Capítulo 2: La escuela de Bellemore
Sólo faltaban dos días para que las clases comenzaran, así que antes de que eso sucediera y la escuela me quitara todo el tiempo que tenía, al otro día de haber llegado me desperté temprano y lo primero que hice fue salir al balcón.
La calle seguía completamente vacía, pero ya no estaba con neblina como la noche anterior. Era una calle ancha y no podía ver el final, pues parecía que sólo con esa calle llegabas al centro de la ciudad. Las casas contiguas eran de antaño, pero se parecían muchísimo a la entrada de esta, así que no podía comenzar a juzgar sus interiores... pues claro, estaba viviendo casi en la mansión de la calle. El aroma a pan recién horneado llegó a mis fosas nasales luego de unos minutos estando de pie en el balcón, así que me apoyé en él intentado visualizar de dónde venía hasta que noté una panadería al otro costado de la calle y, al fin, vi algunas personas haciendo fila para comprar.
Todo parecía pequeño, como si ya se conocieran, sin embargo, no me causaba buena espina el lugar en el que estábamos. El asfalto húmedo, los árboles gigantescos y también esos semáforos que arriesgaban apagarse en cualquier minuto. Entré a mi habitación porque recordé que había otro balcón, así que rápidamente salí de ella y me dirigí a la sala de estar. Me quedé helada cuando vi el paisaje a través del vidrio, pues ya no estaba oscuro y noté que a unos cuantos kilómetros había montañas llenas de nieve y las nubes que bajaban se veían majestuosas. No había civilización detrás de nuestra casa, todo era pastizal, árboles, nubes, las montañas... Ah, y esa gran calle que atravesaba el mundo.
Esos dos días me sirvieron para descubrir un poco más donde estábamos viviendo y también saber que el primer subterráneo tenía varias salidas a la calle y el segundo, de la oficina de papá, tenía un par más. De seguro que con alta seguridad. No me aterraba saber que teníamos entradas por todos lados, pues claramente también servían para escapar. Además, nadie más que Will y Jean entraban a la casa principal, todos los demás trabajadores de mi padre se quedarían abajo.
Papá decidió dormir en el primer piso porque encontró mucho más grande una habitación y también le causó más seguridad porque estaba atento a todo, así que mandó a derribar las tres habitaciones sobrantes en el segundo piso para crearme un salón de estudios porque sabía que era una aficionada por las matemáticas.
Esa mañana era Jean el encargado de llevarme a la escuela y asegurarse de que quedara dentro de ella y no vagueando por allí. Recuerdo cuando era más pequeña solía saltarme algunas clases para ir a correr, pero desde que mi padre me había descubierto, ahí estaba: mandándome con una persona para que me dejara adentro. Ahora ya no era la misma, prefería trotar antes de la escuela en vez de saltarme las clases. Odiaba muchísimo las malas calificaciones. Tony Fabregas había dejado de llevarme él mismo a mi primer día de clases cuando cumplí los doce años y esa mañana antes de salir de casa para subirme al auto de Jean lo oí:
—Esta será la última vez que Jean va a dejarte a la escuela ¿de acuerdo? —su mirada estaba fijamente en la mía, idénticas.
Resoplé, pero cuando iba a comenzar a hablar, Jean se entrometió...
—Sabes que no me molesta ir a dejarla.
—Lo sé, pero Pascal debe crecer y aprender a cuidarse sola —comentó —. Sólo quiero que pongas en práctica todo lo que te he enseñado...
—Defensa personal —rodé los ojos.
—Sí, cariño —me sonrió con ternura.
—De acuerdo, pero por favor ¿pueden ir por mí hoy? De seguro me pierdo en la subida.
Papá alzó las cejas y negó levemente con una irónica sonrisa en el rostro.
—Si hubiésemos ido a no sé, California, me sabría las calles ¡pero no! Nos trajiste al fin del mundo —reclamé.
Jean se quedó mirándome fijamente, oí a mi padre respirar profundo y luego fijó toda su atención en mí.
—Esta es la ciudad en donde nací, en donde nació tu madre y en donde tú también lo hiciste —comentó fríamente —. Estas frías calles corren por tus venas, así que te acostumbrarás.
¿De Bellemore? ¿Yo?
—De acuerdo, déjame cerrar la puerta porque llegaré atrasada a la escuela que me vio nacer —ironicé.
—¡Maiky!
—¡Adiós! —cerré la puerta y Jean, riendo, puso a andar el auto.
Miré a mi padre por el espejo retrovisor mientras nos alejábamos, se quedó de brazos cruzados en la entrada, pero con una sonrisa en el rostro.
La misma calle nos llevó al centro de la ciudad en donde si había un poco más de civilización y cuando Jean se detuvo en una edificación enorme y antigua noté que habíamos llegado. Acomodé mi abrigo, luego revisé si llevaba todo en la mochila y miré a Jean que estaba aparcando en la entrada.
—Quiero que te cuides, esta escuela puede ser muy diferente a lo que acostumbras —señaló sólo como podía hacerlo un hermano mayor.
—Sé cuidarme —le sonreí enseñándole todos mis dientes.
—Cuídate el culo —ese era el Jean que conocía. —Y no dejes que ningún imbécil te diga algo.
—Ya sé... Puñetazo...
—En la nariz —dijimos al unísono.
Él soltó una carcajada.
—Hay mucho trabajo, sino vendría por ti, pero es verdad lo que dice Tony, mientras más rápido conozcas la ciudad, mejor.
—De acuerdo, nos vemos por la tarde.
Lo abracé rápidamente y luego me bajé del auto oscuro de Jean Russell. Sentí su mirada seguirme hasta que pasé la puerta de entrada, luego me giré para despedirme con la mano, seguía ahí muy atento, hasta que finalmente se marchó.
La escuela era enorme, tanto que podría perderme en ella. Todas las personas caminaban apresuradas a sus salones de clases mientras yo no entendía a donde debía dirigirme primero. Comencé a caminar por el pasillo y recordé que me habían enviado mis horarios y el número de casillero al email, así que revisé mientras caminaba lentamente chocando con algunas personas que prácticamente no me veían. Me tocaba en la clase de religión en el tercer piso, salón 302. Del casillero me preocuparía más tarde, pues faltaban sólo dos minutos para que las clases comenzaran. Me encontré con una escalera y subí rápidamente hasta el tercer piso y, cuando estuve ahí, comencé a buscar el salón. Agradecí que fuera el 302 y no el 330 o debía caminar mucho, mucho más.
La puerta estaba cerrada y cuando miré por el vidrio noté que el profesor estaba dejando las cosas en su escritorio, giré la manilla y entré. De pronto sentí todas las miradas puestas en mí, incluso el profesor se giró para verme.
—¿Tu eres Pascal? —me preguntó con una sonrisa. Asentí de inmediato con ganas de ir a sentarme a un pupitre vacío, pero, demasiado tarde... —Chicos, ella será su compañera nueva este último año que les queda, al menos en esta clase ¿Quieres presentarte? Vamos, no seas tímida.
Dios.
Era terrible con las presentaciones.
—Bueno, hola, soy Pascal —dije y todos rieron un poco.
—Esperábamos más información —comentó el profesor.
¿Qué impartía ese profesor de religión? ¿La religión del puto demonio? ¡Que me dejara ir a mi pupitre!
—Tengo diecisiete años, recién he llegado a la ciudad, vengo de San Francisco... —comenté. Que no me jodiera más, no iba a dar más información.
—Gracias Pascal, puedes ir a sentarte.
Rápidamente caminé hasta un lugar vacío casi al final y ahí me quedé. El profesor comenzó a hablar acerca de sus vacaciones, les preguntó a otros chicos por sus vacaciones y algunos estaban muy animados contando que habían ido a la playa, a un río, a las montañas y qué sé yo. Agradecí profundamente que no llegaran a mí las preguntas, pues no quería contar nada que estuviese relacionado con las escapadas de verano de los Fabregas.
Noté que alguien estaba mirándome fijamente, podía sentir sus ojos puestos justo en mi cara. Giré la cabeza hacia la izquierda mientras todos conversaban cosas banales (al parecer a nadie le interesaba muchísimo la clase de religión, ni siquiera al profesor), y vi a un chico observándome. Tenía el cabello castaño, sus ojos cafés claro y un par de cicatrices muy marcadas en el mentón y en la ceja. De pronto, sonrió, creo, lo vi levantar levemente la comisura de sus labios ¿realmente estaba sonriéndome o estaba volviéndome loca? No hice ningún gesto, sólo lo ignoré y continué escuchando la aburrida conversación que tenían en el salón de clases.
Cuando salimos de aquella clase teníamos alrededor de veinte minutos libres para poder ir a comer algo, así que lo primero que hice fue ir a pedir las llaves de mi casillero a inspectoría y luego ir a dejar mis cosas allí. Todo era demasiado grande para mí, sobre todo porque a las escuelas que acostumbraba a ir, al menos en San Francisco, era más pequeña y de menos estudiantes por salón, pero aquí no, había por lo menos unos 30 metidos en aquella sala de clases.
Ese día no hablé con nadie y me resultó algo decepcionante porque no me costaba mucho hacer amigos, pero entendía que nadie se acercara a hablarme de la nada, pues había llegado a un lugar en donde todos ya se conocían ¿qué importaba la chica nueva? Y gracias a eso el día se me pasó muy lento, además, todas las clases a las que asistía veía al chico que me miraba fijamente en religión.
¿Me conocerá?
¿Conocerá a mi padre?
¿O sólo es un tipo muy observador?
Al salir de clases, me acomodé la mochila y miré hacia ambos lados intentado ubicar en donde demonios estaba y en qué dirección dirigirme, hasta que vi un letrero azul, hacia la izquierda, si, debía caminar en subida y cansarme muchísimo. ¿Y si tomaba un autobús? No, de seguro esa cosa se tardaría mucho más en llevarme.
Comencé a caminar derecho, pues era la única calle que ahí había que podía reconocer, me gustaba caminar así que no me quejé demasiado cuando me dolían las pantorrillas por subir tantas calles. De pronto, un chico sentado al borde de la solera me desconcentró, estaba fumando un cigarrillo, tenía el cabello negro y utilizaba una chaqueta de cuero de las que le gustaban a mi madre. Él me observó con desinterés por unos segundos, luego desvió su mirada a alguien que venía detrás de mí. Tenía cara de pocos amigos y seguramente si seguía observándolo iba a asesinarme ahí mismo. La motocicleta que estaba a su lado me indicó que podía llevarme al fin del mundo para matarme sin que nadie se diera cuenta, así que en plan histeria apresuré el paso. Podría ser la hija de Fabregas, pero seguía siendo temerosa en ocasiones como mamá.
—¡Hey! —oí desde atrás.
Sentí mi cuerpo congelarse, pero esto me hizo caminar mucho más rápido de lo que ya lo estaba haciendo.
<<No voltees, no lo mires, sigue caminando>>
—¡Hey! —subió el tono de su voz.
No quise mirar hacia atrás, podía fingir ser sorda, sip, era mi mejor opción.
Hasta que finalmente oí los pasos sumamente cerca de mí, tuve que girarme por inercia, pues no podía estar de espalda a un enemigo, eso siempre me lo había enseñado papá. Pero grande fue mi sorpresa cuando me giré y el chico que me hablaba no era el de aquella solera, era otro, un tipejo alto, moreno y con rostro intimidante que se acercaba a mí en plan de robarme todo lo que traía puesto.
—¿Qué quieres? —pregunté con nervios, pero no se me notaron.
—¿Puedes acercarte? —me pidió.
Estaba bromeando, ¿no?
—No —fruncí el ceño —, llevo prisa.
Iba a girarme para continuar con mi camino, pero algo me decía que no me girara, pues debía tener en mi campo de visión todo lo que me favorecía, esta vez la altura, por ejemplo.
Hice el ademán de girarme y de reojo vi que se acercó a mí, me tomó de la muñeca con fuerza y antes de chillar por el terror que sentí en mi cuerpo, con el otro brazo le di un codazo en el mentón que lo dejó congelado.
—¡¿Quién demonios te crees?! —grité —¡Suéltame! —lo jalé con fuerza y él me soltó sólo por el dolor que sintió en la mandíbula.
—Sí que te jodiste —oí su voz oscura.
—Púdrete.
Esta vez él fue más rápido, me tomó con fuerza de un brazo y me arrastró hasta lo que parecía ser un auto ¿Iba a meterme dentro? ¿Qué iba a hacerme? Comencé a desesperarme, tanto que grité con fuerza que me ayudaran, pero cuando noté que nadie venía tuve que actuar. Con el brazo libre que tenía comencé a golpear directamente su rostro, luego me quité la mochila de un hombro y la deslicé enrollándola en su brazo, al hacer esa mierda que ni siquiera pensé lo desconcentré y lo golpeé en la entrepierna. Él se molestó aún más y sin soltarme continuó caminando.
—Hey Marco, suéltala —escuché detrás.
Yo ya estaba fuera de mis casillas, pero aun así ambos giramos para ver quién era: Ese sí era el chico que había visto sentado al borde de la solera. Era alto, parecía estar en forma y venía directamente a defenderme ¡Al fin!
—¿Defensor de los pobres? —volteó el moreno a observarlo.
El pelinegro con cara de asesino en serie se paró frente a él haciendo notar su estatura y su cuerpo corpulento.
—No seas imbécil —le dijo con tranquilidad, muchísima para mi gusto —. Suéltala.
Su voz fue amenazante y gracias a eso el tipejo me soltó, rápidamente me acomodé la mochila, miré por última vez al pelinegro que me observó con seriedad dejándome espacio libre para correr y salí disparada calle arriba sin emitir ninguna palabra.
—Eres un idiota, ¿Qué esperabas? No te entrometas con gente que no conoces —oí al pelinegro decirle cuando estaba subiendo a casa. —Ya vete de aquí imbécil, no necesitamos a un pervertido más por Bellemore.
Cuando llegué a casa sentí que el alma me regresó al cuerpo. Seguramente estaba pálida porque Jean al verme notó que me sucedía algo, hasta agua con azúcar me ofreció, pero no se la recibí ni tampoco le conté lo que me había sucedido. Sólo mentí diciéndole que la subida me había dejado algo exhausta, pero claramente no me creyó tanto, pues era una buena corredora.
Al otro día desayuné junto a Jean y mi padre, ambos estaban concentrados conversando acerca de un viaje que se aproximaba al que debía asistir sólo Will. Debía darme prisa, pues no iría a dejarme Jean ni nadie, sin embargo, no podía dejar de pensar en el tipo que me había atracado en medio de la calle aprovechándose de lo solitaria que estaba.
—¿Qué ocurre? —me preguntó papá, alcé la vista reventando la burbuja de mi alrededor.
—¿Cuándo podré tener un auto?
—Cuando cumplas la mayoría de edad —contestó.
—Ayer te ocurrió algo —comentó Jean, luego le dio una mordida a su tostada.
—¿Qué te pasó?
El rostro de mi padre cambió completamente, se quedó fijamente observándome. No quería decirle lo que había pasado, pues se suponía que debía cuidarme sola, sin su ayuda. Además, la forma de solucionar las cosas para él no era nada maravillosa a mis ojos.
—Jean está exagerando —rodé los ojos —, ayer me cansé subiendo la maldita colina y me bajó el azúcar.
—No me vengas con tonterías —reclamó Jean —, corres por más de una hora sin cansarte.
—Estoy fuera de mi estado físico.
Papá respiró hondo, luego apoyó su tazón en la mesa consiguiendo que ambos nos calláramos.
—¿Apareció alguien en tu camino? —preguntó. Me conocía demasiado bien para mentirle, así que sólo mantuve el silencio y asumió que si había pasado —¿Te defendiste?
—Si.
—¿Te robó algo?
—La dignidad —bromeó Jean.
—Una broma más y terminarás haciendo el trabajo de Kevin —comentó mi padre con seriedad, Jean sonrió silencioso y miró hacia otro lado.
—¿Qué trabajo hace Kevin? ¿Quién diablos es Kevin? —bufé.
—Dime ¿Te robó algo? —insistió papá ignorando mis preguntas.
—No, no me robó nada.
—De acuerdo, vete a clases —me indicó —. No olvides usar lo de tu mochila si alguien quiere hacerte daño, Pascal.
Asentí silenciosa y me puse de pie. Cuando salí de la cocina me quedé por unos segundos afuera escuchando lo que Jean le decía a papá.
—No puedes dejar que vaya y venga siempre sola —reclamaba él casi en un susurro.
—Así será —zanjó papá —. Pascal lleva mi sangre, mi apellido y debe aprender a cuidarse sola, ya sabe hacerlo, así que no la trates como a una puta princesita.
—¡Tiene diecisiete años joder! No está metida en esto como nosotros —subió un poco el tono de su voz y papá lo hizo callar.
—Pero es mi hija y si debe aprender a asesinar a un imbécil de un solo movimiento, así será —indicó. —Ahora date prisa, tienes que ir a esa reunión de idiotas.
Corrí por el pasillo, me lavé los dientes muy rápidamente, cogí la mochila que estaba sobre el sofá y salí de casa dando un leve portazo.
Caminar calle abajo fue mucho más fácil y rápido. Agradecí no encontrarme con ningún tipejo en el camino ni tampoco con el chico que me miraba fijamente en la clase de religión.
Pero, canté victoria muy rápido.
Estaba en mi clase de matemáticas.
Esta vez no me observó fijamente como en la otra clase, sólo estaba conversando con uno de sus amigos mientras reía. Parecía un chico normal, claro que no lo conocía...
—Pascal Fabregas —llamó la profesora.
Alcé mi mano y ella anotó que estaba presente. Luego de pasar toda la lista, comenzó a hablar sobre diferente materia que iba a pasar y también sobre un trabajo que debíamos realizarlo en grupo. No dijo número de integrantes ni tampoco explicó demasiado, pues en la siguiente clase iba a traer ella formados los grupos y las cosas que debíamos hacer, pero de seguro sería una guía con ecuaciones o integrales.
Todas las clases transcurrieron tranquilas hasta la hora de almuerzo que fui a la cafetería, me compré una ensalada porque no tenía muchísima hambre y no confiaba en el arroz chino que estaban vendiendo y me senté en una mesa vacía, no pasaron más de diez minutos cuando una persona se sentó frente a mí interrumpiendo mi comida.
—Hola —me sonrió amable.
Era una chica que había visto en un par de clases, de cabello negro y amables ojos miel.
—Hola...—alargué mi saludo porque, la verdad, no sabía qué estaba haciendo ahí frente a mí.
—Soy Amy —se presentó —, en realidad Amelia, pero odio mi nombre así que, por favor, dime Amy.
—Está bien, Amy —reí. —Pues yo soy Pascal.
—Ni siquiera se ha notado que eres nueva —comentó, luego sacó de su mochila un sándwich junto a una gaseosa, le dio una mordida y se quedó mirándome. Al parecer no tenía planes de pararse e irse.
—¿Por qué? —fruncí el ceño.
—Todos se la pasan hablando de ti —respondió —, así que no tuve mejor opción que venir a conocerte —sonrió.
—¿Qué hablan?
—Nada con demasiada importancia, de seguro te imaginas lo que hablan unos adolescentes con las hormonas revueltas —rodó los ojos. —No les des importancia.
—Claro.
Amy se quedó todo el almuerzo conversando conmigo acerca de la escuela y también sobre la ciudad. Me contó que había nacido en este lugar y que siempre había querido escapar, pues no hacía muchísimas cosas divertidas aparte de subir la colina (como yo llamo a la calle) para llegar a la escuela. Estuvimos revisando las clases que teníamos juntas y sólo en filosofía y química no estábamos las dos. Las demás sí. Era una chica muy agradable, con una personalidad revoltosa y extrovertida. La verdad, no suelo hacer amigos ni amigas en ninguna ciudad porque intento no encariñarme, pero Amy me dio una buena sensación.
En la clase siguiente me senté junto a ella y me presentó a un par de personas más que no alcancé a recordar sus nombres. Me ayudó a ponerme al día con cosas que no había visto en la otra escuela y nos pasamos nuestros números telefónicos para estar en contacto. Al parecer ella tampoco era muy amiga de sus compañeros, pues no la había visto apegada a nadie como las demás lo estaban. Eso me hizo sentir mucho mejor, pues podíamos ser unas nuevas amigas de Bellemore.
A la salida de la escuela me despedí de Amy quien vivía en la dirección contraria en la que yo lo hacía y yo emprendí mi camino hacia casa, por la misma calle de ayer, pues no conocía otra para esquivar a cualquier tipo que se le ocurriera ponerse en mi camino. Sin embargo, pasé por el mismo lugar de ayer y no había nadie, pero...
—¡Hey tú! —oí.
Se me pusieron los pelos de punta, pero me giré al reconocer esa voz luego de unos cuantos segundos. Era el mismo chico que me había defendido la tarde de ayer, pero esta vez se había acercado un poco más y me sorprendió lo atractivo que se veía sólo con una camiseta negra dejando al descubierto uno de sus brazos lleno de tatuajes de colores. Sus ojos cafés claro se encontraron con los míos por un momento, me sonrió con ironía ¿por qué estaba sonriéndome?
—No recuerdo haber escuchado que me dieras las gracias ayer —comentó con soberbia, como si nos conociéramos.
—Tenía todo bajo control —contesté de mala gana. No éramos amigos.
Él soltó una falsa carcajada, se acercó un poco más a mí y estiró su brazo.
—Soy Luck —se presentó.
*
Este ha sido un regalo por el día del libro jiji
Nos vemos el domingo, no olviden dejar sus nuevos votos y comentarios, ¡Me sirven muuuuuucho!
XOXO
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