Capítulo 48
¿Por qué esos pensamientos estaban constantemente en mi cabeza? ¿Por qué era tan consciente de la presencia de Cless a mi alrededor? Cuando me tocaba, cuando me miraba se sentía diferente, bueno, no, era solo el hecho de que mis pensamientos tomaban otro rumbo sin poder contenerlos. Uno donde mi mente comenzaba a divagar sobre cómo se sentiría que estuviera tan cerca como para que su aliento rozara mi mejilla, cómo se sentiría mi piel si él rozaba con sus labios mi cuello, mi clavícula, mis...
¡Oh, por la Diosa sagrada! ¿Qué me estaba pasando? Si Cless es solo mi amigo, uno muy guapo, sí, pero mi amigo. Uno que siempre había estado ahí para mí, en cada momento difícil.
Uno que besa divino.
¡No ayudas!
Habían pasado dos semanas o eso creo, no estaba muy consciente del tiempo. El medicamento que consumía para alejar esas horribles pesadillas hacía ya mucho tiempo que no causaba el mismo efecto, por lo que comenzaba a pensar en conseguir algo más fuerte. Lo que sí sabía era que estábamos en octubre, de nuevo, y eso implicaba que los árboles que habían estado vivos durante esas semanas volverían a su estado de latencia, lo que me ponía triste.
Ahora estaba durmiendo con Lasly con el pretexto de que quería pasar más tiempo con ella, pero la verdad es que estaba evitando a Cless. No me podía permitir que los sentimientos que tenía por él evolucionaran a algo más fuerte de lo que ya eran. En algo que no pudiera controlar. Porque sabía que cualquier error que cometiéramos me separaría de él y lo que más me causaba terror era ser alejada de mi hermana y de él. Sí, siempre me había gustado Chris, pero los sentimientos por mi hermana y Cless eran diferentes: cuando estaba lejos de ellos sentía que el tiempo y la distancia adquirían forma de capa invisible hecha de lava ardiente que se cernía sobre mí, quemando cada centímetro de mi piel; cada parte de mi interior. Era el infierno para mí, más, incluso, que mis pesadillas; que las figuras que solo yo podía ver.
Y además de la confusión de mis sentimientos, las pesadillas cada vez eran peores: siempre había muerte en ellas, fuego, personas huyendo y gritando. Eran personas que no conocía, pero me dolía, me dolía como si las conociera; especialmente, una mujer de cabello y ojos negros. Sus ojos perdían su brillo delante de mí y siempre me despertaba con lágrimas en los ojos.
Pero había uno... uno en particular que me aterraba porque, porque se sentía tan... real. La sangre sobre mí. Las dos figuras desparramadas en el suelo en un charco de sangre a las que siempre trataba de llegar arrastrándome; partiéndome las uñas en el suelo negro. Sin embargo, nunca podía. Nunca podía alcanzarlos. Y lo necesitaba, necesitaba llegar a ellos. También había un hombre en sombras que se alzaba sobre mí y me obligaba a beber algo...
Me desperté un poco sobresaltada y una toalla cayó sobre mi regazo. Estaba toda sudada y las lágrimas se mezclaban con mi sudor. Tenía mucho frío, mis piernas temblaban; levanté la mirada y no estaba sola... pero no era la compañía que quería ver en ese momento; después de haber tenido una pesadilla horrible. Cubrí mi cara con mis manos con la ambición de que desaparecieran. No podía hacer más que eso. La noche anterior me había inyectado y no podía volver a hacerlo, pero a través de mis dedos podía verlos alrededor de la cama. Pintando el piso de rojo. Llenando el pasillo de arena.
—Es inútil que te escondas, Blyana, siempre estaremos aquí —escuché decir a una mujer, su voz sibilante, deslizándose por mi columna, erizando los vellos de todo mi cuerpo.
—Ustedes no son reales. Ustedes no son reales. Ustedes no son reales. Solo están en mi cabeza. En mi cabeza. En mi cabeza —me repetía en voz baja, una y otra vez.
—Eso no sirve de nada —ronroneo una voz muy cerca. Sentí que la mano de alguien fría y huesuda sujetaba mi muñeca y me hacía mirar. Un hombre con un traje y un agujero en su cuello, me miraba bastante de cerca—. ¿Estás lista para hundirte? —Y quiso lanzarse sobre mí.
Salí huyendo, pero ellos me perseguían. Tres hombres y una mujer en hábito. Mis pecados. Mis castigos. La sangre que había derramado con mis manos. Llegué hasta mi mochila, saqué la ampolla y la jeringa y me inyecté, ya no podía más. Quería que todo eso acabara. El efecto no fue inmediato como en los años que comencé a usarlo. Me abracé a mí misma arrinconada contra la cama, hundí la cara entre mis piernas y me cubrí la misma con mis manos; volviendo a ser la niña que fue lastimada en esa cabaña, en el orfanato.
Ellos seguían sobre mí. Sentía tan claro su toque frío contra mi piel, su voz e incluso el olor a sangre mezclado con alcohol y cigarros y sus perfumes caros, como si de nuevo estuviera en esas lamentables escenas que quería olvidar; aunque sabía que el recordar todo perfectamente era mi castigo por tomar lo que no me pertenecía. Era terrorífico sentirse siempre sucia, cubierta de algo que, aunque me restregara con todas mis fuerzas, nunca podía deshacerme de ello.
—Vamos, Blyana, míranos —decía uno.
—¿Ahora nos tienes miedo? —se mofaba otro.
—¿No quieres admirar lo que has creado?
—¡Noooo! —grité y moví los brazos bruscamente y ellos los tomaron y me arrastraron por la habitación mientras se reían en mi cara—. No, por favor, que ya pare, que ya pare —gemía con desesperación, pero no funcionaba. ¿Por qué tendrían compasión de mí cuando yo no la tuve por ellos? ¿Cuándo muy en el fondo sabía que había disfrutado cuando le había devuelto un poco del dolor que ellos me habían provocado?
Logré deshacerme de ellos y corrí hasta la mochila de nuevo. Tomé otra ampolla y otra jeringa.
Vi como ellos se acercaban a mí con sonrisas amplias, imposibles para ser contenidas en las facciones humanas. Sangre derramándose desde sus ojos; sus dedos, largos y huesudos, cubiertos por una fina capa de piel tan delgada que podía ver claramente sus huesos debajo. La piel se desprendía de ellos en largas tiras sanguinolentas. Sangre inundando la habitación y más figuras que emergían de ella. Espectros del averno viniendo a reclamar lo que quedaba de mi alma.
Mi corazón latía tan fuerte que lo podía escuchar en mis oídos, amortiguando el sonido de sus voces. Me dejé caer atrás, apoyando mi cabeza contra la pared. Ya no podía hacer más. Si ellos habían venido por mí, ya no me iba a resistir. Ya no tenía fuerza de todos modos.
Un espectro en especial me aterró, era yo con el mismo vestido que había usado para matar a ese hombre en el bosque. La daga en mi mano. Una sonrisa perversa en mi cara que poco a poco se deshacía.
Ellos no eran el monstruo. Yo era el monstruo. Yo los había matado y lo había disfrutado. Yo merecía todo eso.
Traté de recordar la cara de Zoe, la de Chris, pero no pude. Las lágrimas seguían cayendo mientras ellos se agachaban junto a mí, rodeándome. Traté de recordar la cara de Cless, sus ojos y su risa sí me fueron posible divisarlos un poco. Mis párpados se cerraron poco a poco y delante de mí solo podía ver los rostros de las personas que me habían atormentado tanto en vida como en la muerte.
Cless
Eran casi las nueve de la mañana y Blyana no había aparecido aún. Era extraño, a pesar de ser un completo desastre en cuestiones del orden; era la persona más puntual que había conocido, así que decidí ir a ver qué le sucedía. Era cierto que se había estado comportando un poco extraña al punto de sentir que me evitaba y más que eso, estaba muy distraída, a veces se quedaba mirando un cierto lugar como si hubiera algo ahí con una expresión aprensiva, pero siempre llegaba para hacer su trabajo.
El pasillo estaba un poco concurrido, por lo que tuve que navegar en ese mar de soldados. Esa mañana había llegado una tropa y de verdad que estaba agradecido, eso implicaba que fuera probable que no nos enviaran afuera. No quería ver a Blyana en esa locura.
Cuando llegué al cuarto toqué la puerta, pero no recibí respuesta.
—Hola, Cless ¿Qué sucede? —preguntó Lasly quien venía del lado opuesto del pasillo por el que yo había llegado.
—Busco a Blyana, ¿no la has visto?
—Debe estar durmiendo aún, anoche se quedó afuera por mucho tiempo y creo que pescó un resfriado, de hecho, venía del ala de enfermería con algo de medicina —explicó moviendo una pequeña bolsa en sus manos.
Ella llegó a la puerta y abrió, yo no entré porque era el cuarto de chicas y no quería incomodarlas.
—¡Qué rayos! —la escuché chillar.
—¿Qué sucede, Lasly? Voy a entrar.
—¡Blyana! —gritó y toda mi caballerosidad se fue a la m... Entré y vi el lugar echo un desastre: había almohadas, ropa de cama y plantas por todos lados. Cuando logré ver a Lasly, estaba arrodillada en el suelo delante de una persona. Me acerqué y vi a Blyana sentada en el suelo con las piernas extendidas y con su cabeza recostada en la cama. Miré a su lado y mi corazón cayó al suelo. Había dos ampollas y dos jeringas. Un pitido se instaló en mi cabeza.
—¡No! —Corrí hasta ella—. ¡Blyana! —Intenté sin resultado, al igual que Lasly despertarla, pero fue inútil. La tomé en mis brazos y estaba fría, era como una muñeca de trapo en mis brazos—. Lasly, trae una de esas ampollas —le dije. Ella obedeció de inmediato; salimos corriendo a la enfermería. Lasly caminaba entre sollozos y veía como se quitaba las lágrimas del rostro.
A nuestro paso varios de los soldados se quedaban viendo con curiosidad.
—Un doctor —grité, no bien llegué al lugar—. Un doctor, tenemos una emergencia aquí.
—¿Qué pasó? —me preguntó una doctora sacando una pequeña linterna y abriéndole los ojos a Blyana para mirarlos.
—Creo que es una sobredosis —dije y miré a Lasly, ella entendió enseguida y le mostró la ampolla a la doctora, en medio de un sollozo.
—Bien. —Ella se giró y un chico se acercó con una camilla—. Colócala aquí. —Me indicó y dejé que se la llevaran a un cuarto al que no nos fue permitido entrar.
Daba vueltas sin parar en el pasillo mientras Lasly movía su pie de manera repetitiva y mordía sus uñas. Debí saberlo, debí estar más pendiente de ella, nunca debí permitir que se alejara de mí. Si a ella le pasaba algo no iba a poder seguir.
—Es mi culpa —me dijo—. No debí dejarla sola. —Las lágrimas volvían a su rostro que ya se comenzaba a hinchar.
—No es tu culpa, Lasly —le dije poniéndome delante de ella y colocando una mano en su hombro.
—Sí, sí, lo es, si no la hubiera dejado sola...
—¡Cless, Rubia! —giré mi rostro para ver a Domingo acercarse casi atropellando a varias personas.
—Moreno, es mi culpa, es mi culpa. —Él me miró desconcertado y yo negué con la cabeza. Se sentó junto a Lasly e inmediatamente ella hundió su cara en su pecho.
—Tranquila, tranquila. —La consolaba mientras le acariciaba la espalda—. ¿Qué fue lo que pasó? Suenan una' historia' horrible' allá afuera.
—Blyana se dio... una sobredosis —dije ahora sentándome al lado de Domingo. Recosté mi cabeza de la pared y me pasé las manos por la cara y por el pelo, frustrado. Debí ayudarla a dejar esa cosa hace mucho. No debí dejar que esos malditos la tocaran en el orfanato y debí matarlos con mis propias manos.
—Y es mi culpa, la dejé sola —decía Lasly entre sollozos con el rostro totalmente compungido.
—No es tu culpa, Rubia.
—Ella ha estado mal todos estos días, no ha... no ha podido casi dormir y llora mucho, tanto despierta como en sueños. Ella me necesitaba... y yo la dejé sola.
—Fuiste por medicamentos Lasly, nada de esto es tu culpa —le dije. Si había un culpable, ese era yo por no poder protegerla.
—Pero...
—Ahora lo que debemo' hacer e' apoyar a la flaca, ayudarla a salir de esa mierda, porque ella se va a poner bien —nos dijo Domingo tomando las riendas del asunto.
Pasaron algunas inquietantes horas más y todos nos pusimos de pie cuando la doctora por fin salió.
—¿Cómo está? —le pregunté inmediatamente.
—Estará bien —dijo y miró una tabla con unos datos en ellas—. Esa sustancia es poco común, por lo que necesito hacer más análisis, pero su cuerpo la expulsa rápidamente.
—O sea, ¿qué sí va a estar bien? —preguntó Lasly adsorbiendo por la nariz.
—Sí, pero necesita estar bajo observación esta noche.
—¿Podemos verla? —pregunté.
Blyana
Desperté en una habitación sin ventanas y con muy poca iluminación. Me dolía todo el cuerpo como si hubiera corrido sin parar hasta desmayarme. Tenía una sensación extraña en la boca y sentía todo mi cuerpo pegajoso. Levanté la cabeza cuando el dolor me dejó y vi una intravenosa en mi brazo; seguí la vista hasta mi mano que era sujetada por Cless. Él tenía recostada su cabeza en mi cama y su cabello cubría un poco su cara. Intenté sentarme, pero de mi boca se escapó un gruñido que lo despertó.
—¿Blyana? —preguntó incorporándose y llevando una mano a mi mejilla—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —mentí. Recordaba lo que había sucedido y sabía perfectamente por qué debía estar ahí, a veces odiaba esa capacidad que tenía para recordar las cosas tan bien—. Estoy viva —agregué al ver la cara de disgusto que comenzaba a poner.
—De milagro —reprochó.
—No quiero estar aquí —dije e intenté bajarme de la cama.
—No puedes. Estás en observación. La doctora está sacando esa cosa de tu sistema. —Yo volví a mirar la intravenosa, si lo sacaban de mi sistema significaba que los volvería a ver. Así que intenté arrancármela—. ¿Qué rayos haces? —reclamó Cless sujetándome la mano.
—No quiero que lo saquen.
—¿Cómo que no quieres que lo saquen? Esa cosa casi te mata —gruñó, indignado.
—Cless, ya puedes ir a descansar... —Lasly, quien entraba en la habitación, me miró por unos minutos y sus ojos azules se llenaron de lágrimas dando la impresión de ser mini cascadas—. ¡Estás despierta! —dijo con alivio y corrió hasta mí para abrazarme, cosa que me causó dolor por todo el cuerpo, pero su abrazo fue bienvenido.
—Iré por la doctora, no dejes que se quite la intravenosa —gruñó Cless y salió dejando a Lasly confusa por el comentario.
—¿Por qué quieres quitártelo? —inquirió ayudándome a llevar de nuevo la pierna que había bajado a la cama.
—Lo están sacando de mi sistema —tragué. Mi garganta se sentía en carne viva—, así que ya no hará efecto —dije lentamente recostando la cabeza de nuevo en la almohada. Tenía miedo de mirar las esquinas, los rincones, porque estaba segura de que, si no estaban aún ahí, pronto lo estarían.
—Entiendo... pero Blyana eso es lo mejor. Estuviste a punto de morir. Seguro la doctora puede darte otra cosa —dijo acomodando mi cabello.
—¿Crees que no fui donde médicos? Incluso fui a terapia por mi cuenta y nada funcionó. Lasly, tengo miedo. Cada vez se sienten más reales —confesé sujetándola como si fuera a desaparecer en cualquier momento.
—¿Los hombres que te hicieron eso? —Ella sujetaba mi mano dándome un poco de confort, anclándome a la realidad, que por momentos, se sentía que todo no era más que una horrible pesadilla que parecía que nunca iba a tener fin.
—No solo ellos. —Yo también le apreté la mano en aceptación de su gesto.
—¿También los otros sueños que me contaste? —Asentí levemente. Era horrible recordarlos, pero de alguna manera cuando le contaba mis sueños a Lasly se sentían menos reales y que ella me escuchara y no me tratara como una loca, me hacía sentir mucho mejor.
Creo que poco a poco me había acostumbrado a los rostros que conocía, a los que sabía por qué habían muerto, aunque eso no implicara que no me perturbaban constantemente. Pero esas otras cosas que veía en mis sueños, esas otras personas, me aterraban. Cuando comencé a soñar con la señora de ojos negros decidí que ya no podía más, así que fui a psicólogos y terminé pasando de mano en mano sin que ellos pudieran hacer nada por mí, por lo que me vi obligada a encontrar una forma por mi cuenta.
Una tarde en el huerto descubrí una pequeña planta herbácea de hojas aserradas y flores rosadas y me pareció curiosa, así que la llevé al laboratorio y la analicé, así descubrí sus propiedades sedantes y desde que la probé pude dormir sin tener pesadillas; pero poco a poco sus efectos habían menguado y ahora estaba perdida.
—Sé que vas a salir de esto, no estás sola. Cless, Domingo y yo estamos contigo. Siempre. Puedes con todo, aunque primero tengas que quebrarte, llorar y sangrar, puedes con todo. —La miré sin saber si eso era del todo cierto. Me comenzaba a sentir tan cansada de toda esa lucha interna, de todo ese ruido en mi cabeza, de todo ese maremoto de sentimientos, de todo lo que estaba haciendo y lo que me faltaba por hacer. Dejé salir un suspiro cansado y ella me abrazó como siempre lo hacía, ayudándome a no desmoronarme ahí mismo—. Siempre contigo —repitió y le creí.
La puerta se abrió y una mujer que debía ser la doctora entró. Cless permaneció recostado en la entrada de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho, su expresión era una mezcla de preocupación e irritación. Ella me examinó y noté que colocó algo en mi intravenosa y poco a poco cerré los ojos mientras la figura de Cless se iba oscureciendo ante mis ojos.
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