Capítulo 36: Cumpleaños ¿Feliz?
Estamos en el penúltimo capítulo de INTERNACIONALES <3
***
Quería creer que esa realmente era mi familia ahora, pues papá nunca se había encariñado como lo estaba haciendo con los Fenti. Los observé uno a uno y me sentí de pronto bien, pues me gustaba donde estaba y lo mejor era que me sentía cómoda. Papá conversaba animadamente con Will y Vince, mientras Jeff, Millie, Trey y Dan hablaban acerca de una carrera que se venía y también planeaban el cumpleaños de Trey que también se acercaba.
Luego de desayunar todos regresaron a sus trabajos y la única que se quedó junto a mí fue Millie. Me acompañó a mi habitación y la vi sentarse en la cama mientras yo abría el clóset para escoger ropa.
—Te tengo un regalo —me sonrió ella. Cogió su bolso y de ahí sacó una caja mediana envuelta en papel rosado.
—Pareciera como si estuviese cumpliendo tres años —reí.
Recibí su regalo y de inmediato me senté en la cama frente a ella para abrirlo. Era un cuadro de vidrio con un collage lleno de fotografías nuestras que ya ni recordaba cuando nos las habíamos tomado.
—¡Es hermoso! —chillé.
Y de verdad estaba hermoso. Además, tocó mi parte sensible con las amistades, pues nunca podía formar una que durara más de un mes y Millie lo estaba consiguiendo todo gracias al idiota de Trey que me la presentó.
—Eres la única amiga que tengo, Millie. De verdad gracias.
—Ya basta, no te pongas sensible, me harás llorar —fingió echarse aire con las manos.
—Me daré una ducha —le avisé mientras me metía corriendo al baño.
Al salir, mientras me vestía me quedé conversando con Millie. La pregunta la tenía en la garganta hace horas y ya no podía contenerla más.
—¿Realmente Luck se quedó con Amber?
Ella cogió una gran bocanada de aire.
—Sí. Le contamos que todos desayunaríamos contigo hoy, pero dijo que debía juntarse con Amber para conversar sobre no sé qué cosas...
—No debería ser así, pero ya siento que la odio —resoplé con molestia.
—Él se lo pierde.
—No sabe Millie, no sabe qué pierde —fruncí el ceño —¿Recuerdas que perdió la memoria?
—Pascal, sé que no te recuerda, pero él te dijo que alterabas todo lo que pasaba en su vida... o algo así... pero... se dará cuenta de que querrá volver a sentir eso.
Resoplé. Se sentía tan lejano que una cosa así sucediera.
Conversamos un poco más y luego Millie tuvo que irse porque supuestamente regresaría por la noche para tener una <<Noche de chicas>>. Nuevamente me quedé a solas en mi habitación, podría haberle pedido a Dan que fuéramos por un helado, pero me había contado que encontró un trabajo y entraba los sábados al medio día... de seguro ya estaba allí.
Bajé las escaleras encontrándome con mi padre, quien insistía en llevarme a cenar por la noche junto a Jean, pero me negué una vez más.
—No quiero —resoplé. —¿Sabes qué me gustaría? Ir al cementerio a ver a mamá.
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Sí. Quiero ver a mamá, es mi único deseo en mi cumpleaños.
—Debiste haberlo planeado mucho antes, Pascal. El cementerio que está tu madre está a cientos de kilómetros de aquí.
—¿Y en avión?
—Son siete horas.
—Me quedo allá.
—¿Y con quién irías? Estoy ocupado y...
—Iré sola. Quiero estar sola.
Él se quedó pensativo por un momento, luego comenzó a negar lentamente con su cabeza y yo a fruncir el ceño.
—No. Es muy peligroso, te llevaré a otro sitio.
Resoplé.
—¿Cuál sitio?
—A uno aquí en Bellemore, en donde tu madre pasaba el ochenta por ciento de su tiempo libre. El otro veinte estaba conmigo —sonrió.
—Estás bromeando conmigo —entrecerré los ojos.
—Claro que no, hija. Es verdad ¿Ya olvidaste que tu madre nació en Bellemore también?
—Papá...
—Vamos. Iré a dejarte y si quieres pasas el día sola —rodó los ojos con ironía. —La apática de la familia, eso eres.
Pese a que ese no era mi objetivo, debo admitir que me dio curiosidad ir al sitio en donde mi madre pasaba casi todo su tiempo en su juventud. Subí corriendo las escaleras, cogí un abrigo y un bolso en donde guardé lo necesario (y con necesario me refiero a auriculares, dinero y mi cédula de identidad) y luego bajé. Papá ya estaba en su camioneta esperándome, así que me subí de inmediato.
Él iba muy nostálgico contándome todas las veces en que fueron juntos a ese lugar, diciéndome lo hermosa que se veía mamá cuando sonreía o cuando se sentaba por horas en un sitio para admirar lo que tenía en frente. Nos acercábamos a las montañas, el clima comenzó a descender y las casas grandes a desaparecer, ahora sólo había casas antiguas, árboles gigantescos y también nubes cerca. Al parecer estábamos en altura.
—Llegamos —lo oí.
Se detuvo en un pequeño pueblo, no había ninguna persona allí, sólo casas silenciosas y almacenes vacíos. Fruncí el ceño y lo observé a los ojos.
—Estás tomándome el pelo ¿no?
—No.
—Aquí no hay nada.
—Hay mucho, mira, ahí puedes almorzar —me señaló un restaurant pequeño, antiguo y feo.
—Espero no arrepentirme —le quité el seguro a la puerta del auto, él me dio un poco más de dinero y me dijo que podría volver a casa señalándome la única parada de autobuses que ahí había. Pero debía ser puntual, pues el autobús pasaba a las seis de la tarde y si no alcanzaba, tenía que esperar el de las nueve.
Me bajé de la camioneta con algo de desconfianza, en cambio a él no le causó desconfianza poner a andar la camioneta y dejarme sola en ese sitio. Miré a mi alrededor pensando en qué diablos haría ahí. ¿De verdad a mi madre le gustaba este lugar?
Comencé a caminar a paso lento hasta que llegué a un tipo de plazuela, por fin había señales de vida, pero sólo eran dos niños jugando en la distancia con sus padres sentados a una distancia prudente. Me senté en un banco y ahí me quedé.
—Qué mierda de gustos son estos, mamá... —susurré.
Sentí que podía oír su risa mientras me golpeaba levemente con el codo en la costilla: "No todo es tan malo, Pascal" me diría ella, pero si mamá. Todo si puede ser bastante malo y sé que lo sabes.
La cena de navidad siempre había sido especial para nosotros. Toda la navidad, en realidad. Decorábamos la casa —en donde sea que estuviéramos viviendo—, colocábamos el árbol de navidad y también abríamos regalos a la mañana siguiente. Esa noche ella era la más feliz, pues yo estaba molesta con papá, ni siquiera recuerdo por qué. Ella había preparado la cena más sabrosa de todas y cuando probé su comida, el enojo se esfumó. Jean estaba contando la parte de una película navideña que había visto por la tarde y yo me estaba burlando de él porque la noche anterior no había querido ver una película de terror conmigo. Todo era risas, conversaciones agradables y luces de colores cálidos por la casa gracias al árbol y la decoración excesiva. Hasta que de pronto un ruido estruendoso formó un silbido en mis tímpanos e hizo que todos reaccionáramos a tirarnos al suelo. Sin embargo, ella no se agachó. El ruido continuó, recuerdo a Jean cogerme del brazo y meterme debajo de la mesa mientras papá corría a no sé dónde. Comencé a gritar del miedo cuando las ventanas estallaron en pedazos y Jean sólo me abrazó con brazos y piernas para que no me escapara. Perdí a mi madre de vista hasta que los horribles disparos cesaron. Ambos salimos de debajo de la mesa y la vi... estaba recostada hacia delante en la mesa envuelta en ese líquido rojo que ahora me daba pavor. Todo manchado de rojo. Ella estaba encima de la comida, con la cabeza enterrada en el mesón de madera oscura y sentí que no podía respirar. Al principio pensé que se trataba de una broma, pero cuando Jean se acercó a ella y la levantó, comenzó mi calvario. Estaba muerta. Muerta encima de nuestra mesa, en nuestro lugar seguro.
Jean salió histérico de casa para buscar a mi padre dejándome a solas con su cuerpo inerte y frío. Me acerqué con lentitud y le pedí que se levantara, que se moviera, que estaba ensuciándose... pero claramente no me oyó. No sé qué me pasó en ese momento, después de eso sólo tengo recuerdos borrosos de haber salido de casa, ver a mi padre en medio de la calle golpeando a un tipo de manera escandalosa mientras Jean tenía a otro entre sus manos. Y estaba ahí... yo de pie frente a ambos, completamente sola y con mi madre muerta dentro de mi casa. Necesitaba contención, pero no la tuve. Y ellos tampoco.
Desde ese día odio los disparos o los ruidos fuertes.
Desde ese día odio la sangre.
Desde ese día me da terror la violencia desmedida porque pienso que me hará sentir así de sola como aquella vez.
Desde ese día la navidad me da náuseas.
Papá se convirtió en un hombre frío, desconfiado, brusco y mucho más intimidante de lo que ya era. Cuando cayó de rodillas en el funeral de mamá lo oí prometer que nunca iba a estar con otra mujer, que no iba a hacer pasar a nadie por algo así y también que iba a protegernos a Jean y a mí de lo que fuera. Nunca culpé a papá por lo que había pasado, él siempre había sido todo para mí. Ella también... y se fue así, sin poder despedirnos y sin poder decirle que, en realidad, su calidez arreglaba hasta la peor navidad.
—¿Paulette? —una voz me sobresaltó, despertándome de mis pensamientos.
Era una mujer muy mayor, de hecho, estaba con un bastón para su ceguera. Tenía una sonrisa ilusionada en el rostro y yo me quedé congelada.
—Paulette ¿eres tú? —repitió.
Ese era el nombre de mamá...
—No... yo...
—¡Eres tú! —sonrió con muchísima alegría, tanto que me apretó el estómago.
Se abrió paso con su bastón y se sentó a mi lado con toda confianza.
—¿Cómo has estado querida, Paulette? De hace tiempo no venías por estos lados.
Y no pude romper su ilusión.
—Si, estuve viviendo en otra ciudad con mi familia.
—¡Que alegría! ¿Cómo está Pascal y Antoni? Y el pequeño ese... ¿Jean?
¿Quién era esa mujer y por qué sabía tanto acerca de mamá?
—Están todos muy bien... —contesté. La miré un poco más. Tenía el cabello corto, muy blanco y sus arrugas la hacían parecer de unos ochenta y tantos. —¿Cómo ha estado usted? —pregunté con la mayor cordialidad que pude.
Ella sonrió. Apoyó su mano sobre mi brazo y me acarició como si de mi abuela se tratara.
—El viejo gordo falleció el año pasado de una neumonía —me contó, pero no pareció para nada afectada —Espero no fallecer pronto yo —sonrió. —Dime, Paulette, ¿Cómo es Pascal? No me la trajiste cuando podía ver, mírame ahora, intentando imaginarla...
—Lo lamento... estuve ocupada —bajé la voz —Ella...ella es —me trabé por un momento, tragué saliva ¿qué podía decirle? —Se parece a mí —se me ocurrió —Excepto en los ojos, tiene los de Antoni.
—¡Sus sentimientos, tontuela! Qué me importa su físico a mí —rio contagiándome.
—Bueno... es...testaruda. Orgullosa...—recordé inmediatamente a Luck, cuando estábamos discutiendo en la calle —Muy tonta, en realidad.
—¡Como puedes hablar así de tu hija!
Verdad que era la mamá.
—También es honesta —agregué.
—¿Ya se enamoró?
—Sí. Mucho. Está enamorada de un chico que probablemente nunca vuelva a quererla como ella a él.
Ella bufó.
—Como tú con Antoni ¿recuerdas?
Fruncí el ceño.
—¿Cómo?
—¡Por favor! —sonrió ella —¿Acaso no recuerdas haber entrado a la cafetería furiosa porque <<El maldito de Antoni Fabregas no me da ni bola en clases>>? —¿Acababa de imitar a mi madre? —Recuerdo muy bien que Antoni no quería nada serio contigo, incluso te dejó plantada varias veces en el mismo sitio... sólo porque el idiota tenía miedo de enamorarse de una chiquilla como tú.
No me lo podía creer.
—No me acuerdo muy bien de esa época —dije, claramente quería seguir escuchando.
—Porque no te conviene... con todo esto quiero llegar a que jamás te rendiste...algo había en ti por más que yo te decía que lo dejaras, que había mucho más por descubrir, pero tú estabas segura de que ese era el amor de tu vida. De seguro Pascal es igual de testaruda que tú.
Respiré hondo y ella continuó hablándome, pero esta vez de algo distinto.
—¿Y sólo tiene esa cualidad buena? ¿Qué es honesta? —preguntó algo desconcertada
—Como ya dije... es...orgullosa y testaruda. Algo impulsiva y se da cuenta de las cosas después —bufé —Algo apática cuando se lo propone.
La mujer sonrió un poco, luego vi que se estaba poniendo de pie, la ayudé hasta que estuvo completamente a salvo.
—Yo creo que tiene un muy buen corazón —se giró hacia mí, como si pudiera verme. —No cualquiera finge ser otra persona frente a una anciana para no romper su ilusión.
Me quedé quieta en el asiento.
—Lo lamento... yo...—comencé a excusarme, avergonzada.
—Pero eres Pascal —me sonrió interrumpiéndome —. Estoy segura de que tu madre estaría orgullosa de ti.
—Discúlpeme, pero ¿quién es usted?
—Una vieja amiga —contestó sin más —. Ya debo irme, dale mis saludos a tu padre y a Jean. Y ve a dejarle margaritas a tu madre a ese murito que está por ahí —señaló con su bastón un muro que había al final de la plazuela —Ten un buen día y feliz cumpleaños.
—Gracias... —bajé la voz.
Y, de pronto, como si hubiese estado hablando con un familiar, me saltaron unas ganas de abrazarla, así que antes de que se largara, la abracé con fuerza. Ella me correspondió el abrazo con emoción. Luego la solté y me despedí alejándome hacia el muro que me había indicado.
Alrededor del muro había césped con pequeñas margaritas, así que corté algunas y las dejé ahí. Fruncí el ceño cuando me acerqué al muro y noté que había varias cosas escritas, comenzando por "Paulette estuvo aquí". Se me estrujó el corazón. Y continué leyendo:
"Paulette & Antoni"
"Paulette, te amo"
"Antoni, te amo"
"Antoni=idiota, Paulette=inteligente"
"Paulette y Pascal estuvieron aquí"
Había un sinfín de corazones y también dibujos de estrellas. Hasta que una frase un poco más larga me detuvo: "Recuerda: Las margaritas son frágiles sólo cuando las pisas, pero florecen todo el año y resisten a la peor de las plagas y enfermedades".
Al final, estuve todo el día sentada al costado de ese muro, pensando en si realmente estaba todo perdido o no. Reflexioné un poco, me reí de lo idiota que pude llegar a ser y no pude evitar llorar a solas en medio de la nada.
——
—Alcanzaste el autobús de las seis —me sonrió papá al verme entrar a casa. Ya eran cerca de las ocho, no tenía ánimo de nada y Millie se suponía que llegaría en dos horas.
—Tuve un encuentro...extraño —le conté lanzando mi bolso al sofá. —Hola Jean —lo saludé. Él me sonrió y se quedó mirándome —Una anciana...conocía a mamá.
Papá se quedó mirándome en plan divertido.
—¿Qué? —reclamé al ver la diversión en sus ojos.
—¿Qué de qué? —contestó.
—Pues dime quien era. Me ha confundido con mamá y luego me ha dicho que era Pascal y yo como... ¿Qué?
—Es la amiga de tu abuela. Paulette era como su hija —me contó. Caminé hacia él y me senté a su costado. Él me rodeó con un brazo y me apegó a su cuerpo. —Yo también la extraño —me dijo haciendo referencia a mamá. Tragué el nudo de mi garganta, no quería llorar ahí mismo.
—¿Qué ocurre, enana? —se adelantó Jean cuando me vio con los ojos vidriosos.
—Estoy...mmh...no sé ¿qué debo hacer si no sé qué hacer? Estoy...pérdida —confesé y ambos se quedaron mirándome con preocupación.
Pensé que Jean iba a ser el primero en hablar para bromear conmigo, pero al parecer no me vio muy bien, pues se quedó en completo silencio y el primero en hablar fue papá.
—No todo está perdido, Pascal —me observó —Aparecerán más caminos, sólo debes ser paciente. Sabrás seguir a tu corazón cuando ese momento llegue.
—Que difícil —resoplé.
—Que aburrido sería si tuviéramos todo fácil ¿no? —agregó Jean con una pequeña sonrisa.
—Voy a volverme loca.
—Ya estás loca —dijo Jean y papá lo miró con mala cara. —Sólo digo...sólo digo que no puede volverse loca si ya lo está.
—No lo estás arreglando —habló papá.
—No estaba intentándolo.
No pude evitar reírme pese a que me sentía muy mal.
Luego de un rato decidí llamar a Millie para contarle que no tenía ánimo para una noche de chicas, ella me entendió con un poco de tristeza y luego colgamos. La verdad quería estar sola, todo el mundo necesitaba estar a solas en algún minuto.
Eran las nueve de la noche y yo me encontraba en pijama tendida encima de la cama, no me podía creer que estuviera pasando un cumpleaños tan malo, ni siquiera había aceptado la invitación de Dan a un bar para que conversáramos, mi ánimo no me ayudaba y no podía dejar de pensar en cuándo iba a acabarse este sentimiento de mierda que tenía metido en el corazón. No pasó tanto tiempo cuando salí de la cama, fui por un chocolate caliente y subí al tejado. De verdad estaba muy triste y la única persona que lograba hacerme sentir en casa era Luck y ahora no lo tenía. Y no lo tendría nunca más.
De pronto, un ruido en el tejado me sobresaltó consiguiendo que casi volteara el tazón sobre mis piernas. De inmediato miré en dirección a la ventana y vi que estaba abriéndose, luego apareció una silueta conocida... Dios... ¿era Luck? ¿Qué demonios hacía ahí? Cerró con un poco más de fuerza de la debida y se quedó de pie mirándome en la distancia. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. No entendía nada.
Se acercó lentamente a mi costado y su sonrisa me hizo sonreír a mí.
—Llegar aquí es una de las cosas que recordé.
***
¡Ay!
Me está costando un poco escribir el epílogo, pero el viernes si o si tendrán su final <3
No olviden dejar sus votos y comentarios, me alegran el día jijij
BESOPOS
XOXO
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