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Capítulo 10

Todos los nuevos en el Campamento de Adiestramiento nos hemos levantado con sigilo para acudir a nuestro misterioso encuentro con nuestra adiestradora, Rojo. Para mí ha sido bastante difícil porque no he pasado una buena noche. Nos ha hecho dar diez vueltas enteras al campamento, que es bastante grande, así que estoy exhausta. Ahora caminamos con aire enigmático a un lugar bastante alejado del campamento.

Nos adentramos en la espesura del bosque durante varios minutos hasta que llegamos a un punto en el que todo está embarrado, aunque nosotros no lo tocamos. Parece bastante profundo. Rojo se pone frente a nosotros evaluándonos con expresión seria. Todos respiramos entrecortadamente. En este grupo somos quince adiestrados nuevos, pero supongo que en otras clases habrá más. Quiero hacer preguntas, así que después tendré que hablar con mis compañeros.

—Panda de nenazas —dice escupiendo las palabras.

Se tapa la cara con las manos mientras sacude la cabeza, luego vuelve a su posición anterior con los brazos en jarras.

—A ver, primero vamos a ver qué niveles de ineluctabilidad tenéis porque es de vital importancia. Y así os clasificaremos por números. Haced una fila —hace un gesto para que nos pongamos en fila delante de ella; yo me quedo la última—. Decidme uno por uno cómo descubristeis que sois especiales y luego os introducís en este barro alucinógeno, que es mortal para todos aquellos que no sean defectuosos, así que si no estáis seguros quedaros atrás. Luego me contáis lo que ha pasado.

Nadie se queda atrás, todos están seguros de que son defectuosos, igual que yo. Ineluctabilidad. Esa palabra tan extraña. Recuerdo ese momento, cuando miré la pantalla y decía eso. A mí no me hace falta hacer esto si mis sospechas son ciertas. Si son ciertas soy de nivel diez. Me niego a meterme en ese barro alucinógeno: primero porque me da muchísimo asco y segundo porque no quiero tener alucinaciones. La fila que tengo delante va desapareciendo mientras mis compañeros cuentan sus experiencias que yo no escucho y vuelven a hacer otra fila a mi lado cuando salen del barro llenos de lodo, pero no parecen alterados. Entonces Rojo llega a mí, me señala con la cabeza pero yo niego.

—Yo ya sé cual es mi nivel —digo segura de mí misma.

Ella se ríe cruzándose los brazos en el pecho.

—No tienes manera de saberlo —nos quedamos mirándonos serias y finalmente dice—: ¿Y a ver cuál es? O tal vez es que tienes miedo del barro porque piensas que no eres defectuosa.

Sacudo la cabeza dedicándole una media sonrisa desafiante y le contesto:

—Nivel diez.

Ella estalla en una sonora carcajada. Todos me miran sorprendidos, así que no puedo evitar ruborizarme, pero sostengo su mirada.

—Eso es imposible. Nadie nunca ha tenido ese nivel, como mucho llegan al seis, ¿pero al diez? No y menos tú —vuelve a ponerse seria—. ¿Cómo descubriste tu defecto?

Aprieto los labios mordiéndome la lengua a la vez que aprieto los puños. Me gustaría estrujarle el cuello hasta ahogarla. Me sorprende encontrar en mi mente ese instinto asesino. Quizás estoy cambiando. No me extrañaría.

—Soy la única superviviente del accidente de avión de hace unos días, me llevaron a un cuartel y me hicieron pruebas allí —contesto secamente.

El avión se estrello hace tan solo unos días, quizá una semana, como mucho. Sin embargo, parece que hayan pasado años desde entonces. He sobrevivido a muchos sobresaltos. Creo que eso me está haciendo más fuerte. Al menos estoy aprendiendo a soportar el dolor.

—¡Ah! ¡Tú eres la defectuosa con la que amenazaba el gobierno! —exclama mirándome con curiosidad—. Pero no es posible que tengas nivel diez, de haberlo tenido hubieras podido evitar el accidente o salvar a tu familia, aunque sea. Por ello no creo que tengas más de un nivel básico, el uno.

—¿Qué quieres decir con que el gobierno amenazaba conmigo? —le pregunto.

Ella elude mi pregunta empujándome hasta el barro, caigo dentro y me introduzco en su espesura. Caigo como si esto fuera un pozo sin fondo mientras maldigo a la estúpida de Rojo. Grito, pero se me llena la boca de barro. Qué asco. Escupo y cuando abro los ojos de nuevo estoy de pie en un lugar blanco e infinito. Está vacío. Tal vez me haya muerto porque Rojo tenía razón y no soy defectuosa. Pero me niego a creerlo. Aunque no serlo sería más fácil.

De repente todo se llena de color, no espera. Son paisajes cambiando a mi alrededor. Personas alejándose y acercándose a mí a cámara rápida. Tan rápido que no puedo verlo con claridad. Entonces todo se envuelve con mi halo azul que explota, cierro los ojos con fuerza. Respiro a gran velocidad, vuelvo a abrir los ojos. Estoy sentada sobre un fondo fangoso, con la cabeza sobresaliendo por encima del barro. Me levanto y hago una mueca de repugnancia. Me pongo al final de la fila mientras intento controlar mi respiración al igual que mi corazón que late descontrolado. Rojo se dirige hacia mí, parece que ya ha terminado con los demás.

—¿Qué has visto? —pregunta exigentemente.

Me miro los zapatos, cierro los ojos y expiro con fuerza. Le sostengo la mirada, respiro hondo trago saliva y le relato lo que he visto con dificultades. No tengo claro qué es lo que acabo de vivir.

—Fascinante —responde casi enfadada—. Mil Seiscientos Diez, no creo que quieras cambiarlo. Nadie tiene un mil.

Asiento. A partir de ahora me llamará así. Soy la primera en llegar a mil. Soy ineluctable. Soy de nivel diez. Soy ineluctable de nivel diez. Soy extraña hasta entre insólito.

Rojo nos pone a correr durante una hora cuando suenan las trompetas por todo el campamento y los demás se reúnen con nosotros. No ha hecho ningún comentario más, tampoco nadie me ha preguntado. No hablo con los chicos de ayer, pero no por nada, creo que no se puede hablar porque nadie lo hace. Me rugen las tripas, ya no puedo correr más, mis pulmones arden, no siento las piernas. Pero no puedo pararme. No debo pararme. Miles de preguntas revolotean en mi cabeza. Quieren salir. Quieren salir. Veo a Dafne que corre por delante, con todos los chicos. Puede que sea una buena opción preguntarle a ella. Pero luego miro a mi lado y veo a Amy, que me pareció una chica muy simpática. Quizás ella sea la más indicada. Me sonríe mientras corremos codo con codo. Rojo pita con un silbato que le cuelga del cuello y vamos hasta el círculo rojo pintado en la arena. Menos mal que ya hemos parado de correr, no puedo más.

—¿Esto es así todos los días? —digo intentando recuperar el aliento.

Amy asiente haciendo lo mismo que yo.

—Vale, poneros por parejas y a practicar tanto la pelea como el defecto —dice Rojo haciendo gestos con las manos.

Todos asentimos, Amy me pide que me ponga con ella, así que lo hago. Me enseña algunos golpes, y ella los esquiva utilizando su defecto, aunque yo no sé cómo hacerlo, solo empleo lo que ella me enseña, además de lo que también me enseñó Ce días atrás. Estoy más tiempo en el suelo que de pie, Amy todo ese tiempo se disculpa y me anima.

—¡Vamos Mil Seiscientos Diez! —grita Rojo, desesperada mientras me observa.

Asiento, me pongo de nuevo en pie.

—No puede ser... —dice Amy mientras esquiva uno de mis torpes golpes; la miro frunciendo el ceño—. ¿Nivel diez? —asiento y esquivo un puñetazo—. ¡Eres una leyenda!

Yo intento sonreír, por ello recibo una patada en el estómago que me hace caer de espaldas al suelo.

—Nada de eso —respondo desanimada—. ¿Cómo puedo utilizar... el defecto?

Ella me tiende la mano, vuelve a disculparse tirando de mí para levantarme.

—Es cuestión de práctica y concentración.

Asiento, seguimos practicando sin descanso. Esto empieza a hacerse aburrido, desesperante.

—¿Puedo hacerte algunas preguntas? —le digo.

Ella sonríe asintiendo.

—Pero mejor a la hora de cenar, estaremos más tranquilas.

—¡Callad y trabajar que os hace falta! ¡Sobre todo a ti Mil Seiscientos Diez!

Nos encogemos de hombros y ella pone los ojos en blanco. Seguimos así todo el día. Como sea así todos los días creo que hubiera preferido estar muerta. Hasta que Rojo pita de nuevo con su silbato. Serán las cuatro y media de la tarde, hace bastante calor. Además, tengo hambre. Pero no paramos. Nos hace dar otras diez vueltas al campamento antes de hacer abdominales, flexiones, saltos, circuitos... Hasta que por fin toca de nuevo el silbato, con ese pitido damos por finalizado el entrenamiento.

—Creo que se me van a salir todos y cada uno de los órganos de mi cuerpo por la boca —digo intentando recuperar el aliento.

Amy y Dafne que van a mi lado se ríen.

—Te acostumbrarás —dice Jess que va unos pasos por delante.

Caminamos despacio hasta la cabaña y cuando llegamos me dejo caer sobre la cama que chirria cuando boto sobre ella. Todos se quedan mirándome, yo me ruborizo, como siempre que noto demasiados pares de ojos sobre mí. Aún estoy llena de barro y sudorosa, pero estoy tan cansada...

Las voces que me asfixian vuelven a mi llenarme la mente. Me hacen creer que no soy lo suficientemente para nada ni nadie. Me susurran que siempre fallo, y que hago caer a la gente conmigo. Pero poco a poco las voces se van acallando mientras me voy sumiendo en un profundo sueño que es muy reparador. Un rato después alguien viene a despertarme. Es Amy. Sonrío.

—Buenos días, princesa —dice.

Ambas nos reímos.

—Eso siempre me ha parecido demasiado cursi —respondo ahogando un bostezo.

—Tienes toda la razón —dice alargando las vocales—. Es nuestro turno de ducha y luego vamos a cenar ¿vienes?

Asiento y me dirijo con todos mis compañeros de adiestramiento a la sala de la ducha. Me da muchísima vergüenza tener que ducharme delante de todos estos chicos que apenas conozco, pero bueno supongo que me acostumbraré con el tiempo. Es la única manera de superar esto. Sé que el tiempo seguirá pasando, y que cada día tendré que venir aquí. Así que debo trabajar en ello. Cada día me pondré frente al espejo para maquillar mis heridas de guerra. Con el cuerpo lleno de moratones, el corazón sangrando y el miedo que se ha mudado bajo mi piel tendré que aprender a ver la realidad. Aunque sé que esas voces que acuden a mí en la soledad me han vendado los ojos con una tela muy oscura para que no pueda verla.

—Necesitas ropa limpia —me dice Lucy.

Me asusta oír su voz en mi oído, como siempre tan seria. Espero que no me vaya a arrancar la ropa y hacerme ir desnuda por todo el campamento.

—Sígueme —la sigo vacilante—. ¡Vamos, que no tengo todo el día! ¡Y no te voy a comer!

Empieza a correr, así que tengo que correr para seguirla. Estoy muy cansada. Llegamos hasta la cabaña en la que pone sobre la puerta un número dieciocho. No sé si quiero entrar ahí. Pero Lucy no se lo piensa, entra sin más, me limito a seguirla. Se dirige hacia un chico con la cara llena de pecas, siguiendo sus impulsos lo coge por el cuello de la camiseta. Parece que le va a pegar. Cierro los ojos, no quiero ver esto. Pero ¿por qué le pega? Estoy alerta para escuchar el golpe, pero no llega. Abro los ojos.

—¿Dónde está Azul? —le pregunta.

No. Azul no. No soporto a ese chico de ojos verdes con sus aires de superioridad.

—¿Para qué lo quieres teniéndome a mí aquí? —le responde el chico.

Lucy aprieta sus dedos contra el cuello de la camiseta de él mientras sus nudillos se van volviendo blancos por la fuerza.

—Chad, cállate y dime dónde está Azul.

El tal Chad se ríe. Lo aparta con un empujón, aunque es un poco más alto que ella. Y sobre todo más fuerte.

—¿Te crees que me das miedo, Lucy? —ella sacude la cabeza y pone los ojos en blanco—. Azul está en su turno de vigilancia.

Lucy se aparta de él para volver junto a mí, salimos de la cabaña para alejarnos del campamento.

—¿Para qué queremos a Azul? —pregunto.

Ella suspira, pronto llegamos a una valla de alambre donde hay varios chicos de negro con metralletas cruzadas en su espalda.

—Porque él nos dará tu ropa.

Conseguimos encontrarlo entre todos ellos, así que nos acercamos hasta él. Lucy le comenta mi gran problema, por lo que nos acompaña hasta otra cabaña que hace de almacén. Saca un manojo de llaves que lleva colgado del cuello, por dentro de la camiseta para buscar la llave indicada.

—Podríais haber llamado a otro —refunfuña.

—Podríamos —digo fulminando a Lucy con la mirada.

—Pero no lo hemos hecho —concluye ella sonriendo.

Cuando entramos nos carga con unos cuantos recambios de ropa negra y ropa interior. Cómo se lo agradezco, aunque lo odie. Vamos a las duchas donde una vez más me ruborizo.

—No me digas que no te he hecho un favor. Todas suspiramos por Azul —dice Lucy mientras avanzamos hasta unas duchas libres.

Resoplo y pongo los ojos en blanco.

—Pues yo no.

Jamás me hubiera imaginado a Lucy diciendo que suspira por alguien, parece que no tenga sentimientos. Miro a mi alrededor asegurándome de que nadie me mira y comienzo a desvestirme.

—Eso lo dices ahora —sigue diciendo Lucy.

Pero ya no le contesto, me concentro en eliminar cada resto de barro y sudor de mi cuerpo, cuando por fin lo hago me quedo como nueva. Me pongo la ropa limpia que me ha dado Azul y salgo, ya se han reunido todos. Encuentro a Amy, Jess, Dafne y Collin que están relucientes, mientras me desenredo el pelo con los dedos, como de costumbre.

—¿Vienes con nosotros a cenar? Vamos a ir al Fuego —dice Collin; me señala a los troncos acostados en forma de círculo.

Asiento, supongo que estará bien, así haré algún amigo aquí. Me parece increíble decir que voy a hacer amigos porque la única amiga que he tenido se llamaba Karla, la conozco desde pequeña, pero creo que ya nunca más la volveré a ver. Esperamos a que salga Lucy para dirigirnos hasta el Fuego. Antes de llegar nos encontramos con Katy que grita al tiempo que da saltitos de alegría.

—Vamos allí por ella. Le gusta Azul —me explica Amy.

Asiento sin hacer ningún comentario. ¿Pero qué les pasa con ese chico? A mí desde luego no me hace ninguna gracia. No sé qué le ven. Aunque es cierto que es atractivo. Pero la cosa se queda ahí: no es nada simpático ni agradable. Además, parece que se lo tiene muy creído. Cuando llegamos ya hay varias personas que desconozco sentados en los troncos, yo me siento entre Amy y Dafne. Justo enfrente tengo a Azul. ¡Genial! Creo que no ha sido buena idea venir. Pero entonces recuerdo que tengo una misión. Katy se acerca a Azul le pregunta algo, a lo que él le responde secamente. Sonrío, aunque me da pena Katy. No podía esperar otra cosa de él. No entiendo que Katy intente algo con él cuando actúa de esa manera. Cuando vuelve están encendiendo un fuego en el centro y Russel, que es un año mayor, se ha reunido con nosotros.

—Demasiado inaccesible para ti, Katy —dice el recién llegado.

—Demasiado inaccesible para todas —susurro y todos se ríen—. Amy tengo que hablar contigo. Necesito respuestas.

Ella asiente sonriente. He elegido a la persona indicada, lo sé.

—¿Qué es Ineluctable? —empiezo.

Ella esboza una sonrisa más amplia.

Ineluctable significa que no se puede luchar contra ello, que somos indestructibles. Aunque depende del nivel de ineluctabilidad que tengas eres más peligroso o menos. Podemos hacer muchas cosas en realidad.

Asiento lentamente intentando asimilar la información. Soy indestructible. Pero probablemente no inmortal.

—¿Cómo aparece esto? ¿Por qué? No sé si me explico.

Ella se ríe mientras mira el fuego fijamente. Noto una mirada clavada en mí. Levanto la vista para ver unos ojos verdes observándome con detenimiento. Analizándome como lo hacían en el cuartel, pero aparto la mirada.

—No sé sabe muy bien, proviene de la imaginación y todo eso de la mente es muy abstracto, ni nosotros mismos lo sabemos. Solo lo hacemos —hace una pausa, me mira, me sonríe y continúa—: ¿Quieres saber porque somos peligrosos? —asiento—. Porque nuestra vida, la vida de las personas de a pie es una farsa. Y nosotros podemos cambiarlo, pero el gobierno no quiere que se sepa la verdad.

—¿Cómo? —respondo.

Penny que está a mi lado enfrascada en otra conversación me da un codazo en las costillas y ahogo un grito.

—Oye, el chico ese no deja de mirarte ¿quieres que le dé una foto o algo? —susurra.

Miro hacia donde se dirige su mirada para encontrarme con Joss que me sonríe y me indica que me acerque, pero le hago caso omiso para seguir hablando con Amy.

—El mundo está cambiando —me dice seriamente; demasiado seria—. De una manera que no debería hacerlo. Y solo nosotros podemos guiarlo hacia el buen cambio.

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