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Capítulo 19

Lasly

Era la décima vez que atrapaba al hombre de piel bonita, mirándome descaradamente. Me había dicho que se llamaba Domingo. Como en las otras nueve veces, solo me dedicó una sonrisa melosa y yo desvié la mirada.

Les había contado todo o casi todo y le había entregado a Cless la carta de Blyana y ahora él y los otros estaban planeando como iban a entrar.

—En el lado este —respondí a una de sus preguntas sobre la estructura del castillo.

—Y dijiste que hay más de cincuenta saqueadores ahí dentro —preguntó un chico con la cara vendada. Al principio me había asustado, pero luego de ver lo amable que era me calmé.

—No estoy segura, unos quince siempre estaban en las mismas posiciones, pero cuando sucedía algo aparecían una o dos docenas nuevos —expliqué partiendo un poco de pan que me había dado Domingo—, pero siempre aparecían nuevos en cada situación.

—¿Estás segura de que eran diferentes? —preguntó un chico de risos apretados, Azel creo que se llamaba.

—Sí, tengo buena memoria para los rostros y Blyana y yo discutimos esto mismo, eran diferentes. —Domingo se levantó y vino hacia mí con una botella—. Ella sugirió que podían ser guardias que se movían de un lugar a otro. —Domingo me ofreció la botella, pero negué con la cabeza, él estaba mostrando demasiadas atenciones para mí y no quería alentarlo.

—Bebe —dijo y me dejó la botella para volver con los demás—. Debemos entrar de noche. Rubia ¿tienes idea de dónde podrían tener a Blyana? —me preguntó. Torcí la boca ante el apodo que me había puesto, pero también ante lo que podría estar pasando Blyana.

—La torre —dije a través del nudo en mi garganta. Ellos me miraron con el ceño fruncido—. Ahí están las recámaras de Zwodder, él... bueno, como que está obsesionado con ella.

Todos se miraron y Cless, el que había estado más tranquilo, soltó una maldición y golpeo un puño contra un árbol.

No sabía si Blyana no se había dado cuenta o solo trataba de ignorarlo, porque para mí, que no conocía a Cless, me daba cuenta de los sentimientos que tenía él por ella.

—¿En qué tanto piensas, Rubia? —me preguntó Domingo sentándose a mi lado.

—En por qué me molestas tanto —dije con un suspiro cansado. A lo que él respondió con una sonrisa juguetona.

Blyana

Pasé a su lado y me senté entre los cojines.

¿Qué rayos pretendía?

Ambas lo sabíamos.

—Pondré algo de música, si no te molesta. —Y colocó Nocturne op.9 No.2 de Chopin. Se sentó a mi lado, demasiado cerca para mi gusto, así que lo miré con cara de: «¿Qué diablos haces?»

—¡Ah!, me gusta comer escuchando música —me dijo mientras colocaba algo de fruta en un plato.

Me alejé un poco y tomé el plato que me extendió con cierto recelo.

—¿Qué pretendes hacer conmigo? —dije mirándolo seriamente. Llevaba una ropa parecida a la que usó cuando bailó conmigo, su cabello estaba trenzado y varios mechones se escapaban. Las piedras que tenía su capa reflejaban la luz que entraba por la ventana y me tuve que mover para evitar la reflexión.

—¿Quieres que haga algo en especial contigo? —me dijo en tono burlón, pero como mi expresión se mantuvo, agregó—: Solo quiero que te quedes a mi lado. —Comenzó a comer un pedazo de pan sin quitarme los ojos de encima.

—¿Y jugar a la casita? —fingí un momento de emoción, pero no duró mucho.

—¿Podrías simplemente comer tu desayuno? —me dijo en tono cansado.

—¿Podrías simplemente tomar tus cosas y salir con toda tu gente de nuestro planeta y dejarnos en paz? —Formé una sonrisa falsa en mi rostro.

—No puedo. —La calma que mostraba me estaba sacando de quicio.

—¿Por qué no? —gruñí entre dientes.

—Porque nuestro planeta está casi inhabitable. —Noté un pesar en su voz. Fruncí el ceño en confusión mientras continuó—. Algo comenzó a enfermar a las plantas y en menos de una década todo el planeta estaba casi deforestado, aunque intentamos hacer algo, fue inútil.

—Una pena por lo que le pasó a tu planeta, pero eso no justifica que estén aquí queriendo apoderarse de lo que no es suyo. —Y por primera vez intenté llevar algo a mi boca, pero lo reconsideré y volví a dejarlo en el plato.

—¿Me vas a decir que crees que todas estas personas merecen salvación? —emitió una risa sin gracia—. Tú sabes bien que mucho antes de nuestra llegada ustedes habían destruido una gran parte de todos los recursos. —Él, con más fuerza de la requerida, clavó un cuchillo en un trozo de manzana haciendo que me sobresaltara—. Yo solo estoy salvando este mundo que en sus manos solo se iría a la ruina.

—O sea, ¿Qué vas por la galaxia apoderándote de lo que quieres solo porque se te antoja o crees que es lo correcto? —dejé salir una risa sin gracia igual que él, si de verdad pensaba eso, definitivamente estaba loco. A pesar de que estaba comiendo con una aparente calma, podía sentir su mirada en mí y preferí apartar la mía de esos ojos que me aturdían cuando me miraban.

—Si lo quieres ver de esa manera, no te haré cambiar de opinión. —Se acercó y extendió su mano con el cuchillo más allá de mí, pero en ningún momento apartó su mirada de mis ojos y al tenerlo tan cerca fui consciente de su olor y confirmé lo de la noche del baile, me encantaba su pinche olor. Cuando se alejó llevaba un pedazo de queso en el cuchillo—. Lo que sí puedes tener por seguro, es que siempre consigo lo que quiero —alegó y le dio una mordida al queso e hizo una sonrisa de lado.

—¿Tan seguro estás de que te vas a quedar con este planeta? —Giré los ojos y solté un pequeño resoplido.

—No, seguro estoy de que tú vas a entregarte a mí por tu voluntad. —Soltó el cuchillo y se acercó tanto a mí que terminé con la espalda pegada a uno de los cojines que estaban a mi lado—. Ahora come —ordenó.

—No tengo hambre —repliqué. La capa rozaba mi brazo y enviaba un hormigueo por mi cuerpo. Sus ojos me miraban con tal intensidad que me hacía olvidar lo demás que estaba a mi alrededor.

No quería comer, no sabía si esa comida tenía algo y no quería averiguarlo.

—¡Ja! Claro que tienes hambre, —Fruncí el ceño—, He estado escuchando tu estómago rugir desde hace rato. —Volteé la cara, ya no quería seguir viéndolo, no quería seguir estando tan cerca de él—. Eres una niña muy testaruda —ronroneó muy bajo, cerca de mi cuello, tanto que pude sentir su respiración y la vibración de sus palabras.

—¡Aléjate!, dijiste que no me tocarías —espeté empujándolo, pero era como un muro.

—Sí, eso dije, pero solo lo haré si eres una niña buena y como veo que esto te incomoda, será tu castigo; si no obedeces podré invadir tu espacio personal por un minuto. —Al escuchar tal estupidez volví la cara para encararlo, pero su rostro estaba tan cerca que nuestros labios se rozaron y de inmediato regresé mi cara a la posición anterior.

Ya salió a relucir el fetiche de este tipo.

—Está bien, voy a comer —dije con los dientes apretados. Él se quitó de encima y yo me volví a sentar y arreglé mi vestido.

Miré el plato con desconfianza y él lo notó.

—Tranquila, la comida no tiene nada —me dijo con una voz despreocupada mientras se metía una uva a la boca.

—¿Y cómo estoy segura de que no le pusieron algo para hacerme dormir o algo así? —rebatí.

—Porque estoy cansado de ver tus expresiones de lejos, quiero verlas de cerca y quiero que sean por y para mí —me dijo y volvió a recorrer mi cuerpo con la mirada, pero se detuvo en mis piernas que estaban expuestas más de lo deseado gracias a lo corto que era el vestido.

Su mirada adquirió un tono vidrioso y yo rápidamente miré alrededor para buscar algo con que taparme, pero de pronto él colocó su capa sobre mis piernas. Lo miré desconcertada.

—Come, quiero que hagamos algunas cosas después. —Siguió comiendo calmadamente y yo también lo hice, pero me percaté de que varias veces me miraba de soslayo.

El resto del día fue «normal» —si estar con un loco rey alienígena que quería jugar contigo a la casita, se le puede llamar normal—, él no se acercó más de lo debido a mí y lo agradecí de verdad porque mi cuerpo estaba en desacuerdo con mi mente. Me enseñó algunos libros que le gustaban, almorzamos, me hizo posar para dibujarme y a eso de las cinco de la tarde ya me estaba desesperando seguir ahí encerrada con él. No me dejaba ni un momento sola y su presencia, por más que tratara de mentirme a mí misma, me inquietaba. Además, ¿era que no tenía más cosas que hacer?, ¿no se supone que los reyes deben atender miles de cosas?

—Baila conmigo —me dijo extendiendo su mano, pero yo ya no quería seguir más su estúpido juego.

—¡No! —dije con la mayor firmeza que pude.

—Blyana —dijo como una advertencia, pero no lo iba a complacer.

Le di la espalda y miré la ventana abierta, ya que nos había dado algo de calor. Él llegó hasta mí y me hizo girar.

—Estás siendo una niña mala —me dijo y me reí en su cara.

—Cariño, yo no soy una niña y mucho menos tu muñeca de juegos, si estuviéramos en un juego, la que jugaría contigo sería yo. —Lo empujé y me di la vuelta decidida a ir a la ventana. Ni un minuto más.

Él me tomó de nuevo del brazo y me arrojó a la cama.

—¿Así que no eres una niña? —Se colocó a horcajadas sobre mí y me sujetó de las muñecas con una mano sobre mi cabeza—. Te has ganado un castigo. —Con su mano libre comenzó a recorrer suavemente mi mejilla y bajó a mi cuello, yo movía mi cara de un lado a otro.

—¡Suéltame!, maldito loco —le reclamé.

—Solo por ti, Florecita —me respondió dándome una sonrisa.

—¡Que me sueltes! —grité más fuerte y me moví bruscamente debajo de él.

Otra vez esas caras, otra vez esas voces, ¡no!

—Si te sigues comportando así no me detendré —me dijo al tiempo que sujetaba mi mandíbula, logré alcanzar su dedo y lo mordí tan fuerte que él me soltó y salí corriendo. Me volvió a detener y me pegó contra su cuerpo. Me sostenía de la cintura y con su otra mano me sostenía del cuello, pero no tan fuerte como para que me faltara el aire. Sus ojos eran tan negros que sentí que sería absorbida por ellos.

—Una niña muy, muy mala —me dijo con una voz arrastrada.

Ok, admito que está medio loco. Así que Blyana inicia: modo escape.

Yo me quedé quieta y lentamente deslicé mi mano para levantar un poco mi vestido y sacar el tenedor que tenía atado a mi muslo con un elástico que le había quitado a otro vestido. Con toda la fuerza que pude lo clavé en su cuello y él lanzó un alarido de dolor. Junté mis dos manos para formar un puño y lo golpeé en la cara haciendo que cayera, su antifaz terminó rodando en el suelo, pero él fue rápido y ocultó su rostro. Yo no lo pensé dos veces y corrí a la ventana, ya sobre el alféizar volví la mirada unos segundos y vi como se ponía de pie con el antifaz devuelto en su rostro.

—Vas a ser mía. Tú misma vendrás a mí —dijo mientras se sujetaba el cuello.

—Yo nunca seré tuya —dije, le enseñé el dedo corazón y me arrojé.

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