Capítulo 25
Noto una punzada de dolor en la cabeza que cada vez cobra más fuerza. Empieza como algo pequeño, pero luego se extiende propagándose por todo mi cráneo. Intento abrir los ojos, tras varios parpadeos la luz me ciega. Estoy confundida. No sé dónde estoy ni qué hago aquí. Me llevo una mano al lugar de donde procede el dolor insoportable para toparme con algo húmedo y pegajoso. Miro mi mano, mis sospechas se confirman. Las imágenes que guardo como mis últimos recuerdos antes de quedar inconsciente, acuden a mi mente, son como un relámpago. Solo espero que Azul esté bien. Que el campamento esté libre de esos estúpidos. No importa lo que vaya a pasarme, estoy preparada para todo. Lo único que espero es que los derroquen y que salven al mundo, es mi único y último deseo.
Analizo la estancia con minuciosidad, aunque no es gran cosa. Es un pequeño cuarto, con un potente y cegador foco de luz blanca en el centro, paredes blancas y baldosas frías como el hielo, también blancas. Es una celda. Solo un metro delante de mí están los barrotes, estoy acurrucada en una esquina. No sé cómo he llegado hasta aquí, me gustaría saberlo. Quiero saber qué es lo que va a pasar ahora conmigo. ¿Me harán pruebas otra vez? ¿Me ejecutarán? No lo sé, pero la incertidumbre me está matando. Y más me mata no saber qué ha ocurrido en el campamento. Aún no entiendo como nos han encontrado. Éramos invisibles, ningún miembro del campamento sabía su paradero, así que no creo que Ce lo haya adivinado o alguien se lo haya dicho. No, eso es imposible. Pero por otra parte..., nadie podría habernos traicionado. Solo él. Y como duele.
Me remuevo un poco tratando de encontrar la comodidad en este frío suelo, pero no la encuentro. El helor se cuela por cada hueco de mi cuerpo, entre los huesos, me entumezco aún más. Siento como la sangre me cae por la mejilla, por el cuello, hasta perderse por el interior de mi camiseta. Supongo que debo dar gracias a que estoy viva. Aunque, ¿qué diferencia hay entre la muerte y esto? Preferiría estar muerta. No. Eso es un pensamiento cobarde. Ya no puedo ser así. He de seguir adelante. No puedo rendirme. No ahora. No puedo dejar que las muertes de tantos inocentes hayan sido en vano. No puedo. Un soldado moreno con el ceño fruncido aparece tras los barrotes de mi celda, así que me pego más a la pared. Ha llegado la hora de la verdad. Abre la puerta y entra en el poco espacio que hay. No puedo retroceder más. No quiero que me toque.
—¡Vamos! —dice cogiéndome del brazo con fuerza.
Me levanta del suelo sacudiéndome. Quiero pegarle. Debo pegarle. No puedo dejar que me traten así.
—¡Eh! ¡Relájate! ¡Puedo hacerlo sola! ¡Suéltame! —le grito.
Sus manos se aprietan más contra mis brazos, me arroja fuera del pequeño cubículo en el que estaba encerrada. Caigo al suelo y me doy contra la otra pared. No grito, no me quejo. No voy a darle esa satisfacción. Me levanto antes de que llegue a mí de nuevo, me coloco la ropa bien y lo miro desafiante. En otros tiempos, hubiera agachado la cabeza, me hubiera sometido a su poder temblando. Ahora ya no. Ahora sé que podría matarlo con solo desearlo. Sin embargo, tengo curiosidad por lo que van a hacerme aquí. Tengo curiosidad por saber qué es lo que ha pasado. Y tal vez, descubra un poco más acerca del plan de destrucción masiva del mundo. Aunque dudo que con esa información pueda hacer mucho ahora.
Me coge por el brazo otra vez con fuerza, intento forcejear con él mientras avanzamos a través del inmaculado pasillo, pero finalmente me rindo, no me va a soltar. Esto me trae vagos recuerdos de cuando empezó todo, aún era una chica inocente cuyo avión se acababa de estrellar y confiaba plenamente en el chico que la había salvado de un peligro incierto, aunque en realidad me llevaba directa a él. Aprieto los puños recordando lo estúpida que fui. Lo que aún no entiendo es el por qué de tanto secretismo cuando nos marchamos de allí. ¿Por qué no fuimos directamente al cuartel? ¿Por qué no dijo Ce la verdad? ¿No saben todos los soldados lo que pasa o qué? Aparto esos pensamientos de mi mente. No es eso lo que debe preocuparme ahora. Tengo que estar preparada para todo, atenta a cada detalle. Llegamos a la puerta que hay al final del pasillo, a los lados de este había más celdas, pero todas estaban vacías. ¿Quiere eso decir que los demás ineluctables están muertos? Me da un vuelco el corazón con sólo imaginarlo. Espero que no.
Espero que Azul esté bien. Solo quiero que Azul esté bien. El soldado deja de ejercer presión en mi brazo para abrir la puerta. Me empuja hacia la estancia que se abre extiende ante nosotros e irrumpo en ella a trompicones. Cierra la puerta detrás de mí, dejándome sola en una habitación vacía. Es una sala grande, circular de altos techos. Es blanca y en la parte de arriba hay algunas ventanas por las que entra el sol de mediodía. Debajo de ellas hay espejos rodeando la sala. Sé lo que son. Me están observando. En el centro, hay una pequeña plataforma, donde hay un sillón abatible, al lado de una máquina. Con solo verlo se me congela la sangre y el corazón se me sube a la garganta que se me ha secado.
—Marina, ineluctable de nivel diez —dice una voz robótica en alguna parte de la sala; ¿cómo ha sabido eso? —. Avance hasta el lugar de las pruebas.
Una risa desesperada e histérica viaja de mi estómago hasta mi garganta y emerge con fuerza, no puedo reprimirla. ¿De verdad piensan que voy a dejar que me torturen con tanta facilidad? Pues se equivocan. Parece que han escuchado mis pensamientos o algo así, porque inmediatamente, unas compuertas se abren, las paredes desaparecen, y una muchedumbre de soldados irrumpe en la estancia, avanzando hacia mí. Doy vueltas sobre mí misma, observándolos. Me preparo para atacar. No puedo fallar. Si logro esquivar a unos cuantos quizás pueda llegar a una de esas compuertas abiertas, luego solo tendré que correr. Me rodean así que lanzo mi puño a uno de ellos en la mandíbula, él responde disparándome en el muslo. Grito. Es como una gran corriente eléctrica que me recorre en un instante de arriba abajo. Ya lo he sentido antes, no es un dolor agradable. Me caigo al suelo cuando mi pierna cede. No me había percatado de que llevaban armas. ¿En qué estaba pensando? Varias manos me sujetan mientras aprieto los dientes y trato de llevar mi mano a la herida, pero no puedo, me llevan hasta el sillón donde me atan con correas. Después desaparecen. Vuelvo a estar sola.
—Bienvenidos a la Prueba de Ineluctabilidad, descubramos su secreto —dice de nuevo esa voz robótica.
Del sillón emerge un brazo metálico con un ruido motorizado que lo acompaña. Esto no me trae para nada buenos recuerdos. No me gusta. Se acerca a mí para con uno de sus dedos metálicos pincharme en el cuello, luego en la sien que no tengo herida, intento resistirme, pero es imposible, no puedo moverme. Inmediatamente noto algo frío introducirse en mí, recorrer mi sangre con avidez. Una pantalla aparece frente a mí, es una televisión. ¿Qué es esto? Empieza a sintonizarse, aparecen imágenes salteadas, muy rápidas. No puedo ver lo que muestran. Al principio me siento muy pesada, me cuesta mantener los ojos abiertos y hasta respirar. Pero tras unos segundos mis músculos se tensan tanto que duelen, mi corazón late con fuerza y respiro rápidamente, todos mis sentidos se agudizan, preparados para cualquier cosa. Estoy alerta.
En la pantalla aparece una celda. Una celda con una persona vestida de negro. Tiene la cabeza enterrada entre las rodillas. Y es..., rubio. Lo reconozco. ¡Es Azul! ¡Azul! ¡Está vivo está aquí! ¡Debo ir con él! La máquina conectada al sillón en el que estoy sentada empieza a emitir pitidos constantes, cada vez más rápido, como los latidos de mi corazón, como mi respiración. Me remuevo en el asiento y lucho con las correas, pero es inútil, es inútil. Solo hay una manera.
—¡Soltadme! ¡Dejadme verlo! —grito mientras me retuerzo.
Me da la sensación de que cada vez el agarre se hace más fuerte y que me quedaré aquí atrapada para siempre.
—Solo hay una manera —dice una voz fría; sin ningún tipo de emoción, que proviene de arriba; me está hablando quien me observa, y sé lo que quiere—. Muéstranos como lo haces y te soltaremos, te dejaremos hablar con él una vez más.
Me desmorono por dentro. ¿Una vez más? ¿Cómo que una vez más? ¿Van a matarme? ¿Van a matarlo? ¿Van a matarnos? Sacudo la cabeza, intento deshacer el nudo de mi garganta y que las lágrimas que me empañan la visión se vayan. No pienso darle lo que quiere. Concentro mi visión en el cuerpo de Azul hecho un ovillo como lo estaba el mío, ojalá pudiera recortar la distancia y que me envolviera otra vez en sus brazos, prendiendo en mí de nuevo ese fuego inextinguible que solo es capaz de provocar él, alejando el frío de mi cuerpo cuando posase sus carnosos labios sobre los míos finos. Lo necesito conmigo.
—Como quieras —dice la voz otra vez—. Matadlo.
Sus palabras provocan en mí una reacción extraña, entran en mí como el aire que trato de respirar paralizándome, me rompen y me dejan sin vida. Me muerdo el labio inferior para que deje de temblarme. Tengo que hacer algo. No puedo dejar que maten a Azul después de todo.
—No —digo apretando los dientes.
Hay un silencio. Un silencio incómodo en el que no pasa nada, y los silencios significan que ahora llega la tormenta. Eso he aprendido en estos meses.
—¿No? —pregunta la voz—. Pues sálvalo tú misma.
Ya sé a que está jugando. Seguro que esa máquina está registrando en alguna parte como funciona mi cuerpo, como reacciona a las distintas emociones. Seguro que está haciendo eso para que lo registre. No va a matar a Azul de verdad.
—No vas a matarlo —respondo—. No te voy a dar la satisfacción de saber.
Puedo ver a la dueña de la voz gruñendo desde las alturas, observándome con odio, me puedo permitir esbozar una pequeña sonrisilla.
—Ah, ¿no?
Suena una especie de alarma que se propaga por todo el complejo, haciendo que Azul levante la cabeza y mire hacia el pasillo. Se pone en pie y alza las manos hacia arriba. La cámara cambia de ángulo, puedo ver la escena perfectamente. Lo están apuntado con una pistola. No puedo permitir que esto vaya más allá.
—¡Dis... —empieza a decir la voz.
—¡No! —chillo.
Cierro los ojos e imagino que Azul está aquí conmigo, que me libero de mis ataduras, que sus brazos vuelven a amoldarse a mi cuerpo, que mis labios vuelven a encontrarse con los suyos. Abro los ojos, estoy al lado del sillón. Me he liberado. Pero Azul no está conmigo. Miro a la pantalla y puedo ver como se desvanece como si nunca hubiera estado ahí, como se esfuma como el humo empujado por el aire. Entonces caigo. Azul debería estar herido en alguna parte de su cuerpo, incluso muerto. Solo pensarlo me produce un escalofrío. Sin embargo, parecía intacto. Me han engañado. Les he dado lo que querían. Aprieto los puños y los dientes con rabia. Soy estúpida. Muy estúpida. Oigo como una de las compuertas se abre ante mí y abro los ojos, para encontrarme con la imagen de una persona resucitada. Un escalofrío me recorre la espalda acompañada por un vuelco del corazón. No puede ser. Es Rickse Lingedon. Pero Azul la mató. Yo misma lo vi. Se acerca a mí a pasos cortos mientras aplaude y me evalúa con minuciosidad. Lleva un largo abrigo de pelo blanco que resalta con el tono de su pelo.
—Ya tenemos todo lo que queríamos de ti —dice cuando llega hasta mí; comienza a dar vueltas a mi alrededor, mirándome de arriba abajo—. Y no eres nada especial. La gente como tú nació de una pandemia, sois enfermos. Estáis locos.
Trago saliva mientras me muerdo la lengua. Aún no puedo creerme que tenga ante mí una persona que ha vuelto del más allá. No es posible. Pero no puedo callarme por mucho más tiempo.
—Cállate, asesina —digo con los dientes apretados—. Tú no lo entiendes. Somos mucho más poderosos de lo que crees y no te dejaremos destruir el mundo.
Ella suelta una carcajada asquerosa, me dan ganas de que se la trague con un buen puñetazo.
—No soy más asesina que tú, ¿tengo que recordarte que tú y ese novio tuyo matasteis a mi hermana?
Ahora todo encaja. Es verdad. Eran cuatro dirigentes. Ellas dos y dos hombres. Y matamos a su hermana. ¿Cómo he podido ser tan tonta? Es obvio que no se puede resucitar. Aunque por un momento ha prendido en mí la llama de la esperanza, por mi familia, por Penny, por Joss, por Collin, por Russel, por... Azul... si está... muerto. Trago saliva para deshacer el nudo. Tiene razón. Soy igual de asesina que ella. La diferencia está en que yo no me siento orgullosa de serlo.
—Vosotros matasteis a mi familia —digo con toda la dureza que soy capaz.
La mujer hace un gesto con la mano, como si tratara de quitarle hierro a un asunto insignificante, como si apartara una molesta mosca de su nariz.
—Lo importante es, que ya sé cuál es vuestro tan preciado secreto, que os estoy eliminando y que ya nada se interpondrá en mi camino.
¿Qué? ¿Han desaparecido ya todos los ineluctables? ¿Han averiguado ya nuestro secreto? ¿Tan fácil? Me da la espalda, se aleja unos pasos con lentitud. Vuelve a pararse, pero no se gira, no hace nada, solo habla.
—Si te estás preguntando cómo..., tengo mis contactos. Y ya sé que la ineluctabilidad proviene de la imaginación. La imaginación está en la mente, pero en vosotros va más allá. Y es algo que hay que erradicar.
La miro incrédula. No sé de dónde ha sacado esa información, pero está claro que ha sido clave para la resolución de su rompecabezas. No sé qué decir.
—Y mañana al alba te ejecutaremos la primera, como ejemplo de que lo peligroso debe eliminarse.
El corazón me da un vuelco. La noticia no me sorprende. La estaba esperando, así que no es nada nuevo, ni siquiera me da pena morir, solo siento curiosidad. Puede que hasta consiga salvarme. No me preocupa demasiado la muerte.
—No sé para qué quieres hacer todo esto. ¿Reinar en un montón de escombros? No tiene sentido, hasta tú morirás. Además, nunca conseguirás erradicarnos por completo. Hay más ineluctables. Hay más campamentos, estoy segura.
Se gira hacia mí y avanza con seguridad, como una energúmena. No retrocedo. No me da miedo.
—No sabes de que estás hablando, así que cállate.
Me encojo de hombros y le sonrío.
—Voy a morir igual.
Aprieta los dientes mientras vuelve alejarse, esta vez llega a la compuerta que se abre de nuevo.
—Tal vez tenga otros planes para mí. Tal vez sí consiga eliminaros por completo. —se aclara la garganta y sale, luego entra de nuevo—. Vamos, a tu celda.
Resoplo poniendo los ojos en blanco. Ya todo se ha acabado. Se acabó el juego. Fin de partida. En el pasillo me encuentro con un grupo de soldados que observan embelesados a la mujer que trata de matarme, que va ha ordenado mi ejecución. Dan asco.
—Quiero máxima vigilancia en su celda. Que no escape, si es preciso ponerle una pistola pegada a la cabeza, y no dudéis en disparar, aunque me gustaría hacerlo a mí. Llamarlo, él sabe como manejarla —ordena.
Dicho esto, desaparece. Entre los soldados hay un poco de movimiento. La verdad es que me siento sobrestimada, porque no pensaba escaparme, pensaba afrontar mi destino como una persona honrada. Aunque sé que en realidad no es destino que merezco. Me quedo mirándolos hasta que por fin se organizan. Me pregunto a quién se refería esa inmunda mujer de pelo negro. Mi pregunta no tarda mucho en contestarse.
Traidor.
Pronuncian mis labios sin emitir ningún sonido cuando se encuentran con esos ojos grises con pintas azules que antes me hacían empequeñecer y estremecer. Ahora solo me producen odio y repulsión.
Ce.
Ce está aquí. Entonces, me queda claro que ha sido él. No sé cómo, pero ha sido él. ¿Quién sino podría habernos traicionado? Fui demasiado estúpida pensando que me contaba la verdad, que podíamos ser amigos. Él solo juega sus cartas. Él solo juega a salvarse la vida, le da igual el resto del mundo. Noto algo pinchándome el corazón. Maldigo mi inocencia. Yo no le importo. Nunca le he importado.
Vuelvo a estar sentada sobre las frías baldosas blancas de mi celda, esperando a que llegue la hora. Mi hora. Nunca habría pensado que esperaría a que la muerte viniese a recogerme una mañana, tan pronto, de mano de mi gobierno. Me pregunto qué es lo que tendrán preparado para mí. Ya es tarde para arrepentirse de nada. Ya no puedo hacer nada. Tal vez, cuando muera todo sea mejor, me encontraré con todos los que partieron primero de este mundo en destrucción. Creo que eso es lo único que me inquieta, la incertidumbre de no saber lo que me espera. No tengo miedo a la muerte, no tengo miedo de morir, solo siento curiosidad.
Ce indica a los demás soldados que me escoltaban hasta aquí que se vayan. Ellos protestan un poco, pero finalmente le hacen caso. No quiero que esto pase, porque esto es lo que me duele, lo que me empaña los ojos y me hace un nudo en la garganta. Su traición. Aunque debería haberlo imaginado. Ce y yo nunca nos hemos llevado bien; todo era una red de mentiras, en la que he caído una vez tras otra.
Cierra la puerta quedándose frente a mí. Se lleva la mano a la cintura para sacar un arma, con la que me apunta a la cabeza, me la apoya en la frente poniendo una bala en la recámara. Me mira con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, vuelve a darme miedo. Ha desaparecido el Ce débil del campamento. Ahora soy yo la que está encerrada, a su merced. Ahora parece casi un robot sin sentimientos. Trago saliva, cierro los ojos. Respiro un par de veces antes de volver a abrirlos. Las lágrimas han desaparecido, solo queda rabia. Aprieto los dientes llevándome una mano al muslo, donde me ha disparado ese soldado. Trato de ignorar el frío cañón contra mi piel, me concentro en el dolor. Es más pequeño que el que me desgarra el pecho. Rompo un trozo de mi camiseta y él resopla. Levanto la mirada y lo miro con desprecio.
—A mí tampoco me gusta esta situación —dice con voz áspera.
Levanto las cejas un momento y desvío la mirada, volviendo a mi trabajo. Envuelvo la parte por donde ha entrado la bala en mi muslo con el trozo de camiseta y aprieto para que deje de salir sangre. No quiero morir antes de tiempo, aunque así por lo menos no les daré la satisfacción de matarme. Noto que la pistola deja de rozar mi frente y alzo la mirada, Ce está abriendo la puerta. Frunzo el ceño confundida, lo observo cerrar la puerta tras de sí, agacharse sobre mi pierna y retirar mi improvisada venda.
—Bájate los pantalones —dice con un tono autoritario mirándome muy serio.
Parpadeo incrédula, tardo unos momentos en reaccionar. Sacudo la cabeza.
—No —respondo.
Se inclina sobre mí llevando las manos a mi cintura, al lugar donde empieza mi pantalón.
—Entonces te los bajo yo —dice encogiéndose de hombros.
Forcejeo con sus manos, mientras tratan de deshacerse de mi prenda. No pienso dejar que me desnude de nuevo. No me importa que mañana vaya a morirme, no pienso enseñarle de nuevo mi cuerpo, aunque no le interese.
—¡Cyril, para! ¡Que estaba bien así! ¿Además qué te importa si tengo una bala en la pierna? ¡Tú nos has traicionado! ¡Por ti estoy aquí! —se me quiebra la voz en un sollozo al final de la frase.
Ce sube sus manos hasta mi cara, las amolda a la forma de mi rostro, acerca su nariz hasta la mía mirándome con sus ojos grises más de cerca. Quiero apartarme, pero no puedo, mi cabeza roza la pared. Me da asco, no puedo estar en contacto con él, ahora sé diferenciar entre el odio y los sentimientos que se manifiestan en mí hacia Azul. Odio a Ce. Lo sé. Con una mano recorre el rastro de sangre que ha dejado la herida de mi sien y suspira.
—Necesitas un médico.
Me rio irónicamente expulsando el aire que guardaba hace un segundo en mis pulmones con rabia.
—Un médico, no a ti —respondo.
Él se retira y vuelve a concentrarse en mi pierna. Me mira con el ceño fruncido, luego mira mi cintura y repite:
—Bájate los pantalones —sacudo la cabeza—. No me interesas lo más mínimo y ya te he visto completamente desnuda, solo quiero ayudarte ¿vale?
Vuelvo a sacudir la cabeza, trago saliva y lo miro desafiante. No puedo creerme nada de lo que me está diciendo. No quiere ayudarme.
—Si quisieras ayudarme no estaríamos aquí. ¿Cómo has conseguido saber el paradero del campamento?
Se lleva una mano a la cara, respira hondo unos segundos, hasta que resopla.
—Yo no he sido, ¿te queda claro? Me encontraron, como a los demás presos y me trajeron aquí, pero no tengo nada que ver, créeme.
Me cruzo de brazos, lo observo mientras cavilo sus palabras. No puedo creerlo. ¿Quién si no? Sacudo la cabeza. No voy a dejar que me influya.
—Mientes, siempre mientes. No puedo creerte.
Resopla, se sienta a mi lado, abatido. Si lo encuentran aquí, así, no creo que a esos otros soldados les guste. Pero parece no importarle. Yo prefiero que me apunte desde fuera con su pistola, porque así noto como si me clavasen miles de espadas en el corazón.
—Eres imposible, ¿lo sabes? —susurra en mi oído.
Me hace estremecer, pero no voy a dejar que se salga con la suya otra vez. No voy a dejar que me corrompa otra vez. Me aparto un poco de él, hasta que deja de rozarme, cojo el trozo de mi camiseta que había puesto en mi pierna y vuelvo a colocarla, haciendo presión. Ce lo vuelve a quitar con brusquedad mirándome enfadado.
—¿Me vas a dejar que te saque la bala de la pierna o qué? —grita.
Ruedo los ojos y resoplo. No me hace ninguna gracia, prefiero que siga ahí. Sé que él es de todo menos delicado.
—Si te hace ilusión... —suspiro; abre la boca, seguramente para decirme que me quite los pantalones, pero le tapo la boca con la mano—. Me los cortas, o me los subo.
Resopla, recorre con sus manos los extremos de mis piernas hasta llegar de nuevo a mi cintura.
—Deja de hacer la tonta y deja que te ayude, ¿de acuerdo?
Pongo los ojos en blanco empujándolo hacia atrás, haciendo que se separe de mí y que caiga hacia atrás, dándose con los barrotes de la celda.
—¡Ya veo como me ayudas, estúpido! —le grito sin poder contenerme—. Por tú culpa estoy aquí y todos los ineluctables muertos.
Siento el impulso de pegarle un puñetazo, voy a hacerlo, pero antes de que mis nudillos rocen su piel agarra mi muñeca, inmovilizándome, haciéndome daño y hago una mueca.
—Tonta... —responde—, ya te he dicho que no he sido yo, además, yo no soy de los vuestros, por lo que no soy ningún traidor si lo hubiera hecho, que no es así.
Me suelta la muñeca, me la restriego con la mano. ¿Por qué tiene que ser tan fuerte? Lo odio más con cada palabra que dice.
—¿Y entonces quién? —digo exasperada.
Él me mira con su expresión habitual de ceño fruncido, me estudia, me analiza.
—Mejor que no lo sepas —suspira.
Lo observo con minuciosidad mientras saca algo afilado de su bolsillo centrándose en el agujero de mi pantalón provocado por la bala. Lo hace más grande sin ningún problema, sin previo aviso introduce el objeto afilado en la herida, cierro los ojos instintivamente y aprieto los dientes mientras noto como remueve dentro de mí. Hasta que da con el metal, lo extrae, luego vuelve a envolver mi pierna con el trozo de tela.
—No era tan difícil —le reprocho.
Se encoge de hombros como si nada hubiera pasado y se acomoda a mi lado, con la pistola sobre su regazo. La verdad que no es una imagen muy tranquilizadora, así que mi cuerpo se tensa, aunque él parece relajado. Apoya la cabeza en la pared, cierra los ojos como si estuviera disfrutando del momento.
—Supongo que me gusta discutir contigo, vivo por y para ello —contesta secamente.
Una sonrisa se forma en mis labios. Me recuerda a lo que me dijo Azul hace unos días. Lo echo de menos, quiero saber si está bien. Los ojos se me llenan de lágrimas así que parpadeo para contenerlas, igual que carraspeo para que se vaya el nudo de mi garganta.
—Ya bueno, te quedan horas de disfrutarlo, entonces —digo con una amarga sonrisa.
Ce abre los ojos y gira la cabeza para que se encuentren con los míos, ahora parecen tranquilos, relajados.
—Tendré que aprovecharlas —responde asintiendo.
Desvío la mirada cerrando los ojos. Quiero que este infierno acabe de una vez. Ahora empiezo a estar nerviosa, como antes de tomar aquel avión hace mil años, creo que es porque empiezo a ser consciente de que todo ha acabado ya, que en un par de horas moriré. Nunca había pensado que fuese a morir tan joven. Tampoco hubiera imaginado nunca que tuviera algo especial dentro de mí, que eso me fuera a reunir con personas maravillosas y que por ello tuviera que morir. A lo largo de mi vida, siempre he sido la chica que pasa desapercibida, la que se sienta sola en la mayoría de las clases, la típica chica en la que nadie se fija, la que no tiene nada especial que la haga destacar. Ahora de repente, todo da un vuelco, un giro inesperado, todo cambia. Y cuando empieza a gustarme mi vida; se acaba. No sé cuando, pero en algún momento, perdida en mis pensamientos, me duermo y dejo de sentir el dolor. Creo que esta es la mejor solución.
Noto una sacudida por lo que me remuevo, el zarandeo cada vez se hace más rápido y constante, hasta que abro lentamente los ojos y lo recuerdo; se acerca mi hora. Ya ha llegado. Cyril me ayuda a levantarme, me deja que me apoye en él para andar, aunque no quiero hacerlo. Puedo hacerlo sola, vine caminando sola, así que puedo recorrer mi camino hasta el lugar donde mi corazón dejará de latir también sola. Abre la puerta y salimos. El pasillo está vacío. Si confían tanto en él, será que nunca hemos tenido el control de la situación. Será que todo era una estrategia y estaba esperando el momento perfecto para llevar a cabo el plan final.
Antes de que me dé cuenta ya estamos frente a la puerta en la que ayer me hicieron esa estúpida prueba que les desveló todo lo que querían saber. Me siento débil, será por la pérdida de sangre. Aun así, levanto la cabeza con orgullo, no me verán llorar por esto, no tengo miedo. O eso me obligo a creer. Ce abre la puerta, cojo aire y entro. Los primeros rayos de sol del día entran por las ventanas e inundan la estancia. Es la última vez que los haces dorados rozaran mi blanquecina piel, la última vez que los observaré. Esperaba que cerrase la puerta detrás de mí, pero él también entra.
La sala está llena de gente de blanco, además de algunos soldados rodeando la estancia. Es imposible escapar. Aunque lo hiciera..., ¿adónde iría? No sé qué ha pasado con los ineluctables, no sé qué puedo hacer. Ce me ayuda a llegar hasta el sillón abatible mientras trato de deshacerme de su brazo. Camino segura, cojeando un poco, pero con firmeza. No puedo derrumbarme ahora ni dejar que el nudo de mi garganta y las lágrimas que se agolpan en mis ojos, me ganen la guerra. Me siento en el sillón y dejo escapar un imperceptible suspiro. La mujer de ayer, creo recordar que se llama Sloane Lingedon, avanza hacia mí con una sonrisa malvada enmarcándole el rostro. Mira a Ce, que no se aparta de mí, le hace un gesto para que se vaya, pero él niega con la cabeza. Sloane lo fulmina con la mirada y llega hasta el sillón.
—Qué ganas tenía de hacer esto —dice con alegría.
Me da ganas de vomitar. Ojalá pudiera pegarle un buen puñetazo, así moriría en paz. Pero..., un momento..., puedo hacerlo. Ce no me ha atado. ¿Me están provocando para que haga algo? Sea lo que sea, no voy a caer. Le sonrío irónicamente y nos observamos durante unos segundos.
—¿No quieres saber quién es el causante de todo esto, querida? —pregunta divertida.
Inmediatamente miro a Ce que se encoge de hombros y pone cara de "te lo he dicho", Sloane se ríe.
—Qué tonta, no ha sido él. Él solamente estaba allí. ¡Vamos, chico, acércate! —dice girándose hacia la multitud.
Me da un vuelco el corazón. Un chico rubio avanza hacia mí con orgullo. Con el orgullo de ser un traidor. No puede ser, no me lo creo. Pero..., él estaba muerto.
—¿Collin? —susurro confusa—. ¿Qué has hecho? ¡Estabas muerto! —empiezo a decir alzando la voz.
Collin se ríe de algo que no tiene ninguna gracia. Una chispa se enciende en mi mente. ¿Estará vivo también Joss? Prefiero que, si es un traidor como él, también esté muerto. No puedo creer que Collin, el chico que me animó para ir a esa misión en la que perdimos a Penny, el chico que estaba con Jess, el chico simpático y que parecía que detestaba a esta gente, haya cambiado de bando. ¿Pero cómo lo han aceptado ellos?
—Yo nunca he muerto —responde—. Tan solo velo por mi vida y lo demás me da igual.
Sus palabras son veneno en mi corazón. Yo también podría decir y hacer lo mismo, la diferencia está es que a mí no me gusta traicionar a la gente que se supone que quiero. No me esperaba esto para nada de Collin.
—Asqueroso traidor —mascullo—. Quizá te guste saber que tu hermano ha muerto y que Jess está destrozada porque piensa que tú también, pero ya veo que no. Ya veo que prefieres que mueran cientos de personas antes que tú. Egoísta —digo como si escupiese la palabra.
Él se encoge de hombros y retrocede un poco.
—Mala suerte por él, si hubiera sido como yo ahora estaría vivito y coleando. Yo siempre miraré por mí.
Le tienen que haber lavado el cerebro o algo así. Nunca hubiera imaginado que Collin fuese así. Nunca. La llama de la decepción ha prendido dentro de mí ardiendo con fuerza, con una fuerza devastadora.
—Eres estúpido si piensas que cuando acabe esto te van a dejar con vida.
Sloane interviene exasperada. Creo que quiere llevar a cabo cuanto antes su misión.
—¡Basta ya de cháchara! ¡Conectadla!
Esas palabras no suenan nada bien. ¿Qué me conecte a qué? Miro a Ce alarmada, creo que buscando un consuelo que él nunca me dará, su expresión sigue siendo la misma que siempre y es la que siempre recordaré en el lugar al que voy. Él se hace a un lado para dejar que unos hombres de bata blanca operen con la máquina que hay junto al sillón. Me acuerdo de mi familia, quizás pronto los vea, de Penny, de Joss, de mis amigas en el campamento. Me pregunto si estarán bien, guardo mi último pensamiento, el que se queda permanentemente perenne en mi mente mientras espero a mi último aliento, para Azul. Quiero que esté bien. Unas manos frías me colocan unos electrodos en la frente y en el pecho, una aguja con un líquido rojizo como la sangre aparece delante de mis ojos.
—Esto ya lo has experimentado antes, pero ahora será mucho más fuerte. Tu propio miedo te destruirá. Será divertido —dice la voz de Sloane detrás de la aguja.
La acerca a mi cuello lentamente y cierro los ojos para contener las lágrimas. Ahora me van a torturar hasta la muerte. Este es mi fin. No se puede decir que ha sido bonito vivir siempre, pero ha merecido la pena sentir el fuego recorrer mi cuerpo cuando Azul me rozaba, ha merecido la pena sentir la risa en mi garganta, la alegría, han merecido la pena muchas cosas, no me arrepiento de haber vivido, de haber elegido vivir así.
—Lo peligroso ha de erradicarse y parece que los ineluctables no sois tan indestructibles como pensáis, aunque siento envidia por ti, debo confesártelo —susurra en mi oído—. Pero si yo hubiera tenido tu defecto lo hubiera empleado para cosas mejores.
—Como destruir el mundo —digo mirándola a los ojos.
Aprieta la aguja contra mi cuello con una rabia que se manifiesta en su rostro, se me escapa un grito ahogado por la sorpresa. No duele demasiado. Pero aún no ha presionado el émbolo. Pone el dedo pulgar sobre él, así que cierro los ojos, esperando. Respiro e inspiro tranquilamente. El silencio se quiebra por cristales que se rompen, una lluvia de disparos ensordecedores irrumpe en la sala y cae sobre nosotros. Me protejo con todas mis fuerzas, aunque es inútil, no podré escapar de aquí viva. Abro los ojos. Todo es demasiado confuso. No veo bien la escena, solo veo escombros, solo oigo gritos.
—¡Vamos, levanta, defectuosa! —me grita Ce estirando del brazo; por encima del caos.
Aún confundida, sin saber muy bien lo que está pasando, me levanto y lo sigo, más bien, me arrastro tras él. Esto no puede ser real, no es real. Llegamos a uno de los extremos de la estancia, creo que pisamos algunos cuerpos, pero no lo sé. Es como un sueño en el que no eres demasiado consciente de lo que ocurre. Nos paramos en seco, Ce abre la compuerta como si nada, salimos a otro pasillo, también blanco, y la cierra.
—Corre —me dice apuntando con la pistola al otro extremo del pasillo.
Sacudo la cabeza, mi pierna se queja, mis costillas también. Los últimos días no me va bien eso de protegerme. Pero..., un momento..., Ce me está... ¿Ce me está ayudando a escapar? Algo raro esta pasando aquí.
—No puedo estoy herida, ¿recuerdas? —le respondo—. Además, no pienso salir de aquí hasta que me cuentes lo que está pasando y qué pretendes hacer conmigo.
Arquea las cejas mientras pone los ojos en blanco, me atrae hacia él, me coge y me pone sobre su hombro mientras empieza a correr. Con cada paso que da parece que vuelven a dispararme, el dolor es profundo, pero me concentro en respirar. Uno. Dos. Tres. Inspira. Uno. Dos. Tres. Espira.
—No hay tiempo para explicaciones, no sabía que te atrajera tanto la idea de la muerte —dice.
No nos encontramos a nadie, parece que todos estaban concentrados para verme agonizar hasta la muerte. Aún no sé qué ha pasado, estoy nerviosa. No me esperaba que Collin fuese un traidor, no me esperaba que Ce fuese a salvarme. Ce me deja en el suelo, el impacto de mis pies en él me hace daño en el muslo y en las costillas, necesito descansar de todo esto, pero no ahora. Hay cosas más importantes que mis heridas. Me indica que salga, así lo hago. Unos metros más allá veo una figura inconfundible que me mira directamente a los ojos, creo que de un momento a otro me tragará, pero no parece muy feliz de verme.
—Azul —sollozo mientras avanzo corriendo hacia él, olvidando todos mis dolores; está vivo, está bien.
Cuando estoy a centímetros de él, me coge con fuerza por las muñecas, me zarandea con aún más fuerza.
—La próxima vez que te diga que me da igual algo es que me da igual, así que te quedas conmigo y evitas todo esto, ¿entendido? —dice con rabia.
Lo miro con odio y confusión, no me suelta. He estado a punto de morir y me recibe de esta forma.
—¿Y yo que sabía? ¡A lo mejor hubiera pasado lo mismo si me hubiera quedado contigo! —le grito empujándolo para que me suelte—. Ahora ya estoy bien ¿no? Pues ya está, final.
Ce me pone una mano en la espalda, Azul lo mira entrecerrando los ojos, como si quisiese que estallase.
—Creo que debemos irnos ya —dice Ce.
Azul asiente y se gira.
—Coincido contigo.
Recorremos el pasillo hasta llegar a una puerta más grande donde Ce tiene que introducir un código y dejar su huella dactilar. Inmediatamente la puerta se abre dejándonos salir a un espacio más grande lleno de coches. Esto me recuerda a aquel cuartel en el que estuve con Ce después del accidente. Aún hay muchas preguntas que responder.
—Es ese —dice Ce señalando un coche negro.
Saca las llaves mientras nos acercamos. Me pregunto dos cosas: ¿cómo ha conseguido Ce las llaves del coche y cuándo? Y, ¿cómo ha llegado Azul aquí? Supongo que en mi largo viaje a un lugar en medio de ninguna parte lo descubriré. Ce se monta en el coche, Azul se sienta a su lado, en el asiento del copiloto y yo me siento detrás de Ce que pone el motor en marcha antes de que me dé tiempo a cerrar la puerta. Salimos del cuartel, internándonos bajo las primeras luces de un nuevo día. Mis músculos parecen ahora relajarse. He burlado a la muerte. Sonrío aliviada mientras miro el paisaje cambiar a mi alrededor, hay muchos campos de cultivo por aquí, ¿dónde estamos?
Apoyo la cabeza en el cristal observando a Azul que mira pensativo por la luna delantera, con un brazo apoyado en la ventana. Está vivo, está bien. Yo también. El vaivén del coche y la tranquilidad de saber que todo marcha más o menos bien; me he salvado de una agonizante muerte y he descubierto que Azul está bien y que aparentemente, Ce no me ha traicionado, hace que me relaje demasiado, que los párpados me pesen y que acaben por cerrarse, hasta que me duermo. Entre sueños me parece escuchar que Azul y Ce hablan.
—Gracias por ayudarme a salvarla —dice la voz de Azul atravesando la espesura de mi mente.
Hay un breve silencio hasta que la voz de Ce también atraviesa mi subconsciente.
—Supongo que nos influye a todos con su ineluctabilidad.
Oigo a Azul reírse por lo bajo y suspirar.
—Sí, será eso, supongo —responde.
Una sonrisa se forma en mis labios y se congela, como el tiempo. Pero en realidad, el tiempo no ha parado, no se ha detenido, se acaba. El tiempo se agota y no tenemos nada, poco más que una difícil misión en nuestra espalda. El mundo está a punto de cambiar y tenemos que evitar que pase.
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