Capítulo 14 - "No quieras tenerme en tu contra"
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Canción en multimedia: Intention — Kiiara
Capítulo catorce — "No quieras tenerme en tu contra" ღ
El repetitivo pitido hace que quiera romper el despertador, o mi móvil, lo que sea que esté provocando ese molesto ruido. Extiendo un brazo en busca de mi móvil, todavía sobre la mesilla de noche. Pero no hay nada. Las mantas han quedado enredadas con fuerza sobre mi cintura, haciendo difícil que pudiera estirarme para alcanzarlo. Y la cabeza parece que me va a estallar en cualquier momento.
Al abrir los ojos para encontrar con más facilidad mi teléfono caigo en la cuenta de que no estoy en mi habitación, ni en mi casa, ni siquiera en mi cabaña del internado. Dejando que todo volviera a mi memoria con rapidez también caigo en la cuenta de que no son las mantas lo que se ha enredado en mi cintura.
Me vuelvo a dejar caer por completo sobre el colchón, apartando el edredón y sintiendo el frío de manera inmediata, es ahí cuando, habiendo empezado a tiritar por el frío, golpeo el brazo de Blake en un intento de que se despertara. No paro hasta que le escucho quejarse.
— Apaga el despertador —Ordeno entonces, él dejando escapar un "cinco minutos" que no hace más que molestarme—. No puedo dormir con ese molesto pitido, apágalo.
Dejando de golpearle, me llevo ambas manos a la cara. Estúpida alarma.
— Blake —presiono al no haber logrado que él hiciera ni el mínimo amago de moverse para apagarla—, apaga la alarma antes de que prenda fuego a tu despertador.
Veo la sombra de una sonrisa sobre sus labios, mismos que quedan contra la almohada.
Me giro por completo hacia él, su brazo acomodándose sobre mi cintura mientras lo hago. Entonces pellizco su mejilla con fuerza, pidiendo que apagase la alarma al mismo tiempo. La escucho y no sé dónde está, es frustrante. Él sigue sin moverse, así que me levanto lo suficiente como para poder tomar mi extremo de almohada y cubrirle la cara con ella. Sí, la confianza apesta a veces. Acomodo mi cabeza sobre esta, esperando escuchar las quejas que no llegan.
Y siguen sin llegar.
Oh, mierda. Ya he ahogado a alguien.
Apartándome y apartando la almohada veo la sonrisa completa que se forma nada más la tela ha dejado de rozar su rostro. Me siento por completo sobre la cama, él soltando su agarre y dejando que el brazo quedara bajo la almohada antes de girar la cabeza hacia el otro lado, su espalda cubierta por una camiseta negra.
Mi cabeza va a estallar si el ruido sigue.
Me pongo en pie, pasando una mano por mi frente y sintiendo el frío de forma inmediata cuando mis pies tocan el suelo. Es ahí cuando doy la vuelta a la litera, buscando el maldito despertador. No está junto a Blake. Y sigue sonando. Cuando me doy cuenta de dónde está, habiendo revuelto las mantas pensando que estaba entre estas, me tumbo en el suelo para sacarlo de debajo de la cama. Habiendo tenido uno de estos durante años en casa, no tardo en lograr que este dejara de sonar.
Es ahí cuando prácticamente corro hasta mi lado y me envuelvo nuevamente entre todas las mantas, cómoda con el calor que logro encontrar.
— ¿Vamos a desayunar y luego a entrenar?
Sigo cansada—. Ve tú, yo hoy necesito recuperar horas de sueño.
— Ya has dormido más de ocho horas.
— Necesito doce.
Ni siquiera recuerdo haberme dormido de nuevo, pero, cuando vuelvo a abrir los ojos, la cantidad de luz que entra a través de las cortinas ha cambiado. Es más intensa, ya no es primera hora de la mañana. Me sorprende encontrarme con Blake todavía dormido al girar, suponía que se había levantado e ido a hacer algo productivo desde primera hora.
Lo primero que hago tras levantarme es buscar el reloj despertador y sacarlo de debajo de la cama para comprobar la hora. Son más de las doce del mediodía y, por lo tanto, es realmente sorprendente que Blake no se haya levantado. Sobre todo teniendo en cuenta que las ocho de la mañana era la hora límite que él me ha estado marcando para despertarme todos los fines de semana desde que me ayuda con los entrenamientos. Pero no puedo quejarme con que se haya quedado dormido.
Pensando que ya volvería más adelante a por mi uniforme, tomo una de las chaquetas de Blake que ha dejado colgadas sobre la litera superior y me la pongo, atándola para que la ropa que llevo quedara más disimulada. Al menos no acostumbra a haber mucha gente dando vueltas por el internado los sábados. Con esa idea, me peino el pelo con los dedos una vez más antes de salir de la cabaña para poder ir a la mía a cambiarme. Con lo que no contaba era con que me encontraría al indeseado Oficial Garret en chándal y haciendo abdominales cerca de la cabaña. Maldigo en voz alta cuando sus ojos se centran en mí.
— ¿Sabes que lo que acabas de hacer está prohibido? —Pregunta él sin necesidad de parar o recuperar el aliento. Hace un gesto con la cabeza hacia la cabaña—. Se duerme en cabañas separadas, te podrías meter en un gran lío si alguien se enterara.
Me tenso por completo, la puerta ya cerrada detrás de mí volviéndose mi punto de apoyo. El Oficial termina con los abdominales segundos después, poniéndose en pie ágilmente y pasando a los estiramientos.
Mientras tanto yo no puedo hacer otra cosa que esperar su sentencia, no saber cuánto tiempo él lleva aquí haciendo ejercicio o lo que ha visto me frenan de inventarme que he venido hace un rato. Sobre todo porque con la ropa que llevo puesta, y estando descalza, eso no iba a ser fácil de hacérselo creer.
— Tienes suerte de que yo no vaya a decir nada —en lugar de relajarme, sus palabras únicamente logran el efecto contrario en mí. No me daría nada tan fácil—. Y, ponte el uniforme, voy a llevarte al circuito.
Me cruzo de brazos en busca de protección—. Mi padre me dijo que estaban arreglándolo.
El oficial se encoge de hombros, una sonrisa socarrona sobre sus finos labios.
— He dicho que te pongas el uniforme ¿¡Es que está sorda cadete?!
Sobresaltándome ante su grito, no tardo en bajar las escaleras y echar a correr hacia mi cabaña. Correr porque andar implicaría que él pudiera alcanzarme o que yo tardaría más tiempo en poner distancia entre ambos.
Y durante el tiempo que tardo en volver a mi cabaña, prácticamente vacía, y cambiarme de ropa, solo puedo pensar en una cosa. ¿Dónde me he metido? Había logrado llegar a obtener una ligera aprobación por parte del oficial, un simple asentimiento cuando quedé entre las cinco primeras personas del grupo que terminaron la carrera de diez vueltas al lago, todo gracias al esfuerzo que he estado teniendo que poner por culpa de Blake. Pero tengo la sensación de que eso lo he perdido. Y me asusta la idea que haya cruzado por su cabeza para hoy.
Ya cambiada, salgo de la cabaña. El Oficial Garret está ya en la puerta cuando lo hago, su ceño fruncido y una mirada molesta hacia mí.
— No tengo todo el día cadete.
Me siento en la obligación de decir un "lo lamento" por la tardanza que no creo haberme tomado. Hace un gesto para que le siga. Recorriendo el camino hacia la parte más alejada del internado, misma donde se encuentra el viejo circuito que, por lo que me había dicho mi padre, todavía no se habían tomado el tiempo de arreglar.
El Oficial abre la puerta de hierro. Misma que provoca un ruido capaz de ponerme la piel de gallina. Él pasa antes de mí, dando una mirada al lugar antes de que yo pueda situarme a su lado.
— Hágalo.
Frunzo el ceño—. ¿Qué?
Eso logra que la rabia pareciera crecer en él a causa de la insubordinación al, implícitamente, haberme negado a su orden.
— Tenían que arreglar el circuito, está dañado —trato de defenderme—. No voy a arriesgarme a sufrir daños por...
— Haga el circuito —Palabra por palabra, el oficial presiona con una rabia que me hacen temer enfrentarle. Muy a mi pesar, termino tragando saliva antes de acercarme a la pista.
Coloco el pie sobre el tramo de hierro redondo y fino que queda a poco más de un metro del suelo. Tras asegurarme de que este no se caiga, subo, tardando un par de segundos en adquirir el equilibrio necesario para empezar a andar sobre él. Este va en zigzag un par de metros, y ni siquiera una de mis botas logra tener espacio suficiente como para apoyarla entera.
Tomo un par de bocanadas de aire mirando al suelo, es arena. Quedan pequeñas piedras y un par de ramas pero aun así una caída desde aquí no tendría por qué doler demasiado.
— ¡¿A qué está esperando?!
Ni siquiera pienso en tomármelo con calma. Echo a correr sobre la barra teniendo la sensación de que eso me ayudaría a mantener el equilibrio con una mayor facilidad que ir temblando mientras ando. No sé si la idea es mejor o peor, pero de todas formas termino en el suelo un par de metros más lejos de dónde he empezado.
— ¡Arriba!
Poniéndome en pie y asegurándome de no haberme torcido ningún tobillo, vuelvo a subir. Esta vez, pese a seguir yendo rápido, bajo la velocidad lo suficiente como para poder recuperar el equilibrio la siguiente vez que estoy a punto de caer. Más adelante, vuelvo a terminar en el suelo. Me pasa una tercera vez antes de llegar al final. Siento un empujón cuando bajo, estando a punto de tirarme al suelo. El oficial me empuja una segunda vez hacia el siguiente tramo de la pista. Esta vez está más centrada en el atletismo, una zona de lo que calculo que serán cien metros lisos con vallas y bidones que saltar por el camino. Nunca se me ha dado bien saltar alto. Pese a eso echo a correr hacia ellas nada más el Oficial me grita en el oído para que siga avanzando.
Freno frente a la primera valla, bloqueándome por completo y comprobando que realmente me llegan cerca de la cadera. No soy capaz de saltar eso.
— Por cada valla que tire —empieza a lanzar su amenaza el Oficial—, serán veinte abdominales más cuando termine.
Cuento las vallas que hay. Tres vallas y dos barriles. Paso la primera por encima como lo hacía de niña, ganándome un "treinta abdominales por cada fallo" por parte del Oficial a modo de queja. Luego empiezo a correr con todas mis fuerzas hacia la siguiente. No freno cuando me acerco, y salto todo lo alto que puedo para no darme contra ella. Pero fallo. Uno de mis pies da contra la valla y termino cayendo. Me golpeo con tanta fuerza contra el suelo al hacerlo que, por un momento, no logro hacer que el aire entre en mis pulmones.
Me reincorporo lo antes que puedo, sintiendo el fuerte dolor en mis costillas y escuchando los gritos del oficial.
Lo siguiente es un bidón. Más alto que las vallas y que tiro con mi caída. Me levanto nuevamente. El Oficial sabe que no puedo saltar esto, puede ver mi altura y conoce mi falta de práctica y conocimiento en el ámbito como para lograr saltarlas. Y está sonriendo. Solo quiere verme caer, añadirle dolor al juego de la tortura psicológica que da la sensación de apasionarle. Y yo tengo que dárselo.
No paso ninguna de las vallas.
Pasar por debajo de lo que antes había sido un bien colocado alambre de espino ahora me deja con heridas en los brazos descubiertos y un corte en el pómulo que duele como el diablo. Algo que aumenta cuando, teniendo que agacharme aún más pese a que no parece posible para que un trozo caído del alambre no me rozara demasiado, la herida se cubre con los restos de arena que hay debajo.
Logro salir, la sonrisa del Oficial en aumento cuando me ve en estas condiciones. Entonces señala la siguiente mitad. Pero, antes de que pueda dirigirme a ella, él coloca una mano sobre mi hombro, haciendo presión en este y logrando que tenga que moverme para que el dolor no me haga retorcerme.
— He cambiado de opinión —sentencia entonces—. Haz la parte de escalada, los ciento cincuenta abdominales por las vallas y puedes irte.
Trago saliva al mirar hacia el amplio muro que queda a pocos metros de nosotros. Las pequeñas piedras sobresaliendo en este y, algunas de ellas, desaparecidas. Y lo peor es el balcón que tiene cerca de la cima. Sin un arnés no podría lograrlo, algo que sin tener que preguntar ya sé que no podré obtener.
— Prefiero el circuito.
El Oficial me da un fuerte empujón para que me dirija hacia el muro—. Escalada. Ahora.
Voy a caer si lo intento. Y no estoy dispuesta a ello. No veo una buena forma de terminar la parte de escalada sin salir herida y golpeada. Así que doy un paso atrás.
— No voy a hacerlo —temo su reacción, y pese a ello suelto mi amenaza—. Y voy a irme ahora. Si trata de impedírmelo le diré a mi padre de esto y, créame, no le va a gustar.
— ¿Y sí le va a gustar saber que su hija ha sido encontrada pasando la noche en una cabaña masculina? —El Oficial me dedica una sonrisa tan llena de maldad que me hace temblar—. Bastante le has decepcionado siendo un cero como cadete, ahórrale el mal rato de verte humillada ante él.
— Voy a irme —repito.
Y es ahí cuando, de un segundo a otro, el Oficial se ha situado detrás de mí, torciendo mi brazo de forma dolorosa. Siento su respiración contra mi oído, el brazo con un dolor tan intenso al ser forzado a quedar en mi espalda en una mala posición que creo que en cualquier momento se va a romper. Su otra mano queda en mi hombro contrario, ejerciendo una inmensa presión e impidiendo, al mismo tiempo, que me pudiera mover.
— Eres una simple cadete a la que nadie de aquí va a respetar si digo lo que sé. ¿De verdad crees, mocosa, que van a creerte si dices algo en mi contra? —Ríe con tanta fuerza que la impotencia en mí crece. Mi brazo duele tanto que las lágrimas amenazan con salir—. Soy tu superior y tú una cría cuyo único fuerte es su apellido. Pero tú eres débil. Si dices algo será tu palabra contra la mía, no creas que después de tantos años de servicio van a desconfiar de mí.
Es ahí cuando me suelta, forzándome a girar de tal manera que tengo que ahogar un grito cuando el dolor de mi brazo se intensifica antes de tenerlo libre. Lo tomo con mi mano libre, sintiendo todavía la presión en él.
— Y recuerda que soy yo quien decidirá si aprobarte o no el examen físico. No quieras tenerme en tu contra.
Por un momento podría jurar que he olvidado cómo respirar. Por un momento creo estar a punto de romperme.
— Ahora vete.
No lo dudo, esperar sería darle la oportunidad de cambiar de opinión. Habiendo empezado a sentir el dolor en mis costillas desde la caída con el primer bidón y que ha ido en aumento con las siguiente, mi primera parada va a ser la enfermería. Echo a correr hasta la salida del circuito. Una vez cerrada la valla de hierro detrás de mí, corro con más fuerza, mirando detrás de mí cada pocos segundos.
El Oficial debe de saber que voy a ir a la enfermería, y ahí empiezo a comerme la cabeza. Tengo miedo de encontrarle de nuevo, de que me saque de donde estoy y logre dañarme como las otras veces. Pero hay una cosa en la que tiene razón. Ya intenté contárselo a mi padre una vez y él me miró como si yo no supiera de lo que hablaba. El resto de sargentos confían en él. El Oficial Garret ha trabajado suficiente en su imagen ante ellos como para haberse ganado su confianza. Y yo soy como la oveja negra del lugar. Sería estúpido creer que mi palabra ganaría a la suya.
Dejo de correr cuando siento que el dolor en mis costillas no hace más que empeorar, volviendo a mirar hacia atrás esperando no encontrar al Oficial siguiéndome. Cuando giro al llegar al edificio principal siento un rápido alivio que no tarda en desaparecer. Estoy nerviosa, ansiosa por alejarme y con mi corazón latiendo con tanta fuerza que creo que se me va a salir del pecho.
Entonces, entre todo el caos que hay en mi cabeza, veo una cara conocida.
— ¡Johnson! —Chillo sin poder evitarlo, buscando alcanzarle por todos los medios. Él está comiéndose una manzana mientras que camina hacia el aparcamiento, probablemente irá a dar una vuelta por la ciudad. Se gira cuando vuelvo a gritar su nombre. Y, pese a que nuestra amistad no ha llegado a ser tan fuerte como ha pasado con Blake, no puedo evitar aferrarme a él cuando llego a donde está.
Sigo asustada cuando le alcanzo, asustada de la amenaza y de la forma en la que el Oficial se ha asegurado de hacerme saber que él tiene el control de todo y que, si le viniera en gana, podría dañarme cuantas veces quisiera.
Me aferro a Johnson como si él fuera una clase de salvavidas. Ahogo un sollozo contra su pecho. No voy a llorar. No por esto.
— ¿Kitty? —Pregunta él entonces, una de sus manos colocándose sobre mi espalda—. Kitty, me estás asustando.
Tomo una profunda bocanada de aire que me calme antes de tener la fuerza de vuelta y apartarme de él. Coloco un mechón de pelo detrás de mi oído antes de volver a mirar detrás de mí. No es hasta que me aseguro que el Oficial no está ahí que vuelvo a dedicarle mi atención al pelinegro.
— ¿Puedes hacerme un favor? —pido entonces. Johnson, todavía con la confusión dibujada en su rostro, asiente con lentitud—. ¿Podrías acompañarme hoy, por favor?
— ¿Acompañarte? —Como si no hubiera entendido la pregunta, repite mis palabras—. ¿A dónde quieres que te acompañe?
— No es "a dónde". Es... —no puedo evitar volver a mirar sobre mi hombro—, ¿podrías quedarte cerca?
Johnson duda, entrecerrando los ojos al escudriñándome en busca de respuestas.
— ¿Esto tiene algo que ver con las chicas de tu cabaña?
Niego.
— ¿Idiota Evanson ha hecho algo?
Vuelvo a negar—. No preguntes, solo hazme el favor. Por favor.
Johnson mira detrás de mí, esperando encontrar lo mismo que yo buscaba para entender la situación. Sigo su mirada. Todavía no hay nadie detrás y eso hace que Johnson soltara un suspiro antes de acercarse. Él pasa un brazo sobre mis hombros y deja un beso sobre mi cabello de forma protectora.
— ¿Quieres que vayamos a la ciudad? ¿O al lago?
Priorizando, dejo salir mi siguiente frase—. Necesito ir a primero a la enfermería.
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Si os gusta la música que suelo poner multimedia, podéis pasaros por el link que hay en mi biografía donde iré haciendo listas (en spotify) con las canciones que voy poniendo en los capítulos de mis diferentes obras ♥ Ya tengo terminada la de "El Bad Boy Es Mi Aliado";)
Y, me matáis, subí el capítulo doce para tratar de devolveros haber llevado la novela al puesto 88 en Novela Juvenil y ahora la colocáis en el 60, a este paso tendré que preparár un maratón para compensaros. De todo corazón, gracias ♥ ♥ ♥ ♥ ♥
¡Espero que os haya gustado el capítulo! & nos leemos el sábadoღ
pd - ¿Librémonos del Oficial Garret?
—Lana 🐾
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