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Prologo




     Las pisadas de las botas doradas se podían sentir por todo el pasillo. Seiya caminaba muy nervioso por el dorado pasillo, estaba acompañado por sus mejores amigos y por algunos de los caballeros dorados ya que los demás estaban custodiando el lugar.

     La diosa Atena y Seiya habían mantenido una relación durante 5 años antes de contraer matrimonio en la tierra, un año después la noticia de que la nueva heredera y futura protectora de los caballeros causo gran alegría en el santuario. El nacimiento del bebé se había adelantado dos semanas de lo previsto por lo que la mayor parte de los sanadores y el mismo Seiya estaban completamente nerviosos.

  ―Creo que si sigues caminando de esa manera pronto abrirás un hueco en el suelo ―comentó con diversión Shun.

Seiya se detuvo y lo miro de una manera exageradamente preocupada.

  ― ¡¿Cómo quieres que no me preocupe?! ―le preguntó sujetando al caballero de Andrómeda, zarandeándolo un poco―. ¡El parto se adelantó dos semanas! ¿Qué tal si les sucede algo?

  ―Ambas estarán bien, no te preocupes ―dijo Hyoga palmeando el hombro de su amigo.

     Seiya miró a su amigo fijamente antes de suspirara con pesadez, caminó hasta apoyarse en la pared y deslizarse lentamente hasta sentarse en el suelo. Ni bien pasaron diez segundo que un fuerte llanto inundó el corredor, provocando que el ex caballero de Pegaso se levantara, tropezándose varias veces.

  ― ¡¿Cómo están?! ¡¿Están bien?! ¡Díganme que sí! ―pidió el castaño juntando sus manos con gran preocupación.

  ―No se preocupe, santo Seiya ―le dijo el sanador con una sonrisa cansada―.La diosa y su hija se encuentran en perfecta condiciones, puede pasar a verlas.

     Todos los caballeros de bronce soltaron un gran suspiro antes de sonreír y felicitar a su amigo para luego permitirle al nuevo portador de la armadura de sagitario entrar a la habitación. Con mucha lentitud, Seiya se acercó hasta la cama y se arrodilló frente a su esposa con una sonrisa de increíble alegría.

  ―Mi querido Seiya, nuestra hija es tan hermosa ―dijo Saori con la voz algo cansada, acariciando suavemente la mejilla de la pequeña―, ¿Quieres cargarla? ―le preguntó acercándole la pequeña que estaba arropada en blancas mantas con detalles dorados.

  ― ¿Estas segura? ¿Qué tal si la sujeto mal o si llora conmigo? ―preguntó algo nervioso a lo que la diosa soltó una suave risa

  ―Eres su padre, Seiya. Solo sujétala de la cabecita y veras que saldrá bien ―y sin más se la entregó con delicadeza.

     El caballero sujetó a su hija tal y como se lo había dicho su mujer, sonriendo de ternura cuando la bebé abrió los ojos y lo miró fijamente contemplando el hermoso color verde en sus ojos, heredados de su madre.

  ―Seiya, por favor pídele a Aioria que venga por favor. Debo pedirle un favor ―le pidió la diosa. El castaño asintió antes de salir con la bebé en brazos, siendo acorralado por casi todos los caballeros de bronce y dorados.

  ―Por todos los dioses del olimpo, es la bebé más hermosa que haya visto ―comentó Aldebarán con alegría―. ¿Cómo se llama? ―preguntó interesado.

  ―Hemos decidido llamarla Shiori ―respondió Seiya con orgullo ― ¡Ah, es cierto! Aioria, Saori desea hablar contigo ―le comunicó con algo de seriedad al caballero de Leo.

Aioria asintió antes de entrar junto con Seiya, cerrando las puertas para tener más privacidad. Apenas Atena se sentó en la cama el guardián se arrodillo en señal de respeto.

 ― ¿Qué es lo que desea de mí, Diosa Atena? ―preguntó seriamente causando que Saori sonriera.

  ―Aioria, he decido que tú junto con otros caballeros sean los nuevos protectores de mi hija―le dijo provocando que el nombrado alzara la cabeza en completa confusión.

  ― ¿Lo...está diciendo en serio? ―preguntó levantándose del suelo.

  ―Claro que si ―respondió Seiya con una sonrisa ―Eres mi amigo y deseo que tu protejas a mi hija, así que ¿Qué te parece?

  ―Será un honor proteger a la heredera del santuario. Junto con mis compañeros velaremos por su vida hasta que nuestros cosmos se extingan ―le juró colocando su mano en su pecho.

  ―Gracias amigo, sabía que no dirías que no ―dijo Seiya golpeando la espalda del rubio.

     El caballero de Leo se retiró del cuarto para comunicarle la nueva noticia a sus compañeros, sabiendo que a partir de ese momento su vida sería muy diferente.

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