Capítulo 66
Mi baño fue rápido. Cuando salí, limpié el espejo y me quedé unos segundos contemplando mi reflejo. Esa sensación de no poder reconocerme por completo seguía ahí, en el fondo de mi pecho.
A pesar de que esos últimos meses me había vuelto casi una nómada, mi piel había recuperado su brillo, al igual que mi cabello, el cual pronto tendría que cortar. Tomé los mechones entre mis dedos y tuve que pestañear porque por un momento parecieron ser rojizos. Mis ojeras habían desaparecido casi por completo y hasta había subido algunos kilos, pero me sentía cansada y no solo físicamente. Respiré hondo y me preparé para lo que iba a hacer.
Salí, comí algo y me encontré con Matthew, quien me llevó al cuarto donde estaba la madre de Cless. La habitación era gris, pero estaba muy ordenada y limpia. La mujer estaba de espalda hacia mí, su cabello negro peinado en una trenza que comenzaba a tener algunos hilos blancos. Cuando se giró quedé paralizada, la conocía y vaya que sí la conocía.
Era el 2017, tenía quince años, esos hombres ya me habían arruinado. Comencé a trabajar porque quería sacar a Zoe de ese lugar de cualquier manera, no dejaría que eso le pasara a ella. Estaba paseando unos perros, uno de mis tantos trabajos de medio tiempo para encubrir de dónde sacaba el dinero para comprarle las cosas que Zoe necesitaba, y estaba cerca de la entrada del orfanato.
Caminaba con tranquilidad hasta que vi como un sujeto molestaba a una de las chicas, no era de mi sección de dormitorios, pero la conocía. Su cuerpo rígido y la mirada evasiva que tenía me hizo recordar lo que le había pasado a Zoe y me entró una rabia horrible. Les pedí a unas niñas que me prestaran la cuerda que estaban usando para saltar y me dirigí al sujeto con paso decidido.
—Suéltala —le exigí cuando llegué a ellos, mi voz salió rasposa por alguna razón.
Los perros estaban tensos, listos para atacar en cualquier momento, era como si sintieran el fuego que me recorría las venas y el clima tampoco ayudaba. Los poderosos truenos cantaban al ritmo de mi corazón mientras me contenía de soltar los perros para que lo destrozaran.
—¿Y tú quién eres para meterte? —respondió el sujeto, desviando su atención hacia mí. La chica seguía forcejeando por apartarse, pero vi como los dedos de él se clavaban más en su piel. Apreté los dientes cuando vi la mueca de dolor en su cara.
Dirigí los perros hacia él y ellos comenzaron a ladrar de manera amenazadora. Él la soltó, pero esta siguió paralizada en el sitio. Me di cuenta de que tenía marcas en los brazos, ella era otra víctima, una que no se había podido librar de esos monstruos como lo había hecho mi hermana. Puse mi atención en el sujeto, quien tropezó con algo y cayó frente a un árbol cuando di otro paso en su dirección.
—Sujeta los perros. Si se mueve, suéltalos —le dije a la chica y le entregué las correas.
El chico intercalaba su mirada entre los perros, muy cerca de sus pantorrillas, y yo. Tomé la cuerda y la envolví para amarrarlo al árbol.
—¿Estás loca?, ¿qué diablos haces? —gruñó e intentó irse cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pero era demasiado tarde.
—Los perros, Luz. —Y ella los dejó acercarse haciendo que el chico tuviera que encoger las piernas para alejarse de las fauces caninas.
—La próxima vez que te vea cerca de una de mis chicas, tus testículos y ojos terminaran en tu estómago —le susurré y me eché atrás hasta llegar al nivel de Luz.
Varias personas estaban viendo la escena, pero yo me sentí realmente bien al hacer justicia con mis manos. Esa fue la segunda vez que pensé que podía hacer algo para librarme de esos monstruos.
Me alejé solo un poco y me quedé viendo.
—Deberías hacer lo mismo a los que te lo hacen a ti. —La voz fue solo un susurro, una melodía que escuchas a la distancia, pero comprendí cada palabra. Giré un poco la cabeza, una mujer de facciones finas y tez blanca estaba a mi lado. Sus cabellos negros volaban con el viento y desprendían tonos azules en algunas partes.
—No sé de qué habla —mentí.
—Claro que sí. —Tomó mi mano para mover la manga de ni jersey y dejar al aire uno de los muchos cardenales que aún tenía en mi cuerpo, antes de que yo pudiera reaccionar.
—Yo lo hice y créeme que lo volvería hacer. —Ella no me miraba, miraba con suma atención al chico que comenzaba a llorar—. Bueno, debes conocer la historia de Darkhill.
—Usted es...
—Shsss, se supone que es un secreto. —Me miró y me brindó una leve sonrisa de complicidad antes de perderse entre la gente de la calle.
Estaba mucho más vieja desde aquel día, pero era ella.
—Te recuerdo —dijo—. ¿Seguiste mi consejo? —prosiguió después de unos segundos. Asentí con lentitud y ella hizo lo mismo.
Un tipo de extraña comprensión se desplegó entre nosotras. La gente cree que sabe, que entiende, pero las personas que hemos sido abusadas, cualquier tipo de abuso, podemos comprender realmente que, a pesar de que seguimos adelante, de que andamos por la calle y hacemos vida social, siempre nos sentiremos sucias; una suciedad que nunca podremos limpiar.
—No me lo puedo creer —dije soltando un pequeño resoplido después de recomponerme ante la sorpresa—. Así que usted es la madre de Cless. —Al escuchar su nombre hizo una mueca de desagrado, la misma que hacía él cuándo algo no le gustaba. Eso hizo que se me comprimiera el corazón.
—Si vienes de parte de él, puedes irte —gruñó y se dio la vuelta.
—Yo soy su esposa —declaré y Matthew me miró asombrado.
—No sabes con quién te has casado —escupió ella aún sin girarse.
—¡Oh, vaya que lo sé! —respondí y me quité la mochila para sacar una memoria que le había pedido a Nikolay donde ahora estaba el diario de Cless—. Con el hombre más maravilloso, comprensivo y entregado, por el que este mundo tendrá una oportunidad de ganar.
—Si es todo lo que dices, ¿qué haces sola en este sitio tan peligroso? —dijo con un cierto sarcasmo en su voz mientras se giraba para enfrentarme de nuevo.
Señora, nosotras somos el peligro aquí.
—Estoy cumpliendo con una promesa que le hice —respondí al tiempo que dejaba la memoria en una pequeña mesa que había en la habitación—. Este es su diario, creo que usted debe verlo, así se dará cuenta de que lo juzgó mal todo este tiempo. —La mujer miró la memoria y volvió a torcer el gesto—. También espero que él no recordara sus palabras en sus últimos momentos.
—¿Qué quieres decir con eso? —dijo Matthew sosteniéndome un brazo y obligándome a mirarlo.
—Cless... murió en el frente hace algunos meses. —Matthew deshizo su agarre y sus ojos se llenaron de lágrimas de inmediato. Se desplomó en la cama, la cual emitió un chirrido de protesta, y acunó su cara entre sus manos. María, la madre de Cless, por una micra de segundo mostró sorpresa, pero luego volvió a su mirada helada.
Eran tan parecidos, no solo en lo físico, sino en sus expresiones, en sus gestos. Le di otra mirada al cuarto, incluso el orden de ese lugar me recordaba a él. Quise sujetarla de los hombros y zarandearla, reclamarle por las palabras que le había dicho. Por hacerlo pensar que era un monstruo toda su vida, por hacerlo sentir sucio y vacío y solo. Por las veces que lo había visto llorar, porque la única causa de sus lágrimas era esa mujer que tenía frente a mí. Pero no podía. Cless la amaba a pesar de todo. Lo sabía antes de haber leído su diario y me partió el corazón cuando lo leí, enterándome de las esperanzas que él siempre mantuvo de que ella lo aceptara. Él solo quería que su madre lo amara, nada más y fue algo que nunca consiguió.
Y toda esa situación me hacía enojar no solo por Cless. Tal vez porque yo misma tenía la esperanza de que mis padres volvieran por mí, que me salvaran de ese horrible lugar. Quería que me protegieran y abrazaran como hacían los demás padres de mis compañeros de escuela, y los envidiaba. Mientras que ellos tenían besos amorosos y deseos de buenos días y buenas noches, yo tenía esos asquerosos hombres sobre mí. Y estaba enojada con ellos porque era su culpa por dejarme ahí, por darme la responsabilidad de cuidar de mi hermana, por no protegernos. Si era por dinero, no me importaba, prefería mil veces vivir en la calle con ellos que en ese maldito orfanato.
—También espero que la próxima vez que lo vea, usted, no sea su madre, él se merece alguien que si lo quiera y lo valore —dije, bloqueando esos pensamientos. Tomé la mochila y me la colgué—. Un placer, Matthew, gracias por quererlo, él también lo apreciaba mucho, de eso se dará cuenta en su diario.
—¿Cómo... cómo murió? —preguntó él, su voz rasposa y entrecortada detrás de sus manos.
—En... en el frente se sacrificó por mí —dije y el nudo en mi garganta no me permitió decir más.
—El amanecer se acerca —dijo mirándome con los ojos abnegados en lágrimas, mientras se ponía en pie y elevaba una mano haciendo la señal de Shadow.
—El amanecer se acerca —repetí e imité la señal. Porque haría que el puto día llegara y, aunque tuviera que caminar sobre las cenizas, sacaría a las hadas de la tierra.
Salí de ese lugar junto a un soldado de confianza de Nikolay conduciendo un bus y yo mi jeep. Resultó ser el mismo que me había llamado la atención cuando quise ver a Domingo, un tipo bastante imponente.
No sabía si había hecho lo correcto, o si Cless hubiera querido eso, pero sentía que ella debía saber que su hijo no era el monstruo que ella creía y que le hizo pensar que era. Nos habíamos prometido que pasara lo que pasara, seguiríamos adelante y completaríamos nuestro plan, porque ya no era solo por nosotros y nuestros amigos, también estaban en juego la vida de miles de inocentes.
Nos tomó dos días llegar a donde se suponía que estaban los desertores. El soldado y yo nos movíamos con cautela por el bosque, no teníamos el número exacto de soldados que íbamos a encontrar y menos cuán armados estaban.
—Creo que vamos a tener que dormir aquí hoy —dijo el soldado que tenía por nombre Bryan. Su expresión hasta ese momento era de completo disgusto y sospechaba que no le agradaba que lo hubieran enviado conmigo. Lo entendía. Mi cabeza tenía precio, y por extensión, quien anduviera conmigo tenía un blanco en la espalda.
—Sí, ya casi no hay visibilidad —coincidí. Dejé caer mi mochila. Las dos flores bajaron y se tendieron en el suelo como si estuvieran muertas del cansancio.
Holgazanas.
—¿Y no puedes hacer... algo? —comenzó a decir él mientras me ofrecía una mirada, ahora cautelosa, y luego a las flores.
—¿Algo? —repetí mientras buscaba algunas ramas para hacer fuego.
—Sí, bueno, tienes sus poderes —dijo también buscando ramas.
—No tengo sus poderes, que yo sepa, mi conexión es solo con las plantas. —Llevé las ramas al centro y comencé a darle una forma para encender el fuego.
—Bien... la verdad es que pensé que darías más miedo —dijo, acercándose ahora menos serio que antes.
—Siento decepcionarte —dije y encendí el fuego—. La verdad es que soy una chica común y corriente —agregué y me encogí de hombros.
—Una chica común y corriente que puede controlar plantas come naves —dijo y noté el tono juguetón en su voz.
—¿Naves? —pregunté algo confusa.
—Una de tus plantas se comió una nave de bombardeo.
—¿Qué? ¿Cómo sabes eso?
—Vi el video —respondió algo confundido.
—¡Oh, genial! —Había cosas que ni yo misma sabía qué habían pasado ese día y había un video rodando por todas partes.
Publicidad innecesaria.
Iba a preguntarle si tenía el dichoso video, pero una rama se rompió a mi espalda. Nos levantamos de un salto y agarramos nuestras armas.
—Pero qué tenemos aquí —se escuchó una voz femenina y pronto una veintena de armas nos rodeaban desde los árboles—. Creo que es mejor que bajen las armas.
—Ustedes deben ser los desertores —dije—. Tranquilos, no vinimos a pelear, quería hablar con ustedes.
—La reina dorada quiere hablar con un grupo de desertores. ¿Qué querrá?
—¿Reina dorada? —dije arqueando una ceja, así también me había llamado el Flagrans de la casa Rubí.
—¿No sabías que ese es el nombre que usan para referirse a ti? —Poco a poco se había acercado y la mujer que me hablaba, no mucho mayor que yo, tenía el pelo rojo. Cuando las llamas la iluminaron fue como ver una diosa ardiente emerger de la oscuridad.
—Eso no importa, quiero que se unan a Shadow —dije bajando por fin mi arma.
—Salimos del ala del gobierno y crees que nos meteremos bajo el ala de unos anarquistas —dijo e hizo un ademán para que los que estaban con ella las bajaran también.
—Solo les estoy planteando que no se queden a la deriva —respondí encogiéndome de hombros mientras me sentaba de manera despreocupada, pero sin darle la espalda.
—¿Y qué, según tú, ganaremos de eso? —preguntó con cierto grado de incredulidad.
—Nosotros no pretendemos dejar el planeta en manos de los saqueadores.
—Pero sí de los soldados que tienen el mando. —Ella dio la vuelta, yo con ella para sentarnos alrededor del fuego. Los demás soldados, mantenían su distancia y a pesar de haber bajado sus armas, tenían sus manos sobre ellas.
Niños listos.
—No pretendemos dejarla en mano de ninguno de los dos —corregí cruzándome de piernas de forma relajada, dejando que ella leyera en mi postura que podía respaldar perfectamente mis palabras.
—Así que ustedes son otro lado halando de la cuerda —casi resopló cruzándose de brazos, todo su cuerpo tenso.
—Yo prefiero decir que nos queremos librar de dictadores tanto de casa como extranjeros —dije, las dos flores subieron a mis hombros y ella desvió su mirada hacia ellas un momento.
—¿Y después de que esto termine? —Volvió a mirarme, pero esta vez, la tensión que había percibido en su cuerpo cuando se sentó había desaparecido en parcialidad.
—Tomamos el mando. —Nos quedamos mirando unos segundos. Unos segundos que fueron más significativos y comunicativos que toda nuestra plática. Sonreí internamente cuando soltó un pequeño suspiro y descruzó sus brazos.
—De acuerdo, pero con una condición. Muy al norte, en las montañas de Monthewoo hay un grupo de diez chicos atrapados. Si los recuperas nos tendrás de tu lado.
—De acuerdo —dije—. Ahora que llegamos a un acuerdo, ¿por qué no comemos algo? Veo que tienen carne. —Vi el ciervo recién cazado que sostenían dos de los soldados—. Bryan, ¿puedes ir por las cosas al bus? —Él me miró un poco preocupado—. Estaré bien, después de todo ahora estamos del mismo lado.
—No exactamente —dijo la mujer.
—Ve —ordené ignorando el comentario de ella.
Él volvió con una gran olla y algunos condimentos.
—Creo que a mí me toca encargarme de los vegetales —dije con un tono un poco en broma. Extendí una mano a mi lado y crecieron varias patatas, zanahorias y otras verduras más.
📎NOTA📎
Holis seres extraplanetarios!!!
Estamos a punto de comenzar la cuenta regresiva 💪🏼
¿Quién ganará la guerra? ¿Qué sucederá entre Zwodder y Blyana? ¿Cuál es el secreto de Zoe? Pronto averiguaremos qué pasará.
Como siempre, gracias por sus comentarios y sus ⭐ y no solo aquí, en todas mis redes, me hacen volver a ser una niña pequeña con su primera muñeca, lxs amo❤
Las estrellas de este capítulo van dedicadas a los Cless que andan por ahí, espero que encuentren a su Blyana y se sientan amados❤
Eso es todo por hoy, ¡nos vemos el próximo sábado!
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