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Capítulo 56


Con el oxígeno llegando difícilmente a sus pulmones, la chica corría internándose más y más en el bosque con árboles de hojas perennes. Saltando troncos caídos, apartando ramas y teniendo cuidado de que la niña que llevaba en la espalda no se lastimara. Pero los pasos que la perseguían cada vez se escuchaban más cerca... demasiado cerca.

La pequeña se aferró a ella con más fuerza.

—Tranquila, no dejaré que te atrapen —le susurró con la respiración entrecortada sin detener su carrera por el nebuloso bosque.

«Más rápido, necesito ir más rápido», pensó mientras enviaba todas sus fuerzas a sus piernas.

Un lugar donde esconderse, eso era lo único que necesitaba. Un lugar donde poder esconder a su sobrina, despistar a los hombres que la perseguían... ella sabía, sabía lo que querían cuando los vio posar sus miradas sobre su cuerpo. Nunca debió detenerse en ese poblado apartado de la vista de los antiguos espíritus, pero ahora no le quedaba más que correr, esconder a su sobrina y luego lidiar con ellos. Una cosa a la vez, lidiaría con todo, pero con una a la vez.

—¡Cuidado, tía! —dijo la niña, pero la chica no pudo detenerse a tiempo, solo quedó sujeta a una raíz que sobresalía del saliente por el que se había precipitado. Por suerte, la niña seguía sujeta con fuerza a su cuello.

—Necesito que subas —le dijo a su sobrina. No se permitió mirar hacia abajo más que un segundo para ver si podría seguir bajando, pero la única salida era subir. Alejó ese miedo que la ahogaba, debía salvar a su sobrina, después podría llorar como un bebé.

—Tengo miedo, tía —respondió con la voz en un susurro tembloroso y se aferró más a ella.

—Lo sé, corazón, pero si no subes nos caeremos —dijo con toda la calma que pudo, pero podía sentir un dolor punzante en su brazo, no resistiría mucho—. Vamos, recuerda que eres una guerrera.

—Bien —susurró levantando la cabeza. Unos ojos marrones, iguales que los de ella y los de toda su familia, le devolvieron la mirada, unos llenos de vida, una vida que estuvo a punto de perder.

—Trata de llegar a la misma rama que estoy sujetando, yo sostendré tus pies. —La niña solo asintió con la cabeza y, al principio con miedo, trató de llegar a la rama—. Solo mira hacia arriba, puedes hacerlo. —Poco a poco la niña logró sujetarse de la rama y la chica empujó sus pies para que ella pudiera subir. Ya con su sobrina en un lugar seguro, incitó a su cuerpo todo lo que pudo para sujetarse con su otra mano, su hombro se quejó por el esfuerzo, pero trató de apoyarse contra las piedras para subir.

—Rápido, tía, ya vienen —le dijo la niña tirando de ella para ayudarla a subir y como si los hubiera convocado, cuando se estaba poniendo de pie para volver a correr, tres figuras salieron de entre los árboles como espectros infernales decididos a devorar sus almas. Ella sujetó a su sobrina en brazos buscando alguna salida, pero sabía que la alcanzarían y detrás solo había un barranco con un río que corría como una fina línea de plata. No tenía escapatoria.

«Por favor, quien sea, que nos ayude», pedía a cualquier dios que la escuchara. No sabía a cuál en especial rezarle, rogarle... le había rezado tanto, a tantos dioses cuando a su sobrina le habían diagnosticado cáncer y no sabía cuál de todos los dioses a los que le había rezado le había respondido. Esperaba que ese mismo dios no dejara morir a su sobrina en ese lugar, no de esa manera, nunca de esa manera, ya que ¿qué sentido tendría dejarla morir justo ahora si antes la había sanado?

«Por favor», volvió a repetir mientras los hombres se seguían acercando como bestias hambrientas babeando por el manjar encontrado. Ella dio un paso hacia atrás, pero no había a donde ir más que hacia abajo, bien al fondo, a una muerte segura. Pensó que los invasores no eran de los únicos que debían defenderse. Cuando a los hombres le soltaban la correa, cuando rompían la burbuja en la que vivían, revelaban lo que realmente eran: unas bestias, unos monstruos peores, muchas veces, que los que se esconden en la oscuridad.

Un susurro de hojas se escuchó y captó la atención de uno de los hombres, quien se dio la vuelta solo para ver como el gran oso grizzly rasgaba su garganta de un zarpazo. El gorgoteo de la sangre, seguido por las poderosas pisadas de las patas del oso, fue lo último que escucharon los dos hombres restantes. Un grito escapó de los labios de la chica deformando su hermosa cara y atrajo más a su sobrina para que no viera lo que estaba sucediendo.

El oso levantó la cabeza, su hocico empapado de sangre y la miró... la miró de la cabeza a los pies, pero no la miraba como comida o como la siguiente en su lista de muerte. No, la miraba con una consciencia que la asustó aún más. Porque la miraba como si estuviera analizando el daño que ella había sufrido y al notar que no había más que simples rasguños desvió la vista hacia la niña en sus brazos. La chica apretó aún más a su sobrina, pero se mantuvo en su sitio, siendo consciente de que si daba un solo paso atrás caería, aunque no sabía cuál muerte sería peor.

El oso inclinó la cabeza y retrocedió como si dijera: «no voy a hacerte daño» y ella se atrevió a dar un paso, luego otro y otro para tomar un camino por el bosque sin despegar los ojos del oso que aún mantenía la cabeza baja, sumiso. Después de cierta distancia se percató que el oso la había comenzado a seguir. Ella se detuvo sin saber qué hacer, si correr o ver que haría a continuación, pero el oso solo movió la cabeza como si le dijera que continuara y enfrentando todos sus instintos, siguió caminando por el bosque con ese oso detrás de ellas como si no fuera más que su guardaespaldas personal.

Ella miró al cielo y vio como las aves volaban sobre ella; entre los árboles, una progresión de ciervos, ardillas y otros animales la seguían. La chica pensó que talvez ese dios que había respondido en ayuda de su sobrina, también había respondido ahora a su plegaria y pensó que le gustaría saber su nombre para agradecerle.

Cless

Blyana era mi esposa, ¡Mi esposa! Si no fuera porque ella estaba sobre mi pecho durmiendo plácidamente, estaría brincando de la emoción por toda la habitación como un niño pequeño.

Y esperaba que así, sobre mi pecho, ella pudiera escuchar lo que le gritaba mi corazón con cada latido: te amo, te amo niña loca y risueña. Te amo mujer fuerte y leal, y te seguiré amando hasta que nuestras almas se disuelvan en polvo y vuelvan a donde sea que pertenezcan las almas, y luego de eso seguirás siendo tú la que le dé sentido a mí existir.

Ella se movió un poco y noté algo húmedo sobre mi pecho, estaba llorando, debía estar teniendo otra pesadilla.

—Ey, Blyana, Blyana. —La desperté y ella se estrujó los ojos—. ¿Estás bien? Estabas llorando —le dije acariciando su mejilla.

—Sí, solo... fue otra pesadilla. Creo que me estoy comenzando a acostumbrar a ellas —me dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Sabía que ella seguía teniendo esas horribles pesadillas, pero por lo menos ya no despertaba entre gritos y desorientada y eso era un gran progreso. En el orfanato siempre la castigaban porque no dejaba dormir a las demás chicas, como si ella hubiera tenido la culpa. ¿Qué culpa tiene una persona del desorden mental que te deja otra persona cuando te lastima? Mi chica no era responsable de no poder lidiar con lo que le habían hecho.

—¿Quieres hablarlo? —inquirí deseando con todas mis fuerzas tomar ese dolor que veía en sus ojos, no me importaba romperme por completo siempre que el brillo que tanto amaba en sus ojos permaneciera.

—Yo... no lo sé —dijo. Un suspiro escapó de sus labios temblorosos—. Son tan reales que a veces siento que no son sueños... sino que son algo más... —Hundió su cara en mi pecho y la apreté con fuerza recordándole que ya no estaba en esa pesadilla, que estaba conmigo, que estaba a salvo—. Y hay una mujer... —agregó levantando la cabeza, pero su mirada se perdió por un momento y quise con todas mis fuerzas poder arrancar esos sueños que la atormentaban. Había aprendido que cuando le cantaba, por lo general, no las tenía, así que lo hacía cada que tenía la oportunidad, especialmente después de que por fin había dejado esa droga para dormir—. Nunca la he visto en realidad, pero cada vez que la veo... siento algo extraño en el pecho y no sé cómo explicarlo.

—Tranquila, yo siempre estaré aquí para despertarte —le dije apartando un mechón de su rostro—. Hablaré con mi tío y conseguiré algo que te calme esas pesadillas, pero ahora se me ocurre otra manera de quitarte esa sensación —dije levantando un poco las cejas de manera jocosa mientras mis manos recorrían su columna en un toque suave y provocador hasta sostener su trasero. Ella se puso roja al instante. Me encantaba cuando le sucedía eso.

—¿Y cómo? —preguntó aún con los cachetes colorados, aunque se removió un poco en mi agarre, como queriendo guiar mis manos hasta otras zonas que yo mismo estaba deseoso de explorar.

—Así —dije y rocé nuestros labios. Suave, dulce, saboreando cada parte de ellos; mis manos deslizándose por sus caderas y espalda en una caricia lánguida y provocadora. Se estremeció bajo mi toque y sonreí contra sus labios.

—Cless —gruñó entre besos.

—¿Sí? —respondí mordisqueando su labio inferior.

—Deja de jugar y bésame de verdad —Ordenó. Sus manos sujetando con fuerza mi cabello para que la mirara. Volví a sonreír, esta vez una sonrisa más amplia. Me estiré en su agarre sintiendo una leve punzada de dolor en el cuero cabelludo y deslicé mi lengua por su labio amando como su cuerpo volvía a estremecerse. Me tragué el gemido que se le escapó, entonces la besé de verdad.

La besé con fuerza, con el objetivo de saborear toda su boca, su alma, de hundirme en ella y perderme en la maravilla que era ella.

Nunca me cansaba de besarla, sus labios eran la cosa más deliciosa que había probado, bueno, había otra parte más deliciosa, pero sus labios eran igual de buenos; era lo que me imaginaba que sería el néctar de los dioses. Tan embriagador y adictivo que podrías sumergirte en ellos hasta el final de tus días sin esperar nada más, sin necesitar nada más.

La moví para que quedara debajo de mí y colocarme entre sus piernas casi gruñendo cuando me envolvió con ellas pegándome más a su cuerpo. Tomé sus manos y las llevé sobre su cabeza amando la expresión adormilada que tenía en su cara como si yo me hubiera vuelto su nueva droga y esperaba que fuera así, porque ella era la mía. No, ella no era mi droga: ella era mi sangre y aliento, era lo que necesitaba para vivir, para funcionar.

Comencé a bajar por su mentón, su cuello, su clavícula, besé entre sus pechos; ese hermoso lunar en uno de ellos. Podía sentir como su pecho bajaba y subía de forma irregular bajo mis labios. Su olor embriagándome hasta la locura. Levanté la cabeza para mirarla, sus ojos cerrados, sus labios levemente abiertos; quería tatuarme esa expresión, así como cada tatuaje, cada perforación que ya tenía en mi cuerpo era en representación a ella. Llevé mi mano libre y comencé a contornear sus pechos sin tocar el centro que se erguía, reclamando atención, viendo como su piel se llenaba de piel de gallina.

—Cless... —susurró, mi nombre en sus labios tiró de mi columna, casi liberando esa parte salvaje que solo quería hundirse en ella, para reclamarla o para que ella me reclamara, no estaba seguro.

—¿Sí, esposa? —respondí, amando poder llamarla así, contra su piel, muy cerca del botón de su pecho derecho donde tenía ese hermoso lunar.

—Deja de jugar conmigo —gimoteó y apretó el agarre de sus piernas en torno a mí.

—¿Quién está jugando? —contesté con inocencia mientras tomaba su pezón con labios y dientes gruñendo cuando su cuerpo se arqueó contra mí en medio de un suspiro mezclado con un jadeo.

—¡Ay Dioses, Cless! —gimió y se me escapó otro gruñido de aprobación.

Dejé de sujetar sus manos y la deslicé suavemente deleitándome con el toque de su piel. Tenía la piel tan suave e incluso el toque de algunas de las cicatrices que tenía era un placer para mí. Mis besos siguieron bajando, tomé sus piernas y las abrí para mí. Un retumbar se alzó de mi pecho. Nunca había sido fanático del oral, pero con ella estaba sintiendo que me volvía adicto, al punto de que era mi saludo de las mañanas.

—Oh, mi querida esposa —dije, mis ojos clavados en los suyos que me miraban con una película de deseo sobre ellos—. Tan mojada. Me gusta. Mucho —y me hundí entre sus piernas. Su espalda se arqueaba y apretaba con fuerza las sábanas como si estuviera a punto de salir de su piel en cualquier momento. Cuando todo su cuerpo fue inundado por espasmos y su carne apretaba contra mi lengua, me separé y la tomé de las piernas para acercarla más a mí.

Llegué a su entrada y comencé a hundirme lentamente, encantado de ver como se estiraba a mi alrededor, de como parecía querer devorarme. Se apoyó en sus codos para ver donde nos uníamos y cuando la vi mirando me deslicé de un solo golpe haciendo que ella girara los ojos y se dejara caer entre un gemido hermoso, mi favorito.

El choque de nuestros cuerpos, los sonidos que salían de sus lindos labios, como arañaba mis brazos, mi espalda, como queriendo meterse más debajo de mi piel, sí, más. Porque ella ya había tomado mis huesos, mi alma y había puesto una cadena alrededor de mi cuello. Yo era suyo, de eso no había duda. Y todo eso, todo cuando estaba con ella, era lo único que me hacía desear seguir vivo.

En el momento cuando sabía que ella estaba cerca, reduje la velocidad y ella dejó escapar un gemido en protesta y se comenzó a mover. Me dejé caer y la tomé de las caderas para que me montara como ella quisiera. Me mordí el labio con fuerza al verla sobre mí, su cabello golpeando su espalda baja, sus pechos rebotando ante mí y llevé una mano para apretar uno mientras ella se movía cada vez más rápido, sostuve sus caderas y arremetí contra ella.

—¡Oh Dios! —gimió.

—¿Ese dios tiene nombre? —le dije, aunque sonó más como un gruñido.

—Cless —dijo entre cortada.

—Eso creí. —Y cuando ella llegó, yo también. Cuando se desplomó sobre mí con su cuerpo todavía sacudido por espasmos, aún veía estrellas detrás de mis parpados.

—No me voy a cansar nunca de esto —me dijo después de unos minutos colocándose de nuevo a horcajadas sobre mí. Era lo que siempre decía. Nunca me había dicho que me amaba, pero esas palabras, a mis oídos, significaban lo mismo.

—Espero que sea cierto —le dije y me senté para comenzar de nuevo.

🍂🍂🍂

Íbamos a escapar. Domingo y Lasly harían lo mismo y me había comunicado con Lucas para que él y Christian sacaran a Zoe de la guarida. Si no lo hacíamos quedaríamos atrapados sin salida en esto.

Ya teníamos todo lo que necesitábamos y nos dirigíamos a la salida de la cabaña.

—¿Y qué pasa con Zoe y Chris? —me volvió a preguntar Blyana por enésima vez. Una mano sobre la mía, la otra sobre su estómago.

—Ya te dije que ellos también escaparán. Me comuniqué con Lucas para eso. —Pasé mi mochila por mis hombros y tomé la de Blyana.

—Le dijiste a Lucas —dijo ella deteniéndose de pronto.

—Sí, creo que el lugar al que ellos irán es incluso más seguro que al que iremos —respondí y abrí la puerta, pero me quedé inmóvil, cuatro soldados nos estaban apuntando con sus armas—. ¿Qué significa esto?

—Vinimos por ustedes para llevarlos al frente —dijo uno de ellos.

Al final fuimos arrastrados de nuevo al frente, ya no estaba mi tío a cargo.

¿Qué diablos estaba pasando?

No nos permitieron ni respirar cuando ya íbamos corriendo con armas en las manos al campo de batalla. Era mucho peor de lo que lo recordaba, en nuestras filas había más niños que otra cosa y estábamos en una gran desventaja numérica.

—No te separes de mí —le dije a Blyana sujetándola del brazo. Me acerqué y le di un beso, a pesar de la tela que usábamos para protegernos del polvo y poder respirar mejor—. Te amo. —Ella me miró, sus ojos muy abiertos y me apretó la mano dando un paso atrás. Me acerqué y la abracé—. Estoy aquí. Todo estará bien, no dejaré que nada malo te pase. Soy tu escudo. —dije y esperaba poder mantener esa promesa, al igual que esperaba no tener que utilizar las cintas que nos habíamos colocado.

Los saqueadores estaban muy adentro de nuestras filas, nuestros cañones disparaban, nuestras naves atacaban las suyas; el suelo estaba lleno de cadáveres y la nieve era roja en su mayoría, pero un rojo oscuro, casi negro. El olor a podredumbre atravesaba la tela que tapaba mi nariz y me hacía lagrimear. Los saqueadores arremetían sin piedad contra nosotros, niños... niños caían ante mis pies y no era capaz de hacer más que tratar de no caer con ellos, antes no me hubiera importado, pero no iba a dejar a Blyana sola, no en su estado.

Apuntaba mi arma lo mejor que podía y rogaba porque el saqueador no se levantara de inmediato. Ya me habían herido en un brazo y se me hacía difícil manipular el arma, alguien chocó conmigo y opté por una navaja que tenía en mi cinturón por practicidad, pero interceptaron mi golpe.

—¿Le quiere' dar pa' bajo a tu capitán? —bromeó Domingo.

—Claro que no, capitán —le dije y comenzamos a disparar de nuevo. Él estaba igual que yo, igual que todos, con la sangre hasta las rodillas. Los Crimbols sorteaban entre las piernas de los saqueadores y los Teryx se llevaban a nuestros soldados más pequeños, sin mencionar a los enormes gusanos que podía sentir moviéndose bajo mis pies.

Estábamos en la vanguardia, Blyana estaba a unos pasos de mí y de pronto vimos un despliegue increíble del enemigo. Unos quinientos saqueadores arcoíris se posicionaron delante de nosotros. Una de sus naves dirigió un gran disparo, dejándonos ciegos y con un pitido en los oídos por unos segundos, y cuando recobré la vista, donde antes habían estado por lo menos tres mil de nuestros soldados más capacitados, ahora solo quedaba una gran extensión de tierra desprovista incluso de nieve. Rápidamente, se extendieron los gritos resonando por todos lados. El pánico comenzaba a apoderarse de nosotros. Algunos disparos más y ya no quedaría nadie en pie.

Otra nave disparó y una de nuestras naves cayó sobre nuestros hombres. La explosión me despegó el pelo empapado de sudor y sangre de la cara.

Mierda, debíamos salir de aquí, debía sacar a Blyana de aquí.

—Es hora de acabar este juego —se escuchó, por encima de todo el bombardeo, la voz de un saqueador que ya conocíamos como si estuviera usando un amplificador.

Era el asesino de la teniente Sandra.

Estaba en medio de una formación de saqueadores de armadura negra, roja y azul; pero también había otros que no llevaban el mismo tipo de armadura. Tenían forma humana, pero poseían algunos rasgos animalescos: garras, a algunos le sobresalían colmillos de la mandíbula inferior, otros tenían cuernos de carneros y sus orejas tenían la forma de una mariposa por los dos vértices puntiagudos que tenían. En algunos sus ojos eran rendijas horizontales o verticales y en otros totalmente negros o blancos. Más monstruos. Mierda.

Esa situación ya no me gustaba para nada. Localicé a Blyana, debía acercarme a ella y salir. Miré a Domingo y asintió con la cabeza, pensaba lo mismo que yo. A la mierda con todo.

El asesino de Sandra estaba al frente de todos los demás y aunque le disparábamos era como si hubiera una especie de barrera delante de ellos que impedía que nuestras balas y descargas de energía, incluso las de nuestros cañones, le atravesaran.

El saqueador nos miraba a todos como si fuéramos insectos, pero cuando miró a alguien entre nuestras fuerzas, su mirada cambió... su cara mostró un deseo de sangre que nunca pensé ver en mi vida. Seguí su mirada y sentí como me congelaba, esa mirada iba dirigida a... Blyana, que por alguna razón lo miraba de una manera extraña, como si lo conociera, y el mismo deseo de sangre se reflejaba en su cara.

—Al fin te encuentro, ahora terminaré lo que comencé hace años. —Él extendió una mano y un saqueador le dio una lanza que tenía como punta un cristal que reflejaba todo el horror a nuestro alrededor. Corrí hacia ella, no quería ver lo que iba a pasar si no llegaba a tiempo, no quería imaginarme que pasaría después.

Llegué a ella y la empujé haciéndola caer. Ella me miraba con los ojos demasiado abiertos desde el suelo. Sonreí, había logrado quitarla del camino a tiempo.

📎NOTA📎

Holis seres extraplanetarios!!!! 

No tengo mucho que decir más que: "Don't blame me, love made me crazy" 😂

Nos vemos el próximo sábado, besitos ❤

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