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Capítulo 23

Azul me ayuda a llegar a la enfermería. Hay muchos ineluctables heridos aquí. Pero no es posible, somos ineluctables, somos indestructibles, ¿por qué fallamos? Azul se abre paso entre todos, a empujones, sin importar quién ni cómo se interponga en su camino. Encontramos a la mujer rubia que me curó el primer día, está ocupada, vagando de un lado para otro, intentando ayudar a todos los heridos.

—Kayler —dice Azul con voz grave.

Nos mira, se acerca hasta nosotros. Acabo de descubrir su nombre. Tampoco me había interesado antes por saberlo.

—Ahora os atiendo —dice apresuradamente.

Desaparece entre la multitud oscura, mientras noto que me pinchan las costillas. Azul intenta guiarme hacia una camilla, pero están todas ocupadas. Kayler vuelve a pasar por nuestro lado, sin hacerme ningún caso.

—Kayler —vuelve a llamarla Azul con su voz dura.

Ella hace un gesto con la mano sacudiendo la cabeza. Tiene mucho trabajo, tal vez podría curarme Azul. Si eso ocurre, espero que sea más delicado que Ce. Cuando pienso en él, el mismo pinchazo que noto en mi herida, mi atraviesa el corazón. ¿Pero por qué? Se ha comportado como un imbécil conmigo.

—¡Un momento! —responde.

Azul resopla, levantando mi camiseta ensangrentada, retira la suya, que aún está en vuelta entorno a mi abdomen, ahora siento que el dolor me golpea con más fuerza, cierro los ojos para reprimir las lágrimas y no ver la herida, ya que si lo hago vomitaré. Tengo que ser fuerte.

—Kayler... —dice cada vez más impaciente.

Yo también empiezo a impacientarme, quiero que me curen, dejar de sentir este horrible dolor. No sé cómo he llegado hasta aquí. Me desangraré si no me atiende. Pero no necesariamente tiene que ser ella.

—¡Kayler! —brama finalmente Azul—. ¡Está herida!

Abro los ojos asustada por el grito de Azul, él intenta tranquilizarme con la mirada, me rodea el cuello con las manos, apoya su frente en la mía, cierra los ojos y suspira. El aire cálido que expulsa me da en la cara y me produce un cosquilleo ardiente que me hace olvidar por un momento el dolor.

—Vale, Azul, tranquilízate. Hay más heridos —dice cuando llega a nuestro lado y se agacha para observar mi herida más de cerca.

Azul se separa unos centímetros de mí y vuelve a resoplar.

—Pero es que ella es más importante —contesta cortante.

Sus palabras me hielan la sangre. Soy ineluctable de nivel diez, pero eso no hace que sea más importante que los demás. Soy una más. No entiendo su comportamiento, debería esperar, como los demás. Kayler nos guía a través de la multitud hasta un lugar donde sentarnos, donde pueda extraer la bala y curar mi herida.

—Todos somos igual de importantes aquí, Azul, no lo olvides —responde—. Vale, esto va a dolerte.

Asiento buscando la mano del enfadado Azul que mira distraído a otro lado. Cuando la encuentro la aprieto con fuerza, me mira y los dos encontramos fuerzas para sonreír. Estiro de él hacia mí, sin vacilar, aunque tal vez no deba hacer esto y haya entendido mal todo lo que ha pasado. Paseo mis manos por su abdomen, hasta llegar a su cuello y rodearlo. Apoyo la frente en su pecho y él sus labios sobre mi pelo. Noto como algo frío se introduce en mi cuerpo, hurgando en mis entrañas y aprieto los dientes para reprimir un grito, me concentro en las manos contra el cuello de Azul, que me rodea con un brazo.

—Eh, mírame —me dice.

Yo levanto la cabeza abriendo los ojos lentamente. Están llenos de lágrimas. No quiero que me vea llorar, le confirmará mi fragilidad. Antes de que pueda preguntarle qué es lo que quiere, sus labios sellan los míos, siento como el fuego vuelve a extenderse por mi cuerpo, olvidando el dolor, olvidando dónde estamos.

—Ya estás —dice Kayler riéndose.

Azul y yo nos separamos, me sonrojo avergonzada, mirando a todas las direcciones, sintiendo como si todos me mirasen, cuando en realidad nadie lo hace. No quiero que nadie se entere de esto, de momento ya lo sabe demasiada gente. Ahora noto algo que tira de mi piel, y la presión otra vez sobre mi abdomen, ahora más fuerte.

—Gracias —digo con una sonrisa, sin mirar mi herida.

Nos vamos de la enfermería. Ahora no sé cómo reaccionar con Azul, entre nosotros se establece un incómodo silencio, mientras vagamos por el campamento. Aún no soy consciente de lo que ha pasado. Yo pensaba que lo odiaba. Pero parece que no es así. Esos pensamientos ahora no deben ocupar mi mente. Hay cosas más importantes, como el destino del mundo. Sí. Eso es mucho más importante, al fin y al cabo, Penny tenía razón. Suspiro al pensar en ella. Es como si tuviera una espina muy grande clavada en mi corazón. Se me cierra la garganta y parpadeo para contener las lágrimas. Me aclaro la garganta, entonces me atrevo a mirar a Azul, que camina cabizbajo unos metros delante de mí.

—Creo que debería ir a ver si mis amigos están bien —digo.

Él no me mira, sigue andando. Hace que esto me resulte más difícil y que me arrepienta de lo que ha pasado. Por fin se detiene para mirarme.

—Claro —responde sonriéndome—. Aunque creo que deberíamos ir a ver esa información tan importante, ¿no te parece?

Me sorprende el tono de su voz, es amable, me resulta extraño. Pero creo que lo hace para coaccionarme, para que me quede con él. No voy a caer. No soy tan fácil.

—Creo que eso puede esperar —respondo finalmente.

Sus verdes ojos se clavan en los míos, me atraviesan con la fuerza de un huracán, me queman como el más potente de los incendios.

—¿Puede esperar el destino del mundo que tienes en tus manos? —dice arqueando una ceja.

Resoplo girándome, dándole la espalda, poniendo los ojos en blanco. Tiene razón, tenemos que ir a ver lo que contiene el archivo, pero puede esperar unos minutos. Además, no sé si quiero pasar más tiempo con él. Me abruma.

—En cinco minutos nos vemos, Azul —digo sobre mi hombro—. En la puerta del comedor.

Empiezo a correr cuando contesta tranquilamente:

—No tardes.

Con la respiración entrecortada llego al pie de las escaleras de la cabaña dieciséis, cada paso que doy es una punzada de dolor en mis costillas, no sé si podré soportarlo. Pero eso ahora no importa. Yo estoy bien. Me paro un instante, trago saliva para deshacer el nudo de mi garganta. Tengo que ser fuerte. Puede que no me guste lo que encuentre tras esa puerta, no puedo volver a apagarme. Ahora no. Subo las escaleras dando saltos, luchando con las punzadas de dolor, nerviosa, y abro la puerta sin esperar ni un instante más. Ahí están todos, o casi todos, apoyándose los unos a los otros. Ayudándose a superar la pérdida. Avanzo hasta ellos que se congregan en un círculo en el centro de la estancia, solo están ellos aquí. Avanzo hasta ellos, mientras un sollozo sordo se abre paso a través de mi estómago, de mi tráquea, de mi garganta.

Mantengo la esperanza de que las dos personas que faltan estén en alguna parte del campamento, buscando comida, curándose. Pero Jess me mira, con sus ojos hinchados e inyectados en sangre, con el rostro bañado en lágrimas, entonces sé que se han ido. No van a volver. Me siento a su lado para abrazarla, se me empaña la vista, noto otros brazos que me abrazan, el sollozo escapa de mi garganta.

—Joss —jadeo.

Se ha ido. Como mis padres. Como mi hermana. Como Penny. Como Russel. Y como Collin. Y ahora me siento más culpable que nunca. Porque no lo dejé acercarse más a mí, ahora ya no está y no volverá a abrazarme, no volveré a aspirar su aroma, ya no podré darle una oportunidad.

—Ellos no querrían vernos así, chicas —digo limpiándome las lágrimas; me sorbo la nariz—. Querrían que fuésemos fuertes.

Ellas asienten, aún con lágrimas cayéndoles por las mejillas, pero me imitan, asienten e intentan sonreír, como yo. Hasta Lucy está llorando, nunca la habría creído capaz de semejante cosa. Pero veo en su rostro una expresión fuerte: rabia, impotencia. A veces siento que no soy tan fuerte como querría, pero me obligo a serlo. Ya no puedo caer. Tengo que ser fuerte por mí, por los demás. Así que me levanto, no dejo que el dolor de la pérdida vuelva a paralizarme.

—Debemos seguir adelante —digo.

Vuelven a imitarme, poniéndose en pie, suspiro y nos abrazamos. Esta es la mejor solución para recomponerse, para cerrar agujeros. No siempre funciona, pero alivia.

—Tengo que irme, luego nos vemos y os cuento —les explico.

Ellas asienten, me acompañan hasta el comedor, andamos en silencio todo el camino, ni siquiera lloran, eso me alivia. Por lo menos no han caído en un pozo sin fondo, como caí yo con la perdida de Penny. Cuando llegamos Azul está apoyado al lado de la puerta, con los brazos cruzados en el pecho. Me da un vuelco el corazón. No sé por qué. Mis amigas lo miran, me miran repitiendo el proceso. Asiento, indicándoles que se vayan, así que desaparecen en el comedor. Me acerco hasta Azul, me quedo a una distancia prudencial, aunque siento que una fuerza invisible me atrae con fuerza hacia él. He de luchar contra ella.

—¿Quiénes? —pregunta sin ningún rastro de emoción en su voz.

Me encojo de hombros, noto como me tiembla el labio inferior, así que lo muerdo para que no lo note, aunque ya es demasiado tarde. Alarga su mano para llevarla hasta mi mejilla, pero me aparto, desviando la mirada y deja caer su brazo a un lado.

—Joss y Collin —respondo aclarándome la garganta.

No me parece verdad. Aún creo que, en cualquier momento, Joss aparecerá tras la puerta del comedor, para analizarme con sus ojos marrones. Y que cuando vaya a dormirme, él me observará hacerlo desde su cama.

—Vaya..., lo siento, supongo —responde pasándose una mano por su pelo rubio—. Aunque creo que me alegro de que sepas elegir y que no acabases con él. Probablemente estarías en la misma situación.

Abro la boca sorprendida. No puedo creerme lo que ha dicho. Estoy a punto de girarme e irme, alejarme de él para siempre. Pero no puedo. Es un imán para mí, no es tan fácil deshacerse de la atracción. No puedo creerme lo que ha dicho. No puedo creerlo. Pensaba que había cambiado, pero veo que no. ¿Por qué razón iba a cambiar?

—Azul, no puedo creerme lo que has dicho. ¡Era mi amigo! —exclamo.

Era. Ahora parece que soy consciente de que ya no volverá a dormir a mi lado, ni aparecer por la puerta del comedor, con sus ojos marrones y su sonrisa radiante. Pero lo veo. Lo veo. Lo veo ese día mientras me hacían las pruebas en el hospital del ejército. Y lo veo en el campamento, acercándose a mí, sonriéndome. Su recuerdo me embarga, está por todas partes. Forma parte de mí, de mi historia. Sé una forma de mantenerlo vivo. Mientras no lo olvide, permanecerá. Siempre permanecerá.

—Lo sé, ¿y? No he dicho nada malo, solo que me alegro de que no estuvieses con él porque...

Resoplo exasperada y me giro. Ahora sí que estoy decidida a irme. Y me da igual ese estúpido archivo.

—¿Porque qué? —le grito con lágrimas de rabia en los ojos, girándome bruscamente.

Él sacude la cabeza y se acerca a mí. Me coge del brazo conduciéndome, una vez más, a través del campamento.

—Nada, déjalo.

Me trago todas mis palabras, observo el rostro de Azul. Mantiene el ceño fruncido, provocando una arruga entre sus cejas, con la mandíbula apretada: está enfadado. Pero no entiendo qué he hecho ahora. La que tiene que estar enfadada soy yo. Nos paramos frente a una de esas cabañas sin nombre y entramos, casi me empuja hacia adentro.

—Azul, soy una persona, tengo sentimientos y todas esas cosas —le digo con los dientes apretados.

Observo la estancia. Es pequeña, con unos cuantos ordenadores repartidos en ella, es oscura, además huele mal. En este lugar tienen de todo. Nunca dejarán de sorprenderme. Azul pasa por mi lado para dirigirse hacia un ordenador.

—A veces no lo parece —lo oigo mascullar.

Qué gracioso que sea él quien diga eso. Me acerco hasta él, que se sienta en una silla, apoyo las manos en el respaldo. Clavo la vista en la pantalla, mientras se enciende. Azul apoya su barbilla en su mano respirando con fuerza mientras espera. Tras unos instantes, un pitido nos indica que ya está listo para ser usado. Teclea una serie de claves hasta poder entrar en la base de datos. En un segundo el archivo aparece ante nuestros ojos.

—¿Preparada? —pregunta.

Le sonrío arrogantemente como él hace y contesto:

—Siempre lo estoy.

Pulsa sobre el archivo que se abre sin oponer ninguna resistencia, dejándonos al descubierto una gran parte de los secretos de nuestro gobierno, el destino de nuestro mundo, de todo cuanto conocemos.

Doy vueltas en la cama, como esa información por mi cabeza. No puedo dormir. Algo me pincha el corazón, sé qué es, ya estoy familiarizada con esto. Pero no pienso volver a llorar. Ya está bien de ser el eslabón débil. La cama chirría otra vez bajo mi peso, cuando vuelvo a girarme. Clavo la vista en el colchón vacío que tengo al lado, sin sábanas, sin él. Joss debería estar ahí, observándome dormir, con sus ojos marrones. Pero ya no está. No puedo soportarlo más. Me levanto, entonces un escalofrío me recorre cuando mis pies desnudos se posan sobre el frío suelo de madera. Está helado, esto no es normal. Esbozo una pequeña sonrisa irónica. Sé por qué está ocurriendo todo esto. Demasiados cambios. Ahora ya sé lo que planea el gobierno, es algo absurdo.

Mis músculos doloridos se quejan con cada paso, pero no me importa, sigo avanzando, internándome bajo el cielo encapotado, en esta tenebrosa noche. El gobierno planea destruir el mundo, empezando por los ineluctables, por eso ahora nos buscan con más ahínco que nunca. Pero no solo se conformarán con eso. Parece que quieren reinar sobre un montón de cadáveres entre escombros. Están fomentando indirectamente los grupos radicales que matan a inocentes y provocan revueltas en las ciudades. Están haciendo que desde todo el mundo se emita más contaminación a la atmósfera, para aumentar el cambio climático, que el mundo se destruya total y absolutamente. Todo ello a través de distintas empresas que lo único que quieren hacer es fomentar el febril consumismo. Yo me pregunto; cuando todo esto ocurra ¿qué harán ellos? Están destruyendo su propio hogar.

Pero una cosa sí la tengo clara, y es que no voy a permitir que eso pase. Inconscientemente, mis pies me llevan hasta la zona de adiestramiento. Ahí, en medio del círculo, hay un chico sentado, con la cabeza entre las rodillas. Un chico al que conozco demasiado bien. Levanta la cabeza cuando me siento a su lado, muy cerca de él, pero sin rozarlo, solo lo necesario para que vuelva a prenderme fuego.

—¿Qué haces aquí? —dice volviendo a meter la cabeza entre sus rodillas.

Después de leer el archivo, estábamos tan afectados que no sabíamos qué decir, nos hemos separado, sin decir nada. Ninguno de los dos tenemos ni idea de cómo vamos a impedir lo que está pasando. Solo nos queda seguir borrando datos. Pero podríamos estar así años. Es una tarea infinita.

—No puedo dormir y mis pasos me han traído hasta ti accidentalmente —respondo con una sonrisa—. ¿Y tú?

Es verdad, no pensaba que fuese a estar aquí. Quizá en otras circunstancias hubiera ido a ver a Ce, porque tal vez sepa algo. Pero he descubierto que me hace más bien estar sin él. Azul se encoge de hombros, me mira con el ceño fruncido. Creo que intenta averiguar lo que está pasando por mi cabeza.

—Entonces, ¿soy un accidente para ti? —dice como..., ¿dolido?

No entiendo a qué viene eso. Azul se lo toma todo demasiado a pecho, no me gusta, porque así no se puede mantener una conversación normal con él. Pero no es una persona normal.

—Yo no he dicho eso, ¿por qué lo sacas todo de contexto? ¡Te odio! —respondo exasperada.

Él se ríe, parece divertido, pero la verdad es que yo no le veo la gracia a nada por ninguna parte: ineluctables muriendo, el mundo se acaba, él es insoportable...

—Porque me encanta sacarte de quicio —contesta con un brillo extraño en sus ojos verdes.

Me hipnotiza, hay algo en mí que me grita a voces algo que no escucho. No puedo perder el tiempo. Sacudo la cabeza y resoplo.

—¿Y qué... —empiezo a decir.

Pero sus labios sellan los míos, haciéndome arder de nuevo, sin dejarme terminar la frase. Me atrae hacia él rodeándome con sus brazos, yo me quedo muy quieta, sin responder. ¿Se ha creído que puede hacer esto todas las veces que quiera? Después de unos segundos, me dejo llevar por él respondiendo a su beso. Rodeo su cuello con mis manos enterrando mis dedos en su pelo rubio. El calor me inunda, se extiende por mí, en cada parte de mi cuerpo, en cada órgano, en cada componente. Pega su cuerpo al mío bruscamente y jadeo, pongo las manos en su pecho y lo separo poco a poco de mí, con una gran fuerza de voluntad. Hasta que sus labios dejan de bailar sobre los míos.

—Somos masoquistas —dice serio.

Esbozo una pequeña sonrisa, mis mejillas también arden y agradezco que esté oscuro para que no pueda verlo.

—Lo sé —respondo.

Me devuelve la sonrisa. Y yo beso su sonrisa. Siento como algo que crece dentro de mi pecho se extiende hasta mi estómago. Es un sentimiento muy fuerte e intenso, tanto que duele. Y cada día que pasa es más grande. Me separo de él, tira de mi brazo haciendo que nuestros labios se junten otra vez, pero esta vez me alejo de él. No puedo reprimir una risa.

—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta fruncido el ceño.

Me muerdo el interior de la mejilla. Pensaba que esto iba a ser diferente ahora. Pero me equivocaba.

—Esto. La situación. Me hace gracia. Me hace gracia que..., que me beses —reprimo una sonrisa al decir eso.

Él arquea una ceja haciendo una mueca rara. A él no parece hacerle gracia.

—Vaya... —responde desviando la mirada.

Me acerco a su nuca y lo noto estremecerse cuando mi respiración lo roza. Siento el poder dentro de mí. Sonrío. Y le doy un beso. Se gira y me mira extrañado.

—¿Pero qué te pasa? ¡Te encanta jugar con los sentimientos de las personas! —exclama.

Se levanta apresuradamente alejándose con grandes zancadas. Me duelen sus palabras. Yo no juego con nadie. Ni siquiera sé lo que él siente, ni lo que siento yo. Tendré que empezar por aclararme. Pero no puedo dejar esto así. Lo necesito otra vez conmigo. Hoy más que nunca. Así que salgo corriendo detrás de él. Pero no debería hacerlo. Azul debería arrastrarse detrás de mí, no yo. Lo alcanzo antes de entrar a su cabaña. En su cuerpo se nota que está muy enfadado; está en tensión, aunque creo que eso lo está siempre. Pero no tiene motivos para estarlo. No he hecho nada. Entro en la cabaña, haciendo tanto ruido que oigo los resoplidos de todos los que duermen aquí y a los que acabamos de despertar. Busco a Azul entre la oscuridad, encuentro su sombra, de pie ante una cama. Me acerco hasta él deteniéndome un instante. No sé qué decirle. No sé qué le duele tanto. Me aventuro a posar la mano, vacilante, en su hombro.

—Déjame —gruñe en un susurro.

Aprieto los dientes y suspiro. Debería dejarlo. Al fin y al cabo, lo odio. Pero es que me encanta esa sensación que produce cuando me toca, cuando aprieta sus labios contra los míos. Soy adicta a su fuego. Soy adicta a él.

—No —respondo firmemente en el mismo tono.

Se gira bruscamente y hasta en la oscuridad puedo ver el brillo de sus ojos verdes amenazantes. Pero no retrocedo. No le tengo miedo. Nunca me haría daño. Otra vez no.

—¿Qué te pasa? —le pregunto.

Resopla sacudiendo la cabeza, es como si estuviese incrédulo.

—¿Qué qué me pasa? ¿Cuándo vas a darte cuenta Mil Seiscientos Diez?

Alzo las cejas, no sé de qué me habla. Intento balbucear algo, pero no sé que decir. No hace falta que diga nada. Sus labios vuelven a apretarse con los míos, entonces esa sensación abrumante vuelve a inundarme. Ya la echaba de menos. Caemos contra la cama que chirria al soportar nuestro peso, hundiéndose un poco hacia abajo, me rio en silencio, él se ríe conmigo, aunque al principio intenta reprimir la risa. Oigo los resoplidos y quejidos de los demás ocupantes de la estancia, pero no me importa. Es como si no estuviesen.

https://youtu.be/HBxt_v0WF6Y

Azul da una cuidadosa vuelta, para no caerse, ni dejarme caer, sin dejar de besarme, ahora soporto un poco de su peso, me hace daño en la herida, pero no me importa. Pasea su mano por mi pierna, lentamente, cada vez me quema con más intensidad. Baja sus labios por mi mandíbula, por mi cuello, me estremezco. Su mano sigue subiendo, hasta llegar a mi cadera, entonces se decide. Mientras paseo mis manos por su espalda noto sus músculos cada vez más tensos, él introduce sus dedos bajo la tela de mi camiseta negra. Noto mis mejillas calientes, sé que debo estar muy sonrojada. Roza la venda con las puntas de los dedos pasando por encima de ella. Sigue subiendo, dejando un rastro de fuego. Sé que debo ponerle fin. No puedo permitírselo. No estoy preparada.

—Azul —digo contra su boca; pero él no me hace caso—. Azul —repito; pero ni su mano ni sus labios se detienen—. Azul, para.

Pongo mi mano contra su boca, la otra mano sobre la suya, parándola en seco.

—No..., no puedo.

Él asiente, se hace a un lado. Me alegro de que lo comprenda. Pero supongo que seguirá enfadado. Así que me incorporo un poco, decidida a irme. No sé si el pretendía ir más lejos de esto, pero yo desde luego no estoy dispuesta a eso. Él hace lo mismo en cuanto lo nota. Me coge del brazo.

—No te vayas —me susurra en el oído.

Vuelvo a tumbarme junto a él. Con mi frente pegada a la suya, mientras sus brazos rodean mi cintura, los míos su cuello. Mientras nuestros alientos se mezclan en la distancia que hay entre nosotros. Es la mejor forma de conciliar el sueño en tiempos de tormenta. Me escondo en su pecho y suspira, así me abandono al sueño, aspirando su aroma a hierba, a campo y a jabón; olor a Azul.

Los rayos del sol rozan mis cabellos y mis mejillas, un cosquilleo los acompaña. Abro un ojo para me encontrarme con otros ojos, son verdes; son de Azul. Me sonrojo al recordar todo lo que ha ocurrido esta noche.

—Ya no hay entrenamientos, Mil Seiscientos y Diez. Quieren elaborar un plan para actuar...

No lo dejo terminar. Me incorporo con el ceño fruncido.

—¿Un plan? ¿Para qué? ¡Vamos a morir todos igual, Azul! Tenéis que confiar en mí, tenéis que ayudarme y yo salvaré el mundo.

Azul me sonríe, vuelve a acariciarme la mejilla, posa sus labios un momento sobre mí, brevemente. Demasiado breve.

—Estás loca si piensas que te voy a dejar hacer eso tú sola —me susurra.

Sonrío. Aunque sus cambios de humor, también me asustan, me gusta este Azul.

—Sabes que puedo hacerlo, Azul, soy fuerte. Soy de nivel diez.

Me rodea el cuello con sus manos rugosas apoyando mi frente en la suya, me da un beso en la nariz, una oleada de calor me envuelve de nuevo.

—Lo sé, pero tú sola otra vez no.

Sonrío y lo beso. Esto se me hace demasiado raro, pero me gusta. Odio tener que romper este momento, pero los dos tenemos que volver al mundo real. Tenemos muchas cosas por hacer, que preparar. Me levanto tendiéndole la mano, para que la coja. La mira, vacila antes de tomarla y apretarla con fuerza.

—Hay mucho por hacer —le digo.

Vamos hacia la puerta. Ya no queda nadie aquí, solo nosotros.

—Y por descubrir —lo oigo mascullar.

Frunzo el ceño aflojando un poco la mano. Creo que me está ocultando algo. Algo importante. Cuando salimos por la puerta de la cabaña, me suelta la mano. Me siento ofendida. De modo que es capaz de pasar toda la noche durmiendo abrazado a mí, delante de todos sus compañeros de cabaña y no puede cogerme de la mano delante del resto del campamento. Genial.

—Ve al comedor, hoy sirven desayuno. Yo voy a resolver unos asuntos —me dice.

Pero no lo creo del todo, así que lo miro con el ceño fruncido. A mí no me va a engañar tan fácilmente.

—¿Y yo no puedo ir contigo?

Me acaricia la mejilla, produciendo ese cosquilleo ardiente sobre mi piel. Pero no quiero caer.

—No, prefiero que no.

Resoplo alejándome de él. Debería haberlo supuesto. Aunque, ¿por qué yo? Entre todas las chicas del campamento que tiene para elegir, ¿por qué me ha querido utilizar a mí? Aprieto los puños, inspiro y espiro varias veces, intentando tranquilizarme y extraer toda la rabia que hay dentro de mí, provocada, como siempre, por Azul. Entro al comedor que está lleno de gente de negro. Parece la hora de la cena, cuando nos concentramos todos aquí, pero no. Todo cambia. Busco con la mirada a mis amigas, las encuentro cabizbajas en nuestra mesa. Ahora ya solo quedamos nosotras. Se notan demasiado las ausencias. Una punzada de dolor me atraviesa cuando soy consciente de que Joss ha muerto, y que he pasado toda la noche en brazos de Azul, sin importarme nada él. Al fin y al cabo, solo éramos amigos. Éramos. Suspiro mientras me acerco a ellas.

—¿Dónde has estado? —pregunta Lucy que es la que parece tener mejor aspecto.

Me encojo de hombros indicándoles que después se lo contaré. Acabo de acordarme que a Katy le gusta Azul, no creo que le siente muy bien lo que está pasando entre nosotros, si es que está pasando algo o es simplemente un juego.

—Sé lo que está pasando —digo acomodándome en una silla.

Inmediatamente me miran expectantes, echo en falta otros pares de ojos que no volverán jamás a ver la luz del día.

—Tratan de volver a todos los ciudadanos en contra de otros, además de encontrarnos y destruir la Tierra —digo apresuradamente.

No reaccionan, es como si no hubiera dicho nada. Lucy se limita a asentir, es la única que hace algo.

—Entonces, debemos... —empieza a decir, pero se calla porque probablemente no sabe como seguir; como yo.

Los murmullos apagados que inundan la estancia, de repente se silencian en su totalidad, el silencio sepulcral se abre paso entre los presentes. Me giro para ver qué ocurre. Me paralizo. No entiendo nada.

—Ce —murmuro.

Él ni siquiera posa sus ojos en mí. Mira a alguna parte de la estancia, vuelve a presentar su postura orgullosa, sin la que no me lo podía haber imaginado nunca desde que lo conocí, pero su máscara cayó. Ahora sus ojos vuelven a ser igual de fríos que antes. ¿Por qué está aquí? A su lado, está Morado que alza las palmas de las manos hacia nosotros para que nos callemos, aunque ya lo estemos. Se aclara la garganta y dice:

—Este es Cyril, un soldado del gobierno que dice que nos puede ayudar a acabar con sus planes de destrucción masiva. Hemos decidido confiar en él, espero que vosotros también.

Frunzo el ceño observando a Ce que no me mira ni por un instante. ¿Por qué no me mira? ¿No me ve? Pero eso no me importa ahora. Lo más inquietante de todo esto, es que haya conseguido salirse con la suya, que haya logrado salir de su celda, que supuestamente vaya a ayudarnos a salvar el mundo. Tengo que hablar con él. Morado da el anuncio por finalizado, así que me levanto, sin hacer caso de los comentarios de mis amigas, ni de sus preguntas. Me dirijo directamente hacia Ce, mientras él se pierde por entre las mesas. Pero lo sigo. Cuando un brazo me detiene.

—Tengo que hablar contigo —dice su voz dura.



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