Capítulo 59
En una de las salas de reuniones de la guarida cuarenta y seis, un soldado raso se encaminaba a informar a su capitán lo sucedido con los nuevos reclutas. La situación no era para nada alentadora. A pesar de lo ocurrido en el Frente Norte, donde toda una división fue aniquilada por una sola chica, los otros frentes seguían sufriendo los azotes implacables de los saqueadores y las hadas.
Sus números iban en picada, al parecer, sin poder ser contenidos. El suministro de armas era casi inexistente y eso no solo por las pérdidas contra los invasores. Los saqueadores, aunque solo pensarlo era algo irracional, eran cada vez más fuertes; cada vez había más hadas en las filas y aún no se había encontrado una manera de vencerlos. Cortarles la cabeza había funcionado en algunos casos, pero eso significaba que debían acercarse demasiado a ellos y si los miembros estaban lo suficientemente cerca por un tiempo se volvían a unir, una cosa de pesadilla.
El soldado estaba seguro de que, si era que lograban sobrevivir, los cuentos que se contarían alrededor del fuego o para Halloween o incluso para hacer que los niños se fueran temprano a la cama serían historias sobre las hadas y no las hermosas criaturas con alas que vivían en los bosques en los cuentos infantiles. No, las hadas que se ponían de pie, aunque les hubieran descargado el tambor de un arma; que eran capaces de partir a un hombre por la mitad con sus manos; eso dejando de lado sus poderes.
Un fuego que sigue quemando bajo la piel, como eran capaces de ahogarte sin haber una gota de agua a tu alrededor; los que multiplicaban sus cuerpos o los modificaban a su conveniencia. Ya se habían escuchado reportes de bestias de pesadillas en el campo. Bestias llenas de dientes desgarradores de carne, de garras como guadañas, de colas como lanzas filosas y flexibles.
El soldado se estremeció y comenzó a caminar más rápido. Necesitaba un trago. Necesitaba nublar un poco su mente, dejar de pensar en esa planicie cubierta de cuerpos; cuerpos de sus colegas, de sus amigos. Debía dejar de pensar en el olor de la sangre y pólvora en su nariz, en los cuerpos en descomposición y talvez el alcohol le ayudara con el zumbido de los disparos y explosiones que permanecía en sus oídos, en sus sueños.
Debía concentrarse, debía ayudar a encontrar y solucionar el otro problema que tenían delante: Shadow. Seguían robando cargamento para ¡Sabrá Dios que cosa! Aún no se conocía nada de ellos más que siempre sabían dónde y cuándo atacar. Que mataban a los capitanes y que eran liderados por alguien a quien llamaban «La Abeja Reina» y ese era un problema que ya había caído sobre ellos, porque el cargamento con los nuevos reclutas había sido robado precisamente por ellos.
Blyana
Pasó una semana en ese lugar y, aunque trataba de no llorar delante de Domingo o de Lasly, me era imposible no hacerlo cuando estaba frente a su tumba o en el cuarto. Incluso fui a la playa y dejé que mis lágrimas se mezclaran con el agua salada.
¿Cómo se supera cuando te quitan a alguien que amas tanto de la noche a la mañana?
¿Cómo dejan de doler los recuerdos de toda una vida con una persona?
¿Cómo te quitas el peso de las cosas no dichas?
Cless era mi amigo, mi confidente, mi hermano, mi padre, mi novio, mi esposo; el amor de mi vida y ahora todos los espacios que llenaba en mí estaban vacíos. ¿Qué se supone que debía hacer con todos esos huecos? Ahora todos los escenarios que me había creado estaban incompletos, ahora al puzle le faltaban piezas que nunca serían encontradas.
Y mientras mi cuerpo y mi alma siguieran unidos, mientras mi corazón siguiera retumbando en mi pecho, nadie me creería que en realidad yo también había muerto. Una muerte más dolorosa que mi corazón deteniéndose, que dejar de respirar, más dolorosa que ser quemado vivo, una muerte donde sigues despierto viendo cómo te marchitas día tras día.
—Flaca, debe haber una explicación —continuó Domingo mientras estábamos sentados frente al hogar apagado.
—Ya te dije que no lo sé. Lo único que sé es que desde que tengo memoria he vivido en la tierra. Nunca antes había podido hacer algo así —dije sin apartar la vista de los carbones apagados, tan negros como el hueco en mi pecho.
—Pero recuerdo que en las clases que nos dieron en el harem dijeron que ellos adquirían sus poderes por una roca —dijo Lasly, cruzándose de brazos con el ceño levemente fruncido—. Si no mal recuerdo Zwodder te dijo lo mismo, ¿no?
—Sí, me dijo que hace millones de años un meteorito había impactado con su planeta y por eso tenían sus poderes o algo así.
—Entonces puede que tú...
—No, yo no he... —Me corté al recordar el día de la llegada y por primera vez me giré hacia ellos—. La roca que impactó contra la escuela.
—¿Ecuela'? —inquirió Domingo inclinándose en mi dirección.
—Sí, el día de la llegada, una gran roca impactó nuestra escuela. Cuando llegamos estaba brillando, pero cayó otra muy cerca y por la onda expansiva terminé sobre ella. Cuando bajé ya no brillaba.
Ahora todo encajaba, la planta que estaba fuera del contenedor de basura, lo rápido que crecían el huerto, porque aparecía la planta que usaba para evitar las horribles pesadillas por todas partes, porque nuestra ala en el frente siempre tenía brotes. Había sido yo. Siempre... había sido yo. Miré mi mano donde aún estaba el anillo de flores que me había dado Cless. Estaba intacto, como si hubiera sido recién cortado.
—O sea, ¿qué esa roca te dio los mismos poderes que ellos? —cuestionó Lasly. Juraría que podía escuchar los engranajes de su cabeza conectando toda la información que poseía como si fuera una máquina.
—No lo sé, él nunca me habló de una casa que pudiera controlar las plantas —respondí dubitativa.
Sabía que unos controlaban el fuego, otros el agua, unos curaban; Amatista, la casa de Zwodder, controlaba la materia o algo así. Los de la casa Ágata se mezclaban con el ambiente, los de negro controlaban a las personas y otros podían controlar su cuerpo a su antojo; pero en las miles de conversaciones que tuvimos nunca salió a la luz de alguien con la habilidad de controlar las plantas. A todo esto, no tendría sentido que hubieran dejado su planeta si su gente tuviera esos dones, ellos podrían reforestar el planeta con un... pensamiento...
Lasly se había quedado muy pensativa, estaba segura de que iba a decir algo, pero Domingo habló primero.
—Bueno, entonce' diremo' eso —dijo Domingo, poniéndose de pie de pronto. Lasly y yo, que estábamos en el suelo, lo miramos confundidas.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Mi' superiore' pedían una explicación para no considerarte una de ello', pero ahora podemo' volver.
—¿Volver a dónde?
—A la guarida, ahora yo estoy a cargo.
Marleen
Alguien tocó la puerta de mi recámara en esta ominosa nave en la que me encontraba. Una de mis doncellas me miró pidiendo mi aprobación. Asentí y vi cómo se acercaba a la puerta mientras una de mis damas hacía intrincadas trenzas en mis cabellos que alguna vez fueron de un tono dorado intenso, pero que ahora eran más de un tono pajizo. Podría cambiarlos con solo desearlo, pero por alguna razón me gustaba cómo se veían.
Fijé mi mirada en mis ojos y boca en el reflejo que me proporcionaba mi espejo, lo que no dejaría prosperar sería ninguna arruga en esas zonas como las que tenían muchas de las otras mujeres en la corte. No perdería el título de «La cara de la Diosa».
Un hombre bajo, con una capa bermellón oscuro, pasó por la puerta con la cara agachada, evitando que cualquiera de nosotras viera su rostro.
—Salgan —ordené. Todas salieron entre grandes reverencias. Tengo a mis chicas bien entrenadas. Algunas están conmigo desde que sus madres eran quienes me servían y saben que no deben hacer preguntas y mucho menos hablar.
—Su alteza. —El sujeto se quitó la capucha y me permitió ver sus ojos del mismo color bermellón de su capa, sus cejas peludas y sus orejas doblemente puntiagudas. Un esclavo de los tantos que quedaron atrapados después de establecida la barrera con los Mikols—. Traigo un recado para usted —agregó tratando de ocultar el acento de su idioma natal, que sabía que tanto odiaba.
El Mikol se acercó con pasos cuidadosos y me extendió una carta, un sello aún intacto de color marfil, que se veía pequeñísima entre sus largos dedos verdosos.
Abrí la carta y mi mandíbula se apretó, pero no lo suficiente para que el hombrecito notara alguna reacción ante lo que estaba leyendo. Para sobrevivir en la corte debías aprender a no dejar expresar nada en tu rostro porque cualquier gramo de información podía ser usada para coaccionarte o manipularte.
Dejé caer la carta en un pequeño brasero que tenía unas llamas que nunca se extinguían cortesía del templo de la Diosa Izbel. Miré como el papel se volvía cenizas entre las llamas. Abrí un cajón donde tenía papel, pluma y tinta y comencé a redactar mi respuesta, usando el código que usaba para este tipo de mensajes. Al final tomé una vela blanca y dejé que algunas de sus gotas sellaran la carta y se la entregué de nuevo al Mikol quien hizo una gran reverencia antes de salir, unos segundos después mis cinco doncellas y tres damas volvieron a la recámara.
—Cambio de planes. Prepárenme para ver a mi hijo —dije y el vestido blanco como las nubes del planeta que aún Zwodder no se decidía a volverlo nuestro, fue reemplazado por uno negro como las cuevas de Crunvor en las profundidades del bosque Surtor en Zowon, del planeta que nunca debimos salir.
Recorrí los pasillos de la nave en la que me había obligado a vivir en espera de entrar en la órbita de la tierra. Mi vestido rozaba el suelo metálico, lo odiaba. Dos de mis damas iban detrás de mí, las que siempre elegía para ver a mi hijo. Doblamos en una esquina dirigiéndonos a la cabina que se había incrustado en la barrera que habían hecho esos seres y en el que aún no habíamos podido hacer más que una leve fisura, impidiendo que nuestras verdaderas fuerzas pudieran entrar.
Tenía que admitir que los humanos habían salido solo un poco más problemáticos de lo que había pensado y realmente no sabía que pensaba mi hijo que no terminaba con este juego de una vez por todas. Aunque sabía que esa chiquilla con la que se había obsesionado, y de la que él pensaba que yo no tenía conocimiento, estaba involucrada. Cuando entré, Zwodder ya estaba en el lugar hablando con Thormir, su mentor desde que lo enviamos a vivir en la tierra. Él fue el primero en mirarme.
—Rex-mama —dijo e hizo una reverencia.
Lo habíamos elegido porque era el mejor, «el perro de la corona», lo nombraban; pero lo que no calculó mi dulce esposo fue que el perro le movería la cola más a su hijo que a él.
—Mama —respondió Zwodder dándose la vuelta. Tenía el primer botón de su casaca abierto, como si fuera un completo libertino. ¡Que la Diosa Izbel se apiadara de nosotros!, si mi hijo seguía así terminaría como los obscenos Mikols con toda esa piel expuesta.
—Quiero hablar con el rex a solas —ordené y de inmediato todos, exceptuando Thormir, salieron. Lo miré esperando que obedeciera, pero Zwodder se sentó y él se colocó detrás de mi hijo como su guardia o consejero personal. Un perro como consejero, mi hijo definitivamente pensaba con las partes inútiles de su cuerpo.
—Tranquila mama, puedes hablar —dijo quitándose la corona y comenzando a jugar con ella en su mano, yo torcí levemente el gesto.
—Podrías dejar de jugar con la corona. —Más que una petición, era una orden por el tono de mi voz. Me senté frente a él.
—De acuerdo —respondió y colocó la corona en una pequeña mesa que estaba a su lado.
—Sabes que no me refiero a eso. ¿Cuándo tomarás el planeta por fin? —dije enderezando mi espalda todo lo que pude para dejar ver mi posición, pero él seguía prácticamente desparramado en la silla. Subió una pierna sobre el reposabrazos y me miró ladeando un poco la cabeza.
—Hoy vas vestida de negro. —Suspiré y me relajé, hoy no era el día para hablar con él.
—Zwodder, por este comportamiento es que te consideran «El niño rey». ¿Podrías tomarte las cosas más en serio?
—La verdad es que no me molesta para nada que digan esas cosas. —Llevó su brazo a la pierna que estaba en el reposabrazos y apoyó su cabeza sobre su puño con una sonrisa en el rostro. Además de que estaba en su típica actitud irreverente, también estaba borracho, ¡Diosa apiádate! De verdad que no sabía que era lo que había hecho para tener unos hijos así—. Sé lo que estoy haciendo, solo necesito un poco más de tiempo.
Tiempo para cortejar a la chiquilla esa, querrás decir. Se levantó y procedió a marcharse dejando la corona atrás. Suspiré.
—Mimi —murmuré, recordando cómo le gustaba que lo llamaran con el mismo apodo que a su hermano. Él se detuvo a medio paso y cuando lo completó, toda la estructura tembló.
—No me llames de esa manera —siseó sin girarse, la corona levitó hasta posarse en su cabeza y se marchó.
Yo volví a la zona de las habitaciones y, aunque mi cara no demostraba el mínimo disgusto, enterraba las uñas en la palma de mi mano que estaban ocultas entre las mangas de mi vestido.
En lugar de ir a mi recámara, fui a la que quedaba al frente de la mía. Dos guardias de mi casa, Apofilita, flanqueaban la puerta. Cuando me vieron la abrieron para mí. Había dos doncellas en la estancia y les ordené que se marcharan. Me acerqué a la cama donde Frinzethor, el que se suponía que era mi esposo, estaba con los ojos cerrados; su cabello negro se veía opaco y su piel se tornaba verdosa en ciertas zonas.
Me senté en el borde de la cama, pero no sostuve su mano, nuestra relación nunca había sido de ese tipo, aunque habíamos tenido cinco hijos.
—Todo esto es tu culpa —acusé mirando detalladamente sus facciones—. Tu estúpida obsesión por ese trono te llevó a este punto y no es que me importe mucho, lo que me molesta es que me hayas arrastrado contigo. —Me levanté y di varios pasos a la puerta—. Despierta y arregla este desastre, porque tu hijo es aún más obsesivo que tú, pero con él yo no puedo lidiar.
Salí de su habitación.
📎NOTA📎
Holis seres extraplanetarios!!!!
Aquí conociendo a la suegra😂
Les dejo un dibujito de la florecita y el Zwodder❤
Si dejan una ⭐ en este capítulo se les cumplirá un deseo😂
Nos leemos la próxima semana❤
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