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🥀; O1

Mmmh, las cosas que podía hacer aquel hombre. Era el amante más creativo que había tenido nunca. Había disfrutado con algunos, pero aquel era increíble. Park Jimin saboreó las moras con nata que él le ponía entre los labios. Las sábanas de seda eran frescas y suaves, el sitio perfecto para recibir su duro y ardiente peso mientras se arqueaba hacia él, queriendo más, queriéndolo todo. Y se lo dijo. En detalle.

Luego suspiró mientras él cumplía sus deseos, empezando por el lóbulo de su oreja y siguiendo hacia abajo. Su boca era cálida, húmeda y perversa. Hacía que se le pusiera la piel de gallina desde el cuero cabelludo hasta la punta de los pies y todos los trémulos lugares entre un punto y otro mientras pellizcaba sus sensibles pezones con un pulgar áspero hasta que...ah, estaba en el cielo.

—Hay más—le prometió, con voz ronca.

Jimin emitió un murmullo de aprobación, absorbiendo su aroma y el tacto de su piel mientras continuaba su jornada erótica con las manos.

Leizó los dedos lentamente por la espina dorsal, deslizando cada vértebra, apretando los duros músculos. La recompensa fue un gemido ronco que le acarició el oído, diciéndole que estaba disfrutando tanto como él de esta placentera sesión de placer. Él seguía tocándolo por todas partes, sus dedos buscaban, encontraban y satisfacían todos sus lugares secretos. La experiencia no tenía límites, y parecía que su único deseo era darle placer. Y se lo daba, en todos los sentidos de tal modo que Jimin perdió los estribos dedicándose enteramente a llenar la habitación de chillidos y gemidos de placer.

Jungkook...el nombre era como una cinta de seda moviéndose bajo una brisa tropical.

Él sonrió, trazando sus labios primero con un dedo, luego con la punta de la lengua. Y Jimin sonrió también antes de disfrutar del más suntuoso de los besos. Sabía rico, oscuro, como las moras con nata que have shared, y ligeramente peligroso. Pero no importaba, porque sabía que estaba a salvo con él. ¡Sí, era perfecto!.

Le abrió las piernas y se deslizó en el interior de sus nalgas con agonizante y exquisita lentitud. Era como si el mundo se hubiera detenido y solo fluían las ondas placenteras por su cuerpo con cada potente embestida, su cuerpo estaba hecho para recibir esa polla y le encantaba tanto que sus gemidos salían con gran entonación. Y entonces escuchó un gemido de placer. Parecía que había salido de la garganta de otra persona y abrió los ojos, la oscuridad tomó vida mientras el orgasmo lo hacía volar. Jimin se quedó un momento escuchando el sonido de su respiración mientras su cuerpo bajaba lentamente a la tierra.

Y a la realidad.

Cuando se llevó un dedo a los temblorosos labios se dio cuenta de que estaba sonriendo. Al otro lado de la ventana veía el cielo de color índigo con puntitos plateados.

Un sueño.

Y el mejor orgasmo que había tenido nunca.

El efecto aún no había pasado del todo, y casi podía jurar que seguía sintiendo el peso de su cuerpo sobre el suyo. Como amante imaginario, él era uno de cinco estrellas. Una pena. ¿Por qué no había hombres así en el mundo real?

Jimin movió la cabeza, apoyando la cara en el cojín. Daría igual que hubo un millón de hombres así llamando a su puerta, él no estaba interesado. No necesitó, ni quería a un hombre de verdad en su vida otra vez. Después de Eunwoo no. Eunwoo había destruido lo que hubo entre ellos y lo había dejado sintiéndose menos que un nadie. Sus amantes imaginarios eran perfectos, cumplían todos sus deseos y no lo defraudaban nunca. Además, y lo mejor de todo, eran seguros.

El ordenador portátil estaba sobre la mesa, Jimin encendió la lámpara para poner por escrito cada glorioso detalle antes de que se esfumase. Aunque, ya no acudió a las sesiones de terapia, seguía llevando el diario de sueños, de modo que se colocó el ordenador en las rodillas.

Su nombre es Jungkook, un amante extraordinario que puede quemar mis sábanas cuando quiera... palabras volaban por la pantalla, emocionándolo de nuevo. Jimin volvió a leer lo que había escrito y se puso colorada. Era como leer una de esas ardientes novelas románticas.

¿Qué diría su psicólogo?

Jimin se detuvo. ¿Jungkook?

El corazón le dió un vuelco. Jimin no conocía a nadie con ese nombre, a menos que contase a Jeon Jungkook, y no podía ser él. ¿Cómo iba a gustarle un hombre al que era algo menor que él, no conocía a profundidad y jamás había visto de cerca?. Jeon Jungkook era el jefe de su amiga Jeongyeon, que estaba de baja por enfermedad.

Jimin estaba ocupando su puesto temporalmente, y eso lo convertiría en su jefe durante un par de días. Sintió que el vello de la nuca se le erizaba. Recordó el cabello negro, corto, y la inmaculada camisa blanca sobre unos hombros anchos cuando llegó a la oficina de Inversiones JEON'S COMPANY esa mañana.

Pero intentó apartar de sí esa imagen. Jeon Jungkook estaba muy ocupado o sencillamente era un grosero que no se había molestado en saludar a su humilde empleado temporal. Había pasado por allí un momento y después se había ido sin decir una palabra, cero modales sumando que Jimin era mayor que él, así sea su jefe multimillonario los modales hacia al hombre.

No era él, se dijo. El nombre se había quedado en su cabeza, nada más. Por no hablar de su físico.

A Jimin siempre le había atraído los hombres altos y morenos y si le había gustado por algo en especial y su subconsciente lo había manifestado en el sueño daba igual, porque él nunca lo sabría.

De modo que no era un problema. No iba a dejar que aquel amante imaginario erosionase la competente imagen profesional que tanto le había costado crear. Había ido a Seúl para cerrar viejas heridas, para empezar una nueva vida. Eso le recordó que aún no había enviado el informe que Jeongyeon le había pedido que revisase. De modo que abrió el correo, escribió la dirección de Jeon Jungkook y comenzó a escribir una nota: «Querido Jungkook».

Pero enseguida se detuvo. Escribir esas palabras le recordaba el sueño y se abanicó con la mano, sonriendo a su pesar. Borró esa frase y volvió a escribir: «Estimado señor Jeon». Sí, mucho mejor.

Adjunto envío informe de KDE y Asociados para su aprobación.

Saludos,

Park Jimin, en el puesto de Jeongyeon.

Después de adjuntar el documento revisado, pulsó el botón de enviar, cerró el ordenador y se dirigió a su dormitorio. Tal vez volvería a tener suerte...

Apenas había cerrado los ojos cuando lo asaltó una duda ¡No podía ser...no, no, imposible!, negó varias veces, solo estaba alucinando ¿verdad? Jimin no podía ser tan estúpido.

Se levantó de un salto y corrió al salón para encender el ordenador. Los dedos le temblaban, impacientes, mientras el maldito aparato se tomaba su tiempo.

Cuando abrió la carpeta de correos enviados, Jimin se quedó sin aliento. Su sueño erótico estaba en ese mismo instante esperando la aprobación de Jeon Jungkook. Había enviado ese documento en el lugar del informe.

Se le escapó una risita histérica.

¿Tendría sentido del humor Jungkook? Según Jeongyeon: ninguno. Y aunque viese el humor en la situación, lo que había escrito era tan...

Nunca volvería a poner sus sueños por escrito. Soltó varios gritos mientras se alborotaba los cabellos.

Luego comenzó a reír dejando escapar un gemido, echó la cabeza hacia atrás, y lo único que veía era la expresión de Jeon Jungkook cuando abriese el correo, ahora sintió muchas ganas de llorar, tomar un avión e irse del a una isla desierta donde ni las moscas supieran la estupidez que acaba de hacer.

Jeon Jungkook entró en el salón de su mansión poco después de la diez, con dos copas y una botella de su mejor champan.

Tenía una sobrina, Soyeon. Monísima, con el pelo oscuro, ojos enormes y boquita de piñón. No podía dejar de sonreír y gradecía menormente que hubiera llegado en sanas condiciones a pagar así sus días solitarios en esa enorme casa.

Su hermana menor, suzy, ya estaba en casa, porque podía oír el ruido de la ducha. Dejó la botella y las dos copas sobre la mesa de café, se sentó en el sofá y empezó a comprobar los mensajes y correos desde el móvil.

Park Jimin.

El nombre no le resultaba familiar.

Entonces recordó que Jeongyeon se había ido a casa enferma el día anterior, de modo que debería ser su sustituto. La llamada de Yoongi esa mañana para decirle que estaba de parto antes de lo previsto y que el vuelo de Jin desde Filipinas se había retrasado hizo que olvidase todo lo demás. Jimin debía ser la persona que ocupaba el sitio de Jeongyeon hasta que volviese a la oficina.

—¿Suzy?—Gritó cuando oyó ruido en el pasillo—. Ven aquí, tenemos algo que celebrar.

Cuando suzy apareció en el salón envuelta en un albornoz ya había abierto la botella y estaba sirviendo el vino en las copas.

Ella sonrió, levantando su copa.

—Bienvenida al mundo, Soyeon—dijo en honor de su nueva sobrina recién nacida, antes de tomar un sorbo—. Tiene tus orejas, bonitas y pegadas al cráneo.

Jungkook saboreó el vino, encantado con la idea de que una diminuta parte de él fuese inmortal.

—¿Tú crees?

—Desde luego. Y este vino es estupendo —su hermana tomó un largo trago y arqueó una ceja—. Pero yo prefiero la variedad francesa. — respondió moviendo la copa mientras degustaba el sabor.

Jungkook la estudió, pensativo. La muerte de su padre los había dejado huérfanos a los tres. Entonces, él tenía dieciocho años; Yoongi veinte y suzy, que no había conocido a su madre porque murió cuando ella tenía dos semanas, solo seis. ¿Cuándo esa niña se había convertido en aquella mujer sofisticada?

—Se supone que no deberías notar la diferencia Suzy.

—Por favor, tengo casi dieciocho años —replicó su hermana, ofendida—. No te pongas en plan padre Jungkook. —amenazó con un tierno puchero.

Esa acusación le borró la sonrisa de los labios. Doce años antes, Jungkook y Yoongi habían tenido que aceptar la responsabilidad de ser padre y madre para Suzy, y no lo lamentaban ni por un momento, pero a veces...

—Tal vez tengas razón —admitió—. Pero no voy a disculparme por ello. Te quiero y eso no va a cambiar nunca así tengas 50 años. —dijo revolviéndole el cabello.

—Lo sé —asintió su hermana, sacudiendo la cabeza—. Pero a veces eres... — Suzy reprimió un suspiro mirándolo fijamente.

Criar a Suzy había sido la experiencia más difícil de su vida, y Jungkook tenía la sensación de que lo más difícil estaba aún por llegar: la despedida.

—Hablando de padres y niños —su hermana le clavó una intensa mirada—. ¿Cuándo vas a encontrar a una pobre chica o chico que esté dispuesto a soportarte y formar una familia como Yoongi?

«Y dejarme vivir mi vida», le decía con los ojos.

Para evitar la eterna conversación, Jungkook tomó el móvil y siguió leyendo mensajes.

—No hay ninguna prisa. Aún soy muy joven y tengo que cuidar de ti y eso mi querida hermanita es un servicio que requiere tiempo completo— bromeó.

Suzy soltó un bufido.

—Tenías casi mi edad cuando papá murió. ¿Cuándo se te va a meter en la cabeza que soy una adulta y...?

—No serás mayor de edad hasta dentro de tres semanas. —le recordó con un tono de voz algo fuerte.

—Y otra cosa —siguió Suzy, como si no lo hubiese oído lo que le dijo— he estado pensando... — inició a abaniqueras mientras hablaba de sus planes.

¿Qué demonios? Jungkook parpadeó mientras leía un correo, olvidando las protestas de su hermana.

Su nombre es Jungkook, un amante extraordinario que puede quemar mis sábanas cuando quiera...

—¿Ocurre algo?—cuestionó Suzy al notar que su hermano tenia la vista fija en el móvil con los ojos saltones como si no pudiera creer lo que sea que estuviera leyendo.

—¿Qué? —Jungkook apartó los ojos del móvil un momento para mirar a Suzy—. Mgh No es nada —dijo luego. Nada que quisiera compartir con su hermana pequeña, que siempre lo criticaba por ser demasiado conservador.

Mi tanga de piel de serpiente se derretía bajo el calor de sus manos, y cuando separó mis nalgas...

«Guau».

Jungkook tomó un largo trago de vino, pero el líquido no consiguió calmarle.

—¿Malas noticias?—preguntó Suzy nuevamente, su hermano nunca se comportaba de esa manera, por lo menos no en su presencia.

—No exactamente... —dijo Jungkook.

—Como te decía, he estado pensando y...

—Lo siento, Suzy, voy a tener que solucionar un pequeño problema —la interrumpió Jungkook—. Hablaremos más tarde, ¿de acuerdo?

Se dirigió al estudio y encendió el ordenador, martilleando con los dedos sobre el escritorio mientras esperaba. El archivo adjunto tenía la fecha de aquel mismo día, y ninguna referencia a KDE.

Cuando lo abrió, en la pantalla apareció un texto sobre fondo rosa. Salvaje, erótico. Jungkook tuvo que esbozar una sonrisa. Cuanto más leía, más ardiente se volvía el texto y más lo excitaba.

Tanto que tuvo que moverse para controlar la presión bajo los pantalones. La escena era tan vívida que casi podía sentir la suavidad de sus nalgas, el pezón duro contra la palma de su mano, el ardiente calor mientras se enterraba dentro de sus paredes anales.

Cuando terminó de leer no tenía sangre en la parte superior del cuerpo y se echó hacia atrás, sacudiendo la cabeza para borrar las imágenes. No sabía que unas simples palabras pudiesen excitar tanto a un hombre.

Park Jimin.

No recordaba el nombre, pero él tenía mala memoria para recordar a los donceles y mujeres.

«Tanga de piel de serpiente».

Jungkook sonrió. ¿Era anatómicamente posible? Desde luego, estaba dispuesto a probar si tenía ocasión.

Park Jimin debía haber adjuntado el documento equivocado, pero eso no evitó que lo imprimiera. ¿Debería ignorarlo al día siguiente? ¿Mencionárselo? ¿Tentarlo para ver su reacción?

Lo había enviado media hora antes. ¿Estaría en la cama? ¿Con la tanga de piel de serpiente? El deseo le nubló la vista.

«Tranquilo», se ordenó. ¿Sería una trampa? Tal vez su intención era excitarlo. ¿Y si quería seducirlo? ¿Buscaba un puesto permanente en la empresa? Igual de desagradable era pensar que se sentía atraído por su dinero.

La impresora escupió la primera página y fue entonces cuando se fijó en una nota a pie de página: «diario de sueños».

Un sueño.

Jungkook volvió a sonreír. Muy bien, eso tenía más sentido. Era la fantasía de un doncel. Y él había sido el amante imaginario.

¿Cómo sería ese doncel?

Melena castaña despeinada, boca perversa, unos pechos con grandes pezones rosados, sexy, ligera y espontánea.

Jimin.

Sin dejar de sonreír, Jungkook se guardó las ardientes páginas en el bolsillo de la chaqueta.

Estaba deseando que llegara el día siguiente.

Desde el coche, Jimin miraba el alto edificio con fachada de cristal que parecía un gigante de poder y autoridad a primera hora de la mañana. Las oficinas de Inversiones
J. JEON'S COMPANY ocupaban las dos últimas plantas.

Pensar en lo que tenía que hacer hacía que el corazón le latiese como si fuera a salírsele del pecho.

«Por favor, que no esté en la oficina».

Había mirado su agenda el día anterior y sabía que tenía una reunión a primera hora en Gamnag, a media hora de allí. No llegaría a la oficina hasta las diez.

Aunque eso no significaba nada. En su experiencia, los jefes nunca hacían lo que se esperaba de ellos.

De modo que respiró profundamente, intentando calmarse.

Tomó el bolso y salió del coche, se pasó una mano por los pantalones de cuero ceñidos a sus curvas y se dirigió a la puerta del edificio.

Jimin se miró el reloj: las siete menos dos minutos. No había pegado ojo esa noche, temiendo la reacción de Jungkook si leía el correo antes de que tuviese oportunidad de borrarlo. Si no lo había leído desde su casa, claro.

Jimin apretó el paso, con el estómago encogido, le dio los buenos días al guardia de seguridad y se dirigió a los ascensores.

Un momento después llegaba a la recepción de Inversiones J JEON'S COMPANY. No había nadie todavía, la oficina estaba tan silenciosa que podía el ruido del mar al otro lado de la ventana. Y el eco culpable de su pulso.

La tarjeta magnética le daba acceso al sancta sanctorum del jefe, y allí estaba el ordenador de Jeon Jungkook. Esperó, nervioso, hasta que se iluminó la pantalla, pero le temblaban tanto las piernas que decidió sentarse.

Escribió la contraseña que Jeongyeon le había dado, abrió el correo sin apenas respirar y buscó entre los mensajes. Allí estaba su correo, marcado como «no leído».

Un sonido de victoria, parte sollozó, parte risa histérica, le escapó de la garganta mientras lo borraba de la bandeja de entrada y de la papelera, definitivamente Dios no lo había abandonado, sus plegarias han sido escuchadas.

> MENSAJE ELIMINADO.

Lo único que tenía que hacer ahora era volver a su escritorio y nadie sabría nunca...

—Buenos días.

La ronca voz masculina hizo que se levantase de un salto. No sabía decir, ni siquiera se le ocurrió darle los buenos días. Un par de enigmáticos ojos cafés oscuros lo estudiaban mientras Jimin intentaba salir de su estupor.

—Joven Jimin, supongo.


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