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Capítulo 10

Nuestra plática se extendió casi hasta el amanecer y a ella se unieron algunos soldados. Entre los temas que discutimos estaba la creación de armas para contener la sustancia que debía ser extraída por los científicos que estaban en los refugios y el primero en lograrlo transmitiría la información para reproducirlo en masa. Fui designada como asistente de un químico ruso llamado Nikolay Ivanov, el cual había llegado con los señores River. En lo que concernía a las armas; Cless, el señor River y Domingo, se encargaron de ellas. Los demás, al mando de la señora River, entrenaron a los que estaban en condición y los que no lo estaban debían ayudar en el funcionamiento de la guarida.

Un mes después, el físico Clark Meison, quien había sido mi profesor de física en mis clases extracurriculares, —y de hecho la idea que se me había ocurrido ya se la había presentado en un proyecto, por lo que él estaba al tanto de a qué me refería— estaba en nuestro equipo; estábamos un poco organizados. Todos los días los refugiados aprendían cómo disparar, pelear con cuchillos y aumentaban su resistencia física, a veces había risas, pero para mí no. Estaba en un estado un tanto paranoico, ya que los ataques se habían detenido una semana después de la llegada y eso me estaba volviendo loca. Debían estar planeando algo para que hubiera tanto silencio de su parte, porque ¿Qué sentido tenía detener sus ataques de esa manera? Era como si nos estuvieran dando tiempo para prepararnos.

Por mi parte, me sumergí en el laboratorio, era algo que me encantaba. Desde pequeña sabía que quería especializarme en algo relacionado con la investigación, con ciencia y si estaba asociado con plantas, mucho mejor. Trabajar con Nikolay era interesante, él era muy inteligente, uno de los mejores en su área. Todos los días aprendía cosas nuevas de él. A pesar de que podía ser percibido a primera vista como un hombre frío y de carácter fuerte, era muy amable; no era de hablar mucho, pero cuando lo hacía te sorprendía la profundidad de las conversaciones, además de que era bastante guapo, era de esos que fácilmente podía pasar de ser tu profesor a tu crush y creo que lo que más llamaba la atención de su físico era el contraste entre su cabello oscuro y sus ojos azul grisáceos.

Gracias a la llegada de más agentes pudimos salvar a más personas, incluso de zonas lejanas. Pero eso provocó que no tuviéramos espacio, por lo que, en las habitaciones comenzaron a dormir hasta seis personas, incluso mi hermana, que estaba ayudando a los médicos, dormía en el área designada para la enfermería solo cuando podía por la cantidad de heridos que llegaban día tras día. En mi habitación terminaron Sandra, la morena hermosa que llegó con ella llamada Carol, también la ex de Cless, Mary.

Al parecer yo no era la única que tenía problemas con Mary porque de vez en cuando notaba la tensión entre Carol y ella.

Casi dos meses después, los ataques volvieron, era un recordatorio de que estaban ahí afuera aún. El señor Meison, por fin, pudo poner en marcha su prototipo y cubrió la montaña, pero necesitábamos algo para probarlo, por lo que tuvimos que salir en una misión. Dentro de ese equipo estaba el señor River a la cabeza, un agente: Taebin, con el que no me había relacionado mucho, Cless, Domingo, Chris y yo, ya que, a través de las imágenes, me había percatado que en algunas zonas había plantas que nunca había visto y eso me parecía muy extraño. También fue con nosotros Lucas quien había resultado ser muy bueno con las plantas, tanto que terminó ayudando en el huerto.

Nos dirigimos al garaje y nos subimos a dos humvees militares. Esa era la primera misión en la que participaba que nofuera en las inmediaciones de la guarida y estaba un poco ansiosa y nerviosa. Quería que todo saliera bien, pero tenía un malestar en el estómago, un mal presentimiento y, aunque me decía que era una misión simple, que se habían hecho muchas y todo había salido bien. El sentimiento no desaparecía.

En el primer humvee salieron el señor River, Cless y Lucas; y en el segundo, íbamos: Chris, el agente Taebin, Domingo y yo.

—¿Están listos? —dijo Chris desde el volante antes de arrancar. Yo solo asentí desde la parte de atrás.

Para ti siempre estoy lista, bebé.

Nuestra misión no consistía solo en recolectar una nave que habíamos localizado gracias a los satélites; también debíamos llevar otras provisiones necesarias como: colchones, sábanas y medicamentos.

Después de conducir por varias horas sin contratiempos, entramos a la ciudad. En algunas zonas el paisaje te hacía olvidar la situación en la que estábamos, muchos lugares seguían intactos, solo con los despojos que deja el abandono: las plantas apoderándose de las fachadas de las casas y las verjas, el polvo y rastros de basura, pero... pero otras zonas hacían que se me comprimiera la garganta: destrucción, edificios arrasados hasta los cimientos, calles intransitables, cadáveres por doquier... y me preguntaba ¿cuánto tiempo más tendríamos que soportar esto?, ¿cuánto tiempo más podríamos soportarlo?, ¿qué sería de la humanidad cuando terminara esto?, si quedaría humanidad en pie al final o si nos extinguiríamos para darle paso a otra especie que nos estudiaría algún día como el pasado de una civilización que alguna vez habitó la tierra...

Cuando llegamos a la nave actuamos con mucha cautela. No se registraban ataques en esa zona, pero era extraño que dejaran una de sus naves abandonadas de esa manera. Para mí, sinceramente parecía una trampa, pero no hubo manera de convencer al capitán de lo contrario, así que allí estábamos.

🍂🍂🍂

—¡Un poco más! —gritó el señor River, intentando colocar debajo uno de esos carritos de remolque planos, para subir la nave a una caja de lo que parecía una camioneta adaptada a la humvee. La verdad es que la imagen se veía chistosa.

Y que lo digas.

El señor River y Taebin, empujando el remolque y del otro lado, los demás con las caras rojas del esfuerzo, tratando de bajar esa parte para que el lado opuesto en el que estaba el señor River se elevara. Bueno, por lo menos aproveché la vista. Por todo eso de extraer la sustancia no había visto a Chris en días porque él estaba metido en la cocina. Pero en ese momento, los rayos del sol daban en su hermosa piel pálida. Se le marcaban los músculos de los brazos y estaba agradecida con la diosa por la polera gris que estaba usando, que dejaba poco a la imaginación. Su cabello castaño había crecido un poco y relucía con mechones dorados que se pegaban a su frente; tenía un pantalón ajustado que dejaba ver el buen trasero que tenía...

Para comérselo completito.

—¿Por qué no utilizan una de esas cosas que usan para levantar los autos? —dije aún con la cabeza de lado mirando descaradamente el trasero de Chris, pero no me percaté de que lo había dicho en voz alta hasta que el trasero de Chris salió de mi campo de visión y me hizo salir de mi embobamiento.

¡No! ¿A dónde te fuiste bebé?

—Tú ere' una dura, mi loca —escuché a Domingo decir.

—¿Qué? —dije confusa.

—¡Sí, hay uno! —gritó Taebin, desde nuestro vehículo.

—Con solo uno no podemos hacerlo —comentó Cless.

—Hay que buscar más —dijo el señor River e hizo ademanes para que nos dispersáramos y buscásemos entre los carros que estaban en la cercanía. Yo decidí ir detrás de Chris, pero Cless apareció delante de mí y terminé yendo con él. A él tampoco lo había visto más que en las reuniones que teníamos para discutir nuestros avances y eran cada tres días. Y la verdad, comparado a como solíamos estar antes de la llegada, era como si no lo hubiera visto en años.

—¿Estás comiendo bien? —le pregunté abriendo la cajuela de un auto. El muy tonto tendía a omitir las comidas cuando se concentraba en algo y de algún modo terminé siendo la que siempre le recordaba que debía comer como si él fuera un niño pequeño.

—Sí.

—¿De verdad? Estás más delgado. Le pediré a Chris que te prepare algo. —Lo miré de arriba abajo con los ojos entornados y vi cómo se tensaba—. No me digas que no estás comiendo porque él es el que cocina —agregué cruzándome de brazos.

—Me ves cara de ser un niñato.

—No... —pero conozco la rivalidad entre ustedes y lo testarudo que puedes llegar a ser, pensé, pero me tragué esas palabras porque no quería discutir y eso era lo que siempre sucedía cuando el nombre de Chris se filtraba en nuestras conversaciones.

—¿Y tú has estado durmiendo bien? Sabes que puedes venir cuando quieras. —Aún no me miraba, pero de seguro no necesitaba hacerlo para saber que no había podido dormir más que tres horas a lo mucho por día, y la verdad no me molestaba, ya estaba acostumbrada, si no me medicaba no podía dormir. Bueno, sí podía dormir, el problema eran las horribles pesadillas que siempre me alcanzaban, tan reales que... me estremecí y alejé esos pensamientos.

Seguía intentando abrir otra cajuela, pero estaba teniendo problemas con ella.

—¡Ah! —exclamé cuando se resbaló un poco la barra de metal en mis manos. En un momento sentí una respiración en mi nuca. Vi unas manos fuertes que recorrían mis brazos hasta llegar a mis manos para sostener el metal en conjunto con las mías. Nuestros dedos se entrelazaron un poco y me puse tensa. Todas mis terminaciones nerviosas dieron un salto, poniendose alertas.

—Te falta fuerza —susurró en mi oído y eso me hizo estremecer. Él estaba demasiado pegado a mí, pude sentir su pecho firme contra mi espalda y su pierna se había colado un poco entre las mías para poder ejercer la fuerza suficiente para abrir la cajuela. Lo logró y dejó caer el metal al suelo. Se movió atrás y yo me di rápidamente la vuelta para encararlo.

—¿Qué haces? —Él se acercó y dejé de respirar. Tenía su cuerpo pegado completamente al mío otra vez y no me pude mover ni un centímetro. Él no se detuvo en mí, su cara siguió hasta posicionarse en mi oído tan cerca que nuestras mejillas se rozaron, lo que envió una descarga de electricidad a todo mi cuerpo.

¡Cless, bombón, te extrañaba!

Por la Diosa, bájale a tus hormonas.

Me vas a decir que no te gusta ni un poquito.

¡Solo haz silencio!

—Aquí hay una —dijo en mi oído y bajó un poco para depositar un beso en mi cuello, eso hizo que se me encogieran los dedos de los pies dentro de las botas.

Ay por la doncella, la madre y la anciana.

Te pones religiosa cuando Cless te toca.

Solté el aire contenido porque él sostuvo mi cara con una mano apretando mis mejillas y obligándome a hacer un puchero.

—Te extrañé —dijo, me soltó y comenzó a caminar con el gato hidráulico en la mano. Yo me quedé ahí parada mientras tragaba grueso—. ¿No vienes? —agregó y caminé detrás de él—. ¿Te quedaste sin lengua? —preguntó de pronto y el estrellarme contra su espalda me sacó de mis pensamientos—. ¿Quieres que lo averigüe? —se giró y ladeo un poco la cabeza con una sonrisa de lado plantada en la cara. Ya de frente a mí soltó el gato y me tomó por la cintura haciendo que me pegara a él.

—¿Qué te pasa? —dije titubeante.

¿Por qué me ponía nerviosa Cless?

Tal vez porque olía divino, era hermoso y el maldito besaba divino. Todo en él era divino.

Pero a mí me gustaba Chris, no él.

—A mí, nada, ¿Y a ti? —Sonrió de lado y acercó más su cara.

—¿Qué quieres decir? Tú eres el que está actuando extraño —dije y traté de empujarlo, pero eso hizo que me sujetara con más fuerza.

—¿Qué sucede?, si siempre jugamos así. —Su sonrisa maliciosa se ensanchó y puso su mano libre en mi cuello y me obligó a subir la cabeza. Él rozó con su lengua mi cuello y eso me paralizó. Por mi cabeza pasó todo lo que habíamos hecho el día de la dichosa planta de flores de campana.

Él tiene razón, no sé de qué te sorprendes.

No ayudas en nada.

—Cless... —eso sonó más como un jadeo e hizo que él sonriera contra mi piel, enviando esa reverberación por todo mi cuerpo, un calor se comenzó a formar en mi bajo vientre. Se separó de mí y pellizcó mi mejilla.

—¿Qué estás pensando niña mono que te pusiste tan roja? —cuestionódándome un toque de manera juguetona en la nariz y lanzó una pequeña risa sonora, recogió el gato y volvió a caminar. Yo me volví a quedar unos segundos ahí, como una estúpida mientras el calor de mi cara se iba.

Contraataca.

—No podemos dejar de vernos por tanto tiempo —dije dándole una nalgada cuando estuve a su lado—. Tus bromas suben a un nivel que no me gusta —mentí, porque la verdad era que sí me había gustado.

Lo sabía.

Sí, me gustaba que actuara así. Porque de alguna manera lo sentía... sentía que estaba vivo cuando se comportaba de esa manera. Porque... porque algunas veces parecía que lo perdía. Que no estaba ahí, conmigo. Que el peso de todo lo que lo atormentaba lo arrastraba tan abajo que se ahogaba y si de esa manera lo sentía vivo que hiciera lo que quisiera siempre y cuando siguiera vivo, conmigo.

—¿De verdad no te gustó? —Me miró con picardía, pero corrí y anuncié que habíamos encontrado uno para alejarme de él antes que volviera a intentar algo, aunque cuando voltee le lancé un beso que lo hizo reír, una risa amplia y brillante, de mis favoritas.

Unos veinte minutos después, la nave ya estaba lista para ir con nosotros. Íbamos por un puente ya de camino a la guarida después de recoger casi todo lo que necesitábamos, solo faltaba la planta y esa sería la última parada y debíamos hacerlo rápido porque el sol ya se estaba poniendo. Por alguna razón, la actividad de los saqueadores se intensificaba en las noches y no queríamos encontrarnos con ellos.

Cuando llegamos, al mirar la planta quedé tan sorprendida que salí sin pensar mucho. Era un árbol frondoso, de hojas violetas y flores en racimo que caían dando una maravillosa vista, además que desprendía un olor exquisito, me recordaba mucho a las wisterias. Me coloqué debajo y me permití admirar la belleza del mismo por unos segundos, admirar como los rayos de sol rozaban en los pequeños pétalos, destacando los hermosos rosados y naranjas, era como ser transportada a una tierra mágica.

—Menola' juye que e' pa' hoy —me gritó Domingo. De todos los soldados que habían llegado con él era con el que mejor me llevaba. Además, que siempre me hacía reír con sus ocurrencias.

Me agaché y tomé una de las pequeñas plantas que estaban en el suelo y la coloqué en un contenedor de metal agujereado.

—¡La tengo! —grité al tiempo que me giraba y mi cara de felicidad se volvió en una de pasmo. Sobre un edificio cercano estaban dos naves. Dos rombos negros brillando bajo la luz del sol mortecino, con una promesa de muerte en los cañones que sobresalían de ellos.

¡Mierda! Blyana ¿Qué esperas? ¡Corre!

—¡Cuidado! —grité y corrí al auto. Los demás asomaron las cabezas y entendieron el motivo de mi cara y mis gritos.

—¡빨리 빨리! —Rápido, rápido. Taebin me tomó del brazo y me haló tan fuerte que terminé sobre sus piernas en la parte de atrás del vehículo y ni bien estaba cerrada la puerta cuando Chris arrancó levantando polvo detrás de nosotros.

Los disparos daban al lado del vehículo y en muchos momentos tuve que agacharme porque también pasaban a través del humvee a pesar de que se suponía que era blindado. Domingo y Taebin se las arreglaban para dispararles, pero esas no eran más que suaves caricias para nuestros perseguidores.

Estábamos tan cerca de la linde del bosque más cercano, solo teníamos que cruzar un puente y estaríamos a salvo... pero cuando lo estábamos atravesando, una nave disparó un rayo violeta que lo hizo derrumbar. El humo, el polvo y los escombros nos impidió la visión por unos segundos. Nuestro vehículo derrapó y por centímetros estuvimos a punto de caer. Un grito salió de mi garganta por el susto, pero Chris fue hábil y logró dar la vuelta mientras el auto donde iba Cless tuvo que seguir hacia los árboles que se mecían ante los últimos rayos del sol.

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