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17.

EL CASTIGO


El camino hacia la cafetería fue tan efímero que Becca entristeció. Había un aura relajante en permanecer sentada en el vehículo de Colton, mientras él conducía con tanta seguridad que la dejaba boquiabierta. Lo había volteado a ver en múltiples ocasiones, quedó hipnotizada por la manera en que él deslizaba las manos a través del manubrio o el modo en que presionaba los botones del estéreo para colocar música. Las canciones también habían sido culpables de su deseo por quedarse allí. Becca prácticamente no conocía la música popular, mucho menos el rock o el hip-hop. Lo único que había oído a lo largo de su vida fueron canciones religiosas que alababan a Dios y otras figuras divinas. Le habría gustado retener las letras de lo que escuchó en el auto de Cole, pero su mente en ese instante se volvió un caos de estímulos. Había hecho tantas cosas ese día: usó prendas masculinas, probó una nueva comida y miró una película de comedia romántica en el sofá de Cole, junto a él. Becca ni siquiera era consciente de la cantidad de chicas que habrían dado la vida por ocupar su lugar. Todas tenían claro que era una misión imposible salir con Colton, el chico no tenía ojos para nadie más, excepto para el baloncesto. Kaylee era una excepción, habían sido amigos desde pequeños y, después de pasar tanto tiempo juntos, llevaron su relación un poco más allá. Sin embargo, tanto Colton como Kaylee, sabían que no tenían nada serio, en absoluto. Solo una amistad y encuentros sexuales de vez en cuando —cada vez más esporádicos—.

En la cafetería, Becca saludó a Maggie, se colocó un delantal alrededor de la cintura y comenzó a trabajar. No había demasiados pedidos, así que pudo tomarse su tiempo para apuntarlos y servirlos, uno a uno. Una súbita melancolía la invadió cuando un grupo de cinco hermanas ocupó una de las mesas, todas pidieron batidos de frutilla y pastel de chocolate. Se parecían entre sí —aunque tenían edades diferentes—, hablaban y reían sin parar. Lo que más captó su atención fue el modo en que se entendían entre sí, como si tuvieran un idioma especial que solo ellas podían leer. Después de servir los pedidos, Becca salió al exterior a tomar un respiro. Se apoyó sobre una pared y miró hacia el cielo, añorando algún tipo de consuelo si es que Dios estaba ahí.

—Ey, Becca —Julian la sustrajo de sus pensamientos.

Acababa de llegar. Llevaba un bolso deportivo cruzado.

—Hola, Julian. Lo siento. Estaba tomando un descanso.

—Está bien. No hay problema —aseguró—. ¿Qué tal te fue en clases?

Becca bajó la mirada, incapaz de mentir.

—No... Casi no estuve en clases. Tuve... Tuve un accidente.

El semblante de Julian cambió.

—¿Qué pasó?

—Choqué... Choqué con Colton, durante el almuerzo —se sonrojó—. Me ensucié porque llevaba la bandeja de comida llena. Fue un desastre.

—Él es un desastre. ¿Te lastimó?

—No, no —se apresuró a responder y arrugó el entrecejo—. Cole fue... Fue amable. Me llevó a su casa.

—¿Fuiste a casa de Colton? —indagó al borde del colapso.

—Sí. Tuve que darme una ducha y lavar el uniforme —explicó rápidamente. De pronto, una hilera de mujeres entraron al café y Becca supo que tenía trabajo que hacer—. Será mejor que vuelva a trabajar —murmuró y, de inmediato, ingresó tras ellas.

Julian se llenó de tensión. Tal vez Becca podía creer que había sido un accidente. Él no lo creía. Algo en los repentinos acercamientos de Colton no le cerraban. ¿Por qué lo hacía? Era de público conocimiento que Colton tenía una relación íntima con una de las chicas más hermosas del instituto, Kayle. Incluso Julian quedó anonadado por su belleza la primera vez que la cruzó en el pasillo. Cole tenía decenas de amigos; una novia preciosa y, como si no fuera suficiente, una fila de chicas dispuestas a salir con él. ¿Por qué, de pronto, se interesaba en una chica tímida y desconocida?


🤍🏀🤍


En vista que la cancha de baloncesto se encontraba completamente libre, Colton se puso a practicar lanzamientos a canasta. No implementó una rutina, más bien, comenzó a improvisar. Se alejó para tomar impulso, dio un salto y encestó con la mano derecha. Aumentó la distancia, hizo rebotar el balón y luego, volvió a encestar. Repitió la técnica varias veces, variando la distancia y las posiciones, saltando para trabajar en su equilibrio. Si bien tenía un fin profesional en esos pequeños instantes se divertía a solas como si fuera un niño amante del baloncesto. Conseguía disfrutar —a pesar de que la autoexigencia nunca se iba— porque no había otros ojos vigilando sus movimientos. Solo él, la canasta y el balón. Estaba a punto de encestar, cuando la presencia de Julian lo interrumpió. Bufó, acomodando el balón bajo su brazo derecho y le dirigió un vistazo a su compañero.

—El entrenamiento empieza en quince minutos —murmuró. Julian soltó el bolso deportivo que llevaba en un hombro y lo dejó caer al piso—. ¿No escuchaste?

Colton le echó un vistazo repleto de impaciencia mientras que Julian se acercó a paso rápido y, sin darle tiempo a reaccionar, le dio un brutal empujón.

—Te lo advertí —pronunció furioso—. Te dije que te alejaras de Becca —expulsó; seguido, le dio un fuerte puñetazo en la mandíbula. Colton apenas se inmutó, recibió el golpe duro como una roca y se tomó unos segundos para estudiar lo que estaba pasando. Experimentó el sabor metálico de la sustancia rojiza que provenía del labio interno, negó con la cabeza y escupió.

—Debiste pensar dos veces antes de hacer eso, imbécil —arremetió contra él, sin ánimos de controlar su fuerza. Lo derribó en el piso, le devolvió el puñetazo en un pómulo y Julian, ligeramente mareado, consiguió girar y defenderse.

—Eres un pervertido —exclamó con una mano alrededor de su cuello—. Metiste a una chica inocente a tu casa. Puedes hacerle creer que tienes buenas intenciones, pero yo sé lo que quieres hacer —siguió quitándole el aire. Sin embargo, Colton lo desestabilizó dándole un rodillazo en el estómago, lo tomó del cuello y presionó contra el piso frío de cerámica.

—Jamás me aprovecharía de Becca. Ni de nadie —habló firme—. No soy esa clase de persona, ¿está claro?

—¡Bradford, Evans! —gritó el entrenador desde la entrada—. ¡Se separan! ¡Ahora!

En seguida, aunque sin ánimos de detenerse, los chicos se pusieron de pie y tomaron distancia. Colton tenía un hilo de sangre colgando de la boca. Julian tenía una mejilla partida, también sangraba. Ambos se dirigieron una mirada repleta de odio.

Detrás, Shepherd hacía su mejor esfuerzo para contener las carcajadas.

—Castigados —moduló burlista.

—¿¡Qué creen que están haciendo!? —masculló el entrenador—. Dos compañeros de equipo peleando... Debería darles vergüenza.

—Él empezó —justificó Colton.

—Tú le pusiste las manos encima a la chica equivocada.

—Ya te aclaré que no le toqué ni un pelo —dijo todavía furioso, a punto de reiniciar la pelea.

—Eh, eh. Quietos, los dos —Kampbell estaba indignado. No había nada que le diera tanto mal humor como ver a dos integrantes del equipo peleando como salvajes—. No sé cuál es el motivo de la discusión, tampoco me interesa. Arreglen sus asuntos fuera de la cancha. Aquí quiero que se comporten como compañeros de equipo, ¿está claro?

—Sí, entrenador.

—Sí, está claro.

—De ahora en adelante, tendrán que planear una estrategia de juego. Los dos. Juntos. La próxima clase van a exponer frente a todos y, además, van a escribir un ensayo reflexionando acerca de la importancia del trabajo en equipo más allá de las condiciones individuales.

Colton bufó por lo bajo. Apenas podía vivir entre el deporte, los entrenamientos extras y mantener buenas notas en las asignaturas del instituto.

La risa de Shepherd se escuchó en medio del silencio sepulcral, incluso antes de que cualquiera de los dos pudiera protestar.

—Vaya, veo que le parece divertido señor Shepherd —pronunció Kampbell. Su indignación había comenzado a crecer—. Usted también tendrá que hacerlo —cercioró sin ánimos de dar el brazo a torcer—. De hecho, están suspendidos de los próximos tres entrenamientos —aquello fue lo que más le dolió a Colton.

—Eh, no tengo nada que ver con esto —protestó Shepherd—. Ellos son los salvajes, yo solo soy una víctima.

—Si vuelves a quejarte, les daré trabajo extra —advirtió.

—Pero es que no hice nada, entrenador. Simplemente aparecí en el momento equivocado.

—Partido de caridad. Los tres quedan a cargo de la organización.

—¿Qué? —Shep musitó estupefacto—. Eso es en dos semanas...

—Callate, Shep. Por lo que más quieras, cierra la boca —imploró Cole en un murmullo. Había perdido la paciencia.

Ahora también quería golpear a su mejor amigo. Sin embargo, tuvo que hacer caso omiso y acatar las órdenes del entrenador. Sabía que contradecir a Kampbell empeoraría la situación, así que permaneció en silencio el resto del entrenamiento, trató de poner la mente en blanco y enfocarse en el juego. No lo consiguió del todo. Becca rondaba en su cabeza como un pensamiento imparable. Se preguntó qué papel cumplía Julian en la vida de la chica, ¿acaso le gustaba? Tenía que encontrar una razón a esos ataques impulsivos en su contra. Entonces, se inquietó ante la amargura que le causó el simple hecho de suponer que Julian tenía algún tipo de sentimiento romántico por ella. Le molestó, aún sabiendo que no tenía razones para molestarse. Él y Becca apenas se conocían.

Dejó el vestuario perseguido por Shepherd que no dejaba de quejarse. El chico no era un gran estudiante —todos lo sabían— y el deporte simplemente se le daba bien, no tenía que esforzarse demasiado para sentirse que era bueno en algo. No era la primera vez que Shep recibía un castigo de un profesor —sucedía con frecuencia— el problema era que, si no cumplía, Kampbell le quitaría la posibilidad de jugar en el equipo. Lo pondría en el banco. Y eso sería una verdadera tortura. Colton ni siquiera podía contemplar la idea de incumplir. Si lo hacía, mancharía su excelente historial tanto deportivo como académico.

—¿No podían arreglar sus asuntos fuera del instituto? —cuestionó Shep mientras sacaba un botellín de cerveza de la nevera de Colton.

—Él me golpeó primero. Ese chico está desquiciado —justificó. Luego, extendió la mano y le arrebató el botellín que pertenecía a su padre.

—Eh, ¿qué haces?

—Es mitad de semana, Shep —respondió mientras arrojaba el contenido al lavabo.

—¿Y qué? Acaban de darme un castigo de mierda. Necesito desahogarme.

—Vamos a entrenar. Eso te ayudará a descargarte —indicó tratando de mantener apartado a su amigo de los vicios—. Eres deportista. Esta porquería acabará contigo.

—Kampbell está acabando conmigo —lloriqueó exagerado—. ¿Se puede saber por qué se golpeaban?

—Ya te lo dije, Julian está mal de la cabeza —repitió—. Está convencido de que me aproveché de Becca —arrugó el entrecejo, disgustado.

—¿Lo hiciste?

—Por Dios, no. Jamás lo haría.

—Entonces peleaban por Becca. Fue eso —dio por hecho—. Ellos tienen algo y tú te metiste en el medio.

—No. Apenas la conozco —se defendió—. Y no creo que tengan nada —nuevamente se sintió enfadado con la idea de que esos dos estuvieran envueltos en algo romántico.

—¿No? Soy tu mejor amigo, Cole. He visto como has pensando en ella durante días. La buscaste —remarcó—. Es evidente que algo más te pasa con la chica.

—No me pasa nada —apretó la mandíbula. Tenía que contenerse—. Voy a entrenar, tú haz lo que quieras.

En realidad, era Colton quien necesitaba con desesperación descargarse por diversos motivos. Especialmente luego de esa pequeña conversación que tuvo con su mejor amigo. Especialmente luego de las ideas que él instaló sobre Julian y Becca. Quizá era cierto. Tenían algo romántico y Colton, de algún modo, se había metido en el medio. Si era así, tal vez Julian tenía una buena razón para molestarse con él. Pensó en aquello durante los treinta minutos que golpeó el saco de boxeo. 


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