IV
En esta oportunidad me llevaron a otro centro, quiere decir, que comenzaría de nuevo. Nuevas caras, nuevas terapias, nueva habitación, a veces sentía que la vida no valía nada, pero ese pensamiento cambio cuando después de tres días lo conocí a él.
—Hola, Sofía, mi nombre es David y seré tu auxiliar nocturno —anunció desde de mi puerta, luego entró en mi habitación, se acomodó en el pequeño sofá, abrió un libro y no dijo más.
Nunca me había fijado en un chico, yo tenía completamente claro que ninguno se iba a fijar en mí, pero con él me pasó algo tan diferente.
Una vez que entró, el olor de su perfume varonil me cautivó, sentí un frío leve recorrer mi estómago cuando escuché su voz grave y, aunque solo me miró un par de segundos, esa mirada tan intensa me neutralizó.
Esa noche no cruzamos palabra, él se dedicó a leer y yo simplemente a observarlo con cierto nerviosismo. Al pasar dos noches no lo soporté más.
—¡Oye! ¿Qué se supone que harás aquí todas las noches?
—¡Vigilarte, obvio! —Bajó un poco su libro y sus ojos se encontraron con los míos.
—Pues, no me gusta, me incomodas —dije haciendo un mohín.
—Pues te aguantas —coreó imitándome.
—No me parece gracioso.
—A ver, Sofía. —Se levantó de su asiento—. Yo estoy aquí para cuidarte y evitar que cuando nadie te observe, te hagas daño, a eso vine y lo voy a cumplir te guste o no, ¿entendido? —sentenció.
Bajé la mirada avergonzada, estaba llena de nervios por el tono de su voz y, como si me halaran una cuerda, las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas rojas.
—¡No, Sofía! Perdóname, yo no quise herirte. —Con sus manos tomó mi cara y la subió un poco para que lo mirase, acto seguido limpió las lágrimas que aún caían.
En ese momento me di cuenta de que era más encantador de lo que yo imaginaba, aquellos ojos cafés me estaban examinando, haciendo que mi cuerpo extrañamente temblara, me paralicé tanto que no podía articular palabra.
—Hagamos algo, si tú me lo permites, podemos ser amigos, yo estoy aquí para cuidarte y quiero ayudarte.
—¡Vale! —susurré.
—Eres muy linda para llorar, no lo hagas. —Colocó un mechón de mi cabello detrás mi oreja.
¿Bonita yo? Cómo se notaba que solo quería hacerme sentir bien, una risa leve escapó de mis labios y él preguntó:
—¿Qué te hace gracia?
—Que digas que soy bonita, por favor, ¿no me ves?
—¡Lo hago! —dijo sin apartarme la mirada, y yo sentí que mi cuerpo se desvanecía al escucharlo.
Pasaron las semanas y nuestra relación mejoraba. Él era un gran auxiliar y terapeuta, estaba ayudándome a conseguir amor propio.
Una noche al salir de la ducha lo encontré dentro de mi habitación, lo miré con vergüenza y él me dijo:
—Te traje este espejo. —Uno grande de cuerpo completo estaba allí—. Quiero que empieces a mirarte y que aprecies tu aspecto en él.
Di un par de pasos hasta el espejo, me miré por unos segundos y no me agradó mi reflejo, pero cuando me disponía a marcharme él me lo impidió, colocándose detrás de mí.
—¡No te vayas, mírate! Eres hermosa, Sofía.
Me rodeó los hombros sujetándome para que no me moviera, quise soltarme y la toalla cayó al piso dejándome totalmente desnuda, me moví rápido a recogerla y me encontré con su mirada inquietante. Fue como si al mirarnos nos dijéramos cuánto nos deseábamos. David tomó mis manos para que mi toalla volviera al piso, me observó con una mirada lobuna y mis mejillas se enrojecieron.
—No te avergüences de tu desnudez, Sofía, eres completamente hermosa.
Asentí sin moverme y pronto sus manos estaban en mi espalda, con decisión me atrajo fuerte hacia él, enredó una de sus manos en mi cabello para tener acceso a mi cuello y lo besó, con la otra mano acarició mis glúteos haciéndome gemir, pero me silenció al introducir su lengua en mi boca, saboreó mis labios y los mordisqueó, me levantó en sus brazos y me acostó en la pequeña cama. Nos miramos fijamente y él comenzó a besar: primero un pezón, luego otro mientras tocaba mis muslos con deseo, jugaba con mis pezones de una manera descarada y sonreía al ver mi cara de excitación. Yo solo podía disfrutar de sus besos.
Con su lengua bajó por mi pecho repartiendo pequeños besos hasta llegar a mis costillas y yo me retorcía de placer con cada beso y cada caricia, continuó llegando a mi vientre y pasó la lengua en una zona muy baja, cerca de mi sexo. Sentí explotar, pero este era el momento de hablar.
—David, ¡para! —susurré como pude y él paró de inmediato—. Yo soy virgen —dije en un hilo de voz.
—Y lo seguirás siendo esta noche, solo disfruta.
Con una habilidad impresionante, David separó mis piernas, chupó mis muslos y comenzó a besar mi sexo, sin asco y con devoción, pasó su lengua moviéndola en forma circular por mi hendidura, después, muy despacio besó y succionó mi clítoris, siguió jugando con su lengua en mí, introduciéndola un poco y con sus manos en mis glúteos me obligaba a acercarme a su boca hasta que me dejé llevar y me corrí de placer.
Fue una sensación alucinante.
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