Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8 - Sábado de misiones.

Canción en multimedia: In my mind — Mary Noyes (tofû remix)

Chica en multimedia: Alisson Carter (Shelley Henning)

Capítulo ocho — Sábado de misiones.

──── ∗ ⋅✦⋅ ∗ ──── 

No estoy segura de qué es lo que me despierta cuando ya ha amanecido. Me frustra no conocer la hora, he perdido la cuenta del tiempo que he pasado despertándome y volviéndome a dormir hasta que la postura me hacía despertar por pura incomodidad. Casi me río al pensar que eso de buscar soledad se me ha ido de las manos.

Salgo de la cueva para poder estirarme, moverme un poco a pesar de las agujetas que hoy por suerte algo más suaves que ayer, pero ahí siguen. Lo único que escucho son las hojas que los fuertes golpes de viento mueve, las ramas aplastadas bajo mis pies, el sentimiento de mis botas hundiéndose un poco por el ligero barro después de una noche algo lluviosa.

El sonido del bosque, ese suave movimiento me hace temblar y volver dentro en busca de mi lugar seguro. No es miedo, pero sí incomodidad. Es como cuando vas por la calle entrada la noche, sin personas cerca, y empiezas a querer correr, a mirar detrás de ti, a ponerte nerviosa. Siento lo mismo.

Es esa incomodidad mezclada con la idea de que esta es una supuesta misión de secuestro lo que me hace recuperar mi mochila, echármela al hombro y salir de aquí. Si es un trabajo en equipo, también puedo poner de mi parte, llevar a la carretera y volver andando hasta dar con mi compañero. Al menos así no estaré en medio de la nada, asustada y sola. No puedo estarme quieta cuando estoy nerviosa.

Así que lo primero que hago es subir todavía más, querer llegar a una cercana cima para que los árboles dejen de ser impedimento. Desde ahí, centro la carretera, alejada, diminuta. Me centro y empiezo a bajar con esa dirección en mente, no puede ser tan difícil. Al menos no me han dejado a horas dentro del bosque, no, no pudimos haber tardado más de veinte minutos en llegar. Con eso en mente, empiezo con el camino que logra una incomodidad más punzante en mi cuerpo. Las agujetas son grandes, me hacen querer parar a cada paso que doy, pero sé que, si paro, ya no seguiré, así que no lo hago. Hago uso de mi más puro carácter Carter, de esa obstinación, para dar otro paso, y otro, y otro.

Al menos puedo confiar en mi orientación. Hubo una vez, de muy pequeña, que me "perdí" en un parque estando de vacaciones. La única vez que habíamos pisado ese lugar fue unos meses atrás para recoger a una amiga de mi madre, un camino que yo memoricé sin intentarlo porque, cuando me perdí en medio de ese gran parque natural, terminé de vuelta donde habíamos empezado. Me encontraron, con apenas cinco años, tratando de pagar un billete de autobús con un papel en blanco. No tardaron en darse cuenta que algo fallaba ahí, una niña sola y tratando de pagar con una nota. Mi madre me contó después que me quejé cuando ella apareció porque, al parecer, creía que era lo suficientemente adulta como para volver sola a casa. Fue eso, con otras experiencias más habituales, las que me hicieron entender un poco mejor que inconscientemente siempre memorizaba las cosas. Que trataba de memorizarlas. Ahora puedo jurar estar recorriendo el mismo camino que anoche, pasar entre los mismos árboles sin alejarme.

Tardo más de lo que esperaba en llegar a la carretera, pocos minutos después me encuentro de nuevo cerca del bar de carretera que vimos viniendo hacia aquí. Con la idea de que un descanso no me vendrá mal, entro.

Nunca en la vida alguien me acusará de no ser confiada, no cuando estoy fuera de esas cuatro paredes donde cada paso que doy parece ser un paso en falso. Me echo la mochila al hombro al pasar, al ver a desconocidos riéndose con fuerza cerca de la barra mientras un camarero limpia una jarra mientras les escucha. Entro como si el local fuera mío, con la cabeza alta y brutal indiferencia hacia el resto. Sé que viniendo, antes de entrar en la recta carretera había habido más, un par de crucer, más de un desvío. Es por ello que me acerco a la barra con mi más dulce sonrisa sobre los labios para preguntar.

—¿Eres Alisson? —pregunta el hombre. Su rostro está marcado por el sol y con arrugas rodeando sus ojos.

El agarre sobre mi mochila vacila.

—¿Cómo sabe mi nombre?

Deja la barra bajo la mesa.

—Cada par de semanas vienen a avisarme de que un cadete va a quedarse en un punto cerca de aquí para unos ejercicios del internado militar que hay en la ciudad. Siempre avisan por si hay algún problema.

—Oh. —Al menos no soy la única que ha debido de llegar hasta aquí, siento cierta confianza al saberlo. Me aclaro la garganta para conseguir unos segundos y vuelvo a traer mi sonrisa de vuelta. Mi madre siempre decía que con confianza puedes lograrlo todo, no me ha fallado en mucho tiempo así que sigo con eso—. No tendrá un mapa de la zona, ¿no?

El hombre se ríe, se impulsa hacia el otro lado y saca un papel doblado de uno de los cajones. Toma un bolígrafo con el que rodear una pequeña zona. A lo lejos, dos borrachos siguen hablando y riendo.

—Ahora estás aquí. —Señala la zona que acaba de rodear, después mueve el bolígrafo en línea recta hasta otro punto que también marca—. Tienes que seguir la carretera hasta la ciudad, pregunta por la plaza, de ahí hay carteles para saber cómo llegar al internado.

—Genial.

Extiendo la mano para quedarme con el mapa, pero el hombre sigue sujetándolo. Levanto la mirada.

—El coronel Carter es un viejo amigo mío, y él sabía que no te quedarías de brazos cruzados así que me pidió que te dijera algo.

—¿El qué?

Suelta el mapa.

—Mira en la mochila.

Dudo por un segundo, lo hago antes de colocar la mochila sobre la barra, abrirla y empezar a sacar cosas. El hombre se ríe antes de apartarse y alejarse. Yo reviso todo lo que tengo, el jersey del que me habló mi padre, la linterna, algunos tapers con, ¿bocadillos?, una botella de agua, una... ¿Unas llaves?

"Se parece a la tuya."

Cierro las llaves en mi mano. No, no se parecía a mi moto, ¡era mi moto! Sonrío al sentir de nuevo el contacto con las llaves, mi corazón salta en mi pecho de pura dicha. La tengo de vuelta, mi padre la ha traído para mí.

Es un gesto inesperado, algo que vuelve a encender la esperanza en mi interior, la esperanza de que él me muestre el cariño que ahora mismo necesito. Cuando cierro los dedos con fuerza sobre la llave es como si estuviera agarrando esa esperanza y manteniéndola en mi interior.

El camarero vuelve, esta vez deja un casco negro sobre la barra.

—También me trajo esto, la seguridad es lo primero, ¿eh?

Por una vez esas palabras no me molestan, no tanto como cuando algún adulto nos lo decía a Aaron y a mí. Con las motos siempre hemos sido él y yo, es nuestra unión más fuerte, tiene nuestras mayores historias y peores momentos. Es algo tan nuestro que nunca nadie podrá arrebatarnos. Lo que choca tanto con lo que he dejado ver de mí que en el instituto todavía algunos amigos me pinchaban con el tema. ¿Quién dijo que no se podía adorar la moda y el maquillaje y, al mismo tiempo, amar la adrenalina, las motos, la velocidad, el riesgo...?

—Gracias.

Guardo todo de vuelta en la mochila, me la echo al hombro y tiro del casco y mapa al salir. Ver mi moto es mejor que despertar la mañana de navidad.

Acelero el paso al verla, al ver esa preciosa suzuki gladius 650 de un intenso morado. Al ver a mi pequeña aquí. Me agacho a un lado, disfrutando de poder tenerla de vuelta conmigo. Es preciosa, con unos roces ya borrados en el lateral derecho por el último accidente que tuve. Ese día se podría decir que Aaron me salvó la vida. ¿Cuántas veces he terminado ya con él en el hospital porque nos han ingresado a uno o al otro? He perdido la cuenta.

Me pongo el casco, reviso una última vez el mapa antes de guardarlo y por fin, me subo. Cierro los ojos por un segundo. Por fin.

Desde que me la regalaron cuando cumplí los dieciséis han sido pocas las semanas en las que no la he tocado. Iba al instituto con ella la mayoría de los días, muchos teniendo que llevar una falda en la mochila y pantalones puestos que luego cambiaba en los baños, pero me gustaba. Siempre he disfrutado de la sensación de libertad que me da, de cómo hace arder mis pensamientos y borra los nervios con adrenalina. Empecé porque quería seguir los pasos de mi primo, terminé como quien se engancha a los tatuajes. Ahora no cambiaría mi moto por nada, no cambiaría ponerme al límite con ella como he llegado a hacerlo.

Abro los ojos, meto la llave en el contacto y sonrío al sentir cómo vuelve a la vida.

La carretera aquí es irregular, una zona en la que el jeep de papá se movía bruscamente y sobre la que ahora mi moto tiembla. Es malo que eso me guste, es malo que esa certeza de que en cualquier momento algo podría ir mal me relaje. Acelero.

Muchas personas se aburren conduciendo, yo soy de las que no pueden ir en coche, puedo ir si no lo conduzco, pero, ¿ir de piloto? Soy incapaz. Eso es ver cómo cada vez que intentas adelantar te lo ponen difícil, con coches y camiones cerrándote el paso cada vez que aceleras. Es vivir pacientemente y yo no lo llevo bien, no después de haber probado la velocidad. La velocidad es para mí como la droga para los que se han enganchado. Adelantar es divertido, ese momento en el que ves que has dejado a alguien atrás y tú sigues ahí, por delante, más distante.

Disfruto de cada milla, cada bache, cada pequeño susto que me devuelve la sonrisa a los labios. Esto ha sido mi ancla a la realidad durante mucho tiempo, mi forma de recordarme la importancia de vivir. Cada vez que mi corazón se salta un latido por un susto lo recuerdo, cada vez que voy demasiado rápido como para temer una curva vuelve a mi cabeza. Una vez debatimos en filosofía qué era lo que hacía que nos sintiéramos vivos. Algunos dijeron el amor, otros la felicidad, e incluso el miedo. Pero yo estuve en contra. Cuando vivimos lo hacemos rodeados por plumas, protegidos, ciegos. Al arriesgarte miras al abismo, te enfrentas a tu final. Sólo ahí, cuando te balanceas en el borde, te sientes más vivo que nunca.

El problema es que cuando lo sientes una vez sólo puedes subir el nivel porque anhelas repetirlo, pero nada es tan bueno como la primera vez.

Te das de bruces contra la realidad para poder elegir si enfrentarla o volver a tu zona de confort. Tomé mi decisión en su día y es lo mejor que he podido hacer.

Por una vez desde que llegué al internado me siento bien de nuevo. Esa cárcel que se ha vuelto para mí cae. No estoy en casa, pero me siento como si lo estuviera. Desde fuera todo se ve mejor, nada parece importante. Nada salvo la idea de volver a mi casa, todavía no soy capaz de pisarla, sé eso, no puedo hacerlo cuando me despertaré por la mañana y el lugar será tan frío, tan silencioso. Los pocos días que me quedé después de la muerte de Alice despertar allí era despertarte en medio del más frío invierno donde la luz no cruza las ventanas y el frío te congela por completo. Es un vacío tan intenso que lo único que puedes hacer es gritar, gritar sin voz porque ni siquiera eso te queda.

Llego a la ciudad antes de lo que había esperado, apenas veo la plaza busco los carteles con la mirada para no tener que bajarme de la moto. Sigo uno tras otro hasta volver al mismo punto y tener que cambiar de dirección. Es una ciudad pequeña, pequeña pero con demasiados cruces. Tardo en descifrar cómo salir, al hacerlo me queda un último cartel señalando una carretera bien asfaltada de dos direcciones que recuerdo. Estoy cerca.

Me siento como una princesa que, a la espera de ser rescatada, ha decidido rescatarse a sí misma.

Para que luego digan que no encajo aquí, ¿cuántos cadetes han podido volver por su cuenta? Con esa idea tan idealizada en mi mente no me doy cuenta hasta demasiado tarde de que el quad que pasa a mi lado es uno de esos negros con logo de frente que tiene el internado. Después encuentro ese uniforme, esos ojos a través del casco abierto cuando pasa a mi lado.

Pasa y sigue con su camino.

Maldigo en voz alta y doy un brusco giro para poder ir tras él. Es mi compañero, no he llegado antes de que él resolviera el puzzle que le han creado. Ahora me encuentro acelerando para poder adelantarle. Va rápido, tanto que sé que si ahora viniera un coche de frente al menos yo me lo llevaría por delante por la velocidad que llevo para llegar hasta él.

A su lado trato de hablar, de gritar, sería una estupidez creer que me escucha así que le adelanto y sigo. Sigo hasta que a un distancia prudente freno como puedo poniéndome en medio de la carretera. O le sigo de vuelta a la cueva, o le paro aquí, y quiero dormir un rato así que mi opción es clara.

Me la he jugado mucho, pero él ha frenado, a pocos metros de mí y con las manos cerradas con tanta fuerza que sus nudillos se han vuelto blancos. Se quita el casco al bajar del quad.

—¡¿Es que te has vuelto loco?! —brama.

—No parabas y no iba a seguirte de vuelta hasta la otra punta —digo. Subo el visor para darle algo que reconocer. Lo hace, y eso no parece ayudar.

Da un paso a un lado antes de llevarse las manos a la cabeza.

—¿Es que has perdido la cabeza, Alisson? ¡¿Cómo se te ocurre?! —señala mi moto—. Podríamos haber tenido un accidente.

—Sabía que ibas a frenar.

Inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, sus ojos azules brillando por la sorpresa.

—Casi nos matas —murmura.

—No era peligroso, te he dado margen para frenar.

—Casi nos matas, Alisson —repite. Esta vez, soy yo quien se rinde.

Levanto las manos a modo de rendición.

—Está bien, lo siento, pero todos sois muy extremos aquí así que he pensado que sería una buena forma de adaptarme.

Me da una mala mirada, completamente espantado por no haberle dado una disculpa completa, o espantado por la imagen que le doy al internado. Igualmente, niega, vuelve a ponerse el casco y se sube al quad.

—Volvemos, pero o dejas de comportarte así u olvídate de que seamos compañeros, y no todos tienen mi paciencia.

—¿Es que ahora no puedo poder de mi parte para terminar antes?

—Primero, te lo advertí, te dije que te quedaras en la enfermería para que esto no pasara y, segundo, las reglas son simples. ¿Por qué no dejas de romperlas?

—No he roto ninguna regla.

Encuentro el momento exacto en el que se rinde conmigo, frustrada, sigo.

—Nadie me dijo que no podía escaparme del supuesto y estúpido secuestro —estallo, no dispuesta a llevarme yo la culpa por eso.

Sí, haber frenado así puede haber sido algo peligroso, aunque no demasiado teniendo en cuenta que he calculado bien para darle el espacio necesario de frenar, pero de haberme escapado no puede culparme. Sólo nos he quitado tiempo de "trabajo", ¿a quién puede molestarle eso? Al parecer, a Blake.

—Si nos castigan a ambos pienso dejarte la peor parte—dice con lentitud al subir al quad.

Trago saliva, ¿podrían castigarnos por... esto?

—Además, ¿de dónde has sacado una moto? —añade.

Bajo la mirada a la moto casi habiendo olvidado que la tenía aquí. Parpadeo, vuelvo a la realidad y trato de relajarme al volver a cerrar las manos sobre el manillar.

—Mi padre me la ha traído.

Conforme con esa respuesta, arranca de nuevo. Sin otra palabra, sin nada más que dejarme siguiéndole de vuelta al internado.

──── ∗ ⋅✦⋅ ∗ ────

──── ∗ ⋅✦⋅ ∗ ────

Y...empiezan los pequeños roces entre compañeros. Ya llevaban demasiado tiempo llevándose bien, #SorryNotSorry *-*

El capítulo viene con un día de retraso, pero no me había organizado bien el tiempoXD

Espero que paséis una semana fantástica<3

¡Un beso! Nos leemos el sábado

—Lana 🐾



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro