4: Los acuáticos
Cristopher iba a toda velocidad, volando como un misil sobre la superficie del agua. Aarón iba sobre él, completamente enfocado en lograr capturar a aquellos dos seres acuáticos que los habían estado espiando.
Les costaba mucho trabajo alcanzarlos y atraparlos, pues al ser dominantes del agua, eran tan veloces en esta como ellos en el cielo. Dejando estelas de agua y viento, la persecución era de nunca acabar, y a ojos de cualquier persona, algo difícil de apreciar por la extrema velocidad.
Uno de los acuáticos dio un salto fuera de la superficie y giró para caer de espaldas, su plateado cuerpo se dejó ver apenas unos segundos antes del cañón de agua que mandó hacia sus perseguidores. Cristopher lo esquivó por poco, recogiendo las alas y dando un veloz giro.
El acuático le hizo muecas, mostrándole su hilera de dientes afilados con una sonrisa burlona. Estuvo por decirle a Aarón que se concentrara en sellarlos en una burbuja de aire para poder bajar, cuando un sorpresivo y fuerte disparo de agua les dio desde abajo, golpeándolos con fuerza. Aarón se soltó sin querer del dragón y luchó por volverse a aferrar a sus escamas antes de que cayeran. Logró tomar una y no la soltó por más que el viento y el agua lo azotaran.
Volvió al control. Cristopher rugió y disparó una fuerte ráfaga de viento hacia los seres, traspasando la superficie y mandando el agua a los costados. Podía verles cerca de que les diera con su disparo constante, pero ellos se sumergieron más y así ya no les alcanzaría.
—¡Necesito que concentres el aire a nuestro alrededor! —pidió.
El joven se concentró y trató de visualizar aquel campo de fuerza de aire, que fuera consistente e impenetrable. Pudo ver cómo el viento se tornaba fuerte y a la vez maleable a su alrededor. Sintió su fuerza, por primera vez. Supo que la burbuja-escudo invisible que los rodeaba no flanquearía bajo el agua. El animal se sumergió veloz, cayendo como bomba. Los seres plateados se asustaron y dejaron de reír. Aceleraron, dejando una estela de burbujas.
—¿Estás listo?
Aarón veía el aire en movimiento, formando el contorno de su protección, y el agua del otro lado, queriendo colarse por el mínimo espacio y descuido. Asintió, procurando mantenerse enfocado, y Christopher volvió a desplazarse de forma veloz, guiando el viento que los rodeaba, yendo tras aquellos seres molestosos.
Los había perdido de vista, pero sabía que estaban por ahí. Se aproximaban a un inmenso bosque de algas gigantes, que crecían desde las muy oscuras profundidades. El agua turbia, apenas se dejaba iluminar por la luz del sol.
Un movimiento anormal los hizo mirar hacia su derecha. Uno de los seres se asomaba desde atrás de un alga.
—¡Dinos a quién le vas a llevar la información que has recolectado! —exigió Aarón.
—¿Se creen tan importantes como para pensar que los espiábamos? —respondió otro desde atrás.
Cristopher giró, quedando de costado entre ambos seres y así poder vigilar sus movimientos.
—¿A quién van a ver? —insistió sin responder la pregunta formulada por el acuático.
—No siempre nuestra misión es espiar —refutó el primero, indignado.
—No intentes engañar —renegó Aarón—. ¡Dime de una buena vez dónde está ese sujeto lagarto! ¡Tiene una deuda pendiente conmigo!
El ser sonrió mostrando todos sus dientes en punta.
—¿Gustas que te guiemos? Sólo pídelo.
—No le hagas caso —avisó el dragón—, estos son unos seres engañosos y resbaladizos.
El agua de alrededor empezó a agitarse. Aquellos hombres de las profundidades escondían mucho poder.
—¿Quieres hacerlo pagar? —continuó el acuático—. Dilo y te llevo, sé dónde está. Conozco la posición de todos y cada uno de ellos. —Aarón se sentía tentado a pedirle su ayuda, pero escondían tantas trampas como las profundidades. El agua empezó a girar alrededor de su esfera de aire—. Sé lo que ha hecho, mató a tu hermana...
—¡Basta, deja de hablarle! —advirtió Cristopher.
—Hazlo pagar, es tu deber.
Sin darse cuenta, el agua había ido reduciendo su esfera de aire, fragmentando en burbujas toda su superficie y estas subían con rapidez. Aarón volvió a concentrarse y la esfera volvió a ser consístete.
—¡Me guiarás pero no te daré nada a cambio, y si vienes con algún truco o comportamiento sospechoso, te desapareceré del planeta! —sentencio finalmente.
El hombre pez realizó su típico chirrido y emprendió la marcha. Junto con él, las masas de agua se movieron también, atrapando y llevando en su corriente a Christopher y a Aarón. Empezaron a acelerar y cruzaron por un gran grupo de animales acuáticos, parecidos a peces gigantes con enormes ojos negros, dientes en punta, y aletas que parecían especies de alas. Ninguno le tomó importancia a ellos, ya que en realidad la mayoría de criaturas de las aguas eran amables, excepto si se encontraban con el máximo depredador de ese medio. Un titán del agua, seres con cabeza de dragón y cuerpos como enormes serpientes. Veloces y letales.
—Sé que tratan de visualizar si no hay algún titán de agua cerca, pero tranquilos, sé que están lejos —aseguró el ser acuático—. Estamos cerca.
Dejaron atrás al grupo de peces gigantes y el agua empezó a arremolinarse con mucha fuerza. Aarón perdió el control y la esfera se deshizo. Se agarró con fuerza de las escamas de Christopher y este se dirigió a la superficie con prisa al ser envueltos por el agua.
Tremenda sorpresa con la que se encontraron. Fuoco, el sirviente lagarto y sus hombres. Sobre sus dragones quienes aleteaban constantemente para mantenerse en el aire que corría con algo de fuerza.
—Sabíamos que perseguirían a los acuáticos —se burló Fuoco. Miró al ser—. Buen trabajo. —Le lanzó algún pequeño animal muerto y el acuático se perdió en las profundidades.
Aarón apretó los dientes. No era del todo malo, podría vengarse ahora y acabar con parte del asunto.
—Nos encontramos otra vez —dijo entre dientes—. ¿Por qué alargarlo si pudimos enfrentarnos más temprano? Cobarde.
Fuoco sonrió de forma siniestra.
—Porque si no está bien planeado no es divertido. Ahora veremos qué eliges, salvarte a ti y al mundo al que no le importas, o salvar a quien amas.
El castaño frunció más el ceño. No estaba de humor para esos juegos. Sin embargo su rostro pasó a tener una tremenda expresión de sorpresa y susto al ver a Ellie salir de detrás del hombre lagarto. Flotaba como toda una dominante del aire, y en su mirada existía el rencor. Sin embargo su hermano no tuvo tiempo de fijarse en eso. Sonrió sin poder contener su felicidad.
—¡Ellie! —gritó.
—Ellie no está de tu parte —se burló Fuoco—, ahora ella no te escuchará más.
Aarón no podía creerlo. Tenía a su hermana de vuelta y la estaba volviendo a perder.
—¡¿Qué le han hecho?! —reclamó.
—Nosotros nada, ella sola se nos unió.
El castaño empezó a negar, desesperado. Tenía que ser una trampa, tenía que serlo. Trató de encontrar la dulzura en la mirada de Ellie, por lo menos una pista de que ella estaba ahí, que estaba fingiendo. Nada.
—Ellie —dijo casi en susurro—. Ellie, por favor, ¿qué ocurre?
—Hermano, nunca lo entenderías —aseguró con una siniestra sonrisa—. Aquel día en el que te portaste como todo un malcriado con nuestros padres. Ese día que murieron porque no estuviste para salvarlos. —El viento empezó a arremolinarse a su alrededor—. ¡Todo porque detestabas a los lagartos! ¡Entendí que yo era la que debía tomar el mando y no tú! ¡Y mira qué sorpresa, también tengo poder!
—Era un niño tonto, perdóname por favor —le rogó Aarón, con el corazón haciéndose trizas al recordar.
—Ya es tarde, muy tarde. Ahora te sacaré del camino y me encargaré yo.
—¿Y crees que uniéndote a ellos lograrás algo?
—El fuego no es tan malo como crees. ¡Pelea!
Le lanzó una ráfaga de viento, que Christopher esquivó enseguida. Se preparó para mandar lejos a todos con un contra ataque.
—¡No! —lo detuvo Aarón.
—¿Qué te pasa? ¡Nos atacan!
—No. ¡No! ¡No voy a atacar a mi hermana, no!
—Deberías saber que los centinelas del aire no son los seres bondadosos que crees —renegó Fuoco.
—¡Cállate! —le gritó el dragón.
Ni bien se dieron cuenta, Ellie apareció frente a ellos, extendió las manos y tiró, extrayendo así el aire de los pulmones de Aarón. Perdió en conocimiento, cayendo al vacío, y tras él, su dragón blanco.
Ambos se estrellaron contra el agua y Ellie observó sin inmutarse.
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