia un lado, colocó el collar alrededor de su cuello y luchó unos largos segundos para ligarlo. Sus manos eran grandes y rudas ante esa joya delicada y diminuta—. ¿Qué te pasó en el cuello?

—De... ¿De qué hablas?

—El moretón —mencionó al mismo tiempo que devolvía el cabello a su lugar.

Recordó a Oscar sujetándola del cuello la mañana anterior y se estremeció.

—Nada —bajó la mirada buscando una excusa—. Me caí el otro día.

«Dios, perdonáme por decir mentiras».

«Prohibido hablar con alguien más sobre lo que ocurre en el hogar» pudo oír la voz de Oscar amenazante en su interior.

—¿También te lastimaste el brazo?

—Eh, sí —deslizó la mirada hacia la extremidad. La manga de la camisa se había removido tras largas horas a gatas buscando el collar por el instituto. La herida estaba ahí; abierta, enrojecida e hinchada. Dolía—. Sí. También me... Me lastimé.

—Déjame ver, ¿si? Le echaré un vistazo —Colton sujetó con decisión el brazo, lo extendió y estudió con la mirada. Se había hecho un corte de unos seis centímetros. Él deslizó la yema de un dedo alrededor y notó la piel caliente, también divisó la capa amarillenta que la cubría—. Se está infectando, Beck. Vamos a la enfermería.

Becca percibió el tono preocupado de Colton. Sintió ganas de llorar. Miedo. Le dolía mucho pero al mismo tiempo deseaba que nadie más la tocara de ningún modo. Simplemente quería resistir hasta que dejara de doler.

—No... No es necesario, Cole. Se pasará.

—Hazme caso. Tienes que ir a que te curen eso —explicó. Becca negó otra vez y algunos mechones del cabello le cubrieron el rostro—. Escucha, te prometo que todo saldrá bien. La enfermera es amable —acomodó el pelo detrás de una oreja—. Y me quedaré todo el tiempo contigo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —accedió.

El temor aún prevalecía, sin embargo, la presencia de Colton le daba seguridad. Nunca se había sentido de ese modo. Protegida. En Sion Creek nadie cuidaba de ella; cada vez que recibía un castigo tenía que juntar fuerzas suficientes hasta recuperarse por su cuenta. Preguntó cientos de veces a Dios por qué le había encomendado tal sufrimiento, ¿cuándo llegaría un momento de luz? Quizá, finalmente, Dios se había apiadado de ella y como recompensa, puso a Colton en su camino.

—Bradford —pronunció la enfermera del instituto—. Qué raro verlo por aquí —agregó con cierto sarcasmo. Colton solía acudir seguido por las lesiones que obtenía en los partidos o entrenamientos—. ¿Ahora qué le pasó?

—Increíblemente, nada —bromeó—. Es ella —se hizo a un lado dejando ver a Becca que se ocultaba tras su espalda—. Tiene un corte en el brazo.

—Oh, cariño. ¿Cómo te llamas?

—Becca.

—Ven aquí. Le echaremos un vistazo —indicó señalando la camilla. Seguido, le dirigió una mirada a Colton—. Tú, fuera.

—¿Puede quedarse? Por favor —pidió con los ojos repletos de miedo. La enfermera estudió la decisión en silencio durante unos segundos e intentó adivinar que había entre esos dos. Finalmente no encontró motivo para negarse. No estaba prohibido que el muchacho permaneciera allí.

—Bien. Puede quedarse —aceptó—. Pero en silencio. Quieto —advirtió rígida. Colton puso las manos arriba en señal de inocencia. La única razón por la que estaba allí era porque se lo había prometido a Becca.

Se quedó de pie. Le costó mantenerse quieto, en su historial como deportista había sufrido un montón de lesiones —algunas más graves que otras— incluso había visto a colegas pasando por algún tipo de accidente. Jamás se estremeció tanto como en ese instante en el que vio a Becca experimentar dolor. Tenía el entrecejo contraído. Era evidente que quería emitir quejidos pero se esforzaba por contenerlos aunque no ocurrió lo mismo con las lágrimas. Notó las gotas resbalando por sus mejillas mientras la enfermera decía: «casi terminamos, cariño. Ya está».

Enterró las manos en los bolsillos delanteros del pantalón vaquero, nervioso.

—Llegó justo a tiempo, señorita. Había empezado a infectarse —comentó—. Será mejor que regrese mañana para que le cambie el vendaje. ¿De acuerdo? —Becca asintió; estaba más tranquila. Luego del tratamiento, la herida había dejado de doler—. ¿Se encuentra bien, Bradford? Está pálido.

—¿Sí?

—Sí. ¿No estará a punto de desmayarse, eh?

—No. Por supuesto que no. Estoy bien.

—Um, como diga. Aquí ya terminamos. Pueden irse, chicos.

Colton expulsó una bocanada de aire mientras se dirigían a la salida. Fue realmente duro ver a esa chica sufrir como si fuera un cervatillo herido. Todo el tiempo con esa mirada desamparada que pedía a gritos algún terreno seguro. Lo que Colton no sabía era que, efectivamente, ella había encontrado su punto seguro. Él. Cada instante en el que precisó calma, fijó los ojos en Colton. Se mantuvo en el chico que la había puesto a salvo incluso sin conocerla.

Él era la única certeza que tenía en ese mundo tan caótico y ajeno.


🤍🏀🤍

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