El zumbido del motor de una furgoneta me despierta. No abro los ojos, solo respiro unas cuantas veces intentando empapar mis pulmones con todo el oxígeno posible. Trago saliva un par de veces mientras me restriego los ojos que aún me escuecen por el humo. Abro los ojos. Debería estar muerta en el suelo del hospital y una vez más he esquivado a la muerte que venía a por mí vacilante. Sin embargo, estoy sentada en una furgoneta, aún con el cuerpo dolorido. Miro hacia los lados. Lo que me encuentro no me gusta nada. A mi lado hay una chica pelirroja, su pelo es de un tono rojizo apagado, de pequeños ojos marrones, nariz chata y un lunar sobre el labio, lleva unos pantalones cortos negros, unas botas militares negras y una ajustada camiseta de tirantes también negra.
Oh, no. Esto no me gusta nada.
Enfrente de mí hay dos chicos y otra chica. También vestidos de negro. Uno de los chicos es rubio y el otro es moreno. Ambos tienen unos grandes ojos negros y la misma nariz aguileña, se parecen. Van vestidos iguales, camiseta negra de manga corta, pantalones negros largos y botas militares también negras. La chica tiene el pelo corto y castaño oscuro con reflejos dorados, ojos marrones. Lleva la misma ropa que la pelirroja. Son todos muy atractivos, tanto que me hacen sentir inferior, intimidada. Me miran expectantes, no sé que esperan. Creo que estoy roja, me toco una mejilla, así noto que la tengo muy caliente. El chico moreno me sonríe. Tengo miedo. Se supone que ellos son el peligro al que me expongo. Han conseguido capturarme. Trago saliva un par de veces más mientras los examino como ellos hacen conmigo. La chica castaña carraspea.
—Bueno, de nada por salvarte —dice secamente.
¿Por salvarme? Pero si ellos quieren usarme como arma y creo que tal vez también quieran matarme.
—No tengo que daros las gracias por nada. Queréis utilizarme.
Estallan en una carcajada mientras la furgoneta da un bote al pasar por un bache. Estamos en la parte de atrás en la que hay dos bancos, no hay cristales.
—Mira —empieza la misma de antes entornando lo ojos y gesticulando con las manos—. No sé que te habrán contado ahí, pero no creas que eres ni mucho menos importante.
Arrugo la nariz frunciendo el ceño.
—N-no... E-entiendo —susurro tartamudeando.
La pelirroja me pasa un brazo por los hombros de forma amistosa y con el otro me frota mi brazo derecho con el que me aferro con fuerza al banco. La miro, entonces ella me sonríe.
—No te preocupes, ya entenderás. Tienes toda una vida para hacerlo. Por cierto, yo soy Katy Loaf, pero aquí nos conocemos por números o colores. Depende.
La miro extrañada, agradezco su amabilidad, pero desconfío de ellos por asaltar el cuartel. Parece simpática, pero aquí algo me huele raro. No me siento cómoda con los demás.
—¡Ah! ¡Perdón! Sobrecarga de información... A mí me pasó lo mismo. Mejor que te explique tu adiestrador cuando lleguemos, aunque creo que irás con nosotros. ¿Cuántos años tienes?
Miro mis piernas que se balancean hacia delante y hacia atrás, en uno de estos balanceos le daré una patada al chico rubio, así que las detengo.
—¡Cállate, Katy! —dice el chico rubio y Katy me quita el brazo de los hombros—. Yo soy Collin.
Me sonríe, yo intento devolverle la sonrisa sin mucho éxito y todos se ríen con mi expresión. Poco a poco parece que la tensión inicial se va relajando, pero aún no me siento segura.
—Yo Russel —dice el otro—. Somos hermanos, por si no lo habías notado.
Él también sonríe mientras comienzan a darse codazos entre ellos. Esta vez sonrío de una forma más natural. Recuerdo a mi hermana, lo que provoca que una vez más una punzada de dolor me atraviese el pecho. No nos llevamos demasiado bien, pero era muy pequeña para acabar así.
—Yo soy Lucy —dice la chica castaña con una mirada extraña, como si intentara averiguar mi secreto—. Y tú vas a tener que trabajar muy duro —me mira de arriba abajo y luego desvía la mirada.
Parece que no les caigo demasiado bien, no entiendo porqué me tratan así. Aunque estoy acostumbrada al rechazo, así que no me importa, desvío la mirada para quedarme mirando mis piernas. Ellas son delgadas, esbeltas y fuertes. Por el contrario, yo soy baja, débil, estoy bastante rellenita y flácida. Suspiro. Katy vuelve a pasarme el brazo por los hombros.
—No le hagas caso, Lucy al principio es así pero luego ya verás que os hacéis buenas amigas —susurra.
Pero aunque lo susurre, Lucy está a centímetros de ella y puede escuchar nuestra conversación furtiva con facilidad.
— Ya, claro —responde resoplando—. ¿Te crees que no te oigo, zanahoria?
Todos se ríen, excepto yo. Katy se ruboriza hasta que no se puede diferenciar el color de su pelo del de su rostro.
—Cállate, estúpida —le responde, se pone a jugar con un colgante que lleva en el cuello con el yin y el yang—. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? —dice dirigiéndose a mí.
Todos me miran de nuevo expectantes y me siento de nuevo intimidada.
—Marina, pero en el cuartel me dijo... —al recordar a Ce se me para el corazón, ¿qué habrá sido de él? —. Me dijeron que a partir de ahora soy Eme... ¿Por cierto a dónde me lleváis? ¿Vais a hacer pruebas conmigo?
Todos vuelven a reírse excepto Lucy que me mira con cara de desprecio. ¿Se puede saber lo qué le he hecho?
—Está bien, Marina. Olvida eso de Eme, es ridículo. No vamos a hacerte daño. Ya lo verás cuando lleguemos allí —me contesta Collin con una sonrisa asomándole en los labios.
Asiento e intento sonreír de nuevo, al menos no me tratan como en el cuartel, no me llaman defectuosa y no me miran como si escondiese algo que desean con todas sus fuerzas. Empiezo a pensar que no son tan malos. Aunque hay algunos que aún se muestran reticentes a mostrarme sus simpatías, pero en cierta parte no les culpo. Estamos un buen rato en silencio, dando botes debido a los baches que cada vez se hacen más frecuentes.
—Hemos llegado —dice Lucy poniéndose en pie cuando la velocidad del vehículo se ralentiza hasta frenarse por completo.
Abre las puertas y se lanza hacia el exterior con un salto. Todos hacen lo mismo, yo soy la última en levantarme y acercarme a la salida. Me paro, apoyo el brazo en una puerta, pego la frente a él, con la otra me agarro al otro extremo y observo el paisaje que se extiende ante mis ojos. El miedo se extingue como lo hace el fuego dejando cenizas. Ya no queda nada a lo que tenga que temer. Ahora me siento segura, mi instinto me dice que estoy en casa. He encontrado mi lugar en el mundo.
El césped lo cubre todo, sobre él hay cientos de cabañas de madera dispuestas en dos filas paralelas dejando entre ellas un ancho pasillo de hierba. Más allá, quizás en el centro de todo hay un círculo hecho de troncos, en esa parte no hay césped, hay arena de color mostaza. Alrededor de este peculiar lugar todo está lleno de árboles altos, bajos, medianos, grandes y pequeños. Un poco más allá una cadena montañosa se alza por encima del paisaje, detrás de ellas el sol se despide del día emitiendo sus últimos rayos que llegan a este claro.
—¡Bienvenida al Campamento de Adiestramiento! —dice la voz de Katy distrayéndome de mi exhaustivo análisis.
Con un salto yo también bajo de la furgoneta y me reúno con ellos. Un chico de negro viene hacia nosotros. No puedo evitar me quedarme paralizada mientras el color rehúye de mis mejillas. Lo conozco.
—¡Vaya! ¡Habéis conseguido salvar a la defectuosa! —dice cuando llega hasta nosotros y me reconoce.
Sus ojos verdes me recorren de arriba abajo con expresión seria.
—Era nuestra misión —contesta Lucy secamente.
El chico de ojos verdes la fulmina con la mirada antes de girarse para indicarme que lo siga.
—¡Buen trabajo! —los felicita entre dientes.
Lo sigo vacilante. No confío en él. Este lugar ya no me parece tan seguro sabiendo que él está aquí. Pero debería haberlo sabido, es un chico de negro al igual que los que han venido conmigo y se supone que me han rescatado. Pero si me han rescatado para tener que enfrentarme a este chico no diría yo que es un rescate.
—Soy Azul, o Ciento Ochenta y Seis —me muestra el interior de su muñeca donde está grabado con tinta negra el número—. Aquí el color tienes que ganártelo, yo escogí azul por lo de la nobleza. Pero no todo el mundo lo tiene.
Me tapo la boca para no reírme. Es ridículo, en serio. ¿Qué tengo que ganarme el nombre? ¿De colores? No tiene sentido, ni siquiera importancia. Y decían que lo de la inicial era ridículo.
—¿De qué te ríes, defectuosa? Aquí los que tenemos por nombre un color somos privilegiados, lo tenemos porque hemos hecho algo impresionante —dice enfadado—. Y más te vale no reírte de mí, ¿cuántos años tienes?
Carraspeo y noto como la sonrisa desparece de mi rostro.
—Dieciséis —digo seria—. Y te agradecería que dejaras de llamarme así, por favor, gracias —digo poniendo un tono de voz cantarín acompañado por una sonrisa.
Arquea las cejas y entrecierra los ojos, creo que no le caigo demasiado bien.
—Entonces estarás en la clase de adiestramiento de mi hermana, Rojo. Ella es menos simpática que yo.
Me rio por su comentario. Y me fulmina con la mirada.
—Como si tú fueras algo simpático —lo desafío—. Eres míster simpatía —digo irónicamente.
Me coge del codo y aprieta el hueso haciéndome daño, me quejo y él sonríe.
—Espero que aprendas la lección, preciosa —murmura.
Llegamos ante una cabaña del lado derecho y abre la puerta sobre la que hay escrito con pintura un gran número dieciséis. Lo acompaño dentro, de repente me lanza algo negro que me golpea el estómago con fuerza, pero lo cojo. Se gira para detenerse, entonces me mira a los ojos serio. Me recuerda a Ce. ¿Qué habrá sido de él? ¿Habrá muerto en el incendio? Una sombra de preocupación nubla mis pensamientos, pero enseguida me sacan de ellos.
—Ponte eso —me ordena y con un gesto abarca la estancia—. Esta será tu nueva casa, dormirás aquí con el resto de tu clase. Espera aquí hasta que Rojo venga para empezar tu adiestramiento.
Asiento acercándome a una de las camas del final, aquí huele a cuadra. Las camas están dispuestas como las cabañas, dejando un pasillo por medio. Me fijo que están un poco deterioradas, atrás queda toda la limpieza del cuartel en el que he estado viviendo estos días. Cuando me siento chirrían los hierros.
Me giro para preguntarle algo al chico de ojos verdes, pero acaba de salir por la puerta. Así que me cambio antes de que venga alguien, dejando doblada la ropa prestada por el cuartel y la coloco debajo de la almohada. Después me tumbo y me quedo mirando el techo de madera. Todo esto es tan extraño. Tengo demasiadas preguntas que hacer. Tal vez Katy pueda contestarlas, pero no está aquí. Aunque quizás esté en mi clase de adiestramiento. También necesito una ducha, además mi estómago ruge pidiéndome comida, algo que no tengo.
Por primera vez en varios días estoy sola. Todos los sentimientos que he estado intentando obviar caen sobre mí como un jarro de agua fría. Estoy totalmente empapada. Me he acostumbrado al silencio. Dentro de mí, en mi soledad todo está bien. Solo estamos yo y mi dolor. Fuera es caos. Y ahora mismo soy como la bomba atómica. Algún día explotaré y arrasaré el mundo. Estoy rota, hecha trizas. Si la perfección no existe, ¿por qué no dejan todos de nombrarla?
Tengo una profunda herida en el pecho. Me la he hecho yo misma. Y la gente. Pero sobre todo yo. La he tratado de coser innumerables veces, pero el hilo no sirve. No soy cirujana ni nada parecido. No voy a curarme nunca, y me gustaría. Es lo que más me gustaría en la vida. Pero cada vez que trato de coserla, se hace más grande. Vuelven a apuñalarme, yo soy la que lo hace con más frecuencia. La herida está infectada y la sangre corre por mi piel. Es invisible. Solo yo puedo sentirla. Solo yo puedo sufrirla en el más peligroso de los silencios.
Siento que estoy en medio de una guerra que no tiene que ver conmigo, pero además estoy lidiando una lucha interna. En mi guerra no hay heridos, tampoco muertos. No hay fusiles, ni tanques, ni aviones de combate. No es un gran conflicto entre dos países. En mi guerra no hay terror. Para los demás, claro. No existen exiliados, refugiados, ni traidores. Tampoco presos. No hay intereses. De hecho, a nadie le interesa. Sé que mi guerra la comparten miles de personas como yo. Estamos marcadas. Es una guerra fría, dolorosa y silenciosa. Pero no importa. No importa nada mientras solo sea mi guerra. En ella solo estamos yo, mis pensamientos y un espejo. No espero que nadie lo entienda, ni que se compadezca. No pretendo que me ayuden. Nadie puede hacerlo. Solo quiero que alguien sea consciente de que me he declarado la guerra, y que tal vez no sobreviva. Pero eso no importa: ya estoy muerta.
Sé que tengo la capacidad de salvarme. Si quiero. Soy la única persona que puede ponerle fin a esta situación. Solo yo puedo acabar con todo, curarme. Pero es que a lo mejor no quiero hacerlo. Me incorporo y dejo las piernas colgando del borde de la cama mientras las balanceo intentando borrar de mi mente todos estos pensamientos que me consumen.
Me giro al oír la puerta abrirse. Algunos chicos de negro entran sudorosos, despeinados y agotados. Una chica chilla algo, parece enfadada dirigiéndose hacia mí a la velocidad de la luz sin que el cansancio se lo impida. Se abalanza sobre mí consiguiendo tirarme de la cama mientras me golpea la cara. Chillo. ¿Pero qué he hecho ahora?
—¿Qué haces en mi cama, estúpida? —chilla como una energúmena.
No puedo contestarle, sus golpes duelen, pero a pesar de que no puedo ver, intento llevar mis manos hasta su cabello y estiro con todas las fuerzas que me quedan, oigo sus gritos y me atrevo hasta a sonreír satisfecha.
—¡Eh! —dice alguien a quién pertenecen unos brazos que tiran de ella—. ¿Te has vuelto loca, Jess?
Conozco esa voz. Es Collin. Me la quita de encima, así que por fin puedo respirar con normalidad. Me levanto del suelo al tiempo que arreglo mi ropa, mientras escucho como Collin regaña a la chica. Les hago caso omiso.
—¡Me ha quitado mi cama! —chilla.
Les lanzo una mirada furtiva mientras discuten. Quiero que se abra un agujero en la tierra y me trague. Esto era la último que necesitaba ahora.
—¡Es una estúpida cama, Jess! ¡Discúlpate! —le dice.
Ella suspira, la miro. Tiene el pelo negro, liso y le llega por los hombros, la nariz puntiaguda y los ojos marrones brillantes.
—Disculpa, estoy tan cansada que no sé lo que hago —dice con sinceridad, mira al suelo y vuelve a mirarme teniéndome su mano—. ¿Empezamos de nuevo? —asiento vacilante y le doy la mano. Jess, Ciento Sesenta y Tres para el adiestramiento.
Sonrío forzadamente.
—Marina, no tengo número —respondo.
Me palpo la cara. Duele. Me saldrán buenos moratones. Y encima me sangra la nariz. ¡Genial! Pero bueno, haré como que no ha pasado nada. Collin rodea con sus brazos la cintura de Jess y la atrae hacia él, le susurra algo en el oído y desvío la mirada avergonzada para no ver como se besan. Él me sonríe y después me dicen que vaya con ellos. Los sigo hasta la mitad de la estancia con la mano en la nariz intentando taponar la hemorragia. Es curioso porque por muchos golpes que me de nunca me ha sangrado la nariz. Siempre hay una primera vez para todo. En la cama frente a la que estamos hay una chica de pelo largo, liso y castaño, ojos marrones y cara redonda. Es muy pequeña y delgada, qué envidia. Me mira de arriba abajo y luego sonríe y se acerca.
—Te saldrán más moratones de los que tienes te lo aseguro —me dice teniéndome la mano y le tiendo la que no está manchada de sangre—. Soy Dafne.
Aprieta mi mano con tanta fuerza que temo por mis huesos. Miro mis brazos y mis piernas para darme cuenta de que tengo bastantes morados. Serán del entrenamiento con Ce. ¿Qué habrá sido de él? Vuelvo a preguntarme preocupada. Asiento y carraspeo olvidando una vez más mis pensamientos.
—Marina, encantada —digo intentando sonreír.
Ella frunce el ceño observándome.
—¿Qué pasa? ¿No sabes sonreír, defectuosa? —dice.
Yo la miro frunciendo el ceño también y apretando los labios.
—Hmmm, Dafne, cállate —interviene Collin—. ¿Puedes acompañarla a buscar una cama libre y que le curen la nariz, por favor?
Dafne pone los ojos en blanco pero finalmente asiente, me coge de la muñeca y salimos de la cabaña en silencio. Atravesamos el campamento sin una palabra hasta detenernos frente a la cabaña de la enfermería.
Cruzamos la puerta. No se diferencia mucho de mi nuevo hogar. Aunque no me gusta llamar a esa pocilga hogar, pero es lo que hay ahora y tendré que aceptarlo. Aunque creo que por fin he encontrado mi sitio. La única diferencia que encuentro es que entre las camas hay biombos, además de algunos aparatos médicos. Una mujer rubia con bata blanca y ropa negra debajo sale de detrás de un biombo y se dirige hacia nosotras con una sonrisa.
—¿Nueva? —pregunta pasándome un brazo por los hombros y guiándome hasta una camilla.
Asiento mientras me acomodo sobre el catre.
—¿Y ya estás metida en peleas? ¡Vaya! —dice sorprendida.
Dafne se ríe con desdén detrás de ella, mientras coge un algodón y se dirige a mí.
—Por favor... Estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Aquí a mí nadie me gana —dice chasqueando la lengua.
La mujer de la bata blanca suspira mientras me echa la cabeza hacia atrás para me introducirme el algodón en la nariz.
—Es pequeña pero matona —me dice mientras Dafne se hace el pelo a un lado y sonríe satisfecha—. Ya estás. Espero que Rojo no te castigue.
Le sonrío y salimos de la enfermería. La sangre comienza a secarse en mi cuello y en mi pecho, necesito una ducha.
—¿Te acompaño al baño?
Asiento, así que nos dirigimos a otra cabaña que no tiene ninguna indicación y está alejada del resto. En cuanto abrimos la puerta emerge vapor con olor a jabón que me golpea en la nariz. Entramos para descubrir que está lleno, tanto de chicos como de chicas. Me miro los zapatos mientras noto como comienzo a ruborizarme.
—Ya te acostumbrarás —me dice poniéndome una mano en el hombro.
Encontramos una ducha vacía al final, tengo suerte porque en ese momento comienzan a salir todos.
—No deberíamos estar aquí porque no es nuestro turno, pero bueno Rojo no está... Hmmm, te espero fuera.
Me deja sola, así que me desnudo rápidamente, me suelto el pelo y me introduzco bajo el chorro de agua que cae sobre mi cabeza. Está helada, pero me sienta bien. Froto cada parte de mi cuerpo para eliminar todo resto de suciedad y de malos pensamientos. Luego vuelvo a vestirme, me dejo el pelo suelto. Me desenredo el pelo con los dedos mientras atravieso la sala llena de duchas apiñadas. Cuando salgo Dafne está esperándome en la puerta como me había dicho, además más personas vienen hacia esta estancia para tomar una ducha. Me sonríe, inmediatamente vamos hasta nuestra cabaña. Justo cuando entramos la puerta se abre de nuevo.
—¡Hola, adiestrados! ¡Ya he vuelto!
Me giro y veo a una chica a la que su pelirrojo pelo ondulado le llega unos centímetros por encima de la barbilla, tiene algunas pecas salpicadas por toda la cara, una nariz muy puntiaguda y ojos verdes iguales que los de Azul.
—¿Nuevos? —pregunta
A mi alrededor algunos de mis compañeros de cabaña empiezan a levantar la mano y Dafne me susurra que yo también lo haga. Levanto el brazo tímidamente mientras ella pasea su mirada por todos nosotros luego se gira y hace un gesto enérgico con la mano.
–Vamos, seguidme. Tenemos mucho que hacer.
Todos la seguimos vacilantes.
Caminamos por el pasillo que se extiende entre las cabañas, voy mirando mis pies chafar la hierba, escuchando el crujido que provocan. Vamos todos en silencio, solo se escucha el sonido de nuestros pies caminando sobre el césped verde. La noche ya cae sobre nosotros por lo que la oscuridad lo adorna todo dándole un toque tétrico a este lugar. Tras unos minutos llegamos a la última cabaña, donde estaban las duchas. Pero no nos detenemos ahí, seguimos avanzando. Rodeamos la cabaña y unos metros más allá hay algo. Es como una sala de entrenamiento al aire libre: un estante con armas desde arcos con flechas hasta metralletas, dianas, sacos de boxeo, incluso un círculo rojo pintado en la arena, con una cruz en medio, es una especie de ring. Llegamos hasta el círculo rojo, nos situamos sobre la pintura roja y ella en la cruz del centro.
—Soy Rojo o Ciento Sesenta y Cuatro. El color se gana, el número se asigna durante el adiestramiento, se cambia cada año porque guarda relación con la edad y vuestro nivel, aunque podéis elegir cuando quedaros con él —hace una pausa y nos mira, quizás esperando alguna expresión extraña, como la mía—. Estáis aquí porque sois especiales. Todos aquí lo somos y estamos en peligro, igual que el resto del mundo. Vamos a enseñaros a utilizar vuestro defecto, como algunos lo llaman. Yo seré vuestra adiestradora hasta el año que viene que cambiaréis de cabaña y de adiestrador. Os enseñaré todo lo que sé mientras tanto. Cuando cumpláis dieciocho acabará vuestro adiestramiento y podréis elegir si queréis quedaros aquí como nuevos adiestradores, médicos, seguridad o lo que sea o si preferís iros a probar suerte por el mundo y rehacer vuestra vida. Mañana os quiero a todos aquí a las seis y media. Vamos a evaluar vuestro nivel y empezar un duro entrenamiento, que a algunos os hace mucha falta —me mira de arriba abajo con una mirada que me hace sentirme mal, tengo un nudo en la garganta—. Ahora desaparecer de mi vista.
Me giro y voy andando a paso rápido sobre la hierba. Me encantaría abalanzarme sobre ella y morderle la yugular. Creo y lo sé con certeza que todo esto tiene que ver con la prueba que me hizo Ele, la Detección. ¿Cómo era esa palabra? No la recuerdo. Pero sí que sé mi nivel. Nivel diez. Suena a mucho. Me estremezco, pero me siento grande, invencible. Indestructible. Noto unos pasos detrás de mí, que aceleran de pronto los siento a mi lado. Levanto la vista y giro la cabeza. Un chico de tez bronceada, castaño y ojos marrones me observa. Yo lo conozco. Lo he visto antes. Busco en todos los recovecos de mi memoria. Rápidamente lo encuentro. Sí. Mientras me hacían esas estúpidas pruebas. Él pedaleaba en una bicicleta. ¿También estaría allí sufriendo lo mismo que yo?
—Hola, soy Joss —me dice después de que lo haya observado demasiado tiempo, con una sonrisa apareciendo en sus labios.
Miro de nuevo al suelo mientras me ruborizo.
—Yo soy Marina —contesto.
Él se ríe, no entiendo porqué.
—Lo sé —me está sonriendo—. Creo que te acuerdas de mí, yo también estaba en el hospital. Yo estaba interno, pero tú no.
Abro la boca para decir algo, pero cambio de opinión. Lo miro asombrada.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunto intrigada.
Él se encoge de hombros mientras se atreve a dedicarme otra sonrisa.
—Tengo contactos.
Asiento mordiéndome el interior de ambas mejillas y se ríe de nuevo.
—¿Qué? —pregunto frunciendo el ceño.
Lleva una de sus manos a mi barbilla para apretarme los mofletes.
—Pareces un pez.
No puedo evitar reírme yo también. Aunque me parece un poco incómodo. Apenas conozco a este chico más de dos minutos y ya me está tocando, no me gusta el contacto físico con personas que no conozco. Carraspeo consiguiendo que aparte su mano de mi cara.
—Hmmm, ¿ese hospital estaba lleno de gente como nosotros? —pregunto con curiosidad.
Él sacude la cabeza y mira hacia el frente.
—Solo algunos a los que nos sometían a muchísimas pruebas para averiguar cómo lo hacemos. Los demás pacientes eran una especie de tapadera —se ríe sarcásticamente—. Vamos, ¿un hospital en medio del desierto? Es patético.
Asiento, tiene razón. No tiene otra explicación. El hospital estaba alejado de la civilización para poder trabajar con normalidad con nosotros, lo demás era puro cuento.
—Pero... Ce me dijo que yo era la única —digo con un hilo de voz.
Él sonríe, me mira con sus ojos marrones encogiéndose de hombros.
—Pues te mintió.
Bajo la mirada, de nuevo al césped, ya estamos llegando a la cabaña. Esas palabras no me han hecho bien, porque sé que no le caigo demasiado bien a Ce, pero de ahí a que me mintiese sobre algo tan importante como lo que soy...
—Y seguramente no sería la única cosa con la que me mintiese —digo con la voz quebrada mientras lucho con el nudo de mi garganta.
Él se encoge de hombros de nuevo y recorremos los últimos metros en silencio. Cuando llegamos a la cabaña todos salen.
—¡Eh! —dice una chica pequeñita; Dafne—. Es la hora de la cena, ¿vienes?
Asiento, me uno a ella mientras Joss se queda rezagado. Llegamos a la cabaña que hace de comedor. Nada más entrar un rico aroma a ternera en salsa con patatas fritas me llega a la nariz, lo aspiro con fuerza. Me recuerda a mi madre, un pinchazo vuelve a atravesarme el corazón. Se me hace la boca agua. Mi dolor no dura mucho. Hay muchas mesas por aquí, está bastante lleno. En un lateral hay una larga fila frente a un mostrador de comida.
—Siéntate con Collin y Jess —dice cuando pasan por nuestro lado—. Yo voy a por la cena.
—Vale —respondo sonriendo.
Sigo a Collin y Jess que me sonríen y se sientan en una mesa donde hay cinco personas más, de las cuales solo reconozco a tres: Katy, Lucy y Russel. Me saludan con la mano y me acomodo en una de las sillas, mientras veo como ellos devoran su cena.
—Yo soy Penny o Ciento Cincuenta y Dos —dice la chica que tengo enfrente.
Me tiende la mano, así que se la cojo. Tiene una nariz muy respingona y graciosa, los ojos marrones y el pelo le cae sobre los hombros, lleva como una especie de degradado: en las raíces es castaño y a medida que se acerca a las puntas es más rubio.
—Marina, encantada —respondo sonriente.
Lucy pone los ojos en blanco. Le caigo mal, pero aún no sé porqué. Una chica un poco más bajita, también de ojos marrones y pelo castaño con una amplia sonrisa se presenta:
—Yo soy Amy, encantada Marina —me tiende la mano y también se la estrecho—. Estoy en tu clase, también soy Ciento Sesenta y Tres.
Sonrío. Un rato después Dafne llega con una bandeja con muchísimos platos. Los reparte entre Collin, Jess, ella y yo y empezamos a comer mientras los otros ya van por el postre.
—¿Qué te ha dado hoy Jess? —dice Russel riéndose.
Ella lo fulmina con la mirada.
—El cansancio —suspira—. Pero espero que hayáis aprendido la lección. Soy intocable —dice guiñándonos un ojo.
Se enfrascan en una conversación que a ellos les parece divertida porque se ríen y se pegan puñetazos con fuerza en los brazos. Una conversación sobre peleas, armas y nuestro defecto: sobre el entrenamiento de hoy, básicamente. Me evado, me concentro en comerme mi cena, qué rica está y cuánto la necesitaba. Aunque sé que luego la culpabilidad me invadirá. No quiero pensar en eso ahora. Me concentro en mis pensamientos más íntimos. En mi mente. En mi defecto. En mí. Noto una mirada clavada en mí y levanto la vista de mi plato. Es Joss que me mira desde la mesa de enfrente. Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa incómoda.
—No te ha quitado ojo en todo el rato —me susurra Dafne que está a mi lado.
Sigo comiendo, así que aprovecho para bajar la mirada, mientras siento como me ruborizo. Todos se ríen.
—¿Qué pasa, tomatito? —dice Lucy riéndose.
Vuelven a reírse.
—No estoy acostumbrada a que me miren —digo dedicándoles una media sonrisa tímidamente.
De repente suena una trompeta, lo que provoca que todos se giren para mirar hacia la puerta. Hay tres personas vestidas de negro, como todos aquí: son dos hombres y una mujer. La mujer es Rojo y los dos hombres no sé, solo veo su brillante calva. Rojo se adelanta y empieza a hablar:
—Como ya sabéis hemos concluido nuestras misiones con éxito y todos los nuevos casos están a salvo, enhorabuena —todos aplauden y ella indica que guarden silencio—. Y ahora un minuto de silencio por los caídos.
La sala se envuelve de un solemne silencio sepulcral durante un minuto que se rompe por los aplausos de la multitud de mi alrededor. Rojo y los hombres calvos abandonan el comedor, minutos después yo también lo hago acompañada por Dafne, Amy, Collin, Jess y Lucy que están en mi clase. Mañana me espera un largo y duro día lleno de descubrimientos, quiero estar descansada y preparada.
Sin embargo, cuando todos están ya durmiendo las voces aparecen en mi cabeza. Esas que nunca se apagan, repitiéndome palabras incomprensibles que me hacen sentirme mal. No puedo hacer otra cosa que correr a vomitarlas antes de que me ahoguen. Ese es uno de mis grandes secretos que no me deja descansar. No sé si alguna vez podré vencer a esas voces.
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