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Capítulo 61



Pasé más de una semana en lo más profundo de la guarida, entre el huerto y mi habitación. Domingo y Lasly trataban de estar conmigo todo lo que podían y mi hermana se pasaba bastante seguido teniendo en cuenta que los ataques se habían vuelto muy sádicos. Ya no les importaba someter a la población humana, ahora habían optado por el exterminio total.

Domingo me había puesto al tanto de todo lo que estaba sucediendo con el plan y con eso trataba de distraer mi mente mientras Zwodder seguía enviándome cartas con Cruster todos los días. Yo nunca respondía. Ni siquiera me molestaba en abrirlas, aunque permití que una o dos veces, Cruster, se quedara conmigo un rato haciéndome compañía. El hecho de que su dueño fuera un bastardo no indicaba que él lo fuera.

—¿Puedo pasar? —preguntó Chris después de tocar la puerta de mi habitación.

—Adelante —dije mientras cerraba la computadora que yacía en mi regazo.

—Te traje algo de comer —dijo colocando una bandeja delante de mí, era obvio que me quería rellenar porque había estado recibiendo comida constantemente de parte de él. Tendría que decirle que se detuviera porque sabía que no podíamos permitírnoslo—. La verdad es que es un intento de lasaña —agregó pasando su mano por su nuca.

—Gracias, Chris.

A pesar de que no tenía hambre, sabía que me la terminaría comiendo toda. Me era muy difícil rechazar la comida, no solo porque soy una persona de gran apetito, sino también, porque me parecía un sacrilegio desperdiciarla. Creo que eso era por las innumerables veces que me había acostado con el estómago dolorido de hambre en el orfanato. Aprendí a comer todo lo que podía cuando tenía la oportunidad y aunque eso había sido hace mucho tiempo, ese hábito en mí no cambiaba.

Teníamos suerte de que aún nos quedara algo de comida. El huerto prosperaba de maravilla, aunque no sabía si era por mis poderes o no. Lo que sí, era que las demás guaridas no lo estaban pasando bien con ese asunto. Varias veces habíamos enviado suministros desde aquí y unas cuantas veces el grupo insurgente Shadow lo había robado.

Él se sentó a mi lado en la cabecera de la cama.

—Así que al final lo elegiste a él —dijo mirando a la puerta por la cual una rendija de luz, donde navegaban pasiblemente miles de partículas de oro y plata, se colaba. Yo bajé la cabeza y me concentré en mis manos para contener las lágrimas, ya estaba cansada de llorar, pero cada vez que alguien mencionaba a... Cless, no podía contenerlo—. Lo entiendo, de alguna manera siempre lo supe —agregó esta vez colocando una mano en mi mejilla y haciéndome levantar la cabeza para que lo mirara a los ojos. En ese momento me di cuenta de que, para mí, sus ojos ya no representaban el cielo que veía antes, eran los ojos de mi amigo de la infancia, solo eso.

—Yo...

—Puedes recargarte en mí todo lo que quieras —ofreció con una sonrisa triste en sus labios y me abrazó.

—Gracias, Chris.

—Sabes, siempre supe que él estaba enamorado de ti. —Me estrujé más contra él, buscando ese soporte en mi amigo de la infancia—. Y desde siempre supe que él no sería bueno para ti.

—¿Qué dices? Cless me salvó —dije separándome, sorprendida por sus palabras.

—¿Lo hizo? —repuso él, levantándose. Cuando intentó acariciarme el pelo me aparté y él salió de la habitación dejándome con un sabor amargo en la boca.

Después de un rato decidí ir al huerto, necesitaba aire fresco. Era tarde, el huerto solo era iluminado por unas luces que Cless había colocado, deambulé por él hasta que me detuve de golpe.

—No puedo creer que tengas las bolas para pararte delante de mí —dije con la mandíbula apretada. Los árboles a nuestro alrededor se agitaron y un relámpago atravesó la poca porción de cielo que dejaba ver el cráter sobre nosotros.

—No respondes mis misivas —dijo dando un paso para que la tenue luz le diera en el rostro.

—Creí que eso era una indirecta lo suficientemente clara —dije cruzándome de brazos—. Pero si no te ha quedado claro: no quiero verte —agregué, un tinte mordaz en mi voz.

—Sé que especulas que yo he enviado a Crasthor a lastimarte, pero...

Zwodder, no quiero saber nada de ti, vete y sácame de tu ecuación —le dije y me di la vuelta para irme, pero sentí que mis botas se habían pegado al suelo.

—Te lo suplico, solo escúchame —su tono burlón se había ido y por primera vez lo escuchaba realmente preocupado—. Sabes que en los reinos siempre hay complots. Ese duxe había armado un ardid para hacerse con el trono.

—¿De verdad crees que voy a creer eso? —Él se colocó delante de mí y sentí unas ganas enormes de golpearle la cara. Pero su aspecto llamó mi atención. No se avistaba en él la pulcritud que lo caracterizaba, tenía una camisa blanca estrujada, su cabello estaba despeinado como si se hubiera pasado las manos repetidas veces e incluso sus ojos no tenían el brillo juguetón que siempre lucía en ellos.

—Es la verdad, mi subida al trono fue un poco precipitada por el padecimiento de mi padre —dijo y comencé a analizar algunas cosas que había escuchado cuando estuve con él—. Para mucho de los concejeros reales y de los duxes, los líderes de las demás casas, no tengo la experiencia para gobernar.

—¿Y no tienen razón? No se supone que debes apoderarte del planeta, pero le das larga al asunto...

—Por ti, lo hago por ti, Blyana —me interrumpió pasándose las manos por el pelo en medio de un suspiro, mezcla desesperación, mezcla cansancio.

—No pongas sobre mis hombros tus actos, Zwodder.

—¿Entonces quieres que dé por terminado esto ahora mismo? —inquirió y dio un paso más hacia mí. Yo no dije nada. Claro que no quería, si lo hacía ¿Cuántas personas más morirían? ¿Quiénes sobrevivirían?, ¿perdería más gente que amo? —. Eso pensé —agregó cuando no respondí.

—¿Entonces qué harás?

—Quiero darles tiempo a los terrícolas para que cambien a nuestro bando.

—No le estás dando mucho tiempo con la masacre que estás haciendo allá afuera —repliqué en un resoplido cruzándome de brazos de nuevo.

—Ya te lo dije. Ese no soy yo. Son algunos generales que se han aleado con la casa Obsidiana para reclamar el trono.

Así que por eso los movimientos tan discordantes. Teníamos razón. Los saqueadores y las hadas eran entes diferentes, liderados y persiguiendo sus propios intereses, ¡oh, genial! Ahora oficialmente no teníamos un enemigo, sino dos.

—Supongamos que te creo —dije analizando cada una de sus facciones, o bueno, las que me permitían ver su antifaz—. ¿Qué quieres?

—Bien —dijo dejando escapar un suspiro—. Te prometo que los detendré, solo por favor responde a mis misivas.

—Bien. —Él dio el último paso para estar realmente muy cerca de mí y llevó su mano a mi mejilla, pero yo giré la cabeza.

—Te has enamorado en serio de él. —No dije nada, solo seguí con la vista apartada de su rostro—. Lo siento, de verdad, lo siento.

No levanté la vista, solo escuché como su capa rozaba el suelo de tierra y sus pasos inseguros dejaban de escucharse mientras se perdía en la distancia. Tomé un gran respiro y me senté bajo el árbol de mango para pensar y planear todo lo que tenía que hacer. Si era cierto lo que decía, teníamos una oportunidad de echarlos.

Después de un rato me levanté porque debía hablar de eso con Domingo y Lasly. Cuando llegué a mi habitación me encontré a Lucas delante de mi puerta y me sorprendió verlo sin las vendas. Sus cabellos todavía tenían las puntas teñidas de rosado y sus ojos violetas resaltaban detrás de sus pestañas largas. Me dirigió una sonrisa un poco triste, la misma que todos me dedicaban cuando me veían. Como si fuera un animalito asustadizo que podría enloquecer en cualquier momento si no actuaban con cuidado a mi alrededor.

—¿Cómo has estado? —me preguntó cuando llegué a su altura.

—La verdad, no lo sé —dije mirándolo con detenimiento—. ¿Qué pasó con tus vendas?

—Ya era hora de deshacerme de ellas. —Y se encogió de hombros—. Te diría que hablemos, pero Domingo me dijo que te dijera que encontró algunas cosas de... bueno, de él y las dejó en su habitación.

—Gracias —respondí. Tomé una gran bocanada de aire, ya era hora de enfrentarme a lo que había estado evitando. Lucas caminó conmigo hasta el cuarto de Cless en silencio.

—Manda a buscar por mí cuando necesites —dijo mientras colocaba su mano en mi hombro y lo apretaba tratando de darme algo de fuerza.

Cuando entré en la habitación estaba exactamente como la habíamos dejado cuando salimos al frente, exceptuando la gran mochila junto a la cama. Era la mochila de Cless.

Cuando entré cerré la puerta detrás de mí. Una de las computadoras que estaban delante de la cama tenía la pantalla rota al igual que el espejo que estaba entre la puerta del baño y el armario, me dirigí a la cama y tomé una almohada, su olor se mezclaba con el mío. En el suelo quedaban algunas hojas de algún manga roto. Di la vuelta y tomé la mochila.

Mi pecho se sintió pesado cuando saqué una camiseta negra, era su favorita. Tenía el logo de una banda demasiado desgastada, la llevé a mi cara y la olí, era como si me abrazara; pero no podía sentir sus brazos a mi alrededor, no podía sentir su calor. Mis ojos se llenaron de lágrimas, dejé la camiseta a un lado y respiré hondo para contenerme.

Encontré su celular, lo desbloqueé con la esperanza de encontrar una foto suya o volver a escuchar su voz en algún audio en nuestras conversaciones, a pesar de que sabía que eso iba a ser difícil, a nosotros no nos gustaba hablar por audios, éramos más de llamadas. De llamadas largas y llenas de conversaciones sin sentido hasta que uno de los dos se quedaba dormido, que era mayormente yo. Hasta en la distancia siempre me ayudaba a dormir.

Fui a sus chats y estaban todos borrados, nada nuevo, solo quedaban los últimos mensajes que me había enviado, el día de la llegada. Había sido el primero en enviarme un mensaje de felicitaciones justo a las doce. Yo había estado durmiendo y no escuché las llamadas. Luego con todo lo que pasó ese día no llegué a ver el mensaje.

Feliz cumpleaños niña mono. No planees nada para la noche. Tengo algo preparado.

Soy el primero, dime que soy el primero.

Se me escapó una risa quebrada ante ese mensaje. Chris y él no se llevaban bien, pero tenían esa tonta competencia de ser los primeros en felicitarme.

¡Oye! ¿Te dormiste?

¿Por qué no respondes?

—Llamada perdida—

Y lo más insólito de todo es que me había enviado una nota de voz. Contuve un sollozo con mi mano al escuchar los primeros segundos.

Oye, Blyana, despierta. Yo pendiente del reloj para felicitarte y tú te duermes, no me lo puedo creer. Bueno, de todos modos, feliz cumpleaños fiera, te quiero mucho.

Volver a escuchar su voz me hizo tan feliz y tan triste al mismo tiempo. Sentía que faltaba algo en mi pecho, pero al mismo tiempo sentía como si algo me apretara el corazón. Me estaba perdiendo, sin él, me estaba perdiendo a mí misma.

Escuché el mensaje unas diez veces, luego fui a la galería y me quedé asombrada cuando vi que casi todas eran fotos mías.

—Estúpido Cless, eres un egoísta. ¿Solo fotos mías? ¿Ninguna tuya?, pero si crees que eso me impedirá recordar tu rostro, estás muy equivocado. ¿Cómo puedes hacerme sentir tantas cosas bonitas y luego marcharte dejándome solo con las feas? ¡Eres un maldito egoísta!, dijiste que sería para siempre ¿Ahora que se supone que haga? ¿Cómo cumpliré las cosas que se supone que debíamos hacer los dos?

Me ayudaste a sanar para luego dejar una herida incurable.

Sin ti... sin ti no puedo, de verdad que no puedo.

Mis lágrimas empapaban la pantalla del celular mientras me veía a mí misma durmiendo en su cama. Llevé una mano a mi estómago como queriendo contener el desborde de sentimientos que estaba sintiendo.

Él me había mirado desde hacía tiempo y yo ciega, no lo vi antes, cómo no me di cuenta de que él era todo lo que necesitaba. Lo siento amor, llegué tarde cuando tú tenías que irte temprano.

¿Por qué nadie me advirtió que el coste de los buenos momentos era este vacío inmenso cuando esa persona ya no estaba? ¿Por qué nadie me advirtió que amar dolía de esta manera?

Me dejé caer en la cama que tenía su olor y seguí buscando hasta que por fin encontré las fotos de mi cumpleaños en la guarida y ahí estaba, la foto que nos había tomado Crik: yo me reía y él me miraba con una sonrisa en el rostro. Volví a reproducir aquel mensaje una y otra vez hasta que me quedé dormida.

Y volví a tener el mismo sueño que tuve con él una vez en la guarida, cuando él me había grabado diciendo su nombre mientras dormía.

Estaba parada en una senda que tenía unos árboles imposiblemente enormes, unos helechos dejaban caer algunas de sus hojas muy cerca del camino y la orilla estaba llena de flores doradas. Al final del camino estaba Cless vestido completamente de blanco y aunque corría hacia él no podía alcanzarlo. Seguía alejándose sin que yo pudiera evitarlo. Yo lo llamaba con desesperación, lágrimas ya salían de mis ojos y me nublaban la vista.

—¡Cless, Cless! —Seguía corriendo, sostenía mi vestido verde claro para no tropezar con él—. Te amo, Cless, te amo.

—Lo sé, yo también te amo —lo vi articular, pero de su garganta no salía ningún sonido. Pensé que era muy egoísta al no dejarme escuchar una vez más su voz.

Él me dedicó una sonrisa y se esfumó en el aire.

Ahí me di cuenta de que él se había despedido de mí desde hacía mucho tiempo.

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