VII
CAPITULO SIETE.
Esa fría mañana Yoongi Rymer comenzó a replantearse por decima vez en el período de dos horas si lo que estaba haciendo era buena idea. Principalmente porque poner un pie fuera de su hogar implicaba que el fresco clima de la ciudad de Durham se cuele por alguna parte de su vestimenta y él odiaba el frio en demasía.
Jungkook espera emocionado, mucho más que Yoongi, a que el barón Rossetti se haga de presencia en la puerta del rubio pianista. Ambos conocidos están compartiendo una calida taza de té que les calienta el estómago antes de aventurarse a la gelida travesía de convertir al pianista en un perteneciente de la realeza.
—¿No está emocionado por esto, señor?—Jungkook pregunta, una leve emoción infantil brotando por sus ojos.
En ese momento, la puerta suena por el golpe de unos nudillos contra la madera, Yoongi deja la taza de té sobre la mesa y se encamina a abrir. Yeonjun aparece en su campo de visión vistiendo bastante formal y siendo abrigado por un gran saco del frío de fuera. Yoongi lo invita a pasar, preguntándole si desea compartir una taza de té a lo que el Barón asiente complacido.
—Debo reconocer que me sorprende que haya aceptado mi propuesta.—masculla, tras asentir en agradecimiento por la taza de humeante té.
—No fue fácil, Barón Rossetti.—interrumpe Jungkook—. Tuve que poner mucho de mi esfuerzo en convencerlo también.
Yeonjun le regala una sonrisa de labios abiertos al menor viéndolo tan emergido en su mundo y, a la misma vez, siendo el más entusiasmado en la travesía a la cuál estaban por arrastrar al pianista.
—Sigo fiel a mi pensamiento de que es una pésima opción.—dice el mismo—. Una barbarie.
—Rymer, lamento decirle que nadie en esta tierra esta libre de pecado.
Pecado.
Vaya que el rubio sabía de pecados.
—Sigo pensando que es una muy mala idea.—prosigue.
—Para su ya mala suerte, señor Rymer, me lamenta informar que ya ha aceptado y por ende, debemos partir hacía el centro.—La sonrisa de Yeonjun, hace que la bilis de Yoongi le pique en la boca del estómago.
En evidencia pura, el barón Rossetti es el más alegre de los tres hombres en esa casa. Por supuesto, le sigue el joven Jeon Jungkook y finaliza con la mala cara del pianista que, a regañadientes, termina por ponerse el abrigo para por fin salir de casa en camino al centro de Durham.
Cuándo sus pies avanzan dejando cada vez más atras su hogar, Yoongi Rymer se pierde en una nube de pensamientos como es común en él. Su mente divaga por muchos rincones a la vez, quizás piensa en el frío colándose por algún lugar de su ropa, en el aspero tacto de sus yemas en los bolsillos de su abrigo.
Puede pensar en que notas dejara que sus dedos creen en aquél piano que descansa en casa cuando vuelva, en el cálido y reconfortante té que se preparará para evitar que el frío le pegué un resfriado. Por un breve momento se le cruza la imagen del Duque. No es de su sorpresa encontrarse tratando de detallar cada fracción de su rostro.
La imagen es temporal, los recuerdos se esfuman como un leve soplido en primavera. Lo recuerda con destellos blancos y negros, le encantaría volver a encontrase con su persona, tal vez a distancia, para volver a refrescar esos detalles que su mente hoy mismo no puede poner en claridad.
Es tan nuevo para él tomar esos riesgos que quizás Yeonjun está acostumbrado, porque ni siquiera se le cruza por la mente que en aquella fiesta en el palacio Kingston puede encontrarse de lleno con el Duque de Durham. De repente, un estado de alerta le ataca el pecho, pero prefiere guardarlo para él mismo en las paredes de su hogar al regreso.
—Bien, primeramente podríamos pasar por la tienda Moon, a dar una mirada a los pantalones.—El barón comenta—. ¿Le parece bien, Rymer?
Asiente. Sigue los pasos que el de cabellera café marca con actitud y clase, a la misma vez, observa que el menor de los tres siga sus pasos para no perderlo en el centro del pueblo que a ese horario se acumula de ciudadanos.
A unos pocos pasos, la tienda de pantalones para caballeros se posa sobre sus ojos. La puerta cuenta con un cartel que los invita a empujar y adentrarse al lugar. Saludando con unos buenos dias, se los recibe con un cálido ambiente y un olor a vainilla mezclado con algo de lo que Yoongi puede adivinar que es canela.
—Buenos dias, caballeros.—saluda el vendedor, saliendo de un costado—. ¿En qué puedo ayudarlos?
Los orbes del pianista se mueven por toda la habitación, examinando las prendas de vestir que reposan en ciertos lados, incluso en la vidriera. Se deleita con la variación de pantalones, chalecos y sacos que se encuentran en nuestra. Le parece genuino y casi imposible estar ahi, a punto de comprar algo que no es de su porte. Algo que él no merece.
—Yoongi, permita que el buen hombre le tome las medidas para conseguir un buen pantalón a su talla.—Yeonjun le interrumpe los pensamientos.
Tras un asentimiento, el mayor con un metro para ropa se dispone a tomarle las medidas de la cintura, el largo y ancho de los muslos. Posteriormente se pierde en alguna parte del local y vuelve con un pantalón de algodón color negro que se ajustaban a su figura por ser de cintura alta y que, conjunto a la camisa de lino blanca que se usa en el conjunto, los tirantes de seda adornaban el pecho con su presencia y elegancia.
Eventualmente, el barón Rossetti pide un chaleco y un abrigo para el rubio. El chaleco se acopla a su torso con facilidad, sin mangas y con cuello en V de color gris, a su cuello se le acopla un pañuelo de color celeste claro atado con un nudo que lo hacia parecer un volante plano.
La vestimenta culmina con un saco largo, elegante y fino de color negro, el botón lo cierra a mitad del torso. La suave y delicada tela de la prenda se desliza por la yema de los dedos del joven pianista que se observa en el espejo que ocupa una esquina del local. Se anima a levantar el mentón y sonríe a duras penas por la imagen que tiene delante.
Aún le faltan los zapatos, pero Yoongi ya se siente como alguien que genuinamente pertenece a la realeza. Observa a sus dos amigos y, muy en el fondo de sus orbes rasgados, se puede ver un agradecimiento por tal acto. Yeonjun sonrie y asiente satisfecho, Jungkook solo le regala a su mayor una sonrisa de labios abiertos que le muestra sus brillantes perlas blanquecinas.
—Nos llevamos todo el conjunto, joven.—El barón confirma, la realidad se distorsiona un momento para el rubio mientras se termina de quitar las prensas y volver a su vestimenta cotidiana.
Cuándo Yoongi deja toda la ropa en manos del vendedor para que las guarde en una comoda caja para llevar, de repente, se siente tan irreal como inimaginable el estar comprando ropa tan elegante y de alto rango para ser un desconocido por solo una noche.
Como un destello fugaz, se imagina en un gran salón vestido como hace un momento, sus largos y pálidos dedos siendo abrigados por unos guantes blancos de fina y sedosa tela. A la misma vez, se visualiza sentado en el taburete y sus dedos deslizándose por las teclas blancas del instrumento, se imagina un escenario donde no es la vergüenza que le toca ser en la vida real. Por un momento, se imagina algo que nunca va a pasar.
—¿Continuamos con los zapatos?—La voz del barón lo desconecta al verlo tan sumido en sus pensamientos.
—Si.
Saliendo del local, el dueño les regala una sonrisa y les desea buenos días. El frio vuelve a golpearles y Yoongi esta vez siente que le atraviesa la ropa, atacando directamente su piel.
Yoongi no lo nota, pero Yeonjun lo mira de reojo, notando como es normal en el pianista sumirse en recuerdos y memorias negativas que juegan con su mente.
Se dirigen en silencio a la próxima tienda de calzados. El centro esta abarrotado de gente, muchos de alta sociedad que pueden estar comprando para la fiesta que los reyes de Durham ofrecerían.
—Oh, ¿crees que ese vestido podría llamar la atención del Duque Kingston?—Se escuchó a una señorita hablar con alegría.
Yoongi sintió un sabor amargo en el paladar.
—¿Pueden esperar un momento aquí?—pidió Jungkook cuándo salieron de la tienda de zapatos—. Quisiera ver algún collar para mi madre.
—Ve con gusto, nosotros estaremos aqui.—Le concedió Yeonjun.
Cuándo Jungkook se alejó con paso alegre hasta uno de los puestos que había por alli, el Baron Rossetti se giro contemplando al pianista. Del bolsillo interno de su abrigo saco una cajetilla de cigarro, tomando uno y llevandoselo a los labios le miro.
—¿Fuma?
—No, gracias.
Asintió, prendiendolo con una pequeña cajetilla de fósforos. Una fuerte calada emitió, llenado sus pulmones de tabaco y prontamente liberando el humo por los labios. Se quedó viendo un momento el humo disiparse en el aire, la gente pasaba sumergida en su propio mundo e intereses.
—¿Sabe, Rymer...?—musitó sin dejar de mirar al frente.— Me alegra que haya venido, realmente.
—¿Es eso acaso una especie de chantaje emocional?
Yeonjun rió.
—Puede tomarlo como quiera, pero es un hecho.—giró un poco la cabeza para mirarle—. En verdad me enorgullece que decida dejar a un costado sus temores.
Yoongi trago en seco, su corazón se sintió acelerar ante ello. Orgulloso. Estaban orgulloso de él.
—¿Gracias?
—Escuche Yoongi, no sé de qué le servirán mis palabras, pero creo febrilmente que es una de las personas más valientes que conozco.—siguió—. Usted y yo sabemos por qué, y que a pesar de todo, haga este acto me enorgullece.
—Mi pasado no tiene mucho que ver en esto, Barón.
—Usted piensa que no, pero me doy cuenta cuando sus propios pensamientos lo atacan amenazando con volver todos los pasos hacia atras.
Touche.
El castaño tiro su cigarro al suelo y lo piso con la punta del pie.
—Esfumelos por lo menos para mañana y dese a usted mismo la oportunidad de vivir que tanto le han arrebatado.
Los orbes del rubio miraban a los de Yeonjun, el brillo en los contrarios era real. Una calida sensación se instauró en el pecho del pianista, las cicatrices físicas volvieron a arder aunque ya estén curadas.
Yoongi no era muy bueno con las miras, pero en los años que llevaba conociendo a Yeonjun Rossetti, él supo leerlo como a un libro abierto. Entendió las gracias que se guardaban en su mirada, entendió el dolor que se instauraba en el fondo de su alma a la misma vez y entendió también que la valentía era palpable en el dolido pianista aunque su propio ser sea incapaz de verlo.
—Listo, he terminado.—Jungkook regresó con una sonrisa.
El castaño le regaló una última sonrisa a Yoongi antes de girarse al menor.
—Muy bien. ¿Por donde continuamos ahora?
—Podriamos dar otra vuelta para ver algún local que nos pasamos por alto.—propuso el menor.
—Perfecto, siganme caballeros.
Esa misma noche, Rymer estuvo un buen tiempo observando la Luna desde el interior de su casa por la ventana. La admiraba en su máximo esplendor, la admiraba por ser tan bella y única en la oscuridad del mando que era el cielo.
Se giro sobre sus talones, contemplando su primer y gran amor que lo esperaba con ansiedad de ser tocado. Se acercó dubitativo, no sabía que tocar asi que solo dejo que sus dedos se muevan por él. Las melodias se derramaban por la habitación solitaria, chocando contra las paredes. Sintió vagamente la necesidad de que esa pieza sea acompañada por un violín.
Repentinamente, sin ningún tipo de razón se imaginó tocando para el Duque Kingston. ¿Sabría él tocar el violín?
No tenía en claro el porqué de esa repentina imágen, lo justificó con el simple deseo de tocar en el castillo de la realeza, siendo elogiado por aquellas personas tan bien vestidas y respetado por los demás músicos que estuvieran presentes.
Una lágrima se derramó por su mejilla cuando tocaba con mayor intensidad, recordó el ardor en su espalda aquella noche donde todo en su vida lo condenó. Recordó como la sangre le brotaba por el ardor en su espalda, como le costó dormir ese dia sin que llorara por el dolor que había en su corazón.
Recordó a su familia y de nuevo rompió en llanto. Recordó las palabras de Yeonjun, diciéndole lo valiente que era, el llanto se detuvo un segundo. En mucho tiempo alguien le dijo de la manera más sincera que lo consideraba un valiente.
Pero, ¿qué valiente huye de su pasado para refugiarse en algo que no es? Como siempre se terminó autocuestionando, sus memorias eran la manera más masoquista de vivir. Yoongi no podía creer en palabras positivas de terceros, no podía ser feliz genuinamente cuándo tenía en sus hombros el diablo en forma de recuerdos atormentandolo.
Esa misma noche volvió a soñar con el dolor, volvió a pensar que era merecedor de tal castigo. Volvió a sentir que no era merecedor de vivir.
En medio de la madrugada se despertó, cubierto de sudor frío, las mejillas calientes y el deseó inmaculado de estar muerto.
Sigo viva, hola!
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