Capítulo 60
Me dijeron: «Piensa en algo que te haga feliz» Y te imaginé a ti, muerto.
Blyana
Me sumergí tanto en el mundo que era Cless, que no sabía que el plan que había comenzado con el objetivo de proteger a mi hermana y amigos, ahora se había convertido en todo un movimiento. O bueno, no estaba al tanto de la cantidad de personas que ahora estaban involucradas porque sí tenía una idea de lo que sucedía.
Domingo había sido ascendido a Capitán, era el encargado de la guarida y eso era bueno, muy bueno, aunque no podía alegrarme como debería. Ese había sido uno de nuestros objetivos desde el principio: colocar a los nuestros en los puestos importantes.
Íbamos de camino a la guarida, pero mis deseos por ir allá no eran los mismos que cuando sabía que Cless me esperaba. Ahora ir allá era recordar, era tenerlo y no tenerlo en absoluto; era sentir con más fuerza el vacío que se había instalado en mi ser.
Nos movíamos en un bus junto a la tropa de Domingo, Lasly iba a mi lado y me sostenía la mano. Todos los demás no se acercaban a mí ni de juego y siempre me miraban con horror, eso me desconcertaba y me hacía sentir incómoda.
Por otro lado, dormir se había vuelto una pesadilla de nuevo. Noche tras noche se repetía ese día en el frente y nunca podía hacer más que ver. Era el único sueño que no le contaba a Lasly quién había insistido en plasmar en papel cada uno de ellos, aunque debo decir que contarlos me hacía sentir de algún modo mejor. Tal vez al contarlos me hacía entender que no eran más que sueños.
—Deberías tratar de dormir un poco —me susurró Lasly, envolviendo un brazo a mi alrededor. Suspiré acomodándome contra ella.
—No puedo —admití. Ya no gritaba como antes, pero el mundo dentro de mi cabeza era tan catastrófico y doloroso como el mismo infierno, sino era que ya estaba en él.
—Lo sé. Sé que sufres para dormir porque dormir requiere paz —me dijo abrazándome más fuerte y besando mi cabeza—. Y él era ese lugar tranquilo, pero si no duermes, te enfermarás. —Como si eso me importara, yo solo estaba... existiendo.
Estábamos en carretera y era increíble ver como el clima era un reflejo de cómo me sentía: estaba gris, una densa capa de nubes de tormenta tapizaba el cielo. Dejé caer mi cabeza en el hombro de Lasly y cerré los ojos unos segundos. Me quedé dormida hasta que una pesadilla y un gran estrépito me despertó.
—¿Qué sucede? —pregunté un poco aturdida. Lasly a mi lado se ponía en pie con desesperación y me llevaba con ella. Su cara contraída en una mueca de miedo.
—Emboscada —dijo y noté que todo a nuestro alrededor estaba más oscuro.
Los soldados se movían a gran velocidad, saliendo por las dos puertas del bus y apresurándonos para que bajáramos también. Salimos por la puerta trasera y cuando miré al cielo mientras me empujaban para ir a la orilla de la carretera, vi la nave. Dentro de mí explotó algo. Me solté de Lasly con la rabia acuchillando mi cuerpo.
El único camino es la venganza.
—Blyana, ¿qué haces? —preguntó ella asustada, las lágrimas ya corrían por sus mejillas. El viento nos traía el ruido de la batalla y el olor metálico de la sangre.
Me zafé también del soldado y fui al bus. Tomé un arma y le di una última mirada a Lasly quien me seguía llamando. El soldado siguió arrastrándola, pero yo fui al frente del bus donde los soldados peleaban. No bien salí, levanté mi arma y le di a uno en la cabeza. Otro quiso tomarme en sus brazos, pero forcejeé, le quité la daga que tenía en su cinturón y la enterré en su garganta. Terminé aterrizando en el suelo sobre mis rodillas y manos en medio de un gruñido. Volví a tomar mi arma y seguí adentrándome hasta que llegué a la altura de Domingo.
—¿Qué dia...?
—¿Alguna vez has visto que soy de las que se quedan al lado del camino? —Él movió la cabeza en desaprobación, pero siguió en lo que estaba, aturdiendo a las hadas.
De la nave seguían bajando más saqueadores hasta que la compuerta se abrió y vi el objeto de mi furia.
Su capa ondeaba en el aire. Las balas rebotando en una barrera que se creaba delante de él. Su maldita corona en sus cabellos trenzados, sus medallas e insignias sobre el pecho de su uniforme de gala, blanco en esa ocasión; su antifaz también era blanco y sus ojos negros en contraste con ella.
Él había matado a Cless. Él había ordenado que lo hicieran porque sabía que nos íbamos a escapar, él me lo quitó, me rompió y nunca se lo perdonaría. Nunca.
Levanté el arma y aunque sabía que sería inútil, disparé hasta que mi arma quedo seca. Mis ojos llenos de rabia chocaron con los suyos sin expresión.
Cuando lo vi tomé una decisión: si me había visto obligada a vivir entre monstruos, me convertiría en el peor monstruo de todos.
La oscuridad ya me había devuelto la mirada, e incluso ella, se había estremecido de lo que vio en mis ojos; así que no lo contendría más, liberaría al monstruo que tenía encerrado en mí y me llevaría a quien fuera necesario para cumplir mi objetivo.
El viento seguía danzando entre nosotros mientras nos seguíamos mirando.
—Deténganse y vuelvan a la nave —ordenó moviendo sutilmente sus manos a su espalda.
Los saqueadores se retiraron.
—Vuelve conmigo, Blyana —pidió y escuché el gruñido de Domingo a mi lado. Zwodder desvió la mirada por un segundo para mirarlo.
—¿Crees que volveré contigo después de lo que hiciste? —dije apretando los dientes y tratando de alejar su atención de Domingo o de cualquier otro—. Prefiero morir aquí mismo.
Prefiero morir e ir con Cless.
Prefiero destruir todo lo que crees que estás construyendo para que te sientas tan vacío como yo.
Prefiero arrancarte el corazón y dárselo a comer a los perros.
—Vamos, Florecita, no seas testaruda, sabes que de todas maneras te llevaré conmigo —reprochó con un tono cansino en su voz, pero también escuché las palabras que no dijo: puedo hacerte cumplir el trato ahora mismo, sabes que puedo llegar a los tuyos fácilmente.
—Puedes hacerlo, pero no sé de qué te servirá mi cadáver —dije con sorna.
Saqué la daga que le había quitado al saqueador. La coloqué en mi garganta debajo de mi mandíbula y sostuve con fuerza la empuñadura. Posicioné mi otra mano sobre el pomo haciendo suficiente presión para que él no pudiera quitármela con sus poderes sin el riesgo de hacerme daño.
Titubeó. La preocupación y el miedo cruzaron sus ojos antes de responder.
—De acuerdo, hoy te dejaré ir —dijo entre un respiro de resignación y la compuerta se cerró con lentitud, para luego irse a una velocidad casi imposible, sin siquiera alterar una viruta de polvo del lugar.
Solté la daga y mis rodillas se doblaron haciéndome terminar sobre mis manos contra el asfalto. Dejé salir un grito de rabia y golpeé con mis puños el suelo haciendo brotar sangre de ellos. Maldita sea, maldita sea.
—Flaca —murmuró Domingo, con una clara preocupación en la voz.
Sentía las miradas de los demás soldados sobre mí y escuchaba como algunos se alejaban a toda prisa cuando plantas comenzaron a brotar. Me puse de pie.
—Terminemos esto antes de que se levanten —dije y comencé a caminar de vuelta al bus. Pasé al lado de varios saqueadores de la casa Apofilita y Zafiro que respiraban lentamente, pero cuando pasé al lado del primero que me había atacado, que era uno de la casa Zafiro, noté que ese no respiraba—. Esperen —dije y me agaché para comprobar su pulso, nada. Estaba realmente muerto.
—¿Qué lo qué, flaca? —dijo Domingo agachándose a mi lado. Los demás soldados seguían manteniendo su distancia.
—Mira este —le dije señalando al saqueador. Era el único que parecía realmente muerto.
—A ete' se lo lambieron —dijo analizándolo mejor. Nos miramos como tratando de comprender lo que eso significaba—. ¿Quién le dio pa' bajo a ete'? —preguntó Domingo, pero todos negaron con la cabeza.
—Fui yo —murmuré y miré su cuello, luego miré la daga que había dejado tirada y Domingo siguió mi mirada.
—Todo' quítenle' la daga a lo que la tengan y llévenla' con la' demá' arma, depué de decapitarlo a to' —ordenó y pronto todos comenzaron a moverse, pero yo me quedé viendo unos segundos más la daga en el suelo.
Me parecía muy familiar. Su pomo era sencillo, un metal negro, práctico, pero la hoja, no. La hoja era de un cristal transparente que atrapaba la luz del sol e instintivamente llevé mi mano a donde estaba mi propia daga en mi muslo, parecía el mismo material, pero eso era imposible.
De vuelta en el bus, Lasly se sentó con Domingo y yo estaba agradecida de estar un rato sola, porque nadie se quería sentar conmigo. Dejé reposar mi cabeza en el asiento y miré por la ventana el resto del camino. Pensando y analizando todo lo que iba a hacer.
Cuando por fin llegamos era de noche. Yo me quedé de último en el bus, no sabía si tenía el valor para entrar y que los recuerdos me golpearan tan fuerte. Después de los primeros días decidí bloquear todo. Recordar era llorar, era sufrir. Era sentir su esencia, era volverme débil, no, era mostrar lo débil que realmente era y no podía ser débil; nunca más. Nunca más me quitarían a alguien. Nunca más perdería a alguien y para eso debía ser fuerte.
—Blyana... —murmuró Lasly entrando en el bus después de un rato.
Tomé una gran bocanada de aire, ya no podía retrasarlo más.
Pasamos los pocos arbustos que estaban frente a la entrada y seguimos por el pequeño túnel iluminado por algunas bombillas blancas, algunas de ellas ya no funcionaban. Llegamos a la puerta y recordé la estupidez que me había dicho del rey león.
Lasly abrió la puerta y vi un gran revoloteo en la estancia. Soldados moviéndose de un lado a otro con cajas, con personas heridas, con armas. Había tanto movimiento que pasé desapercibida y casi había olvidado esto: el estrés, el constante movimiento y sentimiento de que en cualquier momento todo se iría por el caño y seriamos atacados. Lo había olvidado después de todo ese tiempo en la cabaña. Todo ese tiempo refugiada en esa burbuja de paz.
Lasly y yo nos encaminamos a las habitaciones, pero los gemelos nos interceptaron.
—Blyana —comenzó a decir Crik.
—Estás aquí —prosiguió Rick. No habían dejado su extraña forma de hablar como si fueran una sola persona.
—Hola, chicos —dije sin mucho ánimo.
—Lo sentimos mucho por...
—Chicos, estamos cansadas. Creo que es mejor que hablemos después. —Lasly los interrumpió, pero ya era tarde, en mi garganta comenzaba a formarse un nudo, aunque logré mantener una expresión serena.
Lasly quería que me quedara con ella, porque para llegar a mi habitación debía pasar por la de él; sin embargo, yo quería estar sola, quería llorar hasta que no me quedaran más lágrimas que derramar delante de nadie. Así que, la dejé frente a la suya y proseguí. Cuando llegué a la de él, me quedé un rato parada delante de la puerta hasta que al final obtuve fuerzas y llegué a la mía. Agradecí que no hubiera nadie más. Las demás camas estaban arregladas como si nadie hubiera dormido ahí por un buen rato.
Me quedé dormida después de llorar y la que me despertó fue Zoe quien entró con una bandeja de comida.
—¿Cómo te sientes? —preguntó sentándose en el borde de la cama. Yo solo vi la comida en la bandeja, pero, aunque sabía que debía comer, no tenía apetito—. Qué tonto de mi parte, es obvio que estás terrible.
—Estoy bien —mentí bajo. Era una mentira que me había acostumbrado a decir tanto que hasta para mí se escuchaba como una verdad.
—Come algo, Lasly me dijo que casi no comes. —Ella intentó poner la cuchara en mi mano y yo la sostuve sin mucha voluntad—. Te ves tan pálida que creo que voy a ponerte una intravenosa —dijo después de unos segundos. Colocó su mano en mi mejilla y sentí como un poco de mi energía volvía.
Una lágrima se escapó y ella terminó abrazándome mientras hipaba como una niña pequeña. Por primera vez desde que Cless murió me sentí con fuerzas para continuar, aunque también me sentí mal por dejar que mi hermana me viera así. Yo era la que debía protegerla.
—Vamos, come algo. A él no le hubiera gustado verte así. —El pensamiento de verlo discutiendo para que comiera inundó mi mente, levanté la cara un momento y lo pude ver claramente con los brazos cruzados y el ceño fruncido; una pequeña sonrisa se formó en mis labios.
—Tienes razón. —Y comencé a comer.
Mi hermana estuvo conmigo un rato y me vio mientras intentaba desenredar mi cabello. Me contó que Carol se había trasladado prácticamente a otra guarida, que el capitán River había desaparecido; que en una misión el grupo insurgente Shadow los habían atacado mientras el Mayor César estaba al mando y que a él mismo lo habían herido.
—Incluso tuve que darle dos puntos sobre la ceja —continuó narrando. Se quedó callada por tanto tiempo que levanté la cabeza para mirarla a través del espejo—. ¿Has tenido algún contacto con Azel? —preguntó tímidamente mientras quitaba algunas arrugas de su blusa de enfermera.
—No, pero creo que escuché a Domingo decir que estaba en el oeste —dije fijándome mejor en mi aspecto ante el espejo, con razón la cara de todos cuando me miraban.
Mi tez estaba demasiado pálida, unos arcos oscuros bordeaban mis ojos, había bajado mucho de peso y mis cabellos estaban muy opacos, parecía que moriría en cualquier momento. Bueno, ya lo estaba, pero se veía como si la maquinaria estuviera a punto de detenerse en cualquier instante.
—Bien —dijo con la cabeza baja. Se puso en pie y comenzó a ir a la puerta—. Tengo que volver a la enfermería, pero volveré después. —Y salió. Me quedé un rato más mirando sin mucho ánimo lo que estaba a mi alrededor, pero decidí salir.
Fui al huerto, estaba un poco descuidado y comencé a trabajar en él. Eché abono a algunas plantas, recogí los frutos que ya estaban listos, sembré y regué algunas más; el trabajo me distraía de lo que no quería recordar. En un momento escuché unos pasos, pero me puse alerta de inmediato, ya que no provenían de la entrada sino del túnel que llevaba al exterior.
Me oculté detrás del tronco del árbol de mango. Escuché una especie de gruñido y unas garras arañar el suelo. Asomé la cabeza un poco y vi a Cruster en medio del huerto.
—Cruster, no tengo nada contra ti, pero si vienes de parte de Zwodder puedes irte —dije aún al lado del árbol. Un balido bajo salió de su hocico, como si me diera a entender que comprendía y que él mismo le había dicho a Zwodder que era una mala idea enviarlo ahí.
Inclinó un poco la cabeza y me miró con esos ojos tan claros, pero que estaban empañados con una película de tristeza. Con una de las garras de sus patas traseras se quitó la pequeña bolsa que llevaba en el cuello y la dejó en el suelo. Agachó la cabeza, se dio la media vuelta y se marchó. Yo dudé, pero al final fui por la bolsa y saqué la nota que contenía. Era idéntica a la que había recibido antes: papel grueso color crema, con un sello violeta que contenía un emblema de un animal parecido a un león con alas, pero que la cabeza recordaba a un reptil. Rompí el lacre y leí la nota. Cuando terminé la apreté en mi mano. Tomé la bolsa y volví a mi habitación dejándola en un cajón bajo llave.
Ninguna de sus palabras me haría cambiar de opinión.
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