Capítulo 19
Noto una profunda respiración en mi mejilla, un corazón latir desbocado contra mi oreja, mientras me balanceo hacia arriba y abajo con sus pulmones. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Un millón de imágenes llega a mi cabeza, barajándose, mezclándose, desordenándose. Parecen sacadas de un sueño. ¿Lo habré soñado? Me duele la cabeza. Estoy confundida.
Un avión que se estrella. Cadáveres calcinados. Unos ojos grises con pintas azules que me atrapan desde el primer instante. Un águila. Una cúpula de vidrio enorme. Agujas. Ordenadores. Dolor. Caos. Unos ojos verdes que me absorben hasta su epicentro. De nuevo el caos, el desorden, el desconcierto. Un lugar alejado del mundo. Caras nuevas. Nuevos sentimientos. Nuevos conocimientos. Más dolor. Un cuerpo cayendo ante mí. Unos ojos vacíos. Y todo negro otra vez. Un pinchazo me atraviesa el corazón primero, luego traspasa todo mi cuerpo, con un escalofrío. Grito y abro los ojos, jadeo sobresaltada.
—Sh, ya está, ya está —dice una voz en mi oído.
Conozco esa voz. Alzo la mirada, encontrándome con unos ojos verdes. Los ojos verdes de mi mente. Son reales. Azul. Noto como las lágrimas se agolpan en mis ojos, no puedo contenerlas más. Estallo en un sollozo mientras las lágrimas resbalan por mis ardientes mejillas. Azul pasea su mano titubeante por mi pelo, me apoya contra su pecho y posa su barbilla en mi cabeza. Estamos en una furgoneta, estoy sentada en su regazo, uno de sus brazos rodea mi cuerpo, y los míos también el suyo. No puedo creerme lo que está pasando. No sé cómo he llegado aquí. Su otra mano pasea por mi espalda. Siento oleadas de calor al notarlo tan cerca de mí. Yo lo odio. O eso pensaba. Separo mi cabeza de su pecho para mirarlo con unos ojos que reflejan toda la tristeza que siento.
—A-azul y-yo la he matado. Ha muerto por mi culpa —logro decir tartamudeando entre sollozos—. Todo esto ha sido una locura.
Él atrapa mi cara con sus manos para con sus pulgares ir retirándome las lágrimas de los ojos. Me indica que me tranquilice. No puedo creer que Azul esté siendo así conmigo. Sus dedos producen un cosquilleo eléctrico y abrasador sobre mis mejillas. Su mirada intensa me abruma, parece que el corazón se ha parado, como el tiempo.
—Tú no tienes la culpa de nada. No has matado a nadie, tranquila. Ya está.
Intento protestar inútilmente, pero él no me deja. Vuelvo a enterrar la cara en su pecho abrazándolo con más fuerza, para reprimir los sollozos que salen de mi garganta.
—¿Q-qué ha pasado? —digo confundida.
Noto como niega con la cabeza, sobre la mía.
—Hablaremos cuando lleguemos al campamento y estés mejor, ¿vale? —responde en mi oído con una dulzura que me hace estremecer.
Asiento levemente, me acomodo mejor en su cuerpo. Se está bien aquí. Hace más amena la sensación de estar descomponiéndose por dentro, desgarrándose.
—Penny debería estar aquí. Yo debería haber muerto —susurro.
Mencionar su nombre se me hace doloroso. Mencionar que está muerta lo hace real, hace que deje de ser un pensamiento, provocando que miles de espadas atraviesen mi corazón. No me gusta el sentimiento de pérdida. No sé cómo voy a mantenerme en pie a partir de ahora. Azul se aferra con más fuerza a mi cuerpo y me pega más contra él.
—No digas eso ni en broma —sus labios rozan mi oreja, me queman y me estremezco—. La culpa es mía, no tenía que haberte dejado venir. Aún no estás preparada. Y ella tampoco lo estaba.
Sus palabras me golpean con fuerza. Me hacen daño. Quería venir para demostrar que valgo. Dejar de parecer una inútil, de ser un lastre. Pero ahora parezco mucho más débil que antes. No me gusta que piense que lo soy. Yo soy fuerte. Tengo que hacérselo saber. Pero igualmente, me siento culpable por la muerte de Penny. No quiero que vuelva a suceder algo así. Solo quiero correr, correr, escapar a otro lugar y estar sola, ahogando mis penas, gritándole a la nada. Pero eso me haría sentirme más frágil, más débil y yo no soy así. Soy fuerte.
—Tal vez no debería salir jamás del campamento —digo—. Solo causo problemas.
—No digas tonterías. Cállate y ya hablaremos.
Agacha su cabeza hasta que su nariz queda pegada a mi mejilla y así permanecemos en silencio. El dolor no desaparece. Penny ha muerto. Es una realidad. Y he de aceptarla, como acepté la muerte de mis padres, la de mi hermana. Como acepté que soy ineluctable. Ahora tendré que superarlo. La furgoneta se detiene de repente, permanecemos unos segundos más aquí quietos, aguantando la respiración. Giro la cabeza y me encuentro con los ojos verdes de Azul. Nuestras narices se rozan, me quema. Sus brazos en mi cuerpo me abrasan, pero es mejor que el dolor. Es una quemazón agradable, se podría decir. Me aprieta y asiente, incitando a que me levante. Le hago caso, cuando me libero de su contacto siento esa sensación de descomposición, es como si tuviera un gran agujero en el pecho, además, el nudo de mi garganta se acentúa y las lágrimas vuelven a anegar mis ojos. Le tiendo la mano. Él la acepta, se levanta y la aprieta. Nos acercamos hasta la puerta y antes de abrirla me susurra al oído:
—Vamos, tú puedes con todo, eres ineluctable de nivel diez. Yo estoy contigo.
Entonces me lo creo. Él también lo cree. Él también lo sabe. No soy frágil, no me voy a romper como una copa de cristal, no voy a estallar en mil pedazos. No soy débil, no voy a caer soportando el peso que llevo ahora sobre mis hombros. Soy fuerte, soy fuerte.
El paisaje es igual que cuando llegue, sólo que ahora, un dolor incesante me desgarra por dentro, como si me estuviera desintegrando, me cuesta mantenerme en pie. He perdido toda la fortaleza que he ganado en estas larguísimas semanas. Vuelvo a ser débil. No me gusta serlo. Ahora, cómo se lo voy a decir a los demás. Azul me ayuda a bajar de la furgoneta sin soltarme ni un momento. Me sorprende su amabilidad, su dulzura, su comprensión. Tiene que haber pasado algo muy gordo ahí dentro para que haya cambiado de actitud, de forma de ser. O para que se muestre realmente como es, si es que es así. Pero no me siento con fuerzas ahora mismo para hablar de ello. Ya habrá tiempo. Es por la tarde, justo la hora antes de nuestro turno de ducha. No quiero ir a la cabaña. De repente me detengo para quedar enfrente de Azul, amarrando sus brazos con fuerza, perdiéndome en sus ojos verdes.
—Azul, no quiero encontrarme con ellos. No puedo decírselo —sollozo, mientras más lágrimas se derraman por mis mejillas.
De pronto, la distancia que nos separa se comprime, no sé cómo estoy de nuevo contra su pecho, oliendo su aroma a jabón, a hierba, a campo.
—Tarde o temprano tendrás que decírselo, Mil Seiscientos Diez —susurra contra mi pelo.
Con un suspiro me separo de él, así que continúo andando. Pronto sus brazos me retienen volviendo a atraerme hacia a él. No entiendo qué mosca le ha picado.
—Te acompaño —dice con voz seria.
Asiento mientras seguimos avanzado hasta llegar a la escalera de la cabaña. Se separa de mí, su mano busca la mía, sus dedos se entrelazan con los míos, encajando a la perfección. La aprieta y luego me suelta. Siento el vacío abismal de mi interior haciéndose más grande, creo que no voy a poder soportarlo. Pero saco fuerzas de donde no las hay y comienzo a subir las escaleras. Abro la puerta con un empujón e irrumpo en la estancia. Azul entra detrás de mí, cuando ya todas las miradas están clavadas en mí. Luego lo observan a él. Y de nuevo se posan en mí.
—¡Marina! —chilla alguien.
Antes de que pueda reaccionar, alguien se ha abalanzado sobre mí. Noto unos brazos envolverme con fuerza, pero sigo sintiendo el vacío en mi estómago.
—Sabía que volverías —me susurra al oído.
Se separa de mí, así que puedo reconocer quién es. Joss. Oigo un carraspeo detrás de mí, cuando me giro me encuentro con la mirada de desaprobación de Azul.
—¿Qué ocurre, Marina? —dice Joss mirándome con preocupación.
El nudo de mi garganta me impide hablar, no me deja respirar, hace que me atragante con las palabras. Noto las lágrimas pugnando por emerger de mis ojos. Llegan los demás.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Lucy acercándose.
Sacudo la cabeza, antes de poder hacer nada por impedirlo rompo a llorar. Azul se adelanta hasta llegar a mí y colocar sus manos en mis hombros, apoyándome. Mis amigos me miran confundidos. Me armo de valor, dejo escapar el aire de mis pulmones en un sonoro sollozo, mientras noto cada vez más miradas clavadas en mí.
—Penny..., Penny ha muerto —susurro.
No puedo soportar mis palabras, caigo al suelo de rodillas, ante todos. Las lágrimas se abren paso con más intensidad por mis ardientes mejillas, mientras mis compañeros no saben cómo reaccionar. Me desgarro. Y sé que ellos también. Noto sus brazos envolviéndome de nuevo, aunque no soy consciente. Es como si el mundo se hubiera detenido a mi alrededor, mis oídos se han taponado ya no escucho mis gritos desesperados, tratando de expulsar este dolor. No oigo los susurros tranquilizadores de Azul, es como si estuviera ciega, porque solo veo caer su cuerpo con los ojos sin vida, una y otra vez ante mí. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando todo vuelve a la normalidad. Si es que esto se puede llamar así. Mis amigos han tratado de consolarme, aunque ellos también están consternados, pero lo llevan mejor que yo. Ellos no lo han vivido. Ellos no tienen este sentimiento de culpa que me atormenta, que me asfixia. Tratan de ayudarme, de hacerme creer que no ha sido mi culpa. Pero yo sé que sí.
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Desde que llegué hace dos días, no he salido de la cabaña. Alguien me llevó en brazos hasta mi cama, permaneciendo conmigo hasta que me tranquilicé y caí en un profundo sueño. Aquí sigo, sin moverme, abrazada a la almohada, intentando que mi dolor desaparezca en algún momento. Pero no. El agujero cada vez es más grande y desgarrador, avanza con una fuerza imparable. Ahora mismo solo quiero morirme. Que se acabe todo ya. Es como saber que te estás autodestruyendo, pero no puedes hacer nada. Y así destruyes también a quien se queda demasiado cerca de ti. Tengo miedo. Eso es lo que pasa. Y solo mis ganas de vivir pueden salvarme de caer aún más al fondo de pozo de oscuridad y dolor al que he sido arrojada. Si lo pierdo, lo pierdo todo. Así que supongo, que nunca está lo suficientemente oscuro para que no se pueda seguir. Siempre hay esperanza. Solo es miedo, y el miedo es parte de mi mundo, pero no puede formar parte de mi cuerpo, ni de mi alma. Y menos de mi mente. Todos estamos un poco rotos. Vacíos y desolados. En demolición. Vivimos en ruinas. Somos ruinas. Lo difícil es reconstruirse, pues hay heridas que jamás se curan. Son demasiado profundas. No sé si podré vencer en esta ocasión.
—Vamos, Marina, tienes que ver a alguien —susurra una voz en mi oído.
Esa voz hace que un escalofrío me recorra por completo, erizando todos y cada uno los vellos de mi cuerpo. Me hace volver a la consciencia de nuevo. Giro lentamente la cabeza para encontrarme con esos ojos verdes que son dueños de esa voz. Frunzo el ceño confundida. Es mi primer gesto después de estos días.
—Levántate o te levanto.
Vuelvo a girar la cabeza acomodándome de nuevo en la almohada. No me interesa lo que tenga que decirme.
—Tú lo has querido.
Con un movimiento brusco, vuelo por los aires, doy un grito. Mi propia voz me asusta después de tanto tiempo sin hablar. Me coloca sobre su hombro, mi cabeza está bocabajo. Pataleo y doy puñetazos a su espalda mientras nos acercamos a la puerta. Son mis primeros gestos desde que entré en este trance.
—Vaya, por fin reaccionas, preciosa —me susurra al oído con dulzura.
Dejo de patalear resignándome. No puedo luchar contra él. Me lleva a ver a quién sea que me espera, aunque yo no tenga ningunas ganas. Sus palabras..., su tono de voz..., me hace estremecer. Es extraño. Solo quiero quedarme abrazada a la almohada, intentando mitigar un dolor inabarcable.
—¿Esto no te recuerda a nada? —dice.
Sí que me recuerda a algo. Pero no contesto. Aquel día en el que asaltaron el cuartel. Pero prefiero no recordarlo, porque me hace acordarme de la muerte de mi amiga Penny. Cuando las lágrimas pugnan de nuevo por salir de mis ojos, los brazos de Azul me dejan con lentitud en el suelo, pero no me sueltan. Lleva su mano a mi barbilla, la sostiene con firmeza. Me pierdo una vez más en sus ojos verdes. ¿Pero qué me pasa? ¡Lo odio!
—Ni una lágrima más, ¿me oyes? —ladeo la cabeza y me suelta—. Ya hemos llegado —añade haciendo un gesto abarcando lo que nos rodea.
Ya sé dónde estamos. Y quién me espera. Y no sé si estoy preparada para esto. Trago saliva, doy un paso adelante. Ya está bien de lloriquear. Tengo que ser fuerte, recuperar mi fortaleza.
Atravieso el oscuro pasillo de la mano de Azul, hasta llegar al final del corredor. A su celda. Inmediatamente se levanta para avanzar hasta los barrotes. Suelto la mano de Azul, que desvía la mirada al suelo, me acerco hasta él, recortando toda distancia que nos impide estar cerca. Envuelve mi cara con su mano, entonces puedo atisbar una pequeña sonrisa entre sus labios. Yo también intento sonreír, notando como mis ojos se anegan de lágrimas.
—Has vuelto —dice.
Asiento. Me duele oír esas palabras, porque me recuerdan a que Penny no lo ha hecho.
—Te prometí que lo haría —susurro con un hilo de voz.
Apoyo la frente entre los hierros, cerrando los ojos y él aprieta sus labios contra ella, muy levemente. Siento como el vello de mi cuerpo se eriza, como siempre un escalofrío me recorre de arriba abajo. Me ha dado un beso en la frente. No puedo creerlo.
—Pensabas que no lo haría —afirmo comprendiendo.
Él sacude la cabeza, sin dejar de estar en contacto conmigo. Azul se aclara la garganta detrás de mí, pero no le hago caso.
—Vete —le pido sin girarme.
Ce levanta la cabeza para mirarlo, y él suspira. Con resignación se aleja unos pasos.
—Te doy diez minutos, Mil Seiscientos Diez.
No me importa lo que diga. Estaré aquí todo el tiempo que quiera. Siento que la estancia de Ce aquí, lo ha cambiado. O tal vez haya sido antes. Pero ahora es de otra manera. Y aunque no quiera reconocerlo, me gusta así. Quizás me esté mostrando como es realmente. Azul desaparece, solo quedamos Ce y yo. También hay otros encarcelados, que están durmiendo. Me gustaría estar ahí dentro con él, que su cuerpo rozara por completo el mío. Que me hiciese sentir pequeña de nuevo, pero no débil. Lo imagino. Y lo hago. Ahora es fácil. Creo que estoy aprendiendo. Que he aprendido. Aunque ya es demasiado tarde. Me mira con el ceño fruncido un instante.
—Soy ineluctable —contesto a su pregunta sin formular.
Antes de que acabe la frase me estrecha con fuerza entre sus brazos y escondo la cara en su pecho. ¿Qué le pasa? Todo esto me resulta muy extraño. Es como si Ce hubiera perdido toda la capa de dureza que lo envolvía hace unos días, en la que se cobijaba desde que lo conocí.
—¿Quieres hablar? —me pregunta.
Sacudo levemente la cabeza. Después, se sienta con las piernas cruzadas y me acomoda en el hueco, sin dejar de abrazarme.
—No seguí tus consejos, Ce. No protegí a mis compañeros. Dejé morir a Penny, yo la maté —susurro entre sollozos.
Me pasa una de sus manos por el pelo, me calma.
—Yo también he cometido errores, Eme. Saldrás adelante —susurra en mi oído.
Me estremezco. No decimos ni una palabra más. Aunque hay mucho que decir. Me pregunto si con esos errores se refiere a los sucesos de su pasado que aún no me ha contado, no creo que llegue a hacerlo. Ahora, como cuando estoy con Azul, no siento como me quiebro en dos, como me desgarro y como muero en la agonía de dolor que me rompe en mil pedazos por dentro.
—Marina, tienes que ayudarme a salir de aquí —dice.
Me aparto un poco para poder mirarlo a los ojos con facilidad. entonces lo comprendo todo. Me deshago de sus brazos, de su cuerpo. Me aparto de él. Me siento engañada, utilizada, humillada. No debería haber caído nunca en su red de mentiras. Es siempre igual. Una tras otra, una tras otra.
—¿Por eso todo esto? —digo incrédula—. Debería haberlo imaginado.
Me giro cerrando los ojos, apretando los puños con rabia, concentrándome para volver a salir de aquí. Noto una presión en la muñeca, así que abro los ojos. Estira de mi brazo haciéndome volver hacia él.
—No. No sé que quieres decir con esto. Pero tienes que sacarme de aquí porque yo puedo ayudaros —dice asintiendo, intentando coaccionarme con su intensa mirada.
Acerca su rostro más al mío, hasta que nuestras narices se rozan. Ladea la cabeza, tiene la intención de seguir su camino, o eso creo. Pero yo no quiero que lo siga. No quiero que siga utilizándome, jugando conmigo como si fuese una muñeca de trapo. Soy mucho más que eso. No pienso permitir ser su juguete para que consiga sus objetivos. Ya no soy la misma niña a la que antes todos podían ningunear. Ahora he cambiado, porque sé que soy fuerte, aunque mis actos no lo determinen y mi interior se quiebre. Tiro de mi brazo y giro la cabeza. No lo necesito.
—No Ce. Tú eres de los suyos —digo dándole la espalda.
Antes de que pueda retenerme de nuevo, ya estoy en el otro lado. Ahora es más fácil. Debería haber practicado más.
—No lograrás convencerme. He cambiado. Ya no soy la misma niña tonta, aunque lo parezca. Ya no me dejaré manejar por ti —le digo con toda la dureza que soy capaz de reunir.
Toda la perfección del momento se ha visto truncada. Con Ce nunca se sabe lo que puede pasar. Ce es impredecible. Ce es odioso. Con Ce nada es fácil. Oigo la puerta de madera chirriar, pronto veo aparecer a Azul. Me dirijo hacia él.
—No les debo nada —oigo la voz de Ce a lo lejos; en un susurro.
Sus palabras retumban en las paredes de este oscuro corredor mientras la distancia entre Azul y yo se hace más corta.
—Eso está por ver —murmuro.
Azul me tiende la mano, la acepto, con una mueca que pretende ser una sonrisa.
—¿Vamos?
Asiento, así que volvemos a la superficie. Me pego más a él, así siento que estoy completa. ¿Por qué? No lo sé. Pero cuanto más cerca estoy de él, el agujero que me desgarra por dentro se hace más pequeño. Me ayuda a sobrellevarlo. No entiendo por qué. Lo odio. Debería sentir repulsión a su contacto. Pero no es así. Aprieta varias veces mi mano y me sonríe.
—¿Qué pasa? —le digo extrañada por su comportamiento.
Azul se encoge de hombros y suspira.
—Voy a necesitar que me ayudes con él —dice.
Alzo las cejas mientras resoplo. Suelto su mano. Estoy harta de que todos me utilicen. Tanto Ce para salir de su prisión, como Azul para que lo ayude en sus objetivos. Ahora entiendo por qué me ha dejado venir a verlo dos veces. Aquella noche. Y hoy.
—Difícil tarea —respondo mientras me alejo de él.
—¡Tengo que hablar contigo! —grita antes de que desaparezca tras la puerta de la cabaña.
Me acuesto de nuevo en la cama y abrazo la almohada, que recoge mis lágrimas como buena amiga, un día más. Me da igual que el mundo esté al borde de desaparecer tal y como lo conocemos. Me da igual adoptar una postura egoísta. Solo quiero que todos dejen de hacerme daño. Solo quiero frenar este dolor que me desgarra cada órgano que me compone. He descubierto que el mundo no es ningún puzle. No tenemos que amoldarnos a él. El mundo ha de adaptarse a nosotros. Y eso es lo que voy a hacer.
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