Capítulo 67
El hambre se apoderaba de varios de los pueblos que habían sido olvidados por Dios y los hombres en guerra. Con la guerra, el comercio se había detenido en su totalidad y ya con casi tres años de constantes explosiones, muertes y robos; muchos de los poblados habían tenido que volver a aprender a cultivar, a cazar, a sobrevivir en la naturaleza.
Muy pocos lugares tenían electricidad y muchos menos contaban con agua potable. Todo estaba teñido con sangre. La mayoría de los animales se habían refugiado en lo más profundo de los bosques y el gobierno se llevaba a todo aquel que estuviera en condiciones de pelear, desde niños hasta mujeres, provocando que gran parte de la población optara por infligirse lesiones para evitar el reclutamiento.
—Abuela, alguien está en nuestro patio —le decía una niña a su abuela desde la ventana. Las rejas de metal, comunes en esa parte del continente, habían salvado a varias de las personas en esa región debido a que muchos de los saqueadores no querían perder el tiempo destruyéndolas para ver si había alguien en el interior de esas casas pequeñas, pero pintorescas.
—Eso no puede ser cariño, nadie se atrevería a salir de noche por esos pájaros voladores —respondió su abuela repartiendo la última comida que les quedaba. Si a la mañana siguiente no encontraban nada, estarían en serios problemas.
—Teryx, se llaman, mamá —dijo un hombre desde su asiento. Él era uno de los pocos sobrevivientes de esa horrorosa guerra, pero el coste para él, el coste que tuvo que pagar para poder volver a casa... sus piernas y su brazo izquierdo.
—¡Está brillando! —chilló la niña emocionada, sujetándose a las rejas y una luz, como si el mismísimo sol estuviera en su jardín, inundó la casa. La abuela se precipitó hacia la ventana y logró ver una figura irradiando luz.
Las manos de la señora envolvieron con fuerza su rosario mientras de sus labios abiertos salía un jadeo. El hombre, en el exterior, se marchó, pero la señora siguió ahí parada viendo a través de la ventana. Sus ojos tenían un brillo fanático mientras la pequeña seguía dando saltos delante de ella.
—Mamá, ¿qué sucede? —inquirió el soldado y maldijo por no poder moverse como le gustaría.
—Jesús.
—¿Qué?
—Jesús... ha vuelto. —La señora se giró y miró a su hijo con lágrimas en los ojos—. ¡Jesús ha vuelto! —gritó, cayendo de rodillas, levantando las manos hacia el cielo en medio de una risa mezclada con llanto.
—¡Hay mucha comida en nuestro patio! —chilló la niña viendo desde la ventana.
—Ha vuelto, alabado es nuestro señor —seguía diciendo la señora mientras ese ser se movía por ese poblado haciendo crecer los frutos, haciendo más gordo el ganado, limpiando el agua.
Un ser divino se había apiadado de ellos y había ido a ayudarlos, a salvarlos... un ser divino vistiendo el mismo sol, había vuelto para ayudar a su pueblo.
Blyana
Bryan, la pelirroja llamada Omara, dos de sus hombres y yo, íbamos al rescate de los diez niños mientras que los demás se habían quedado en el bosque. Los líderes estaban tan desesperados que reclutaban a cualquiera para salir al campo, los separaban de sus familias y los «entrenaban» para luego enviarlos hacia su muerte. La verdad era que si los comparábamos con las hadas no eran mejor que ellas, yo diría que eran incluso peores. Para mí lo que hacían era comparado con enviar a sus hijos a una muerte segura mientras ellos se quedaban bebiendo chocolate caliente en sus casas y eso me asqueaba.
—Esto es emocionante, ¿no lo creen? —dijo Bryan mientras por fin visualizábamos el edificio donde tenían a los chicos.
—¿Emocionante? —inquirió un soldado dándole una mirada curiosa a Bryan.
—Sí, bueno, nos estamos infiltrando en el campo enemigo para rescatar personas —dijo escrutando el edificio con un brillo de emoción en sus ojos.
—No es como que esta fuera tu primera misión —dije un poco confundida. Bryan era un tipo grande, tenía más musculatura que los soldados que conocía, además era bastante alto, en realidad, a primera vista podía intimidar un poquito.
—La verdad es que lo es —dijo mirándonos mientras inclinaba la cabeza un poco.
—¡Oh, genial! Un novato —soltó Omara irritada.
—Tenemos movimiento en el ala norte y oeste —dijo un soldado apartando los ojos de los binoculares.
—Pero ¿eres soldado? —pregunté.
—No, la verdad es que era modelo —dijo encogiéndose de hombros—. Entonces, ¿cómo entramos?
—Modelo —repitió Omara—. ¿Y qué diablos haces aquí?
—Ayudar —respondió Bryan, comenzando a malhumorarse.
—Ahora tendremos que cuidar al modelito —dijo otro de los soldados.
—Yo me sé cuidar solito —respondió con una sonrisa nada amistosa en su rostro—. Así que, ¿cuál es el plan para entrar?
—Bien, bien —interrumpí tratando de evitar una discusión.
El edificio al que nos teníamos que infiltrar tenía tres niveles y una azotea desde donde vigilaban varios soldados. En la parte trasera había una gran extensión para entrenamiento, en la que podíamos ver las diferentes secciones para ese objetivo. No era un edificio militar, sino uno adaptado para realizar las funciones de uno. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que los árboles eran implantados, cosa que se estaba volviendo común. Solo necesitábamos que una raza alienígena que no tocaba las plantas porque conocían su verdadero valor, viniera a masacrarnos para comenzar a reforestar el planeta, tan típico de nosotros.
—¿Cuántos soldados hay en la azotea? —pregunté al soldado que tenía los binoculares.
—Cinco.
—Si podemos llegar arriba, puedo usar una de mis plantas para dejarlos fuera —dije y señalé a la flor azul. Ella, la rosada y los espectros se habían vuelto mis cuidadores; a diferencia del pavor que me daban antes, ahora me sentía extraña cuando no estaban, incluso llegaba a... echarlos de menos.
—Luego podemos tomar sus uniformes y entrar —agregó Omara.
—Pero solo podrá subir uno —comentó Bryan viendo los materiales que teníamos con los brazos cruzados—. Esa cuerda no nos aguantará a todos a la vez.
—Entonces yo subiré —dije. Era la más pequeña de todos.
—¿Sabes escalar sin arneses? —cuestionó Bryan ladeando un poco la cabeza como si me estuviera evaluando.
—Bueno, no exactamente, pero...
—Yo lo haré —me interrumpió y volvió a mirar las cuerdas, con esa mirada evaluadora.
—Creo que es mejor que lo haga uno de mis hombres —contradijo Omara cuando este tomó las cuerdas en sus manos.
—Puedo hacerlo, ese era uno de mis hobbies, estoy acostumbrado —respondió él guiñándole un ojo.
—Bien, si eso quieres. Solo no te vayas a caer y nos vayas a delatar —dijo Omara girando los ojos.
—Eso no pasará, Mérida —le respondió Bryan y tomó uno de sus mechones rizados entre sus dedos.
—Vuelve a llamarme así y no tendrás lengua para la tarde —le gruñó ella dándole un manotazo.
—Bien, bien —dije trayendo la calma. ¿En qué momento me volví la pacificadora de este lugar? —. Entonces debemos acercarnos más. Te llevarás mi planta y ella hará el resto.
Recorrimos unos cuantos metros, siempre protegiéndonos detrás de los troncos de los abetos y los cedros, teniendo cuidado de no ser detectados hasta estar en la pared que era menos custodiada. Bryan preparó las cuerdas y se acomodó para disparar el gancho.
—Déjame hacer eso a mí —dijo Omara quitándole el gancho de las manos.
—Como quieras, Mérida. —Ella lo miró con una cara asesina y luego apuntó. Disparó el gancho, el cual se sostuvo en el borde de la azotea perfectamente en el primer intento.
—Bien. —Me acerqué a Bryan y le puse la flor azul en el hombro—. Ella sabe qué hacer.
—Nos vemos arriba —dijo y nos ofreció un guiño. Me quedé con la boca abierta al ver con la velocidad y la facilidad con la que se deslizaba por la pared, como si ignorara que estaba caminando casi de manera vertical. Mi pobre plantita soltaba chirridos asustados mientras se tenía que sujetar bien para no caerse, casi quise decirle que se devolviera y me la regresara.
—¿Modelo? —preguntó uno de los soldados, la sorpresa clara en su voz.
Distinguimos como se quedaba a la orilla de la azotea y unos minutos después entraba. Esperamos un tanto impacientes hasta que se asomó para darnos la señal esperada para que subiéramos. Yo subí primero, era la menos experta en ese ámbito y la verdad es que me daba mucho miedo caerme; podía escalar árboles como un mono, pero paredes lizas por las que casi tenía que romper las leyes de la gravedad, no, no era mi afición.
Los soldados me ayudaron a sujetar la cuerda de una manera que fuera lo más parecido a un arnés por si resbalaba. Comencé a colocar los pies en la pared y me ayudaba con mis manos. No sabía cómo Bryan lo hacía, pero sentía que en cualquier momento mis manos se desprenderían de mi cuerpo. Yo entrenaba mi cuerpo, lo hacía desde hacía mucho tiempo, pero esa resistencia me superaba. De pronto sentí como si algo tirara de mí, miré hacia arriba. Parecía que Bryan se había cansado de esperar y alaba la cuerda.
—Y así querías subir primero —dijo con una sonrisita burlona en los labios.
—¡Ah! Calla —dije dándole un puñetazo amistoso en el hombro.
Los soldados subieron casi tan rápido como Bryan y para mi sorpresa, Omara fue la más lenta de todos. Bryan no podía borrar la sonrisa de su rostro mientras la ayudaba a subir.
—Si no borras esa sonrisa de tu cara, haré que tengas una permanente —le dijo en un tono agrio y cuando puso una mano sobre un cuchillo que tenía en el cinturón no dudaba de que hablase en serio.
—De acuerdo —respondió levantando las manos en señal de rendición mientras se mordía el labio inferior, tratando de contener una sonrisa.
Oh, hombre, este tipo quiere morir.
Ella había sido quien se había encargado del ciervo la noche anterior y vaya que si sabía usar ese bonito cuchillo, pero parecía que a Bryan no le importaba eso porque seguía pinchándola, solo esperaba que no explotara en medio de nuestra misión.
Nos pusimos la ropa de los soldados sobre la nuestra y vi como los demás agradecían el calor extra, ya que esa zona estaba un poco fría. Tomamos sus armas y los amordazamos en una esquina. Las dos flores se escondieron entre mi cabello cuando comenzamos a bajar. De acuerdo a la información de Omara y a la que yo había obtenido gracias a Shadow, los niños estaban en el sótano.
Íbamos bajando la escalera que llevaba al sótano y no habíamos tenido ningún problema. En esos tiempos era muy difícil llevar la contabilidad de los soldados, principalmente porque se movían demasiado.
—Esto me parece demasiado fácil —comentó Bryan.
—Demasiado —concordó un soldado y alzó más su arma.
Llegamos hasta la puerta y uno de los soldados la abrió. Vimos a unos quince niños que no podían pasar de los doce años, arrinconados sobre algunas mantas. Ellos se removieron en sus puestos al vernos, el terror desbordándose de sus ojos.
—Tranquilos, vinimos a rescatarlos —dijo Bryan, bastante alto.
—Grítalo más fuerte, así todos se enteran de la gran noticia —dijo Omara girando los ojos.
—Lo siento —dijo con rapidez Bryan cubriéndose la boca. Los dos soldados giraron los ojos y se dirigieron a los niños.
—Tranquilos, este tonto tiene razón, vinimos a sacarlos. —Omara bajó el arma y se acercó con lentitud a los chicos.
—¡Hermana! —Una niña con la melena igual de roja que Omara se separó del grupo y se enganchó del cuello de ella.
—¡Oh, una mini Mérida! —dijo Bryan en medio de un suspiro.
—Vamos —dije—. Tenemos un problema —les dije a los soldados—. ¿Cómo rayos los vamos a sacar?, se ven muy débiles.
En eso escuchamos unos pasos y todos nos giramos hacia la entrada.
—¡Mierda! Vienen hacia acá—mascullé—. Cierra la puerta —le dije a Bryan.
—Todos contra la pared —ordenó uno de los soldados.
Omara soltó a su hermana y le pidió que volviera con los demás niños. Nosotros nos pegamos a la pared, de modo que los soldados no pudieran vernos a través de las pequeñas rejas que tenía la puerta.
—Están todos —dijo una voz desde el exterior.
—Deben estar ahí dentro, los vieron bajar, señor —dijo otra voz. Yo miré con los ojos bien abiertos a Omara y a los demás.
—Cierra la puerta, no dejaremos que salgan. —Me helé al escuchar esa voz tan calmada, una que articulaba cada una de las palabras con lentitud—. Blyana, sé que estás ahí y creo que te acabas de dar cuenta de que aquí acaba tu juego.
¡Mierda!
—Mayor César —dije saliendo de mi lugar y dejándome ver. Ya no tenía sentido que me ocultara y si era a mí a quien quería me entregaría con tal de que dejara a los demás.
—Mucho sin verte —dijo con una sonrisa en los labios, mientras que yo mordí los carrillos de los míos controlando mi enojo.
—Los niños —por fin pude decir. Sabía que él era uno de los que me buscaban con más desesperación, todavía me odiaba por el engaño que le habíamos montado Cless y yo. Él sospechó desde el principio que nosotros estábamos en Shadow, pero movimos muy bien nuestras fichas en el tablero hasta el punto que nadie tenía dudas de nosotros, exceptuando, claro, a él.
—Una pequeña carnada, sabía que en algún momento aparecerías. —Había estado siguiendo mis pasos. Maldición. Uno de sus soldados estaba soldando la puerta y el ruido dificultaba que lo escuchara—. No es por alardear, pero se me da bien leer a las personas, además que en tu caso es muy fácil.
—Ah, ¿sí? —dije dándome cachetadas mentales por haberme dejado caer en su trampa.
—Sí, tú y tu amiguito, Cless, si no mal recuerdo tenía el complejo de héroe. —Al escuchar su nombre di un paso ardiendo de rabia mientras le mostraba los dientes. Toda la estructura se movió un poco y tanto los soldados del exterior como los que me acompañaban miraron la estructura con preocupación, aunque César continuó en la lucha de miradas que habíamos comenzado—. Eres muy explosiva, impulsiva y sentimental, pero eso no importa, estas paredes... —desvió su mirada a todo el entorno del sótano—, son lo suficientemente gruesas para mantenerte aquí el tiempo que necesitamos.
—Si es a mí a la que quieres, deja ir a los demás —gruñí. Los demás intercalaban su mirada entre los niños, que se tapaban los oídos, y yo y César, pensando, muy probablemente, lo mismo que yo: que la puerta que estaba siendo soldada a la pared, en medio de un ruido ensordecedor y de chispas de oro que volaban por todo el lugar, era la única salida.
—Lo siento, no puedo permitir que intentes escapar. —El soldado se alejó de la puerta habiendo concluido su trabajo y César me dio una última sonrisa maliciosa para darse la vuelta.
—¿Quiénes son «ustedes» y que es exactamente lo que quieren de mí? —pregunté a través de mis dientes apretados. Él se detuvo y volvió su mirada.
—Quienes somos no importa y lo que queremos de ti es que elimines a los invasores y ver si puedes compartir tus poderes con alguien más. —Volvió a esbozar esa sonrisa lánguida y se fue.
Yo me quedé ahí petrificada... un arma, me querían volver una maldita arma.
📎NOTA📎
Holis seres extraplanetarios!!!
Oficialmente comenzamos cuenta regresiva!⏳
No puedo creer que ya sean 16k muchas gracias por todo, en especial por los mensajes que me dejan en mi tiktok, me hacen interdimencionalmente feliz😭 lxz adoro❤
Hasta el próximo sábado, besos❤
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