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Capítulo 27

Noto algo cosquillearme. Primero en la frente, luego en la nariz, luego en la mejilla y finalmente en los labios. Me remuevo en sueños, entonces el proceso vuelve a empezar. Cuando el cosquilleo vuelve a los labios abro lo ojos. Azul me está besando. Sonrío dándole la espalda, haciendo que apriete sus brazos con más fuerza entorno a mi cintura, que me pegue más a su cuerpo.

—Déjame dormir —me quejo.

Él apoya la cabeza en mi cuello.

—No puedo, es la hora.

Inmediatamente mis ojos se abren, doy un salto en la cama. Mi corazón se acelera y tengo que tragar saliva. Me giro de nuevo para mirarlo, permanecemos unos segundos mirándonos sin vernos en la oscuridad, nos mantenemos sintiéndonos. Suspiro y me incorporo. Él hace lo mismo. Pero no quiero levantarme de la cama. No quiero irme. Azul me mira a los ojos y bajo la mirada, aunque no lo veo. Me coge de la barbilla para obligarme a mirarlo. Me observa analizando cada facción de mi rostro, igual que yo a él. Pone su mano en mi mejilla atrayéndome hacia él. Nuestros labios chocan al principio tímidamente y luego de manera fiera e imparable. Ahora sí que ya no quiero irme. Me siento sobre sus piernas, subiendo las manos hasta su mandíbula mientras se apoya en la pared. Él recorre firmemente con sus manos todo mi cuerpo, creando una enorme combustión. Como siempre.

—¿Qué es esto? —le pregunto.

Él no contesta. Se limita a besarme de nuevo, haciendo que el sentimiento de mi pecho se haga más intenso extendiéndose por todo mi cuerpo.

—Un beso —responde y me da un beso en la comisura de la boca—. Sabía que eras tonta, pero pensaba que hasta ahí llegabas.

Resoplo y me da un beso en la mandíbula.

—Eso ya lo sé, digo esto —cojo su mano y la pongo en mi pecho; justo encima de mi corazón que late desenfrenado—. Lo que siento aquí. ¿Tú también lo sientes?

Azul se encoge de hombros, no contesta. No aparta la mano de mi pecho y posa la otra en mi mejilla.

—No lo sé —responde.

Suspiro. Supongo que tal vez sea mejor no saber lo que es. Me da un beso en el cuello empujándome hacia atrás. Caigo sobre el colchón que chirria y reprimo un quejido de dolor cuando cae sobre mis costillas heridas, pero no me importa, no nos importa. Me besa de nuevo, cada vez con más fuerza, cada vez con más ímpetu. Yo también lo siento, cada vez es más fuerte, cada vez la llama es más grande, se aviva más. Cojo su camiseta por debajo arrugándola, estiro de ella, hasta que él quede más cerca de mí, hasta que se comprima todo el aire que nos separa. Me siento fuerte, me siento segura, sé lo que hago, sé que siento. Azul es el fuego que arde dentro de mí cada día con un poco más de intensidad, jamás se apagará por mucho que pasen los años. Es un inmenso incendio devastador que se apodera de mi cuerpo cada vez que me roza, con solo una mirada. Pero lo necesito, es más destructor cuando está lejos.

Se separa de mí, me mira a los ojos, luego observa mis labios, sonríe y vuelve a mirarme a los ojos. Aunque trato de impedirlo, se incorpora. Me resigno a seguirlo. No podemos permanecer toda la vida así. Nos levantamos, nos colocamos bien la ropa y andamos muy juntos hasta la puerta. No recuerdo cómo llegué aquí. Supongo que me trajo él. Me toma de la mano para apretarla con fuerza.

—Oye, estás herida. Si quieres puedes quedarte aquí, ya has hecho bastante.

Abro la puerta, ahora sí que puedo ver sus ojos verdes. Irrumpimos en la sala contigua que ya está llena de ineluctables que hablan sin parar provocando un murmullo inmenso. Me pregunto cómo será la vida aquí. Sea como sea, no me atrae lo más mínimo pasar encerrada bajo tierra todos los días de mi vida. Sacudo la cabeza frunciendo el ceño. No me atrae tampoco la idea de quedarme aquí mientras los demás arriesgan su vida.

—¿Y quedarme esperando a que vuelvas? No. Yo también voy. Además, tú también estás herido, en el hombro de disparar —digo dándole un leve toquecito—. Y tú vas, ¿no?

Azul acaricia mi mejilla, me atrae hacia él, haciendo que una oleada de calor me inunde, me da un beso en la frente y dice sin despegar los labios de piel:

—Nos vemos luego, Turquesa, ten mucho cuidado.

Asiento, mis manos vacilan antes de abrazarlo, pero lo hago, porque sí, porque quiero hacerlo. Aspiro su aroma a jabón y a campo con el que he dormido una vez más.

—Nos vemos luego, Azul. Sí, tú también.

Nos separamos, él se aleja de mí sin mirarme de nuevo. Me quedo mirando su espalda admirando una vez más los tensados músculos de su espalda. Ojalá pudiera rozarlo otra vez. No sé qué pasará. Sacudo la cabeza apartando todos los pensamientos de mi cabeza intentando concentro en encontrar a una persona; a Ce. No sé quiénes son mis compañeras de misión, así que podrán esperar, ahora quiero despedirme de él. Es mi prioridad. Lo encuentro apartado de todos, con la espalda apoyada en la pared, con el ceño fruncido y expresión ausente, con los brazos cruzados que a veces se tensan y destensan. Permanece con la vista clavada en el suelo. Me acerco hasta él lentamente y cuando estamos a pocos centímetros de distancia alza la vista para mirarme a los ojos.

—¿Qué quieres? —dice secamente.

Arqueo las cejas. Estoy a punto de irme, pero me contengo, solo lo tendré que aguantar una vez más, me esfuerzo por comprenderlo. Seguramente esté asustado, sabe lo que va a pasarle y sabe que es algo horrible. Me temo que nos traicione, pensándolo bien; ¿por qué lo hace? Me paso las manos por el pelo de manera nerviosa.

—Bueno... —titubeo—, quería darte las gracias por salvarme, supongo. Y... —añado en voz más baja—, despedirme de ti.

Él asiente asimilando mis palabras, encogiéndose de hombros. Tiene que guardar su apariencia de tipo duro hasta cuando está a punto de desaparecer de irse para siempre. Odio su actitud.

—No ha sido nada —nos quedamos unos segundos en silencio y añade—: te deseo suerte en la vida, defectuosa. Espero que sobrevivas a esto y seas feliz —se aclara la garganta y dice en voz más baja—: con ese tío.

Con «ese tío» interpreto que se refiere a Azul, no estoy muy segura de que vaya a ser nunca feliz con él.

—Disfruta cada segundo y no hagas tonterías.

Asiento. No sé qué decir. El nudo que se está empezando a formar en mi garganta me impide hablar. Yo también me aclaro la garganta y comienzo a balancearme sobre mis pies de manera inquieta.

—Gracias —respondo con un hilo de voz—. Tengo que irme.

Me despido con la mano tratando de dedicarle una sonrisa, pero me es imposible. Me limpio las lágrimas que me caen por las mejillas rápidamente para que nadie me vea llorar y respiro hondo. Busco a Morado entre la multitud, lo encuentro con un grupo de gente, dirigiendo, supongo que les da instrucciones de lo que tienen que hacer. Me acerco lentamente hasta él, cuando me coloco detrás de la pequeña congregación tratando de no llamar mucho la atención, pero sus ojos oscuros se clavan en los míos y sonríe.

—Turquesa, tu grupo está por allí, date prisa ya se van —me señala a un pequeño grupo con el dedo y sigue con su explicación.

Asiento acercándome hasta el lugar que me señala con paso rápido y firme, aunque me duele la pierna. No sé si me dejarán rendir con total éxito mis heridas, espero que sí.

—Pensaba que ya no llegabas —dice alguien.

Cuando me encuentro con los ojos de la dueña de la voz sonrío un poco. No sabía que ella fuera a estar en mi grupo.

—Yo también te he echado de menos Lucy, ¿cómo están las demás? —pregunto con un nudo en la garganta.

Ella se encoge de hombros y arquea las cejas. Su gesto me hace temerme una mala noticia. No puedo soportar más muertes: primero mis padres, después Penny, luego Joss, ahora Ce y... ¿Mis amigas también? ¡No!

—Bien, están en otro grupo —contesta.

Suspiro aliviada, cojo la pistola que me tiende un chico. Es el único chico del grupo, no creo que vaya a ofrecernos gran protección; es alto y extremadamente delgado, además sus manos tiemblan sin control. Tiene miedo, se nota. Y su miedo me provoca inseguridades.

—¿Cómo te llamas? —pregunto.

Lucy comienza a andar así que todos la seguimos. El chico me mira sorprendido, mira a su lado y detrás y luego se señala. ¿Qué pasa? Frunzo el ceño confundida.

—Es a ti, sí ¿qué pasa? —digo extrañada.

Él se encoge de hombros mirando al suelo, me fijo en sus manos, sujeta con ambas la pistola, y tiemblan cada vez más.

—Nada..., solo es que... —me mira de nuevo—, soy Ciento Cincuenta y uno.

Reprimo mi expresión de frustración intentando sonreír. ¡Genial! ¡Un chico tembloroso de nivel uno! ¡Qué tranquilidad! Creo que gracias a Azul me he embaucado en una misión más que suicida. ¿Por qué no pidió que fuera con él? Vale, estábamos enfadados, y no sé porque ahora ya no lo estamos..., no ha cambiado nada. Él siempre seguirá siendo un imbécil. Un imbécil que me hace sentir bien, que me hace sentir como nadie. Quiero ir con él en esta misión también. Y no con este chico que me hace sentirme insegura.

—Te he pedido tu nombre no tu número de adiestramiento —le digo sonriendo; intento apartar los pensamientos negativos de mi mente, tengo que lograr tranquilizarlo.

El chico intenta sonreír también, pero no lo consigue, hace una mueca rara que me hace reír, así que consigo sacarle una pequeña risa.

—Ben.

Asiento, hago mi sonrisa más amplia, intento transmitirle tranquilidad, espero que le llegue. Parece que tiembla un poco menos. Seguro que es su primera misión. Me recuerda a mí. Parece que ha pasado tanto tiempo..., pero en realidad no hace tanto. También tenía mucho miedo, pero las ganas de hacer algo grande eran más fuertes, eso fue lo que me impulsó a seguir adelante.

—Bueno, pues Ben, todo va a salir bien, ya verás, prometido —le digo.

Él se ríe como si no creyese lo que le digo.

—Tú calla y no prometas tanto. Céntrate —me riñe Lucy—. Vamos a lo que vamos.

La fulmino con la mirada cuando se gira y Ben, que ya ha dejado de temblar, vuelve a reírse.

—Solo intento tranquilizarlo, estaba temblando como un flan —le digo.

El chico gruñe algo por lo bajo, pero prefiero no hacerle caso. Aprieto la pistola con fuerza; será mi mejor aliada en el sitio al que vamos. Cierro los ojos concentrándome, tendré que protegerme, tendré que protegernos ahora que Azul no está aquí para ello. Atravesamos una puerta y nos internamos en la más absoluta oscuridad de nuevo. Hace rato que caminamos en la oscuridad. Solo se escuchan nuestras respiraciones agitadas, nuestros corazones nerviosos, nuestros pasos sobre el crujiente suelo de madera.

—Ya hemos llegado —dice la voz de otra chica.

No sé cómo lo sabe, no se ve nada.

—Cuando pasemos por esa puerta estaremos en otro cuartel, aquí es donde se supone que está todo.

Frunzo el ceño, aunque sé que no me ve. ¿Cómo es que tienen su "campamento" conectado a un cuartel?

—¿Por qué? —pregunto.

Noto las miradas de todos clavadas en mí así que me sonrojo. Las palabras se han escapado de mi boca antes de que pudiera procesarlas en la mente.

—Hmmm, no sé, yo no establecí ni el cuartel ni nuestro campamento si es eso a lo que te refieres —hace una pausa en la que nadie habla—. Bueno, cuando entremos ahí permanecer ocultos, solo tenéis que seguirme.

Oigo una llave introducirse en una cerradura, los nervios se activan en mi estómago. Es la última misión, tiene que salir bien, el mundo depende de ello. Lo mejor de todo es que no sé ni qué tengo que hacer. La puerta se abre y la luz se introduce en el pasillo cegándonos. La chica que hablaba se hace a un lado para indicarnos que nos adentramos en el cuartel de paredes y suelos blancos. Hace frío aquí. Soy la última en pasar, sigo a los demás cabizbaja, intentando pasar desapercibida, me apresuro a llegar hasta ellos, la pierna me da pinchazos, no sé si voy a poder completar la misión, me duele mucho. En cuanto llego junto a ellos que se esconden tras una pared, los imito sentándome en el suelo con el arma en alto, con la espalda apoyada en la pared. Giro la cabeza asomándome para ver qué miran. Lo veo. Es Ce que avanza desprotegido por el amplio pasillo. Camina tranquilo y sereno, con la expresión seria que lo caracteriza.

Mis ojos se encuentran con algo en el piso de arriba. Algo que no me gusta nada; a través de la balaustrada veo algunas armas de unos francotiradores que lo apuntan esperando una señal. Eso me impulsa a tomar una decisión. No puedo dejar que Ce muera, él me salvó, me salvó dos veces. Se lo debo. Me da igual que el sitio al que va esté a prueba de ineluctables, tenemos que intentarlo, puede que tenga fallos. Él nunca ha estado allí no puede saberlo. Reúno todas las fuerzas de mi cuerpo, me levanto, corro hacia él, descubriendo nuestra posición, tirando todo nuestro plan por la borda, echándolo todo a perder, desobedeciendo la única orden que me han dado: que permanezca oculta. Mis compañeros me gritan e intentan detenerme, pero no hay nada que puedan hacer, yo ya me he visto junto a él. No hago caso de sus advertencias, no hago caso del dolor. No hay dolor, no hay nadie, solo existe mi destino.

—¡Mil Seiscientos Diez, no! —oigo el grito desesperado y serio de una voz que conozco demasiado bien.

Ya estoy en el centro cuando me giro para ver sus ojos verdes enfadados detrás de mí, me coge por el brazo arrojándome contra el suelo cuando una lluvia de balas ensordecedora cae sobre nosotros. Me aplasta con su peso provocando que se me acelere el corazón como la velocidad de los disparos que golpean con fuerza el suelo a nuestro alrededor.

El mundo se enmudece de pronto. Los disparos cesan, el suelo y las paredes dejan de rebotar. Todo se ha sumido en una repentina calma que no entiendo. Abro de nuevo los ojos, me encuentro con los de Azul, noto como me sonrojo. Una aureola añil nos envuelve, me hace cosquillas por todo el cuerpo, es como una fuerte corriente eléctrica, pero esta vez no fluye de mí. Azul desvía la mirada, tras un instante de observación, rueda a un lado, pero no deja de protegerme, se levanta y me coge por el brazo incorporándome. Antes de que quiera darme cuenta de lo que está pasando, me arrastra tras él, atravesamos la sala mientras mi pierna y mis costillas se quejan con cada pisada.

Llegamos a un angosto y lúgubre pasillo, dejando la gran sala atrás. Dejando a mis compañeros y a Ce atrás. Ha sido todo tan confuso..., ¿qué ha pasado? ¿Cómo ha llegado Azul ahí? ¿Por qué han cesado los disparos? No lo sé. Solo sé que me duelen demasiado las heridas. Me deshago del brazo de Azul, me apoyo en la pared y resbalo hasta sentarme en el suelo. Está helado. Apoyo mi frente en las rodillas, cierro los ojos y pienso. He fastidiado toda la misión. He mandado al mundo directamente al lugar de donde tenía que salvarlo. No quiero ni mirar a Azul, porque sé lo que me dirá, así que no lo hago y noto sus verdes ojos clavados en mi cuerpo, fulminándome, esperando a que levante la cabeza para poder mirarme con odio y decirme todo lo que he hecho mal a pesar de que ya lo sepa.

Pero, por otra parte, no puedo quedarme aquí sentada sin hacer nada. Yo lo he fastidiado, yo he de arreglarlo. Así que me levanto como puedo, sin mirarlo para continuar andando, hasta que su mano atrapa mi muñeca con fuerza y me detengo. Sin embargo, no me detengo por él. Me giro rápidamente para apuntar con mi pistola al dueño de los pasos que he escuchado detrás de nosotros. En la oscuridad unos ojos grises refulgen y a mi corazón le da un vuelco. Bajo el arma desviando la mirada. Azul me coge por lo hombros anulando todo mi campo de visión y comienza a zarandearme.

—¿En qué estabas pensando? ¿Nunca te cansarás de ser tan inconsciente e imprudente? ¿Puedes dejar de actuar por tu cuenta y dejarnos a los demás hacer? —me grita en susurros—. ¡Estoy harto de esto! ¡Deja ya de hacerte la heroína!

Lo empujo hacia atrás, doy media vuelta. Vuelve a cogerme por el brazo, esta vez me atrae hasta su cuerpo de modo que mi espalda queda pegada a su pecho. La cercanía con él me abruma, pero creo que ahora no es un buen momento para dejarse llevar por ese tipo de impulso.

—¡No huyas! ¡Me vas a escuchar! —sigue diciendo—. ¡Han estado a punto de matarte porque ni siquiera eres capaz de protegerte!

Me arden los ojos, me duele la garganta. Yo también estoy harta. Prefiero acabar con esto de una vez. Me giro de nuevo para mirarlo, parpadeando para contener las lágrimas, apretando los dientes.

—¡Yo también estoy harta! ¡Cállate! ¡Mírame, estoy bien! ¿No? ¡Pues ya está! —intento decir en el mismo tono, pero la voz se me quiebra al final; demostrando que soy débil.

Azul abre la boca para decir algo, pero Ce le pone una mano en el hombro, haciendo que me suelte. Ambos intercambian una mirada de complicidad y asienten. Creo que me estoy perdiendo algo, pero no sé el qué.

—¿Qué está pasando? —digo confusa.

Azul me mira arqueando las cejas, se cruza de brazos y me evalúa. Yo aprieto los dientes y los puños. Lo odio.

—No tienes derecho a saberlo, Mil Seiscientos Diez —sentencia.

Es un hecho, lo odio con todo mi ser. Abro la boca para replicar, pero me hace a un lado echando a andar, dejándome atrás, Ce lo sigue. Me quedo así, boquiabierta en medio del corredor, observando como se alejan de mí. Pero hoy no me apetece darme por vencida, así que corro hasta alcanzarlos, ignorando el dolor.

—Creo que nadie te ha invitado a venir —murmura Azul con los dientes apretados sin girarse.

No le contesto, me limito a seguirlos. Pero cuando doy un paso más Azul se detiene. Hay una obertura en la pared por la que entra la luz de otra gran sala, es otra puerta. Azul apoya la espalda en la pared y asoma la cabeza a la estancia. Mira a Ce y asiente.

—Quédate aquí, ¿vale? —me dice; lo miro sin rastro de ninguna expresión en mi rostro—. Por una vez en tu vida haz lo que te pido, por favor.

Está claro que no voy a hacer lo que me está pidiendo, así que sacude la cabeza adentrándose en la habitación con el arma por delante, detrás de él entra Ce que permanece en silencio. Yo entro después, desafiando sus órdenes, como siempre. Este lugar es similar al anterior, me fijo en la balaustrada del piso superior para cerciorarme de que no hay francotiradores. No entiendo porque sí había antes. ¿Sabían que veníamos? ¿Habrán conseguido pasar los demás? Espero que sí. Azul posa sus ojos verdes en mí quedándose quieto, deja a Ce pasar delante de él y yo me paro en seco también.

—Vamos, no tengo todo el día —me apremia—. No me fío de que tú me cubras las espaldas.

Resoplo y sigo andando hasta dejarlo atrás.

—Si tengo que soportar esto un instante más os juro que vomito —oigo que murmura Ce.

Me muerdo el labio inferior para reprimir una amarga carcajada. Tiene razón, somos ridículos. Nos odiamos a muerte, pero nos queremos a morir.

—Tranquilo, ya te queda poco —le dice Azul.

No me gusta nada ese comentario, me recuerda que Ce dejará de existir en breves momentos, que no volveré a escuchar su voz, que no volveré a pelearme con él, que no volverá a consolarme cuando me enfade con Azul. Y que ya no volverá a mentirme. Me giro para mirar a Azul con el ceño fruncido, para fulminarlo con la mirada. Siempre será tan estúpido..., nada ni nadie lo cambiará. Antes de que mi mirada fulminante pueda encontrarse con sus ojos verdes oigo un disparo y un golpe seco acompañado de un grito ahogado. Y yo también grito. Me giro rápidamente para encontrarme con Azul en el suelo, con la mano en el pecho, gimo y caigo sobre él, a horcajadas sobre sus piernas. Oigo más disparos que pronto cesan, pero ya no estoy aquí. Estoy muy lejos.

—¡Azul! —sollozo.

Llevo mis manos a donde se encuentran la suyas, me empapo con algo tibio y húmedo, sangre. Intento taponar su herida, el entrelaza sus dedos con los míos, intento deshacerme de ellos, pero no me dejan. Miro sus ojos verdes con desesperación, mientras la imagen se va empañando.

—¿Qué has hecho Azul? —le susurro—. Perdóname.

Él me sonríe con tristeza. Solo veo sus ojos, solo escucho su voz. El mundo ha desaparecido a nuestro alrededor, ya solo existimos él y yo. Él alejándose de mí y yo queriendo aferrarlo a mí.

—Cállate —murmura; sonrío con los ojos empapados—. No te rindas, Marina, salva el mundo. Mantente fuerte, sé tú misma.

Acaricio su mejilla con las manos teñidas de sangre, haciendo que se ensucien de escarlata. Algo húmedo rueda por mi cara cayendo sobre su nariz.

—Eh, ¿te estás despidiendo? Que tú me vas a ayudar, Ciento Ochenta y Seis —le respondo con un hilo de voz—. Además, no me gustan las despedidas —musito.

Algo dentro de mi se está rompiendo a una velocidad vertiginosa. Es como si estuviera desgarrando un trozo de tela, pronto penderá de un hilo y el hilo se cortará.

—Déjate de tonterías, Mil Seiscientos Diez —intenta decir mientras tose—. Tengo que decirte algo.

El corazón me da un vuelco. No puedo resignarme a ver como esto pasa. No puedo. Ya he sufrido bastante en los últimos meses y no quiero sumar nada más. No quiero que me deje. Me hace inclinarme hasta que nuestras narices se rozan, acaricia mi mejilla, dejando un rastro tibio, supongo que será sangre, pero ahora eso ya no me importa. Me hace arder de nuevo, aunque las llamas nunca se han apagado, nunca se apagarán, por mucho que pasen los años, por muy lenta que pase la vida. Coge un mechón de mi cabello enredando un dedo en él. Sus ojos verdes se encuentran con los míos marrones una vez más, como el primer día me vuelvo a estremecer, me vuelvo a sentir abrumada.

—Creo que te quiero, Marina —dice—. Aunque no lo creas me has hecho feliz.

Trago saliva, el corazón me da otro vuelco y se me acelera. Es la primera vez que me dicen algo así. Nunca creí que sería digna de unas palabras así. Creo que yo también lo siento. Quizás siempre lo haya sentido, quizás siempre lo haya sabido, pero no quería o no sabía ponerle nombre a ese sentimiento tan intenso que se apodera de mi pecho y que ahora es como cien puñaladas.

—Creo que yo también te quiero, Azul —digo con la voz quebrada—. Tú también me haces muy feliz.

Nuestros labios se encuentran una vez más antes de que termine la frase, comenzamos a arder eternamente, siempre arderemos, siempre arderemos juntos, nuestro fuego es inextinguible, es ineluctable. No se puede luchar contra él. Mi mano sobre su pecho capta cada latido de su corazón, cada vez más rápido mientras nuestros labios se deslizan en los del otro. Sus dedos se entrelazan con los míos y con su otra mano me acaricia la mejilla.

—Prométeme que no te rendirás —asiento con los ojos llenos de lágrimas a punto de desbordarse por mis mejillas—. Te quiero, Marina, no me olvides —cada vez su voz suena más apagada y tengo miedo.

Sacudo la cabeza. Aún no puedo creerme que esto esté pasando. Él se pondrá bien y volveremos a donde tengamos que volver, pero juntos, siempre juntos.

—No seas tonto, te vas a poner bien. Yo también te quiero, Azul.

Vuelvo a besarlo porque creo que así lo retendré conmigo, que no podrá escaparse a otro lugar donde no estemos juntos. Su mano resbala por mi mejilla, deja de apretarme la otra mano. Mi mano atrapa un fuerte latido de su corazón y ya no hay más. Lo acaricia y se me enreda entre los dedos, perdiéndose en la infinitud del tiempo como si jamás hubiera existido. Como si jamás hubiera habido vida. Mis labios capturan su último aliento, su alma y lo guarda todo muy dentro de mí, ahora forma parte de mí, de mis recuerdos, donde jamás pueda olvidarlo. Es curioso como en un instante puedes escuchar el latir de un corazón, puedes tener a alguien muy cerca de ti, y al siguiente segundo ya se encuentra tan lejos que nunca volverás a alcanzarlo por muy rápido que corras, por mucho que grites que se detenga y que vuelva contigo. Aunque mientras permanezca siempre en nuestra memoria, siempre se quedará con nosotros.

Ahora soy consciente de que se ha ido. Ahora soy consciente de que no volverá. Se ha ido a un lugar del que no se puede retornar. La tela ya se ha desgarrado por completo. El hilo se ha roto. Y duele. Y chillo. Chillo a pleno pulmón porque me da igual. Solo quiero que él vuelva. Noto algo cálido recorrer mis mejillas y sollozo, estrellándome contra su pecho, me amarro a él como si fuera un clavo ardiente. Y siento unas manos en mis hombros, que estiran de mí, y me parece oír una voz lejana que trata de decirme algo, pero no la escucho, no quiero escucharla. Vuelvo a besar los labios aún calientes de Azul con la esperanza de que me corresponda. Sigue haciéndome arder, las llamas aún no se han apagado, aunque él no esté. Eso es que tiene que estar ahí dentro aún. Y lo beso con más intensidad.

—¡Azul, vuelve! ¡Sé que estás ahí! ¡Deja de hacer el tonto! —grito entre sollozos; le golpeo el hombro sin mucha fuerza—. ¡Vuelve a gritarme! ¡Vuelve a hacerme daño!

Me abrazo a su pecho, encajando mi cabeza en su cuello. Lloro, grito, sollozo. No puedo controlarme. No puedo. Solo quiero sentirlo de nuevo conmigo.

—Vuelve a besarme —sollozo contra su mejilla teñida de rojo.

Unos brazos me agarran con fuerza estirando de mí hasta apartarme de Azul. Grito con aún más fuerza, con tanta intensidad que siento que mis cuerdas vocales se desgarran como mi pecho, estiro los brazos para acercarme al cuerpo inerte de Azul, pero no puedo llegar hasta él.

—Déjalo, ya se ha ido —dice una voz que conozco.

Sus palabras suenan demasiado duras y dolorosas, me niego a creerlas, no quiero que sean ciertas.

—No, déjame —sollozo.

Algo se enciende dentro de mí; la esperanza. Acabo de recordar algo, algo importante que se me había olvidado por un instante: soy ineluctable, soy indestructible, soy de nivel diez, podré curarlo.

—¡Puedo curarlo! ¡Puedo curarlo! —grito con una risa histérica resultado de mi situación—. ¡Suéltame! ¡Puedo hacerlo!

El chico que me sujeta se entromete en mi campo de visión, haciendo que lo mire a sus ojos grises que parecen enfadados, haciéndome perder de vista a Azul. Ahora sus manos me sujetan con más fuerza haciéndome más daño.

—No, no puedes. No puedes hacer eso —dice con voz apagada.

La llama de la esperanza se apaga. Aunque quiero intentarlo. Quiero hacerlo. Él no sabe nada. Me sube a su hombro mientras pataleo, quiero ir con Azul. Sigo sollozando pero él no hace nada porque me calle mientras sigue avanzando. Quiero volver con él. Estoy rota y no creo que pueda seguir adelante si no es con él. Quiero que vuelva. Quiero volver a escuchar sus labios pronunciar mi nombre y que avive cada día más ese fuego interior que se extiende por cada fibra de mi ser. Me giro para volver sobre mis pasos. No puedo dejarlo ahí solo y desprotegido, no puedo. Tengo que recuperarlo y llevarlo conmigo.

—¡Quieta! —me grita Ce—. ¡Deja de comportarte como una lunática! —me coge de los hombros y me obliga a mirarlo a los ojos—. Cuando todo esto acabe podrás lamentarte todo el tiempo que quieras, ahora ayúdame.

Respiro hondo, cuando contengo el aire dentro de mis pulmones durante un rato parece que duele un poco menos, pero necesito seguir respirando. De verdad que me estoy comportando como una loca, pero es que no puedo creérmelo, es demasiado surrealista. Creo que dentro de nada Azul aparecerá detrás de mí para volverme a fulminar con sus ojos verdes, gritándome por ser una inconsciente, por no ser lo bastante buena. Que luego me perdonará y nos besaremos hasta que nuestros labios sean uno solo. Asiento y olvido. Si salgo de esta ya tendré tiempo para asimilar todo lo que acaba de ocurrir y lo que aún no ha pasado. Y si no salgo de esta, será mejor: no tendré que lidiar con tanto dolor. Además, se lo he prometido a Azul, tengo que cumplir mi promesa. Me trago mi angustia y suspiro. Tengo que ayudar a Ce. Tengo que ayudarlo a morir para salvar el mundo. No. No puedo hacer eso. Sacudo la cabeza mientras mis ojos comienzan a empañarse más y más.

—N-No puedo hacerlo, Ce —murmuro con un hilo de voz.

Sus manos se aprietan con más fuerza contra mis hombros, nuestras miradas se cruzan, parece que algo dentro de él se ha descompuesto un poco, pero no pierde su máscara.

—¿Por qué no? —pregunta frunciendo el ceño.

No sé qué decirle. Las palabras hace tiempo que han volado de mi mente, quizá Azul se lo haya llevado todo con él, y ahora estoy vacía. Totalmente vacía. Me sorbo la nariz dejando que las lágrimas resbalen por mis mejillas. Era Azul quien me hacía más fuerte, ahora que ya no está, soy frágil, soy débil, soy un finísimo cristal que soporta demasiado peso.

—No puedo ayudarte a morir —sollozo—. No puedo verte morir.

Ce me manda callar, entierra mi cara en su pecho. Me parece increíble. No puedo creer que haya roto su barrera y que me esté abrazando.

—Tranquila, todo va a ir bien —susurra en mi oído.

Me separo de él bruscamente dando un brinco.

—¿Qué todo va a ir bien? ¿Qué todo va a ir bien? —grito entre lágrimas—. ¡Azul acaba de morir! —aunque lo diga no parece real—. ¡No sé ni cómo ha pasado! ¡Y tú vas detrás! ¡Y seguramente yo también porque no puedo soportar este dolor!

Ce me mira con una expresión inescrutable, se pone un dedo los labios indicándome que guarde silencio otra vez, agacho la mirada y le hago caso.

—Tú no te vas a morir, porque yo soy prescindible para ti. Y él se ha ido, sí, pero encontrarás a alguien mejor —contesta pausadamente.

Inmediatamente comienza a andar así que me obligo a seguirlo, aunque mis piernas flaquean amenazando con avecinarme al frío suelo embaldosado.

—Ce, tú no eres imprescindible para mí —digo luchando con el nudo de mi garganta que cada vez es más espeso—. Y no hay nadie mejor que él. Ni que tú. Sois únicos.

No sé como he logrado reunir el valor suficiente para decir eso, no sé por qué lo he dicho. Simplemente lo he dicho y ya. Creo que me he quitado un poco de peso de encima, que hasta me siento mejor. Ce no se gira, no reacciona a mis palabras y me siento estúpida por haberlas dicho. Si él se siente prescindible para mí es que nunca ha sentido ni siquiera aprecio hacia mí. Ce se mete por otro pasillo así que lo sigo, cuando giro me choco con algo cayendo al suelo, haciéndome daño en las muñecas y en el trasero. Miro hacia arriba y descubro que ese algo era la espalda de Ce. Me mira ayudándome a levantarme, luego se vuelve otra vez. Estamos ante una doble puerta blanca. Puedo hacer que se abra fácilmente, pero no quiero hacerlo si eso significa perder a Ce, y eso es muy egoísta por mi parte.

—¿Por qué no puedo ir yo? Yo soy de nivel diez, tal vez sobreviva. Y si no lo hago ya me da igual.

—Ya te he dicho que no voy a dejar que mueras —responde secamente—. Cumplo mis promesas.

El edificio tiembla cuando un sonido ensordecedor se propaga por todas las estancias, por el aire. Una oleada de calor lo inunda todo, una gran fuerza amenaza con hacerme caer de nuevo. Todo pensamiento ha desaparecido.

—¿Qué ha sido eso? —logro articular.

Ce toca algunos botones que hay junto a la puerta y se abre.

—¿Cómo...? —digo perpleja.

Él me mira, me fulmina con la mirada, entiendo que he de cerrar la boca. Se adentra vacilante en el nuevo pasillo que hay ante nosotros.

—Quédate aquí. Ahora tengo que seguir solo.

Me paso las manos por las mejillas para eliminar todo rastro de lágrimas. A Azul no le hubiera gustado que me mostrase así, no le gustó verme triste cuando murió Penny. Y tampoco le hubiera gustado que desobedeciese a Ce, pero es idiota si piensa que voy a hacerle caso. Entro en el corredor y algo ocurre. El edificio vuelve a temblar, el calor vuelve a propagarse, esta vez más cerca, caigo al suelo tapándome los oídos mientras todo se envuelve en una gran bola de fuego.

—¡Ce! —grito asustada.

No lo veo, no sé dónde está. Solo siento un calor asfixiante que envuelve mi cuerpo, un aire cálido e impuro que penetra en mis pulmones haciéndome toser. Entonces noto una mano en mi cintura y me sobresalto. Saco fuerzas de donde no las hay, lanzo una patada al cuerpo al que está unida esa mano que se queja.

—¡Estoy aquí! —dice Ce—. Soy yo, soy yo. No me pegues —susurra.

Me atrae hacia él, veo sus ojos por encima del humo. Tengo miedo, pero tengo que luchar contra él, no puedo paralizarme.

—¡Me gustaría que me hicieses caso!

Gimo. Esas palabras me las ha dicho hace unos minutos Azul y luego se ha ido. Aprieto los dientes con los ojos llenos de lágrimas, el corazón henchido en rabia. Estiro de su brazo para que se levante. El humo y el calor comienzan a disiparse. Ce se levanta y caminamos muy lentamente hacia el otro extremo de la sala.

—Pisa por donde yo pise, es un campo de minas.

Asiento y frunzo el ceño.

—¿Has estado alguna vez aquí?

Sacude la cabeza y elude mi pregunta. No sé por qué dijo que esto es un lugar a prueba de ineluctables. Podemos sobrevivir perfectamente a un campo de minas, yo ya lo he hecho.

—¿Y entonces...?

Me manda callar y resoplo, resignándome a hacerle caso.

Llegamos al otro extremo del pasillo sin que nada más explote, pero el edificio no ha dejado de temblar, creo que sé por qué. Todo ha empezado ya. Ce teclea algo y la puerta vuelve a abrirse. Todo esto me resulta muy extraño. ¿Nos habrá conducido Ce a una trampa? Entramos a una nueva sala. Es una especie de laboratorio, pero no es un laboratorio normal. Hay un observatorio en el piso de arriba, una gran cúpula preside el techo; como en el cuartel en el que estuve con Ce cuando se estrelló el avión, en una de las paredes un águila amarrando con sus garras el mundo; como la que había en ese cuartel, hay muchas máquinas extrañas con formas terroríficas. Tengo la certeza de que todo está planeado para torturar ineluctables y mi certeza me provoca un escalofrío. Mis ojos se posan en un cubo de grandes proporciones de cristal y me estremezco. ¿Para qué usarán todo esto? Miro hacia el observatorio y el corazón se me para. Era una trampa.

—Ce, pensaba que nos ayudarías —le digo con un hilo de voz.

Él se gira con el ceño fruncido y sigue la dirección de mi mirada.

—Era lo que pretendía. Es lo que voy a hacer.

La sonrisa de Sloane Lingedon y la mirada fría de sus dos acompañantes masculinos de poblada barba oscura y canosa se me clava como una daga. Quiero chillar. ¡Ellos me han quitado a Azul! Miro a Ce confundida y él me devuelve la misma mirada.

—Os estábamos esperando —dice la odiosa voz de la mujer por toda la estancia—. Os va a gustar lo que os tenemos preparado.

Algo que es como una alarma suena por toda habitación. De pronto unos hombres de verde comienzan a entrar por el lado opuesto por el que nosotros hemos venido mientras el edificio sigue moviéndose como si hubiera un terremoto permanente. Trato de mantener la calma, pero no puedo. Ce me coge de la mano estirando de mí. Busco mi pistola, pero no la encuentro. ¿Dónde la he dejado? ¡Estoy desarmada! Pero nunca podrán conmigo, soy ineluctable. Corro con Ce alrededor de la habitación, pero no tenemos escapatoria. Cierro los ojos tratando de imaginarme fuera de aquí, Ce está conmigo, apretándome la mano. Abro los ojos y gimo. Estamos acorralados.

—Dulces sueños, queridos, dulces sueños —dice la voz de Sloane en los labios de un soldado que nos apunta con un arma bastante extraña.

Aprieta el gatillo de manera que un gas amarillento y maloliente comienza a emerger de su pistola con un sonido estridente, se propaga por el poco espacio que nos separa, mientras los demás soldados imitan su acción. El gas salva la distancia y penetra en mis fosas nasales, haciendo que me ahogue. Toso y suelto la mano de Ce. El suelo está más cercano, me duele la frente y las rodillas. Un sabor pastoso me envuelve la boca, no veo nada, todo es oscuro. Solo escucho una risa. Varias risas. Varias risas que martillean mi cabeza, mientras me alejo de la realidad. Es lo último que oigo.

Azul, pronto estaremos juntos de nuevo.

Es lo último que pienso. El mundo está acabado y no me importa. La vida es dura; nos golpea una y otra y otra vez hasta que ya no nos sentimos con fuerzas para continuar luchando por ella. Es cruel, no merece la pena sufrir tanto por tan pocos momentos de felicidad. Supongo que me he rendido. Me rindo ante la vida y me abrazo a la muerte, allí donde me esperan todos mis seres queridos. La vida es dura; no siempre merece la pena, pero soy dichosa por haberla conocido.

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