Capítulo 32
Los siguientes mensajes han sido descifrados bajo la autorización de la comandancia.
Procedencia: desconocida.
Origen: Virus.
Destino: Topo.
«Dos peces han llegado a la pecera. Uno nadará al invierno y el otro al verano.»
Procedencia: desconocida.
Origen: Topo.
Destino: Virus.
«Un cuervo volará y se posará en la cola del mono.»
Procedencia: desconocida.
Origen: Virus.
Destino: Topo.
«El cuervo perderá las plumas en vuelo.»
Blyana
Han pasado cuatro meses desde que estoy con Zwodder y han sucedido cosas. He logrado enviar bastante información a la guarida. Cless me ha dicho que dentro de unos tres meses la barrera sería colocada y no sé cómo me siento respecto de pasar tres meses más con Zwodder y lo digo no precisamente porque no me guste su compañía, porque ese es el verdadero problema. Sí me gusta y eso me asusta y me asusta mucho. Él se ha convertido en algún tipo de compañía innecesariamente necesaria.
Tengo que repetirme con frecuencia que él es el propiciador de la invasión, que han muerto millones de personas por su culpa, que he estado en peligro debido a él, que mi hermana fue envenenada bajo sus órdenes y que me ha secuestrado dos veces. Pero esos no parecen motivos suficientes para que mi cuerpo deje de reaccionar cada vez que se acerca a mí y eso me molesta. Me molesta no tener el control cuando se trata de él. Nos hemos acercado más de lo que estaba en mis planes y todo por mi estúpida bocota ese día en el bosque.
—Blyana, ahora mismo quiero besarte hasta embriagarme en tus labios.
—No veo que te lo impide —dije sin pensar.
Él posicionó con firmeza su mano en mi nuca y acercó nuestros rostros hasta quedar a centímetros, esperó mi reacción y al ver que no era negativa concretó el beso. A diferencia del último, que fue demandante, ese fue dulce y lento. Era como si quisiera alargarlo lo máximo posible y explorar cada parte de mi boca.
La verdad es que no me desagradó. Él tenía una forma de besar que ponía por debajo a todos los chicos con los que había estado, exceptuando a uno, Cless, aunque no sé por qué me llegó él a la mente justo en ese momento.
¡Ay!, querida, te quejas de lo confuso que es Chris, pero tú estás peor.
Tú deberías ayudarme a aclarar este problema, no solo regañarme.
No te estoy regañando, pero si yo he de decidir, apoyo el poliamor.
—¿Sigues ahí?, te vas a congelar. —Zwodder se acercaba con cara de preocupación.
Vestía su traje de gala. Negro con bordados en violeta y naranja en esa ocasión, cuello alto y mangas. En el lado izquierdo de su pecho tenía algunas insignias y su cintura era acentuada por un cinturón dorado con amatistas incrustadas y del mismo se sujetaba un espada con una gran amatista en el pomo. Sobre sus hombros llevaba una capa con un pelaje cenizo que terminaba fundiéndose con el violeta del resto de la capa.
Él llegaba de una de esas reuniones de consejo que tenía, seguro con la casa Aventurina por los colores de su traje, detalles en los que me había fijado con el tiempo. Yo espiaba cada que podía, pero ese día no estaba de ánimos para nada de eso.
Mis energías habían ido menguando hasta el punto de que solo me sentaba y observaba, observaba y observaba y el zumbido de mi cabeza sonaba, sonaba y sonaba.
—Me gusta ver la nieve caer, aunque no me gusta lo que le hace a los árboles. —Estaba sentada en el alféizar del gran ventanal mientras abrazaba mis piernas. Ese se había vuelto uno de mis lugares favoritos dentro de ese enorme castillo, ya que no podía salir por la nieve.
Al principio, cuando él comenzó a dejarme salir, el lugar estaba lleno de saqueadores, tanto que a veces me veía siendo escoltada de un lugar a otro. Pero, con el pasar del tiempo, cada vez había menos, hasta el punto de que sentía que solo estábamos Zwodder y yo en ese enorme castillo. Me seguía pareciendo una prisión, me seguía sintiendo como un ave enjaulada, un ave a quien le habían amarrado las alas.
—Lo sé, pero deberías ponerte algo más abrigador —me regañó. Era cierto, solo llevaba un vestido muy ligero, pero la verdad es que no sentía frío. Físicamente, estaba bien, podría correr un maratón, pero mentalmente... ¡Oh!, mentalmente estaba a punto de caer, de caer bien hondo.
Él se quitó su capa y me la puso, lo miré algo divertida mientras trataba de no ahogarme entre el pelaje suave que olía completamente como él.
—Es muy grande para mí.
—Ya mandé a hacer las tuyas, pronto llegarán —me dijo mientras me extendía la mano—. Su majestad, me haría el honor de cenar con este humilde súbdito. —E hizo una reverencia exagerada provocando que su corona se moviera un poco en su cabeza. Los largos mechones de su cabello rodaron por sus hombros como cortinas de seda y por un momento esa imagen me transportó a otro lugar.
Estaba en un sitio mucho más oscuro y sombrío. Tan frío que podía ver una leve niebla recorriendo los pasillos laberinticos. La persona que tenía delante de mí no era Zwodder, pero dentro de mi sabía que lo conocía. Se acercó a mí y me acorraló contra una pared. La piedra mordió mi piel cuando choqué contra ella. El hombre se alzó sobre mí y su cabello rozó mi hombro cuando se acercó tanto que pude aspirar su olor oscuro. El miedo me subió por la columna y bordeó mi torso para apretar mi pecho.
—¿Blyana? —llamó Zwodder cuando no obtuvo respuesta.
—Claro, distinguido caballero —dije entre risitas sacudiéndome esa rara imagen que se presentó en mi mente solo unos segundos, pero que me aterró mucho—. Pero ¿qué tal si lo hacemos mientras vemos una película en tu habitación?
—¿Su majestad me está invitando a hacer cosas indecentes? —Y puso una mano en su pecho haciendo todo un drama. Por mi parte sentí como mis mejillas encandecían.
—No seas tonto —dije caminando más rápido para que no viera mi rostro. ¡Oh genial! Era realmente malo que me agradara tanto el enemigo, y que fuera tan guapo y divertido, no ayudaba en absoluto.
—Está bien, cenamos mientras vemos una película. —Él me alcanzó y pasó su mano por mis hombros pegándome contra él con una sonrisa en el rostro.
Me había dado cuenta de que él era una de esas personas que expresaban su sentir a través del contacto. Lo había sorprendido varias veces buscando la manera de tener algún contacto conmigo, aunque también me di cuenta de que se contenía. En ocasiones solo se quedaba mirando mi mano o alguna otra parte de mi cuerpo, como considerando si debería o no hacerlo, mientras yo trataba de no alentarlo. Tenía suficiente con el error de haberlo dejado que me besara, otro incidente así sería catastrófico.
Ya dentro de su habitación, que era muy parecida a la del castillo anterior. Una cama bastante grande, con sábanas de seda negras, un gran dosel del que colgaban unas cortinas violáceas y negras, las paredes tenían varias pinturas de paisajes y en una de las esquinas había un gran librero bastante lleno con un arpa de madera oscura delante.
Nos sentamos entre cojines frente a la cama y ahí cenamos mientras veíamos una película de una chica que era víctima de acoso escolar y terminaba hablando con su reflejo en un espejo.
—Me gusta mucho esa actriz —comentó al tiempo que se acercaba a mí haciendo que nuestras piernas se rozaran.
—A mí también —dije mientras me encogía de tal manera que colocaba mi cabeza en mis rodillas y abrazaba mis piernas rompiendo el contacto.
Su traje estaba abierto en la parte superior, dejando a la vista su pecho esculpido. La espada yacía a su lado. La trenza que llevaba en el pelo se había deshecho un poco y algunos mechones se colaban sobre sus hombros.
Cuando la chica estaba a punto de besar el espejo para dejar que la chica que estaba dentro del espejo «le quitara el dolor» como ella decía, Zwodder se apartó un poco.
—No voy a poder terminar de ver la película contigo —me dijo mientras acariciaba mi pelo. Su corona había terminado tirada en el suelo y a veces cuando me movía la reflexión de uno de los cristales me molestaba.
Zwodder no le daba mucha importancia a la corona y por momentos sentía que la situación lo hastiaba, no me fue muy difícil deducir que había tenido que tomar el poder. Aunque conmigo siempre se mostraba complaciente, lo había visto dando unas miradas aterradoras a los pocos soldados que aparecían por los pasillos y ni hablar del miedo que muchos de ellos dejaban ver en sus rostros.
—¿Qué? ¿Por qué no? —inquirí girándome completamente hacia él.
—Tengo que salir —me dijo ofreciéndome una sonrisa de disculpa.
Oh, no, no vas a ir a ningún lado.
—No, termina de ver la película conmigo y luego te vas —le pedí.
—Blorth me mataría si me quedo. —Él había colocado su mano en mi mejilla y la acariciaba con delicadeza con su pulgar, enviando corrientes eléctricas a mi columna vertebral.
Ah, sí, su odiosa asistente, o consejera, o lo que fuera, que para nada me agradaba. Siempre me miraba como si yo fuera un bicho o algo peor. A veces sentía que ella pensaba que yo tenía la culpa de la situación, cuando era yo la secuestrada.
—Eso por estos lados se llama regicidio y se paga con la muerte. —Tomé la mano que tenía en mi mejilla y la envolví en las mías—. No te vayas, no quiero estar sola. —Bajé la mirada a nuestras manos y vi cómo se entrelazaban, él tenía la tez muy pálida, pero me encantaba el contraste de nuestras manos juntas, aunque intentaba tener el menor contacto con él.
Concentración, Blyana, concentración.
—¿Qué sucede? —inquirió buscando mi mirada.
—Es que no quiero dormir sola —dije bajito y comencé a jugar con sus manos, con los anillos que tenía en ellas.
—¿Han vuelto las pesadillas? —Yo solo asentí. Bueno, eso no una mentira, por eso mis ánimos esos días estaban por el suelo—. De acuerdo, te prometo volver antes de que vayas a dor...
—No, no quiero que te vayas. —Y solté su mano para abrazarme a él. Fue un tanto incómodo sentir el frío toque de las insignias bajo mi mejilla, pero me acomodé hasta quedar en la parte de su pecho libre; su piel era cálida.
—A veces te comportas como una niña caprichosa, y eso que me dices que el niño soy yo. —Él volvió a acariciar mi pelo. No me gustaba que tocaran mi pelo, pero él era de las pocas personas a las que se lo permitía. No sé por qué, pero cuando él lo hacía se sentía natural, como si eso hubiera sido siempre lo normal entre los dos.
—Yo nunca te he dicho eso —dije y me aparté para verlo mientras fruncía el ceño.
—Sí, lo has hecho, pero eso no importa, está bien, me quedaré.
—¿De verdad? —Y con alegría lo volví a abrazar.
Terminamos de ver la película, así, abrazados.
—Voy a ir al baño y vuelvo —le dije levantándome después de que pasaron los créditos de la película, una extraña manía suya.
—Pero puedes usar el lavado de mis aposentos —dijo mientras se ponía de pie y trataba de hacerse una coleta con su cabello.
—Sí, pero mis cosas están en mi baño.
—Bueno, eso se podría solucionar si pasas todas tus cosas a mis aposentos. —Y me guiñó un ojo.
—¿Señor Zwodder eso que acabo de escuchar es una propuesta indecente?, compórtese señor. —Me acerqué y me puse de puntillas; con una mano tiré de su chaqueta y con la otra sostuve su barbilla haciendo que se agachara un poco y deposité un rápido beso en su mejilla—. No tardo. —Y salí de la habitación.
Corrí a toda velocidad hasta el cuarto de controles y esperé unos minutos a que el guardia saliera. Había aprendido el horario en que él salía a verse con una de las cocineras, humana, por cierto; solo esperaba que no hicieran sus cosas en la cocina. Gracias a ellos podía entrar y enviar los mensajes.
Cuando entré, envié el mensaje codificado que Cless debía estar esperando:
Camino libre, Zwodder no saldrá hoy. 0671-7360
Pasé rápidamente por mi habitación y volví a la habitación de Zwodder. Él estaba ya en la cama, un poderoso brazo flexionado detrás de su cabeza y... un libro en sus manos con la portada de dos personas y solo pude distinguir en la portada la palabra «Diciembre.»
Que el infierno me tragara y el cielo me ayudara.
Era de verdad injusto lo irresistible que se veía con ese libro en la mano enorme, la postura relajada y el aura sensual que desprendía. Si seguía así de verdad que me freiría el cerebro y el cuerpo.
—Tardaste mucho —me dijo bajando el libro. Ya se había deshecho de su traje, ahora tenía unos pantalones negros y una camisa blanca suelta de lino, dejando a la vista esa tableta de chocolate en su torso que solo provocaba lamerla.
—Adivina quién tenía el cabello superenredado. —Le di una sonrisa para nada simpática.
—¿Quién? —dijo haciéndose el inocente.
—Muy chistoso. Deja de hacer eso. Mis pobres muñecas sufren cada vez que tengo que peinarme —le reclamé girando los ojos.
Él se levantó de la cama y vino hasta mí.
—Te dije que te iba a traer doncellas para que lo hicieran. —E intentó volver a revolverme el cabello, pero le puse mala cara y solo lo acarició con suavidad.
—Te he dicho que no me gusta que extraños toquen mi cabello. —Me crucé de brazos enfurruñándome. Está bien, a veces me comportaba como una niña con él, lo acepto.
—Está bien, está bien. Ven aquí. —Y me llevó al tocador blanco de madera, adornado con incrustaciones doradas, igual que el dosel—. ¿Lo puedo hacer yo? —Y tomó en sus manos su cepillo.
Yo lo miré a través del espejo entornando un poco los ojos, luego me acomodé mejor en el asiento y dejé que lo hiciera.
—Sabes, para algunas cosas ustedes están bastante avanzados y para otras parecen cavernícolas —dije girando los ojos y tomé una pequeña caja de terciopelo negro, la abrí y vi un collar muy sencillo en diseño, pero muy hermoso. Era un círculo, pero en su perímetro estaba adornado con unas hermosas piedras rosadas que centelleaban y la sujetaba intrínsecas filigranas en plata que se extendían al centro, pero sin llegar a tocar la hermosa piedra celeste que parecía sujeta por arte de magia.
—Bueno, a nosotros nos ha funcionado bien hasta ahora, además me vas a decir que nunca has querido ser una princesa. —Él batallaba con un nudo en mi cabello y cuando vio la caja en mis manos la tomó, me ofreció una leve sonrisa, volvió a ponerla en su lugar y prosiguió con mi cabello.
—La verdad es que no. —Él me miró a través del espejo algo confuso y yo me encogí de hombros—. Las princesas deben estar bajo el régimen de lo que quieran los reyes, si terminara metida en ese loco mundo de jerarquías tan marcadas, no me gustaría ser una princesa.
—Así que prefieres ser una reina —dijo con una sonrisa en el rostro.
—No —dije mirándome en el espejo. Él volvió a mirarme con confusión—. Prefiero ser «La reina.»
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