Capítulo 29
Zwodder no me llevó al mismo castillo, y si lo era, no lo reconocí.
Estaba encerrada en otra torre. Me comenzaba a sentir como Rapunzel, una muy muy enojada.
Nadie más que él entraba en mi habitación. Un lugar circular con su propio cuarto de baño. Las paredes tapizadas con molduras simétricas en un tono rosa pastel, un pequeño candelabro que nacía del medio de un rosetón me iluminaba en las noches y el suelo era de mármol rosa cubierto casi en su totalidad por una alfombra del mismo color, comenzaba a odiar el rosa, de verdad que lo hacía. Tenía un tocador en madera blanca igual que la cama con detalles en dorado y violeta y un pequeño librero casi vacío en una esquina.
Al principio estuve reacia a probar bocado por una semana, y cada que veía a Zwodder quería lanzarme sobre él para infligirle dolor, pero terminé dejándolo de lado porque él no me iba a liberar y si en algún momento me veía débil permitía que Malen entrara y usara su don en mí, así que morir no era una opción, por eso pasé al plan B: complacerlo hasta encontrar un hueco para poder escapar o, por lo menos, poder comunicarme con la guarida y obtener información sobre la barrera. Inmediatamente esta fuese colocada yo debía salir de ahí, ya que no quería estar en el bando contrario cuando la guerra alcanzara su clímax.
Me la pasaba en la cama o haciendo ejercicio, tratando de alejar el zumbido de mi cabeza. Ese siempre había sido un problema para mí. El ruido constante en mi cabeza, pensamientos constantes que me turbaban. Prefería estar haciendo algo para alejarlos, por lo general hacer ejercicio, cantar o leer me ayudaba, pero en ese lugar donde sentía que las paredes se lanzaban hacia mí, el zumbido aumentaba hasta marearme, hasta desear con todas mis fuerzas estar en cualquier lugar menos en mi cabeza...
—¿Qué quieres comer hoy? —Zwodder acababa de tocar la puerta y asomaba su cabeza por la misma. Era como un niño con juguete nuevo y eso hacía que me hirviera la sangre porque en su mundo yo era el juguete.
Yo era su maldito juguete.
Otra vez era el juguete de alguien después de prometerme que nunca más lo sería.
—Solo déjame dormir —espeté y le lancé una almohada.
—Es casi mediodía, Florecita, debes levantarte de esa cama, eso no te hace bien. —Él se había acercado a mi cama y estaba sentado en el borde mientras movía mi hombro con su dedo índice de manera juguetona.
No me hacía bien... claro que no me hacía bien, estar en la cama... dormir nunca me hacía bien.
—¿Sabes qué me haría bien?, volver con mi familia —respondí entre dientes y hundí más la cara en la suave almohada.
—Lo sé, lo he escuchado las cincuenta primeras veces, pero...
—Sí, sí, yo también ya escuché la misma respuesta las cincuenta primeras veces —lo interrumpí girando los ojos—. Está bien, lo que sea menos esa cosa verde de la última vez, esa cosa casi me mata —agregué y saqué la cabeza para mirarlo, tenía una estúpida sonrisa en sus labios—. Ahora si me disculpas quiero cambiarme.
—¡Oh, claro! —Se levantó y se sentó en la silla de mi tocador con una elegancia que solo podía pertenecer a un ser etéreo. La luz que se colaba por la ventana hacía brillar los detalles dorados de su traje, dando la ilusión de que resplandecía con magia desde dentro.
—¿Qué rayos haces? —Fruncí el ceño mientras me sentaba y colocaba el mechón de cabello que siempre se lanzaba a mi cara, detrás de la oreja.
—Bueno, dijiste que te vas a cambiar y no quiero perderme de nada —ronroneó con voz grave mientras cruzaba sus largas piernas y colocaba sus manos llenas de anillos en sus rodillas con una sonrisita tonta en sus labios.
—¡Zwodder! —gruñí y le lancé otra almohada, él la atrapó al vuelo y la dejó sobre la butaca mientras se ponía de pie.
—Está bien, está bien —dijo entre risas mientras yo tenía otra almohada dispuesta a usarla como proyectil, pero salió de la habitación.
🍂🍂🍂
El cielo... por la belleza de la diosa, el cielo era violeta y no era porque fuera el amanecer o el atardecer, no, era medio día, de alguna manera lo sabía. Jirones de nubes se esparcían blancas por toda la extensión y decoraban ese cielo que de alguna manera me parecía extraño y conocido al mismo tiempo. Estaba bastante alto, en un balcón. Sujeté la barandilla de una madera suave y pulida de la que colgaban macetas de flores que se derramaban por los barrotes y más abajo... un pueblo de tejados ¿verdes? No, eran plantas, los techos estaban cubiertos por trepadoras, más allá un río y... los jirones de nubes comenzaron a tomar forma circular, una estructura negra comenzó a asomarse por el centro de las nubes y una sombra comenzó a extenderse por el bosque del otro lado del río.
Unas manos grandes y firmes envolvieron mi cintura, un cuerpo poderoso comenzó a calentar mi espalda, todo mi cuerpo hormigueó en respuesta a su cercanía.
—Han llegado —me dijo y me pegó más a él como si estuviera reacio a que hubiera cualquier espacio entre nosotros, yo sonreí un poco ante eso.
—Eso parece —respondí y dejé caer mi cabeza en su amplio pecho para poder mirar mejor la nave que traspasaba las nubes.
—Sí, y creo que deberías despertar —dijo y dejó un beso en mi hombro desnudo, pero su voz... no sonaba como miel especiada, como había sonado antes, sonaba diferente... más aguda—. Despierta, cariño —agregó y abrí los ojos.
🍂🍂🍂
Respiré como si fuera la primera bocanada de aire que tomaba después de llevar al límite mis pulmones debajo del agua, una bocanada profunda y larga. Me quedé mirando unos segundos el cielorraso lleno de molduras, tratando de procesar todo, de volver a ubicarme. Cuando era niña trataba de buscarle sentido a mis sueños, de entender que significaban, pero con el tiempo solo me di cuenta de que eran el resultado de mi fracturada memoria, de las cosas que he vivido y quería olvidar. Sueños tan extraños y en lugares aún más extraños... pero eran solo eso: sueños.
Me puse de pie y fui al lavado, dejé que el agua corriera sobre mí y se llevara esas sensaciones que me dejaban los sueños cuando me despertaba. Después de salir me senté en la butaca de mi tocador y comencé a peinar mi cabello.
No sé en qué momento comenzó o si siempre me sentí así, pero cuando me siento frente a un espejo y me quedo mirándome detenidamente, la persona que me devuelve la mirada no se siente como yo. Esos ojos miel, el cabello castaño dorado, esos labios llenos, mi cuerpo... no se sienten como mío, es como si estuviera mirando a otra persona y solo soy capaz de reconocer ese rostro porque lo he visto desde siempre; pero dentro, en el fondo, algo me grita que no soy yo, que ese rostro no es el mío al igual que el sentimiento constante de estar en el lugar equivocado. He aprendido a ignorar ese sentimiento, pero ahora, en esta habitación con el zumbido de mi cabeza, ese sentimiento crece y crece.
Había pasado otra semana más... y aún no podía convencerlo de que me sacara de ahí. Por lo menos mantenía su distancia, cosa que de verdad agradecía. A diferencia de la otra vez que estuve encerrada, esa vez sí podía dormir. En mi ventana, que tenía unos grandes y bonitos barrotes blancos, nótese mi ironía, había algunas plantas y entre ellas se encontraba la que usaba para poder evitar aquellas pesadillas, por lo que eso era un punto a mi favor.
Esos días con él, no voy a mentir, no habían resultado tan malos, claro si alejaba el recuerdo de lo que le había hecho a mi hermana; él era agradable, y hasta cierto punto... gracioso, pero de todos modos seguía buscando una manera de escapar.
Había pasado otro día más y Zwodder había entrado como todos los días a preguntar qué quería de comer y ya estaba de vuelta con la comida, ya no le pedía que saliera porque no lo iba a hacer. Para ciertas cosas no conocía la palabra privacidad.
—¿Te gusta la comida de hoy? —Él me miraba fijamente, nunca se quitaba su antifaz y la curiosidad me estaba comenzando a hacer heridas en la piel.
¿Por qué la necesidad de ocultar su rostro? Y ¿Por qué yo? ¿Por qué era justo a mí a quien quería?
Él no estaba sentado conmigo en la mesa, la cual entraba todos los días con la comida, haciéndola levitar, cosa que me sorprendió la primera vez que lo vi, pero que ahora no era más que rutina, sino que se encontraba en la butaca acolchada de mi tocador. Recargaba sus codos en él mientras tenía las piernas cruzadas y su mirada, siempre en mí. Se veía relajado, y hasta cierto punto, feliz.
Tenía un traje completamente negro que contrastaba con el rosa de la habitación, un espectro oscuro en un campo floreado. Su traje era de cuello duro y mangas largas con unas decoraciones en violeta y dorado que se mezclaban con su cabello y su corona y, sobre sus hombros, unas charreteras doradas con unas pequeñas púas en amatista y a pesar de estar totalmente de negro, el negro de sus ojos era diferente, era uno que no podía describir. Uno que me perturbaba y me atraía en igual medida.
—Sí —respondí y llevé el último bocado a mi boca—. Oye, ¿puedo hacerte una pregunta? —dije mirándolo de soslayo mientras dejaba mi tenedor en el plato.
—Ya la hiciste —dijo entre una risita inclinando un poco la cabeza. Su cabello, un mar negro, rodando por su hombro.
—Sabes a lo que me refiero —dije mientras giraba los ojos.
—Sí, claro.
—¿Por qué siempre tienes puesto el antifaz? —Y atrapé un mechón de mi cabello entre mis dedos. Las ondas de las puntas por más que las deshiciera volvían a formarse, por eso a veces usaba calor para hacerlo tan lacio como el de Zoe... ¿Cómo estaría Zoe? ¿Cómo estarían los demás? ¿Qué estaría sucediendo fuera de estas paredes que me aprisionaban?
—¿Tienes curiosidad? Parece que estoy progresando —ronroneó y sus labios se curvaron a una sonrisa sensual.
—Sí, lo que tú digas, Zwodder. —Volví a girar los ojos y lancé mi cabello hacia atrás, dejando mi cuello descubierto. Él siguió el movimiento con atención, haciéndome consciente de la piel expuesta.
—Bueno, eso lo sabrás cuando mi plan concluya —dijo mordiendo su labio levemente, yo desvié la mirada hacia la ventana.
—Me dijiste que has estado cerca de mí desde que me llevaron al orfanato...
Yo no era más que un bebé cuando eso había sucedido, un año apenas cumplido y mi hermana no más de dos meses... y nos habían dejado en una fría noche de diciembre en una mugrienta cesta frente al orfanato, una manta, una daga y una partida de nacimiento falsa. Nada de por qué nos había dejado. Ni una sola pista de los nombres que aparecían en el documento como nuestros padres. Nada.
Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, odiaba a mis padres, los odiaba por dejarnos, por negarse a protegernos, ya que por su culpa yo... por su culpa me...
—Sí —respondió en tono suave como si supiera los pensamientos que estaban inundando mi cabeza.
Por alguna razón eso, en lugar de hacer que se me pusiera la piel de gallina, me dio más curiosidad, ¿Qué sabía de mí? ¿Qué tan cerca había estado?, ¿conocía lo que yo había hecho? ¿Por eso... por eso era todo esto?
—Entonces ¿Cuántos años se supone que tienes?, por qué no te ves mucho mayor que yo —pregunté. Quería alejar esos pensamientos de mi cabeza. Siempre sentía una mezcla de tristeza y enojo cuando pensaba en mis padres, en la forma que nos habían dejado.
—El 13 de diciembre será mi vigésimo octavo cumpleaños. —Se levantó y caminó hasta mi cama que estaba detrás de mí y se lanzó sobre ella.
—Espera, eras un niño cuando me viste en el orfanato y, ¿desde entonces me andas acosando?, ¿es que tus padres no te ponían límites? —le dije y me giré con el ceño fruncido para mirarlo tumbado en la cama con las manos detrás de la nuca; ya no tenía la corona en su cabeza, sino que esta descansaba a su lado en la cama. Noté que se tensó un poco.
—Era el príncipe heredero, podía hacer lo que quería —dijo sin mucho ánimo mirando las cortinas del dosel de mi cama. Atrapó una entre sus dedos y comenzó a jugar con ella, pero a pesar de su gesto despreocupado pude notar la capa de pesar que lo cubrió como si pensar en esos días lo pusiera triste y eso me llevó a preguntarme ¿Por qué si era el heredero a la corona sus padres lo habían enviado a este planeta? ¿Qué había sucedido? ¿Qué le había sucedido?
—Eras un niño mimado —dije negando con la cabeza un poco en broma tratando de disipar la atmosfera de tristeza y dolor que nos estaba rodeando—. Lo siento, no puedo estar contigo, no me gustan los niños mimados.
—Así que, sí has considerado estar conmigo. —Él se sentó de golpe e hizo que mi silla girara y se acercara a la cama solo con mover un dedo.
—¿Qué?, yo no dije eso —dije entre una risita nerviosa y me puse de pie haciendo que la silla cayera. Volví la mirada un segundo, el cual aprovechó para tomar mi mano y tirar de mí hasta dejarme en medio de sus piernas mientras pasaba la otra mano por mi cintura evitando que escapara.
—Yo creo que sí, si no, ¿por qué estás tan nerviosa? —dijo dándome una sonrisa pícara y ladeando un poco la cabeza, sus ojos como diamantes oscuros tras la máscara. Yo trataba de apartarme, pero él me acercaba cada vez más.
Cerca, demasiado cerca.
—Tal vez porque ocupas mi espacio personal y porque no quiero que se te ocurra hacer lo de la última vez —dije dejando de intentar alejarme. Su olor: noches frías y oscuras, me envolvía, me atraía, me seducía; quería que me sumergiera en su oscuridad.
—Ya me disculpé por eso y prometí que no lo haría de nuevo —dijo y el brillo que habían adquirido sus ojos desapareció para dar paso a una sombra. Nos quedamos mirando unos segundos y me soltó, pero por alguna razón no me separé.
Yo sí sé esa razón.
Era cierto, me había pedido perdón e incluso me había traído fotos de mi hermana, como prueba de que estaba bien, antes de volver a la guarida, cosa que me preocupaba. Él sabía dónde estaba la guarida; y por eso supe que la razón por la que esa zona era más tranquila en comparación con los demás lugares, era porque él, de seguro, había ordenado que no atacaran esa zona porque yo estaba ahí. Supongo que cuidándome a su manera.
Pero eso significaba que estaba cerca... demasiado cerca y no me refería al hecho que estaba prácticamente entre sus piernas en ese momento, no. Estaba cerca al nivel de conocer a los que yo amaba, cerca al nivel de que si lo hacía enojar podría lastimarlos, cerca al nivel de que se había mezclado con los míos, que era probable que fuera cualquiera... cualquiera de los que trataba de proteger... desde el orfanato ¡infierno ardiente! Podía ser cualquiera.
—¿Puedo darte un abrazo? —me preguntó después de unos segundos. Lo miré un momento y por impulso envolví mis brazos alrededor de sus hombros, teniendo cuidado de no herirme con las púas de amatista, y él envolvió mi cintura con los suyos, acercándome hacia él y reposando su cabeza sobre mi pecho, mi corazón dio un respingo y estoy segura de que él podía escuchar el golpeteo acelerado del mismo.
Abrazar la oscuridad para sobrevivir.
Abrazar al monstruo para no morir.
Ahora solo debíamos determinar cuál de los dos era el verdadero monstruo, la oscuridad hecha carne.
—¿Por qué yo? —pregunté mientras mis manos se movían a través de su largo y sedoso cabello ónix, deshaciendo algunas de las pequeñas trenzas que tenía.
—No lo sé... simplemente cuando te vi ese día en el orfanato... despertaste algo en mí —dijo, haciendo movimientos suaves con sus dedos en mi espalda baja.
—Yo era solo una bebé, sabes que eso suena feo, ¿verdad? —Él se separó para poder verme a los ojos.
—No tonta, no me refiero a eso. Simplemente, estabas llorando..., de una manera insoportable, de hecho —dijo entornando los ojos, pero con el brillo de la diversión en ellos—. Y no lo hacías por hacerlo, estaba muy frío y cubrías a tu hermana, era como si supieras que, si duraban mucho tiempo ahí, morirían —concluyó dándome una mirada que odié, me miraba con compasión. Volví a acariciar su pelo.
—Sí, eso suena a mí —dije dubitativa. Recuerdo como las monjas decían que era un bebé insoportable, siempre me despertaba a media noche llorando y terminaba despertando a los demás.
—Eso es lo que más me gusta de ti, la forma en que cuidas a los tuyos.
—Te refieres a que a veces me comporto como «mamá gallina» —dije entre una pequeña risa.
—Se podría decir que sí —dijo dejándome ver sus dientes perfectos—. Dejemos de hablar de esto y mejor dame otro abrazo. —Y me acercó de nuevo, pero tocaron la puerta.
—¿Te he dicho lo mucho que a veces odio ser rey? —dijo poniéndose de pie al tiempo que giraba los ojos, un gesto tan humano que me hizo olvidar por un momento que él era un extraterrestre llegado para conquistar mi planeta. Sus manos se demoraron un poco más de lo que deberían en mis caderas antes de alejarse—. Cuando vuelva podemos ver una película —agregó estrujándome el cabello antes de salir haciendo que yo arrugara la cara en consecuencia. No sé en qué momento le había permitido acercarse tanto para dejarlo que tocara mi cabello, pero era la segunda persona que lo hacía sin que me diera deseos de cortarle la garganta.
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