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Capítulo 11

Sus palabras resuenan en mi cabeza una y otra vez.

El mundo está cambiando de una manera que no debería hacerlo. Y solo nosotros podemos guiarlo hacia el buen cambio.

Doy vueltas en la cama mientras chirría bajo mi peso. Me duele cada músculo de mi cuerpo, miro el reloj que hay en una de las paredes de la cabaña, son las cuatro y media, aún no me he dormido.

El mundo está cambiando de una manera que no debería hacerlo. Y solo nosotros podemos guiarlo hacia el buen cambio.

Amy no ha resulto todas mis dudas. Pero tendré que descubrir lo demás por mi cuenta. No puedo más. Me levanto para vagar por el campamento sin rumbo. Mis pasos me llevan al círculo rojo dibujado en la arena. Me siento en el centro mirando a mi alrededor. Suspiro. Todo ha cambiado tanto en tan poco tiempo...

—Nos adaptaremos —dice una voz a mi lado; como si me estuviera leyendo la mente.

Giro la cabeza para encontrarme con ese chico de ojos marrones, Joss. Estaba tan sumida en mis pensamientos que ni siquiera me he percatado de su presencia.

—¿Me sigues? —digo; aunque es evidente que sí.

Sonríe encogiéndose de hombros.

—Yo tampoco podía dormir, te mueves demasiado —me recrimina.

Ahora me toca a mí encogerme de hombros. La cena ha transcurrido sin incidentes. Han hablado del entrenamiento de hoy, como ayer y me han dicho que soy muy mala en todos los aspectos, algo que ya sabía. Al menos Amy me ha defendido. Joss seguía mirándome al otro lado de las llamas. Quizás debería proponerle unirse a mi nuevo grupo, aunque no sé si yo estoy dentro aún.

—¿Qué nivel eres? —le pregunto.

Él emite una risita. No sé qué le hace tanta gracia en esto.

—No uno tan bueno como el tuyo. Soy nivel tres, puedo protegerme, proteger a los demás e influir en los pensamientos de los demás —contesta.

Asiento abriendo un poquito la boca como muestra de asombro.

—¿Y yo qué puedo hacer? —pregunto.

Él se encoge de hombros, por lo que me da que solo sabe hasta donde llega su defecto, quiero decir su ineluctabilidad. Todo esto me parece muy extraño. No puede ser real, seguro que es un sueño, seguro que estoy dormida en el avión, fantaseando una vez más, cuando me pellizque en este preciso instante me despertaré y todo este lío desaparecerá. Volveré a ser rara, pero sin una especie extraña de poderes mentales. Me pellizco, pero no despierto. Él me mira extrañado y luego se ríe. Yo también me rio amargamente.

—¿Qué hacéis vosotros dos aquí? —dice alguien enfurecido a nuestras espaldas.

Por desgracia conozco esa voz, y no es que me guste especialmente. No hace falta que me gire para saber la expresión que tiene, pero aun así lo hago. Unos ojos verdes relucen en la oscuridad con el ceño fruncido. Azul. Se cruza los brazos en el pecho, primero me mira a mí, luego a Joss. Pero después se queda mirándome fijamente. ¿Por qué todo el mundo intenta intimidarme?

—Tú, vete —dice señalando a Joss con la cabeza; sin dejar de mirarme—. Tú, ven conmigo.

Joss me mira extrañado, pero Azul lo regaña de nuevo y le dice que se vaya. Me abandona, dejándome a solas con él. Azul me mira impaciente, me levanto vacilante para acercarme a él con pasos cortos y lentos.

—Eres de nivel diez —afirma, yo asiento, aunque no hace falta que lo haga—. Y no tienes idea de nada —vuelvo a asentir—. Yo te enseñaré, vamos.

Me coge por la muñeca para arrastrarme apresuradamente unos metros hasta que me paro en seco.

—Yo no te he pedido ayuda, no quiero tu ayuda —le digo secamente.

Aunque en realidad sí quiero su ayuda. Quizás él pueda darme las respuestas que necesito, pero lo cierto es que el orgullo me impide aceptarla. Que irónico. Azul se pasa una mano por su pelo rubio esbozando una pequeña sonrisa que luego se hace más grande, aprieta mi muñeca con fuerza.

—Creo que no lo has entendido. Estás aquí para aprender, así que más te vale dejar que te enseñe si no quieres morir. Más que una propuesta, es una orden.

Definitivamente me recuerda a Ce. Es exactamente igual que él. Deseo con todas mis fuerzas que no lo sea, que no me trate igual que él. Eso no puede ser bueno para nadie. Estoy harta de encontrarme con hombres que solo saben tratar con la gente de forma ruda. O quizás mi orgullo tenga la culpa de que me traten de esta forma.

—Suéltame, me haces daño —le digo intentando deshacerme de su mano.

Él sigue arrastrándome, así nos introducimos en la espesura del bosque que rodea el campamento. ¿Pero adónde me lleva? ¿Me matará por ser de un nivel superior al suyo? ¿Por envidia? Creo que será capaz de cualquier cosa.

—Eres la única ineluctable de nivel diez y eres pésima —dice, como si eso no me lo hubieran dicho ya.

Por un momento se detiene para mirarme a los ojos, aún siento la presión de su mano sobre mi muñeca.

—¿Y eso a ti qué? —digo forcejeando con él.

Finalmente me suelta, los dos nos miramos con los brazos cruzados en el pecho. Levanta un poco su cabeza, sin romper el contacto visual.

—A mí nada, solo quiero ayudarte. Rojo no se parará un momento a hacerlo, así que todos los días cuando todos estén durmiendo te enseñaré a usar tu ineluctabilidad.

Sacudo la cabeza. No puede ser verdad. Me está diciendo que no voy a poder descansar en todo el día. Finalmente me rio por no echarme a llorar desesperada delante de él.

—Es una broma, ¿verdad?

Él niega con la cabeza.

—Esto no es solo por ti —me asegura.

¿Qué pasa que ahora todo el mundo depende de mí? ¡Genial!

—¿Y cuándo se supone que voy a descansar? —le grito agobiada.

Me fulmina con la mirada con fuerza por los brazos, me hace daño. Acerca su rostro al mío hasta que nuestras narices se rozan, sé que intenta intimidarme, que intenta quebrar mi fortaleza, pero no quiero. No le dejaré hacerlo. Su respiración choca con la mía fundiéndose en una. Me quedo sin aire, sin pulso.

—Cuando empieces a esforzarte y a creer que puedes —contesta.

Quiero escapar, pero no puedo, estoy atrapada. Y soy consciente de que muchas chicas querrían estar en mi lugar en este preciso instante, tan cerca de él. Pero yo solo quiero huir. No quiero entrar en este juego. Se separa de mí, empieza a andar de vuelta al campamento, yo lo sigo aliviada de que esto haya pasado ya, es como si me hubiera quitado un peso de encima, aunque sigue pesando porque sé que esto solo acaba de empezar. Me acompaña hasta mi cabaña, entonces se detiene en las escaleras que hay en la entrada, justo en el centro impidiéndome pasar.

—Mañana a las dos y media en la zona de adiestramiento, si no vas te arrastraré de las orejas —me advierte.

Me acerco hasta él, intentando subir los escalones, pero se interpone estirando los brazos a los lados para que no pueda pasar. Intento apartarlo, pero esboza una pequeña sonrisa de satisfacción. No consigo que me deje paso.

—Hazme caso, defectuosa. Quién juega con fuego se quema —me susurra en el oído.

Aprieto los dientes de rabia y lo miro enfadada, resoplo. Odio esta situación.

—Tú también eres defectuoso así que deja de llamarme así. Y si no quiero no voy porque no eres nadie para obligarme.

Él asiente, baja los brazos, pero como no se aparta lo rodeo. Antes de que pueda alejarme un paso más envuelve con sus fuertes brazos mi cintura para atraerme hacia él. Instintivamente pongo las manos en su pecho porque pienso que voy a caerme. Jadeo un momento sorprendida, de nuevo estamos demasiado cerca y sus ojos verdes examinan mis grandes ojos marrones intimidándome.

—Primero, tú eres más defectuosa que nadie. Y segundo, sí soy alguien para mandarte —me guiña un ojo y me suelta.

Recupero el aliento, pero el tiempo se ha parado. Sus ojos en mis ojos, los míos en los suyos. ¿Pero qué haces? El tiempo reanuda su marcha. Carraspeo, bajo la mirada, aparto las manos de su pecho y me alejo de él. Creo que dice algo antes de que cierre la puerta, pero no lo oigo bien, así que vuelvo a mi cama e intento dormir, sin mucho éxito. Joss me pregunta en voz baja qué quería Azul, pero no le respondo. Me hago la dormida mientras pienso de nuevo en todo lo que he descubierto hoy y lo que me ha dicho él. Es todo una completa locura.

Oigo los latidos de mi corazón desbocado taponándome los oídos, escucho mi respiración entrecortada interiormente. Mis pies rebotan con cada nueva zancada en el suelo y mis gemelos se quejan. Aunque me hablen no entiendo lo que me dicen, porque estoy muy lejos. En mi cabeza resuenan las palabras de Amy otra vez que mezcladas con las de Azul incluso podrían cobrar sentido.

El mundo está cambiando de una manera que no debería hacerlo. Y solo nosotros podemos guiarlo hacia el buen cambio.

Puede que me necesiten, que necesiten mi ineluctabilidad para conseguir que el cambio sea bueno, aunque dudo de mi importancia. Siempre lo he hecho. Dudar de mí, no creerme que valga lo suficiente para algo o para alguien. Ni siquiera para mí. Paso todo el tiempo pensando en lo que digo, cómo lo digo, cómo actúo y con quién. Cansa mucho vivir así. Con el constante pensamiento de que todo lo haces mal...

Hay veces en las que la oscuridad se adueña de todo y te traga. Te absorbe como si se tratara de un agujero negro. Mientras tanto, agonizas, te fragmentas. Pareces un ser inútil, inservible. Y ahora todo eso forma parte de mí. Lo he interiorizado. No soy tan resistente como yo creía. Cuando estás en ese punto crees que no hay salida posible, que te mantendrás en la soledad. Hace frío, y te sientes vacía, en un espacio inmenso que tan solo está destinado a ti. Y así me encuentro ahora mismo. Aunque intento salir adelante. Sé que estamos tan cerrados en nosotros mismos que no podemos ver el grado de destrucción de los demás. Somos un desastre. Somos la oveja negra. Hagamos lo que hagamos siempre estará mal. Para quien sea. Por eso voy a intentar cambiar.

—¡Marina! —dice Dafne.

—¿Qué? —digo sobresaltada.

Ambas se ríen con la respiración entrecortada, intento devolverles la sonrisa, aunque no me sale demasiado bien. Me parece extraño que Dafne se haya amoldado a nuestro ritmo.

—Que si peleas hoy conmigo —contesta—. Lucy quiere darle una buena a Amy, cosas personales —suelta una risita encogiéndose de hombros, y yo me uno sin saber bien por qué.

Acepto su propuesta, es entonces Rojo pita con su silbato. Nos acercamos al círculo rojo y recibimos sus instrucciones. Otra vez pelear. Dafne y yo nos vamos a un lugar apartado, hacemos exactamente lo mismo que hice con Amy ayer. Pero Dafne pega mucho más fuerte, lo cierto es que me arrepiento de haberme puesto con ella.

—Creo que eres de fiar y quiero contarte algo —dice mientras para un puñetazo con su antebrazo.

Aprovecha para darme un puñetazo con su otro brazo en la mandíbula. Se me escapa un gemido de dolor. Duele. Y mucho. Intento recomponerme lo más rápido que puedo para seguir. Por mucho que duela no debo rendirme.

—Dime. Pero si me dices como usar la ineluctabilidad te lo agradezco.

Ambas nos reímos, por lo que Rojo nos regaña, como siempre. Le doy una patada en el estómago, o eso intento. Porque cuando mi pie está a punto de impactar con su cuerpo lo coge, tirando de él haciéndome caer. Es la segunda vez que me pasa esto. Azul también me lo hizo cuando asaltaron el cuartel. Debo aprender de mis errores.

—Hmmm no es eso —contesta ayudándome—. Tienes que concentrarte y pensar en que quieres hacerlo —asiento mientras esquivo un puñetazo directo a mi cara—. ¡Bien!

Sonreímos, así que le lanzo un puñetazo que sí le da. ¡Lo he conseguido! Pero me siento culpable por haberle hecho daño y me disculpo.

—El enemigo no esperará tus disculpas, directamente te matará —dice una voz detrás de mí sobresaltándome; Azul.

¿Pero qué hace aquí? Lo miro frunciendo el ceño. Él me observa de la misma manera. Después se acerca a mí, me rodea pegándose a mi espalda. Siento como me ruborizo, noto como la temperatura de mi cuerpo aumenta notablemente. Su respiración me da en la oreja, en el cuello. Baja sus manos por mis brazos hasta encontrar las mías, las levanta y las deja en paralelo a mi cabeza. Preparándome para atacar y cubrirme.

—Golpea con los nudillos, y no bajes los brazos en ningún momento —susurra.

Me gira rápida e inmediatamente toma el control de todo mi cuerpo para golpear a Dafne que le pilla desprevenida, que comienza a esquivar. Azul me suelta y se aleja de mí.

Rojo me fulmina con la mirada mientras Azul se acerca a ella. Parece mentira que sean hermanos, en lo único que se parecen es en los ojos verdes. Y supongo que en el carácter. Resoplo. No sé dónde voy a meterme. Bajo la vista al suelo mientras Dafne se ríe intentando recuperar el aliento como yo. Poco a poco mi piel recupera su color, vuelve a ser tan blanca como el papel.

—¿Qué ha sido eso, Marina? —dice finalmente.

Levanto la vista para fulminarla con la mirada, aunque esbozo una media sonrisa que no puedo evitar, aunque lo intento con todas mis fuerzas.

—¡Cállate! —le digo ahogando una estúpida risa—. Lo odio. Pretende entrenarme por la noche.

Ella me mira con incredulidad, se pone otra vez en guardia y yo hago lo mismo.

—Vaya... Ya, lo odias... —responde con una sonrisita de suficiencia.

—Bueno, volviendo a lo que quería contarte —dice sonriendo demasiado—. Me complace informarte de que me gusta un poco Russel y creo que yo a él también.

Sonrío arrugando un poco la nariz, es prácticamente casi imperceptible mi movimiento facial. No sé qué decir porque no tengo experiencia ni en relaciones amistosas ni en relaciones amorosas. Además, creo que no es buen momento para hablar de esto. No porque estemos entrenando, sino porque mi mundo se está derrumbando. Todo está cambiando y ella me habla de chicos... Bueno supongo que es lo mejor. Poner la otra mejilla.

—¡Genial! ¡Te ayudaré en todo lo que pueda! —digo intentando transmitir una alegría que no siento a mi voz. Aunque en realidad solo lo digo por cumplir.

Seguimos peleando, sorprendentemente gracias al consejo de Azul no recibo tantos golpes. Creo que al final será bueno que haya decido ayudarme.

Es tarde cuando salgo de la ducha, por lo que todos me están esperando. Me he quedado un buen rato bajo el agua helada pensando en lo que voy a hacer ahora y en todos los misterios que tengo que resolver. Dejando que mis músculos se estimulasen, que se pusieran alerta debido a la baja temperatura del agua, purificándome. Aunque a su vez, es una forma de castigarme por no hacer caso a las voces de mi cabeza. Qué bien me hubiera sentado una ducha de agua caliente para relajarme. Demasiado ejercicio para mi organismo.

Vamos al comedor para nos sentarnos con Katy, Penny y Russel. Dafne se sienta enfrente de Russel, intercambian miradas y sonrisas furtivas. Quedan dos sitios libres y Collin no está. Pero si hace un momento estaba con Jess. Lo busco con la mirada, pero no lo encuentro. Voy a hacer cola para llevar la cena a la mesa con Dafne. No sé lo que hay hoy, estoy tan cansada y dolorida que tengo los sentidos alelados. Pronto llega nuestro turno, la cocinera nos da algunos platos de macarrones y nos desea buen provecho. Me encantan los macarrones, pero no suelo tomarlos para cenar. Pero bueno si el mundo está cambiando mis hábitos también lo hacen a su compás. Cuando llegamos a la mesa se me cae la bandeja de las manos, provocando que los platos se hagan añicos al aterrizar en el suelo ahora manchado de tomate. Collin está presentándoles a los demás a Joss.

—Joss ahora también vendrá con nosotros —dice Collin.

—Genial —murmuro irónicamente mientras me agacho a recoger el estropicio.

Joss también se agacha e intenta ayudarme, sus dedos rozan mi mano al recoger un trozo de plato y la retiro rápidamente rehuyendo su mirada.

—Puedo sola —mascullo.

—Oye, quizás te vaya bien si dejas que alguien te ayude por una vez en tu vida —dice con aspereza levantándose.

Cuando termino de recoger me levanto para ir en busca de una escoba y una fregona para limpiar las manchas, pero cuando regreso ya está limpio. Me quedo mirando el suelo como una tonta, entonces veo como mis supuestos amigos comen y ríen con Joss. La rabia me sube por el pecho, pero no puedo hacer nada. Devuelvo los instrumentos de limpieza a su sitio y consigo otro plato. Regreso a la mesa para comer de mala gana. Creo que sobro aquí.

—¡Eh! —dice Russel llamando mi atención; lo miro y sonríe—. Tengo que contaros algo y te incumbe.

Logra captar mi atención con sus palabras, así que asiento preparándome para cualquier noticia. Juntamos más nuestras cabezas que se inclinan sobre el centro de la mesa para hablar en susurros, sin llamar la atención de las mesas de nuestro alrededor.

—Esta mañana, teníamos turno de vigilancia en la valla y he escuchado algo.

Se supone que tenemos turnos para aprender, creo que a nosotros nos toca ver como funciona la vigilancia solo un día a la semana. Quiero saber qué ha escuchado y por qué me incumbe. Mi corazón cada vez late con más fuerza, con más velocidad. Trago saliva. Respiro hondo, intento permanecer tranquila, pero es difícil.

—Creo que pronto volveremos a atacar el cuartel para hacerse con los resultados de las pruebas que te hicieron —dice mirándome—. Y destruirlo todo para que no puedan hacernos daño. Morirá mucha gente.

Mi mente se bloquea junto con todo mi cuerpo. No sigo escuchando, tengo los oídos taponados, no puedo oír nada. Mi cabeza solo es capaz de pensar en una cosa, en alguien. Ce. Ni siquiera sé si sobrevivió al incendio del hospital, el que aún sospecho que fue provocado por los defectuosos. Aunque si está vivo él sabe defenderse, no debo preocuparme por él. Además, él me mintió. Es el enemigo. O no. No sé quién es mi enemigo. Quizás esta absurda guerra de bandos no vaya ni siquiera conmigo. Por otra parte, Ce me trató mal, pero creo que me debe una explicación. Me la merezco.

—Tengo que ir —susurro.

Russel deja su parloteo al que no he prestado atención para mirarme con perplejidad. Mis oídos se destaponan y el ruido del comedor me golpea con fuerza.

—¿Qué? —le escucho decir por encima del estruendo de la muchedumbre que no recordaba tan fuerte.

Trago saliva y le sostengo la mirada con firmeza, olvidando todos mis miedos.

—Voy a ir, soy nivel diez.

Todos abren la boca perplejos, pero no dicen nada. Es Lucy la que finge reírse y sacude la cabeza.

—Pero Marina, por favor... Si no sabes ni cómo funciona. No puedes ir, sería una misión suicida. Ni siquiera sabes por qué luchamos —dice.

Los demás la apoyan. Siento que algo estalla dentro de mí con un chasquido. No lo puedo retener más dentro de mí. Ya está desatado y no se puede contener. Estoy harta de que todo el mundo me trate como una niña estúpida. Sé que tengo un gran potencial, que aprenderé a usar. Seré mejor que cualquiera de ellos.

—Es verdad, si no nos dejan ir a nosotros a ti tampoco —añade Joss.

Noto como mis mejillas se llenan de color, aumentando de nuevo la temperatura de mi rostro. Aprieto los puños al tiempo que trago saliva. Me levanto y me giro dispuesta a alejarme.

—¿Adónde vas? —dice Penny cogiéndome del brazo.

Estiro bruscamente para deshacerme de su mano.

—A buscar a Azul —digo secamente mientras me alejo.

Salgo del comedor, bajo las escaleras de la entrada con agilidad, los músculos me pinchan, estoy exhausta. No sé muy bien dónde buscarlo, pero tengo que encontrarlo. Voy a ir al cuartel y voy a pedirle explicaciones a Ce. Voy a averiguar porqué son tan importantes mis resultados. Toda la verdad. Estoy harta de que se me oculten cosas y de mentiras. La visión se me va nublando, empañando. Genial. Algo líquido rueda por mis mejillas. No puedo ver bien. Por ello doy un traspiés y casi caigo de bruces, pero alguien me rodea por la cintura, impidiéndolo. Respiro un par de veces e intento tranquilizarme. Me aparto de ese cuerpo, me giro y veo quién es. Lo odio, pero lo necesito. También desteto que me vea así.

—Te estaba buscando —le digo hipando.

—Qué casualidad —me responde—. Sígueme.

Da unos pasos, lo sigo vacilante. Atravesamos en silencio el campamento y tras unos minutos de caminata llegamos a la extensión de barro alucinógeno. Espero que no me haga meterme dentro otra vez. Aunque es capaz de hacerlo, lo sé. Se apoya en una roca cruzando los brazos en el pecho, me analiza con sus verdes ojos, entonces me señala con la cabeza.

—Habla —dice.

Me miro los zapatos abrumada por la intensidad de su mirada, me armo de valor y lo vuelvo a mirar con firmeza.

—Quiero ir... —empiezo con un hilo de voz—. Tengo que ir al cuartel —termino con más seguridad.

Él frunce el ceño, por lo que se le arruga la frente, como siempre. Estalla en una carcajada. Cuando se calma vuelve a fruncir el ceño y a mirarme con seriedad. Encoge los hombros, me parece atisbar una sonrisa en su boca, pero es tan fugaz que no la aprecio bien.

—No —contesta—. Ni estás preparada ni tienes nada que hacer allí. Si yo no voy, tú tampoco irás.

Resoplo. Tengo que ir me cueste lo que me cueste.

—¿Por qué? ¡Tengo que encontrar a Ce! —le grito al borde del llanto.

Deja su lugar apoyado en la roca y se acerca a mí. Retrocedo, pero él es más rápido, me coge por los hombros con fuerza, en un intento de tranquilizarme y me acerca un poco a él.

—No sé quién es ese Ce, pero no lo vas a ver ¿me entiendes? —susurra primero y luego grita sobresaltándome—. Y sea quién sea te ha mentido hasta en su nombre, eres idiota—susurra de nuevo y añade—: Esto es solo un capricho. Sé que quieres demostrar tu valía, pero esta no es la forma. Olvídate de él. No te va a ayudar. Nosotros podemos darte todas las respuestas que necesitas, pero tienes que estar preparada. Con esta actitud veo que no lo estás.

La ira acompañada por la decepción, arde en mí con más fuerza con cada palabra nueva que sale de su boca. Como lo odio. Soy como un volcán al borde de la erupción. Le doy un empujón para apartarlo de mí, siento el impulso de pegarle, pero no lo hago, respiro hondo y rompo a llorar. Es demasiado para mí. Demasiadas cosas en tan poco tiempo. Me giro para alejarme sin que nadie me retenga. Cada vez más rápida, hasta acabar corriendo. Hasta llegar a la cama sobre la que me tiro como si fuera una piscina. Abrazo la almohada escondiendo la cara en ella y dejo que me limpie las lágrimas.

Quiero ir. Quiero hablar con Ce. Voy a ir. Voy a hablar con Ce.


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