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Capítulo 38

Cless

Una semana después, las misiones se habían renovado, aunque eran más para los soldados a pesar de que habíamos estipulado que todos los que estuvieran dispuestos participarían activamente en ellas. Blyana había mantenido a Cruster oculto en el huerto y lejos de Henry, a quien casi le había dado un infarto al ver al animal.

A cerca de la situación entre Zoe y Azel, estaba seguro de que Blyana se había dado cuenta, pero nadie le decía nada. Bueno, no muchos conocían lo que realmente había pasado, y cuando trataba de sacar algo de información, le cambiábamos el tema; no obstante, era tan perspicaz que pronto se daría cuenta y en esos momentos no sabía si en serio quería que supiera la verdad. Había demasiadas cosas sobre nuestros hombros para dejar caer una más.

Desde su vuelta se la pasaba durmiendo y comiendo, aunque también hacía algo de ejercicio. Era casi un ritual desde hacía años levantarse en las mañanas y moler un saco de boxeo. No había exagerado con lo de querer dormir por una semana, pero ahora no lo hacía en su habitación, sino en la mía. Era obvio que en el transcurso que estuvo allá sus pesadillas habían empeorado a un nivel donde ni siquiera esa cosa que consumía la libraba de ellas. Y eso me preocupaba mucho.

Para mí no era extraño que ella durmiera en mi cama. Lo hacía con mucha frecuencia desde los quince años. Todavía recordaba cuando había llegado un día a la guarida llena de moretones y llorando. Ella no sabía que yo estaba allí aquella noche, eso había sucedido un poco antes de aquel hombre que había matado.

Estaba tan enojado cuando me contó que desde hacía meses unos hombres en el orfanato la habían estado golpeando y que por eso tenía esos horribles hematomas. Fueron cinco en total y dentro de ellos estaba una de las monjas que lo permitía. Había uno, uno que ella nunca me quiso confesar de quién se trataba y por qué lo había dejado con vida; pero sabía que eso la había traumado al punto de no poder dormir por las pesadillas y terminar prácticamente drogándose.

Yo tampoco contribuía mucho a que ella estuviera bien en esa época; la mayor parte del tiempo estaba tomado o en peleas combatiendo mis propios demonios, pero hacía todo lo posible para mantenerla a salvo.

Mi pequeña luchadora, mi gladiadora.

Los sedosos mechones de su trenza deshecha descansaban sobre sus mejillas sonrosadas mientras ella reposaba sobre mi pecho; sus manos apretando las sábanas en un puño; su respiración suave y tranquila. Quité uno de esos mechones y me permití jugar con él unos segundos. Se veía tan apacible y tranquila, nadie se imaginaría nunca por todo lo que ha tenido que pasar.

La admiré por unos segundos más y luego, con mucho cuidado, salí de la cama. Me detuve delante de ella y seguí mirando como su cuerpo se enroscaba en una lucha con las sábanas. Comenzó a moverse inquieta y de repente la escuché decir algo: «Fa bashai fe say manda». Esa no era la primera vez que lo escuchaba.

Una vez le había preguntado si sabía que significaba y me había dicho que no tenía ni idea, por lo que a pesar de que me parecía extraño que siempre repitiera lo mismo, las tomé como palabras incoherentes de alguien perdido en el mundo de los sueños. Ella seguía hablando y pude entender lo que estaba diciendo: mi nombre. Tomé mi celular y me puse a su lado para grabarla. Amaba cuando ella decía mi nombre, no voy a mentir, a veces la molestaba solo para que lo dijera.

La forma en que lo arrastraba cuando estaba enojada o la forma radiante cuando estaba feliz o mejor aún: cuando quería decirme algún secreto... como lo susurraba. Oh, esa era mi favorita de lejos. Como sus labios se movían suavemente como los pétalos de una flor siendo acariciada por el viento, para dejarlo salir como si fuera un suspiro y si venía acompañado de una sonrisa era como ver un poco del paraíso al que seguro no se me permitiría entrar.

No pude aguantarme y también le tomé una foto, tenía varias en mi teléfono. A ella no le gustaban, pero era algo inevitable para mí. Las usaría para molestarla después. Sonreí al ver la imagen en mi teléfono y volví a mirarla.

—Lo siento, ¿te desperté? —le pregunté cuando la vi abrir los ojos moviendo esas largas pestañas pesadamente. Oculté el celular antes de que pudiera verlo.

—¿Eh? No. —Ella se estrujaba los ojos, despejando los rastros de sueño. Su cabello se derramaba por sus hombros y espalda como un manantial cristalino hacia las sábanas que habían adsorbido su olor a flores en el clímax de la primavera—. Estaba soñando contigo, pero, aunque intentara alcanzarte, no podía —dijo frunciéndome el ceño como si me acusara de algo.

—¿Por qué me miras así? —dije apretándole la mejilla mientras me sentaba en la cama—. Y sí, supuse que soñabas conmigo, al fin y al cabo, no parabas de decir mi nombre. Cless, Cless, Cless —me burlé.

—Eso no es cierto —negó alarmada mientras se frotaba la mejilla.

—Claro que lo es. —Y le dejé escuchar el audio que había grabado. Ella abrió mucho los ojos y se lanzó sobre mí para quitarme el celular. Me reí ante su desesperación por alcanzarlo.

—¿Por qué me grabaste? ¡Cless borra eso! —Terminó sobre mí y cuando se dio cuenta de la posición en la que nos encontrábamos, pestañeo varias veces. Vi como un rubor se extendía por su pecho hasta su cara.

La tomé de las caderas y la coloqué debajo de mí en un movimiento rápido y fluido. No quería que se alejara. Quería mantenerla así de cerca todo el tiempo posible, aunque era un acto mezquino de mi parte. ¿Qué podría ofrecerle yo? ¿Cómo podría obligarla a estar con la abominación que yo era?, pero cuando me miraba como si yo fuera alguien especial, como si yo pudiera ser el héroe que ella creía que era, olvidaba hasta mi nombre y lo que corría por mis venas.

Sus ojos miel brillaban, a pesar de la poca luz, como si dentro de ellos hubiera una luz propia deseosa de salir e iluminar; de alejar toda la oscuridad que nos rodeaba. Tomó mi cara y unió nuestros labios unos segundos, me empujó y me arrebató el celular. Me quedé procesando lo que había hecho; disfrutando de la electricidad que me recorría todo el cuerpo y relajando mi mente para que toda la sangre de mi organismo no se alojara en un solo lugar.

—Adiós audio —dijo con una voz cantarina entre risitas, pero yo reaccioné a tiempo y se lo quité.

—Ni lo sueñes. —Ella volvió a intentar quitármelo, dando saltitos que hacían que sus pechos rebotaran de la manera más tentadora. Aparté la vista. No ayudaba en nada que ya estuviera empalmado al levantarme, y ver eso hacía que todo mi cuerpo doliera porque no podía tocarla, pero gracias a Dios alguien tocó la puerta.

—Cless, el capitán quiere vernos a todos arriba y si ves a Blyana, dile lo mismo —dijo Lasly, pero lo último, lo dijo entre risitas. Era obvio que todos sabían que ella se quedaba en mi cuarto, aunque pensaban demás acerca de lo que pasaba dentro de este.

Cuánto me hubiera gustado que esos cuchicheos se hicieran realidad, pero sabía que eso no pasaría.

—De acuerdo —dije con la voz áspera, aún tratando de apartar a Blyana que seguía brincando y pegándose a mí. Una completa tortura.

—Dámelo —me susurraba estirándose todo lo que podía.

—No —la aparté y comencé a caminar hacia el baño. Necesitaba echarme agua, agua muy muy fría, pero ella saltó a mi espalda.

—Borra el audio o no te suelto —me amenazó sujetándose con fuerza con los brazos y piernas.

—Si lo que querías era entrar al baño conmigo, solo tenías que pedirlo —dije girando un poco para verla a los ojos y darle una sonrisa de lado.

—Ya quisieras —respondió poniendo los ojos en blanco, luego me dio una sonrisa malévola y se hundió en mi cuello para darme un beso allí.

—Deja de hacer eso —le dije y traté de que bajara, pero era como una garrapata. Luego de unos segundos se bajó con una sonrisa triunfal en el rostro. Se colocó delante de mí, apoyó sus manos en mis hombros y se impulsó para darme un beso en la mejilla.

—Ahora sí, buenos días, Cless —me dijo con una enorme sonrisa en el rostro y se metió dentro del baño.

Y ahí estaba, mi nombre en sus labios. Cuando lo decía era como un hechizo que me dominaba por completo. Solté un suspiro. Me tenía. Y no sabía en qué momento había ocurrido, solo que, desde hacía mucho tiempo, mientras miraba sus ojos, sabía que todo mi ser era suyo.

—¡Oye, eres una tramposa!, hoy me toca usarlo primero —dije siguiéndola, pero ya había cerrado la puerta.

—Eres lento —canturreó desde adentro.

No me quedó de otra que lanzarme a la cama y esperar. A hora la cama era una mezcla de mi olor y el de ella, ¡y me encantaba! Después de unos minutos la escuché cantando y yo también comencé a cantar. Si supiera todo lo que sentía por ella y si ella sintiera algo similar por mí, ahora mismo estaríamos los dos huyendo de Zwodder y este plan no nos atormentaría.

La melodía se colaba por todo el cuarto. Amaba cuando cantaba. Su voz era tan hermosa, tan melodiosa, tan angelical, tan fuera de este mundo. Ella era esa música que escuchabas con los ojos cerrados y que te erizaba todo el cuerpo y me sentía tan orgulloso de ella. Que después de todo lo que le había pasado aún pudiera cantar y sonreír, que aún pudiera tener esperanzas, que aún siguiera luchando, que aún permaneciera esa parte buena; eso me daba esperanzas de que en algún momento toda esa locura llegaría a su fin.

Toda ella transmitía una ternura que no coincidía con el infierno que había vivido, y del cual, rara vez hablaba. Sin importar las profundas heridas que le habían lacerado y marcado su alma, ella seguía desbordante de esa sensación de esperanza, su voz era la promesa de un mundo mejor y sus ojos un vistazo a la tierra prometida.

Era admirable cómo había mantenido su inocencia y bondad intacta, un tesoro escaso en estos tiempos de cinismo, crueldad y desesperanza.

🍂🍂🍂

—¿Ya te dormiste? —preguntó poniendo su mano mojada en mi cara, ganándose un gruñido de mi parte—. Voy a pasar por el huerto a ver a Cruster y vuelvo para que subamos juntos —dijo caminando hacia la puerta. Me senté en la cama para mirar mientras se iba, su vestido bailando a su alrededor—. Por cierto, bonito chupetón que tienes en el cuello —dijo entre risas ya en la puerta. Toqué mi cuello y abrí la cámara de mi celular para ver el chupetón.

—¡Blyana! —le reproché.

—Eso te ganas por grabarme durmiendo —dijo sacando la lengua y salió corriendo antes de que yo llegara a la puerta.

Maldita niñata, la adoro.

Cuando volvió, yo aún no me había colocado la camiseta y me estaba haciendo una media coleta en el pelo.

—¿Aún no terminas? —preguntó parándose a mi lado—. Te ha crecido mucho el cabello, ¿quieres que te lo corte? —Yo negué con la cabeza y de pronto se detuvo en una nueva adquisición que tenía en el pecho—. ¿Qué rayos es eso? —inquirió con una cara horrorizada.

—Un elefante bailando ballet, Blyana —dije girando los ojos mientras aún luchaba con mi cabello. Creo que sí iba a tener que cortarlo, tenerlo tan largo me dificultaba manipularlo.

—Ja, ja, muy gracioso —dijo con una cara hastiada—. ¿Quién te hizo ese desastre? —Ella llevó un dedo para tocarlo y vi como sus mejillas adquirían ese color rosado que tanto me gustaba.

—Mike —dije tratando de no sonreír e ignorando ese dedo sobre mi pecho.

—Ese Mike es una muy mala influencia y para el colmo sin nada de talento para tatuar —dijo entre risas mientras inclinaba la cabeza, seguro para buscarle sentido al tatuaje—. ¿Y qué rayos se supone que es eso? —desvió su mirada a la mía, pero no pude interpretar que había detrás de esos ojos.

—Si no lo entiendes, no importa —dije y fui por mi camiseta, pero antes alisé una arruga de la cama.

—Creo que hubiera sido mejor un elefante bailando ballet —me dijo colocándose de nuevo a mi lado—. Por cierto, se te ve mucho el chupetón —agregó entre una risita.

—Pues claro, si casi te vuelves Edward Cullen —le volví a apretar la mejilla.

—Deja de hacer eso —me reclamó—. Siéntate, te lo voy a cubrir.

🍂🍂🍂

Me seguía moviendo porque estaba cansado de tener el cuello doblado para que cierta señorita pudiera cubrir su fechoría, pero de lo que no me podía quejar era de tenerla tan cerca sin que estuviera a la defensiva por una de mis bromas. Su dulce olor floral me encantaba y los pequeños roces que me daba inconscientemente hacían que se me estremeciera la piel. Quería más. Quería que ella me amara, pero también estaba al tanto de sus sentimientos, así que, no me quedaba más que tragarme todo esto que ardía en mi interior; aunque sentía que algún día todo eso me consumiría.

—Ya deja de moverte —me exigió dándome un golpecito juguetón en el hombro.

—Ya me duele el cuello —me quejé.

—Listo, terminé —anunció. Se iba a separar, pero la sostuve de un brazo—. ¿Qué sucede? —Me miró confundida.

—Aún estás muy delgada. —Ella siempre había sido delgada, pero en esos momentos estaba muy por debajo de su peso habitual y eso me preocupaba, era una tragona, pero esos días estaba comiendo menos. Sabía que algo le preocupaba, pero no quería decírmelo.

—Tranquilo, estoy bien. Ahora vamos, de seguro nos están esperando.

🍂🍂🍂

Resultó que la reunión era para darle la bienvenida al Mayor César Turner, quien se encargaría de dirigir la guarida por unos meses. Venían a espiarnos, así que, Blyana y yo, debíamos movernos con mucho cuidado.

Cuando bajábamos a la estancia vi como Azel salía por la puerta del garaje vuelto un remolino de rabia contenida. Desde la muerte de su madre, él estaba aún más distante que cuando había descubierto el secreto de Zoe y creo que podía entender un poco de lo que pasaba por su cabeza en esta situación. Tenía entendido que se había discutido con su padre por no dejarlo ir al frente a pelear; alguien le había informado que el sujeto que mató a su madre estaba allá y él estaba decidido en encontrarlo.

—¿Qué tanto miras? —me preguntó Blyana, enganchándose de mi brazo y siguiendo mi mirada.

—Nada —dije mirándola por unos segundos y luego desviando mi atención a la puerta principal por la que entraba Carol.

Era raro verla aquí, ya que casi se había mudado a la guarida vecina porque pasaba mucho tiempo con Mary. Ellas dos se habían vuelto muy amigas y según lo que sabía, Mary había mejorado mucho, gracias a la ayuda profesional que le había conseguido la misma Carol.

—¡Hada! —escuché la horrible voz de Christian llamándola e inmediatamente todo mi ser pidió sangre; una en especial contenida en el cuerpo de un sujeto de ojos azules y sonrisa falsa.

—¡Chris! —Blyana corrió hacia él y se le enganchó del cuello mientras él me miraba descaradamente, retándome. Miré en otra dirección y pasé mi mano por mi cuello, enojado—. La cena de ayer estuvo deliciosa. —Ella tenía una sonrisa boba dibujada en su rostro y si dijera que no me hubiera gustado que hubiera sido para mí, mentiría.

—Gracias. —Él se pasó el dedo índice por debajo de la nariz, tratando de hacerse el humilde. Byana seguía alabando su comida cuando volvió a mirarme y por un segundo frunció el ceño mientras miraba mi cuello, de seguro me había quitado el maquillaje sin querer, pero no me importó y le di una sonrisa arrogante mientras levantaba las cejas jocosamente.

—Chris, querido. —La madre de Christian había aparecido detrás de él, con unos simples vaqueros y una camiseta, nada de los elegantes vestidos que solía usar—. ¡Oh! Blyana, corazón, qué bueno es verte —dijo abrazándola, aunque era obvio que Blyana estaba algo incómoda—. Chris me ha contado todo lo que ha pasado. —Ella rompió el abrazo, pero aun la mantenía sujeta de los hombros, mientras Blyana trataba de zafarse de manera cortés—. ¡Oh, cariño, estás muy delgada!, pero no te preocupes, yo misma me encargaré de tu alimentación.

—Señora Carolina, no es necesario, estoy bien —le dijo ella con una sonrisa un poco forzada y por fin pudo soltarse de la madre de Christian.

—Hola, mami Carolina —saludó Zoe animadamente llegando a nosotros, cosa no común de ella ser amable con la gente.

—¡Ah! Hola —le dijo Carolina, la sonrisa en su rostro reducida con notoriedad.

—Christian ¿Dónde dijiste que estaba el baño? —El padre de Christian también hacía su entrada, pero él, a diferencia de su esposa, si estaba vestido como siempre: con uno de sus trajes; aunque no estaba tan pulcro como solía llevarlos.

—Hola, papi James. —Zoe volvió con su nada común amabilidad.

—¡Ah!, hola Zoe —dijo él un poco incómodo mirándola, luego desvió la mirada hacia Blyana—. Hola, Blyana —dijo él más amable, pero Blyana no devolvió el saludo, de hecho, vi como dio un paso hacia mí y como comenzaba a pellizcar su muslo con disimulo. Cosa que solo hacía cuando se sentía realmente incómoda con una situación.

—¿Estás bien? —pregunté sujetándola del brazo con suavidad.

—¿¡Ah!? Sí —me dijo mirándome y luego volvió a desviar la mirada a James—. Hola, señor James —le devolvió el saludo de una manera jovial, aunque un poco fingido para como era ella.

—Has crecido mucho desde la última vez que nos vimos —dijo él y le dio una mirada que no me gustó para nada.

—¿Ah? Sí, —Blyana seguía como en las nubes.

—Bueno, entonces ¿Se quedarán aquí verdad? —interrumpió Zoe. James seguía mirando a Blyana y ella seguía tratando de actuar natural, cosa que para mí no lograba muy bien.

—Sí, por ahora nos quedaremos aquí —le respondió James a Zoe sin aún despegar los ojos de Blyana.

—¿Qué rayos te sucede? —le susurré comenzando a preocuparme.

—Bueno, me debo ir. Tengo que atender el huerto —dijo muy rápido y sin esperar ninguna otra palabra, se fue. Yo miré con detenimiento a James y luego a Christian, que al parecer por su expresión también se había percatado de la extraña situación. Salí disparado detrás de Blyana sin darles una segunda mirada.

Cuando entré al pasillo, vi cómo iba casi corriendo; su cabello y su vestido tratando de alcanzarla mientras cada vez daba zancadas más largas. Comencé a trotar para llegar a ella. Iba con la cabeza baja y no vio a Lucas que al parecer le decía algo, chocó con él y sin decirle nada siguió con su paso apresurado.

—¿Qué le ha pasado a Blyana que va llorando? —me preguntó él cuando llegué a su lado muy preocupado mientras se rascaba la nuca.

—No lo sé —le respondí y aceleré el paso. ¿Llorando? ¿Por qué carajos estaba llorando?

La vi entrar en mi cuarto y cuando llegué, toqué la puerta porque la había cerrado.

—Abre la puerta.

—Cless, quiero estar sola —dijo, pero noté que definitivamente estaba llorando. Escuché el sonido de cajones abriéndose y cerrándose, así que, forcé la puerta y entré.

—¿Qué rayos haces? —le dije quitándole la jeringa de las manos—. Te pusiste una esta mañana —le reclamé. Esa cosa no salía de su sistema hasta después de tres días de ser consumida—. ¿Quieres que te dé una sobredosis?

—Dámela, la necesito. —Sus ojos estaban inundados de lágrimas y miraba a una esquina como si hubiera algo allí que de verdad la aterraba; desvié la mirada, pero solo había sombras. Volví a mirarla y se me contrajo el corazón. ¡Cómo odiaba verla llorar! Sentía que mi mundo se derrumbaba bajo mis pies con cada lágrima que escapaba de sus ojos.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te has puesto así? —Lancé la porquería esa a la basura y cuando ella quiso ir a buscarla la sujeté por los hombros—. Vamos, Blyana, dime qué pasa ¿Por qué te pusiste así cuando viste... —En ese momento todos los puntos se conectaron en mi cabeza—. Es él, ¿verdad? El que no te atreviste a matar.

Todos los que la habían lastimado eran frecuentes en el orfanato, algunos de los que hacían donaciones, uno de recursos humanos.

—No, no, no. —Ella movía la cabeza de un lado a otro de manera frenética, tratando de ocultar algo que ya estaba más que claro.

—Lo voy a matar ahora mismo. —La solté para ir a matar a ese maldito perro. Llevé mi mano a mi arma. Le vaciaría el maldito cargador a ese desgraciado. Me importaba una mierda todas las personas que estaban en la estancia, de esta no se iba a librar.

—¡No! —me gritó y me sujetó de un brazo con desesperación—. No puedes hacer eso. —Ella hipaba tratando de controlar su llanto.

—Claro que puedo y lo voy a hacer —dije con la mandíbula apretada. No lo podía creer, «de tal palo, tal astilla», aunque uno era peor que el otro. «Como su hija» maldito viejo asqueroso. Lo iba a despedazar. Y no me importaba convertirme en el monstruo que mi madre siempre creyó que yo era, por ella, por Blyana me convertiría en el peor monstruo de todos.

—No, Cless, por favor. —Ella se abrazó a mí y yo estaba tratando de controlar mi respiración para poder consolarla.

—De acuerdo, no lo haré ahora. —Y la rodeé con mis brazos. Estuvimos así por varios minutos hasta que ella se calmó un poco—. ¿Ya estás mejor? —le pregunté cuando noté que estaba más quieta. Ella se separó lentamente, miré sus hermosos ojos hinchados y sus labios mascullados de tanto que los había mordido.

La guié a la cama para que se sentara.

No sabía cómo hacerla sentir mejor, cómo hacer que dejara de llorar, cómo volver a traer la sonrisa a sus labios y eso me hacía sentir tan impotente.

—No puedo creer que ese maldito te haya golpeado —gruñí, unos pensamientos bastante sombríos nublaban mi mente.

Ella volvió a hipar y a dejar caer algunas de esas lágrimas que hacían que me doliera todo el cuerpo, se las limpié y le di un beso en la frente. Me acuclillé frente a ella y coloqué mis manos sobre las suyas que estaban en su regazo.

—Cless, por favor... prométeme que no dirás ni harás nada. —Ella tomó mis manos entre las suyas y me miró de una manera suplicante. Pero esa era una promesa que no podía cumplir.

—Blyana, no me puedes hacer prometer eso. —Ella cerró los ojos con fuerza unos segundos—. Por lo menos, voy a devolverles los golpes que te dio —le dije y vi como ella se volvía a morder el labio y desvió la mirada unos segundos. Yo fruncí el ceño—. ¿Por qué eso fue lo único que hizo?, ¿verdad? —No sé por qué me había llegado esa idea tan loca a la cabeza, pero el que soltara bruscamente mis manos y se alejara prendió una llama en mí.

—No seas tonto. ¿De qué hablas? —dijo ella tartamudeando. Tartamudeando. Blyana nunca tartamudeaba.

—¡Mierda! ¡Lo hizo! —Me paré de golpe y me pasé las manos tan fuerte por el cabello que se me deshizo la cola que tenía en él. Estaba a punto de comenzar a tirar de ellos si lo que pensaba era verdad—. ¡Ese maldito te tocó! —Yo fui hasta ella que aún estaba sentada en la cama y volvía a comenzar a llorar. La sujeté de los hombros e hice que me mirara—. Dime que es mentira, por favor, Blyana, dime que me estoy volviendo loco, —pero a ella se le aguaron más los ojos y bajó la cabeza—. ¡Maldición! —gruñí y golpeé la pared tan fuerte que mi mano comenzó a sangrar, el líquido carmesí recorriendo la pared. Quería matarlo y lo iba a hacer, maldito hijo de...

Ella volvía a llorar desconsoladamente y me odiaba por no poder protegerla de ese maldito y por el dolor que le estaba causando, haciendo que recordara todo eso, pero necesitaba saber lo que en realidad había pasado para poder ayudarla.

—¿Los otros? —inquirí bajo, con miedo a su respuesta. Aún llorando, asintió débilmente. Cuando vi ese gesto me quedé parado inmóvil unos segundos, procesando todo en mi cabeza. ¡Mierda! Había sido abusada. ¿Pero por qué carajos no había dicho o hecho nada?, ¿qué diablos había sucedido en realidad? ¿Por qué había dejado que eso durara tanto tiempo? Ella no era de las que se rendían, aunque de esa situación no es fácil salir. Cuando me recuperé de lo que acababa de descubrir me coloqué en cuclillas de nuevo frente a ella—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué nunca dijiste nada? —Llevé mi mano hasta su mejilla.

—Le querían hacer eso a Zoe —dijo aún sollozando—. El señor James fue el primero y fue dulce conmigo —dijo tratando de justificarlo.

—¡Mierda, Blyana, no me digas que por eso no quieres que le haga nada, eso no es justificación! —le grité poniéndome de pie y de inmediato me arrepentí y me volví a calmar. Ella no estaba en condición de que le gritara—. Lo siento, lo siento, pero eso no es justificación, eras una niña.

—Y Zoe también —rebatió, sentándose más recta y deteniendo las lágrimas.

—Entonces era él quien dirigía toda esa mierda. —Ella asintió—. Ese día que llegaste toda golpeada...

—A ese cliente le gustaba de esa manera, no aguanté y escapé.

—Blyana —dije bajo, me senté a su lado y la abracé—. Te prometo que no permitiré que nadie más te haga daño, antes muerto —le dije y la apreté a mi cuerpo como si quisiera volver a armar los pedazos de ella.

—Pero, por favor, no le hagas nada al señor James. Chris ya perdió a alguien y sé que no soportaría perder otra persona —me dijo aún entre sollozos.

—No te prometo nada —gruñí con la mandíbula apretada.

—Cless, por favor —me suplicó.

—De acuerdo, no le haré nada, por ahora. —Y la volví a acercar a mí. Nunca más, nunca más permitiría que le hicieran daño.

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